Serena y sin perder la compostura, Kamala Harris usó sus palabras, y sobre todo su lenguaje corporal, para desestabilizar a Donald Trump, provocar su ira y luego simplemente dejar que se hiciera daño a sí mismo.
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Ella lo miró con una ceja arqueada. Un suspiro calmado. Una mano en la barbilla. Una risa. Una mirada compasiva. Un movimiento de cabeza desdeñoso.
Desde los primeros momentos del debate contra Donald Trump, Kamala Harris explotó hábilmente la mayor debilidad de su oponente.
No se centró en su historial. Tampoco en sus políticas divisivas ni en sus múltiples declaraciones incendiarias.
En vez de eso, se enfocó en una parte mucho más básica de él: su ego.
En sus mítines, en sus serviles redes sociales y cuando está rodeado de aduladores en Mar-a-Lago, a Trump nadie lo cuestiona, nadie le discute, nadie se burla de él.
Eso cambió durante 90 minutos el martes en Filadelfia, cuando la mujer que nunca antes se había reunido con él logró, poco a poco, penetrar su seguridad y provocar su enfado y su ira.
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Source: Elections - nytimes.com