La transición democrática de Israel está programada para el domingo, pero nada es seguro en medio de la campaña del actual primer ministro que busca destruir a la coalición de sus oponentes.
TEL AVIV, Israel — El primer ministro Benjamin Netanyahu considera que Israel está presenciando “el mayor fraude electoral de su historia”. Para Donald Trump, la derrota del pasado noviembre fue “el crimen del siglo”. Al parecer, el vocabulario de los dos hombres coincide porque el abrumador sentido de invencibilidad de ambos se desconcierta ante el proceso democrático.
El domingo, Naftali Bennett, un nacionalista de derecha, asumirá el cargo de primer ministro de Israel, si el parlamento lo aprueba, pero el ataque furioso de Netanyahu contra su probable sucesor no muestra signos de amainar. Netanyahu dijo que existe una conspiración del “Estado profundo”.
Netanyahu acusa a Bennett de ejecutar una “liquidación del país”. Un “gobierno de capitulación” es lo que espera a Israel después de una elección “robada”, dice. En cuanto a los medios, supuestamente están tratando de silenciarlo a través del “fascismo total”.
Aunque parece que finalmente se producirá una transición democrática y pacífica, nada es seguro en Israel.
Los ataques del partido de Netanyahu, Likud, contra el pequeño partido de Bennett, Yamina, han sido tan atroces que algunos políticos de Yamina han necesitado escoltas. Idit Silman, una representante de Yamina en la Knéset, el parlamento israelí, dijo en una entrevista en Canal 13 que un manifestante afuera de su casa le había dicho que estaba dolido por lo que estaba pasando su familia y agregó: “Pero no te preocupes, en la primera oportunidad que tengamos, te mataremos”.
La apoteosis de los métodos intransigentes de Netanyahu ha dejado la violencia en el aire. Los eventos del 6 de enero en Estados Unidos, cuando una turba incitada por Trump irrumpió en el Capitolio, no están lejos de la mente de los israelíes.
“Durante 12 años, Netanyahu se convenció de que cualquier otra persona que gobernara Israel constituiría una amenaza para su existencia”, dijo Dahlia Scheindlin, una analista política. “Sus tácticas enérgicas presentan un desafío directo para una transición pacífica del poder”.
La división y el miedo han sido las herramientas políticas preferidas de Netanyahu; y al igual que Estados Unidos, Israel está dividido, hasta el punto en que el jefe del servicio de seguridad interna de Israel, el Shin Bet, advirtió hace unos días sobre “un discurso extremadamente violento e incitador”. Fue una advertencia inusual.
La policía ha dicho que no permitirá una marcha de corte nacionalista que había sido programada para que el jueves transitara por zonas de mayoría musulmana en la Ciudad Vieja de Jerusalén, pero las opiniones al respecto están aumentando entre los políticos de derecha después de que la marcha original del Día de Jerusalén fuera cancelada el mes pasado debido al lanzamiento de cohetes de Hamás.
El martes, el gabinete de seguridad de Netanyahu decidió reprogramar la marcha para el próximo 15 de junio, a una ruta que se acordará con la policía. Netanyahu ve la marcha como un importante símbolo de la soberanía israelí.
Celebrar la marcha sería jugar con fuego, como demostró la corta guerra con Hamás el mes pasado. Al parecer, ahora le corresponderá al gobierno de Bennett resolver ese problema.
No se ha presentado ninguna evidencia que respalde las afirmaciones de que el futuro gobierno de Bennett es todo menos el producto legítimo de las elecciones libres y justas realizadas en marzo en Israel, el cuarto proceso electoral llevado a cabo desde 2019, mientras que Netanyahu, acusado de cargos de soborno y fraude, se ha esforzado en preservar el poder.
Netanyahu define a la endeble coalición de ocho partidos de Bennett, que van desde partidos de extrema derecha a partidos de izquierda, como un “peligroso” gobierno de izquierda. Pero no fue la izquierda la que derrotó al primer ministro.
Son políticos de derecha como Bennet y Gideon Saar, el futuro ministro de Justicia, quienes se convencieron de que Netanyahu se había convertido en una amenaza para la democracia israelí.
Haciendo referencia al suicidio masivo de judíos que se negaron a someterse al yugo romano en Masada, durante un discurso en el que explicaba su decisión de liderar un gobierno alternativo, Bennett dijo que Netanyahu “quiere llevarse consigo a todo el campo nacional y a todo el país a su propia Masada”.
Fue una imagen extraordinaria, especialmente del exjefe de gabinete de Netanyahu, y captó la creciente impresión entre muchos israelíes de que el primer ministro estaba decidido, a cualquier precio, a usar la supervivencia política como herramienta para detener el proceso penal en su contra.
“Debería haber renunciado cuando surgió la acusación en 2019”, dijo Yuval Shany, profesor de Derecho en la Universidad Hebrea de Jerusalén y exdecano de su Facultad de Derecho. “Cualquier político razonable habría dimitido. En cambio, se apresuró a atacar el poder judicial. A la larga, pareció que su principal objetivo político era lograr la inmunidad ante un acuerdo para su enjuiciamiento”.
En otras palabras, lo personal, es decir mantenerse fuera de la cárcel, se había convertido en algo primordial para Netanyahu. Tanto es así que estaba dispuesto a socavar las instituciones fundamentales del Estado de derecho y la democracia, como la Corte Suprema, un poder judicial independiente y una prensa libre. En este sentido, los arrebatos de los últimos días han sido más una culminación que algo nuevo.
“Se convirtió en un político que haría todo lo posible, sin limitaciones”, dijo Shany.
Está en compañía de otros líderes conocidos. Netanyahu, cuya inesperada victoria electoral en 2015 le dio una nueva sensación de omnipotencia, estableció vínculos estrechos con Viktor Orbán, el primer ministro húngaro, y con Trump. Netanyahu se sintió atraído por mandatarios de todo el mundo que tenían la intención de centralizar el poder en nuevos modelos antiliberales.
Lo que Netanyahu necesitaba, durante todas esas elecciones en Israel, era una mayoría lo suficientemente fuerte como para cambiar las leyes fundamentales del país con el propósito de hacer ilegal el enjuiciamiento a un primer ministro que esté en el cargo y quitarle a la Corte Suprema el poder de derogar esa legislación.
Nunca obtuvo esa mayoría.
“No hay duda de que quería reducir y minimizar la autoridad de revisión judicial de la Corte Suprema sobre la legislación de la Knéset y las decisiones administrativas de los órganos gubernamentales”, dijo Yohanan Plesner, presidente del Instituto de la Democracia de Israel. “Pero los controles y contrapesos de nuestra joven democracia están intactos”.
Este domingo, es probable que esos controles y contrapesos lleven a Israel a un cambio democrático de gobierno. Pero Israel, a diferencia de Estados Unidos, es una democracia parlamentaria más que presidencial. Netanyahu no irá a un refugio soleado junto a un campo de golf. Como presidente de Likud, ejercerá un poder considerable.
“No desaparecerá y no se callará”, dijo Merav Michaeli, líder del Partido Laborista, miembro de la nueva coalición. “Y llevará mucho tiempo reparar el daño”.
El gobierno entrante está revisando la legislación que establecería un límite de dos mandatos para un primer ministro y obligaría a cualquiera que haya dirigido el país durante ocho años a pasar cuatro años fuera de la Knéset. Esto muestra cómo la democracia israelí se ha visto sacudida por los 15 años de Netanyahu en el poder.
Nir Orbach, uno de los miembros del partido de derecha de Bennett que ha sido atacado por el Likud y que es objeto de presiones para cambiar de opinión sobre el apoyo a la nueva coalición, publicó su opinión en Facebook:
“No es una decisión simple, pero responde a la realidad de esta vida en la que nos levantamos cada mañana con más de 700 días de inestabilidad gubernamental, una crisis civil, discursos violentos, y una sensación de caos, como al borde de la guerra civil”.
Esa publicación es una buena expresión del agotamiento israelí ante la lucha retorcida de Netanyahu por la supervivencia política.
Michaeli explicó: “Netanyahu ha estado erosionando la democracia de Israel durante mucho tiempo”. Haciendo referencia al asesinato de Yitzhak Rabin en 1995, continuó: “Recuerde, aquí tuvimos a un primer ministro asesinado. Estamos en una lucha constante por el temperamento y el alma de Israel. Pero prevaleceremos”.
Los próximos días pondrán a prueba esa afirmación. Bennett instó a Netanyahu a “dejarse llevar” y abandonar su política de “tierra arrasada”. Pero esperar una salida cortés del primer ministro parece tan descabellado como habría sido esperarla del expresidente estadounidense, quien también afirmó que su derrota solo podía ser un robo.
Roger Cohen es el jefe de la oficina de París del Times. Fue columnista de Opinión de 2009 a 2020. Ha trabajado para el Times durante más de 30 años y ha sido corresponsal extranjero y editor extranjero. Criado en Sudáfrica y Gran Bretaña, es estadounidense naturalizado. @NYTimesCohen
Source: Elections - nytimes.com