Los candidatos con plataformas izquierdistas han logrado victorias en una región con dificultades económicas y una desigualdad que va en aumento.
RÍO DE JANEIRO — En las últimas semanas de 2021, Chile y Honduras votaron con determinación por presidentes de izquierda para reemplazar a líderes de derecha, con lo que se extendió un cambio significativo que lleva varios años ocurriendo en toda América Latina.
Este año, los políticos de izquierda son los favoritos para ganar las elecciones presidenciales en Colombia y Brasil, sustituyendo a los presidentes en funciones de derecha, lo que pondría a la izquierda y a la centroizquierda en el poder en las seis economías más grandes de una región que se extiende desde Tijuana hasta Tierra del Fuego.
El sufrimiento económico, el aumento de la desigualdad, el ferviente descontento con los gobernantes y la mala gestión de la pandemia de COVID-19 han impulsado un movimiento pendular que se distancia de los líderes de centroderecha y de derecha que dominaban hace unos años.
La izquierda ha prometido una distribución más equitativa de la riqueza, mejores servicios públicos y redes de seguridad social ampliadas. Pero los nuevos líderes de la región se enfrentan a graves limitaciones económicas y a una oposición legislativa que podría restringir sus ambiciones, así como a unos votantes intranquilos que se han mostrado dispuestos a castigar a quien no cumpla lo prometido.
Los avances de la izquierda podrían impulsar a China y socavar a Estados Unidos mientras compiten por la influencia regional, dicen los analistas, al presentarse una nueva cosecha de líderes latinoamericanos desesperados por lograr el desarrollo económico y con más apertura hacia la estrategia global de Pekín de ofrecer préstamos e inversiones en infraestructuras. El cambio también podría dificultar que Estados Unidos siga aislando a los regímenes autoritarios de izquierda en Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Con el aumento de la inflación y el estancamiento de las economías, los nuevos líderes de América Latina tendrán dificultades para lograr un cambio real en los problemas profundos, dijo Pedro Mendes Loureiro, profesor de estudios latinoamericanos en la Universidad de Cambridge. Hasta cierto punto, dijo, los votantes están “eligiendo a la izquierda simplemente porque en este momento es la oposición”.
Los niveles de pobreza se encuentran en el nivel más alto de los últimos 20 años en una región en la que un efímero auge de las materias primas permitió a millones de personas ascender a la clase media tras el cambio de siglo. Varios países se enfrentan ahora a un desempleo de dos dígitos, y más del 50 por ciento de los trabajadores de la región están empleados en el sector informal.
Los escándalos de corrupción, el deterioro de la infraestructura y la ausencia crónica de fondos en los sistemas de salud y educación han erosionado la confianza en el gobierno y las instituciones públicas.
A diferencia de lo que ocurrió a principios de la década de 2000, cuando los izquierdistas ganaron presidencias decisivas en América Latina, los nuevos gobernantes tienen que hacer frente a la deuda, a presupuestos magros, a escaso acceso al crédito y, en muchos casos, a una oposición vociferante.
Eric Hershberg, director del Centro de Estudios Latinoamericanos y Latinos de la American University, dijo que la racha ganadora de la izquierda nace de un sentimiento generalizado de indignación.
“En realidad se trata de los sectores de la clase media baja y de la clase trabajadora que dicen: ‘treinta años de democracia y todavía tenemos que ir en un autobús decrépito durante dos horas para llegar a un centro de salud malo’”, dijo Hershberg. Citó la frustración, la ira y “una sensación generalizada de que las élites se han enriquecido, han sido corruptas, no han actuado en favor del interés público”.
La COVID-19 asoló América Latina y devastó economías que ya eran precarias, pero la inclinación política de la región comenzó antes de la pandemia.
El primer hito fue la elección en México de Andrés Manuel López Obrador, que ganó la presidencia con un resultado arrollador en julio de 2018. Durante su discurso de la noche electoral, declaró: “El Estado dejará de ser un comité al servicio de una minoría y representará a todos los mexicanos, a ricos y pobres”.
Al año siguiente, los votantes de Panamá y Guatemala eligieron gobiernos de centroizquierda, y el movimiento peronista de izquierda de Argentina tuvo un sorprendente regreso a pesar del legado de corrupción y mala gestión económica de sus líderes. Con la promesa de “construir la Argentina que nos merecemos”, Alberto Fernández, profesor universitario, celebró su triunfo frente a un presidente conservador que buscaba la reelección.
En 2020, Luis Arce se impuso a sus rivales conservadores para convertirse en presidente de Bolivia. Se comprometió a ampliar el legado del exlíder Evo Morales, un socialista cuya destitución el año anterior dejó brevemente a la nación en manos de una presidenta de derecha.
En abril del año pasado, Pedro Castillo, un maestro de escuela de provincia, sorprendió a la clase política peruana al derrotar por un estrecho margen a la candidata derechista a la presidencia, Keiko Fujimori. Castillo, un recién llegado a la política, arremetió contra las élites y presentó la historia de su vida —un educador que trabajó en una escuela rural sin agua corriente ni sistema de alcantarillado— como una encarnación de los defectos de la clase gobernante.
En Honduras, Xiomara Castro, una candidata de plataforma socialista que propuso el establecimiento de un sistema de renta básica universal para las familias pobres, venció con facilidad en noviembre a un rival conservador para convertirse en presidenta electa.
La victoria más reciente de la izquierda se produjo el mes pasado en Chile, donde Gabriel Boric, un antiguo activista estudiantil de 35 años, venció a un rival de extrema derecha con la promesa de aumentar los impuestos a los ricos para ofrecer pensiones más generosas y ampliar enormemente los servicios sociales.
La tendencia no ha sido universal. En los últimos tres años, los votantes de El Salvador, Uruguay y Ecuador han desplazado a sus gobiernos hacia la derecha. Y en México y Argentina, el año pasado, los partidos de centroizquierda perdieron terreno en las elecciones legislativas, socavando a sus presidentes.
Pero en general, Evan Ellis, profesor de estudios latinoamericanos en el Colegio de Guerra del Ejército de Estados Unidos, dijo no recordar una América Latina “tan dominada por una combinación de izquierdistas y líderes populistas antiestadounidenses”.
“En toda la región, los gobiernos de izquierda estarán particularmente dispuestos a trabajar con los chinos en contratos de gobierno a gobierno”, dijo, y posiblemente “con respecto a la colaboración en materia de seguridad, así como a la colaboración tecnológica”.
Jennifer Pribble, profesora de ciencias políticas de la Universidad de Richmond que estudia América Latina, dijo que el brutal número de víctimas de la pandemia en la región hizo que las iniciativas de izquierda, como las transferencias de efectivo y la atención universal a la salud, fueran cada vez más populares.
“Los votantes latinoamericanos tienen ahora un sentido más agudo de lo que el Estado puede hacer y de la importancia de que el Estado participe en un esfuerzo redistributivo y en la prestación de servicios públicos”, dijo. “Eso condiciona estas elecciones, y está claro que la izquierda puede hablar más directamente de eso que la derecha”.
En Colombia, donde las elecciones presidenciales se celebrarán en mayo, Gustavo Petro, exalcalde izquierdista de Bogotá que perteneció a un grupo guerrillero urbano, ha mantenido una ventaja constante en las encuestas.
Sergio Guzmán, director de la consultora Colombia Risk Analysis, dijo que las aspiraciones presidenciales de Petro se hicieron viables después de que la mayoría de los combatientes de las FARC, un grupo guerrillero marxista, dejaron las armas como parte de un acuerdo de paz alcanzado en 2016. El conflicto había dominado durante mucho tiempo la política colombiana, pero ya no.
“El tema ahora es la frustración, el sistema de clases, la estratificación, los que tienen y los que no tienen”.
Justo antes de Navidad, Sonia Sierra, de 50 años, se encontraba fuera de la pequeña cafetería que regenta en el principal parque urbano de Bogotá. Sus ingresos se habían desplomado, dijo, primero en medio de la pandemia y luego cuando una comunidad desplazada por la violencia se trasladó al parque.
Sierra dijo que estaba muy endeudada después de que su marido fuera hospitalizado con covid. Las finanzas son tan ajustadas que hace poco despidió a su única empleada, una joven venezolana que solo ganaba 7,50 dólares al día.
“Tanto trabajar y no tengo nada”, dijo Sierra, cantando un verso de una canción popular en la época navideña en Colombia. “No estoy llorando, pero sí, me da sentimiento”.
En el vecino Brasil, el aumento de la pobreza, la inflación y una respuesta fallida a la pandemia han convertido al presidente Jair Bolsonaro, el titular de extrema derecha, en un candidato débil de cara a la votación programada para octubre.
El expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, un izquierdista que gobernó Brasil de 2003 a 2010, una época de notable prosperidad, ha conseguido una ventaja de 30 puntos porcentuales sobre Bolsonaro en un cara a cara, según una encuesta reciente.
Maurício Pimenta da Silva, de 31 años, subgerente de una tienda de suministros agrícolas en la región de São Lourenço, en el estado de Río de Janeiro, dijo que se arrepentía de haber votado por Bolsonaro en 2018 y que ahora tiene la intención de apoyar a Da Silva.
“Pensé que Bolsonaro mejoraría nuestra vida en algunos aspectos, pero no lo hizo”, dijo Da Silva, un padre de cuatro hijos que no tiene relación con el expresidente. “Todo es tan caro en los supermercados, especialmente la carne”, agregó, lo que lo llevó a tomar un segundo empleo.
Con los votantes enfrentados a tanta agitación, los candidatos moderados están ganando poca influencia, lamentó Simone Tebet, una senadora de centroderecha en Brasil que planea presentarse a la presidencia este año.
“Si miramos a Brasil y a América Latina, estamos viviendo un ciclo de extremos relativamente aterrador”, dijo. “El radicalismo y el populismo se han impuesto”.
Ernesto Londoño y Flávia Milhorance reportearon desde Río de Janeiro. Julie Turkewitz desde Bogotá.
Ernesto Londoño es el jefe del buró de Brasil, con sede en Río de Janeiro. Anteriormente fue parte del Consejo Editorial del Times y, antes de unirse al diario en 2014, trabajó para The Washington Post. @londonoe • Facebook
Julie Turkewitz es jefa del buró de los Andes, que abarca Colombia, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú, Surinam y Guyana. Antes de mudarse a América del Sur, fue corresponsal de temas nacionales y cubrió el oeste de Estados Unidos. @julieturkewitz
Source: Elections - nytimes.com