SÃO PAULO, Brasil — Cuando Elon Musk llegó a un acuerdo para comprar Twitter, los grupos de derecha en Telegram se volvieron locos. Por fin había un sólido defensor de la libertad de expresión. Además, se trataba de alguien que —los usuarios se apresuraron a confirmar— quería que Carlos Bolsonaro, hijo del presidente, fuera el director general de Twitter en Brasil.
Eso, por supuesto, no era cierto. Pero no me sorprendió. Llevaba semanas siguiendo a esos grupos en la aplicación de mensajería para ver cómo se difundía la desinformación en tiempo real. En Brasil, las noticias falsas parecen ser algo de lo que la población en general aparentemente es víctima; Telegram simplemente ofrece el tipo de agujero negro más profundo en el que se puede caer. Así que supe —por una experiencia horrible, que me dejó boquiabierta— que para muchos activistas de derecha, las noticias falsas se han convertido en un artículo de fe, un arma de guerra, la forma más segura de opacar el debate público.
“Las noticias falsas son parte de nuestras vidas”, dijo el presidente Jair Bolsonaro el año pasado, mientras recibía un premio de comunicación de su propio Ministerio de Comunicaciones. (No se puede ser más orwelliano, ¿verdad?). “Internet es un éxito”, continuó. “No necesitamos regularlo. Dejemos que la gente se sienta libre”.
Se puede entender su punto de vista. Después de todo, las noticias falsas produjeron un titular supuestamente en The Washington Post que decía: “Bolsonaro es el mejor presidente brasileño de todos los tiempos”, y afirmaba que un mitin reciente de la caravana pro-Bolsonaro entró en el Guinness World Records. Sin embargo, mi incursión en los grupos de Telegram del país reveló algo más siniestro que unos artículos manipulados. Estos grupos —que no están regulados, son extremos y desquiciados— sirven para calumniar a los enemigos del presidente y llevar a cabo una operación de propaganda en la sombra. No es de extrañar que Bolsonaro esté tan interesado en mantener una atmósfera en la que todo se vale.
El objetivo primordial es el principal oponente de Bolsonaro en las elecciones de octubre, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. En grupos medianos pro-Bolsonaro, como “Los Patriotas” (11.782 suscriptores) y “Grupo de apoyo a Bolsonaro 2022” (25.737 suscriptores), el enfoque es implacable. Los usuarios compartieron exhaustivamente una imagen alterada digitalmente de un Da Silva sin camisa tomado de la mano con el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, como si hubieran sido una pareja homosexual en la década de 1980. (¿Es necesario decir que es falsa?).
Las afirmaciones son interminables y extravagantes: Da Silva está patrocinado por narcotraficantes; perseguirá a las iglesias; está en contra de que los brasileños de clase media tengan más de un televisor en casa. La gente utiliza lo que pueda conseguir. Un video evidentemente satírico —que muestra a un actor, disfrazado de abogado del Partido de los Trabajadores de Da Silva, confesando el fraude electoral— se presenta como una prueba fehaciente. El nombre del abogado, que se traduce en algo así como “Me Burlo de Ellos”, debería haber dado una pista. Pero en su prisa por satanizar, los seguidores de Bolsonaro no leen las cosas con detenimiento.
Detrás de esa frenética actividad hay una desesperación apenas disimulada. Da Silva supera actualmente a Bolsonaro en la encuesta más reciente con un 41 por ciento frente al 36 por ciento. La realidad de la popularidad de Da Silva es claramente demasiado dolorosa de soportar, por lo que los usuarios de Telegram se refugian en la fantasía. “Por fin una encuesta real”, dijo un usuario, asegurando que una encuestadora imaginaria ponía a Bolsonaro en primer lugar con el 65 por ciento de las intenciones de voto, frente al dieciséis por ciento de su oponente. Cuando no sirve inventar encuestas, siempre se puede suspender la carrera presidencial. “Temeroso de una detención internacional, Lula va a renunciar a su candidatura”, afirmaba otro. El deseo es casi conmovedor.
Los partidarios de Bolsonaro tienen otro gran miedo: el Supremo Tribunal Federal, que ha abierto varias investigaciones sobre el presidente, sus hijos y sus aliados. En Telegram, ese escrutinio no ha sido bien recibido. La gente acusa a los magistrados de defender públicamente la violación, la pederastia, el homicidio, el narcotráfico y el tráfico de órganos. Comparten una fotografía manipulada de un magistrado posando con Fidel Castro. Comparten un video editado en el que otro juez confiesa que el Partido de los Trabajadores lo chantajea por haber participado en una orgía en Cuba. (El juez sí dijo eso, pero en realidad estaba dando un ejemplo extraño de noticias falsas en su contra, un rumor que Bolsonaro ayudó a propagar en Twitter).
Se han tomado algunas medidas para frenar este diluvio de noticias falsas. Algunas plataformas de redes sociales han eliminado videos del presidente que difundían información errónea sobre la COVID-19 y el sistema de votación electrónico del país. WhatsApp decidió no introducir en Brasil una nueva herramienta llamada Comunidades, que reúne varios grupos de chats, hasta que no hayan pasado las elecciones presidenciales. En marzo, el Supremo Tribunal prohibió el uso de Telegram durante dos días porque la empresa había ignorado la petición del tribunal de eliminar una publicación engañosa sobre el sistema electoral del país en la cuenta oficial del presidente (1,34 millones de suscriptores). La empresa aceptó entonces adoptar algunas medidas contra la desinformación, entre ellas un control manual diario de los cien canales más populares de Brasil y una futura asociación con organizaciones de verificación de hechos. En el Congreso se está estudiando un imperfecto proyecto de ley sobre las noticias falsas.
No es suficiente. Una investigación de la policía federal identificó hace poco un esquema orquestado —el llamado gabinete del odio— formado por los aliados más cercanos de Bolsonaro, y probablemente también sus hijos y ayudantes. El propósito del grupo es, supuestamente, identificar blancos como políticos, científicos, activistas y periodistas, y luego crear y difundir desinformación para obtener “beneficios ideológicos, partidistas y financieros”. (Todos ellos niegan las acusaciones). El problema es mucho mayor que unas cuantas publicaciones dispersas de lunáticos.
Al final, no sabemos qué se puede hacer para contener de manera eficaz las enormes campañas de desinformación en las plataformas de las redes sociales, sobre todo antes de unas elecciones nacionales tan importantes. ¿Cómo podemos razonar con personas que creen que “los izquierdistas permiten matar a los bebés a los 28 días de nacer” o que “las vacunas implantan parásitos que se pueden controlar con impulsos electromagnéticos”? Algunos especialistas abogan por añadir etiquetas de comprobación de hechos, dificultar el reenvío de mensajes o introducir la verificación del usuario. Ninguna de esas medidas, supongo, haría mucho para frenar la marea de locura que encontré en Telegram.
Al menos hay una solución a la que podemos recurrir: votar para que dejen su puesto los políticos de las noticias falsas.
Vanessa Barbara es editora del sitio web literario A Hortaliça, autora de dos novelas y dos libros de no ficción en portugués y colaboradora de la sección de Opinión del Times.
Source: Elections - nytimes.com