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La influencia de Donald Trump a un año del asalto al Capitolio

Su influencia sobre el partido muestra, una vez más, que el expresidente es capaz de sobreponerse a casi cualquier periodo de indignación, sin importar su intensidad.

Hace un año, el mismo día en que partidarios febriles de Donald Trump irrumpieron en el Capitolio de Estados Unidos en una revuelta violenta que mancilló el símbolo de la democracia estadounidense, la dirigencia del Comité Nacional Republicano estaba reunida en el hotel Ritz-Carlton de la Isla de Amelia, Florida, a unos 1120 kilómetros de distancia.

En Washington, el futuro político de Trump jamás se había visto tan sombrío, y se debilitaba con rapidez. Había perdido las elecciones y, a modo de protesta, su personal de alto nivel estaba renunciando. Sus aliados más importantes lo repudiaban. Pronto sería expulsado de las redes sociales.

Pero los cimientos de un renacimiento político, al menos dentro de su partido, estuvieron allí desde el principio.

Con los vidrios rotos y los escombros aún desperdigados por las instalaciones del Capitolio, más de la mitad de los republicanos de la Cámara de Representantes votaron en contra de la certificación de las elecciones, repitiendo el falso argumento de fraude planteado por Trump. Aunque el comité nacional del partido redactó un comunicado en el que condenaba la violencia (sin mencionar el nombre de Trump), algunos miembros del comité presionaron para que se añadiera una muestra de solidaridad hacia la perspectiva de la muchedumbre que asaltó el Capitolio. Sus peticiones tuvieron que ser rechazadas.

La mañana siguiente, Trump hizo una llamada por altavoz a la reunión del comité. “¡Lo amamos!”, gritaron algunos de los asistentes.

“Muchos de quienes venimos de los estados del noreste solo resoplamos”, dijo Bill Palatucci, integrante del comité nacional republicano procedente de Nueva Jersey y un importante detractor de Trump dentro del partido. Pero fue más común la postura de miembros como Corey Steinmetz, de Wyoming, quien dijo en una entrevista que culpar a Trump por los acontecimientos del 6 de enero “no fue más que una mentira desde el principio”.

En este momento, el Partido Republicano le sigue perteneciendo en gran medida a Trump, y ha transformado sus mentiras sobre el robo de las elecciones en un artículo de fe, e incluso en una prueba de fuego que intenta imponer con los candidatos que respalda en las elecciones primarias de 2022. Es el patrocinador más codiciado del partido, su principal recaudador de fondos y quien va adelante en las encuestas para la nominación presidencial de 2024.

Trump también es una figura profundamente divisiva, impopular entre el electorado más general y bajo investigación por sus prácticas empresariales y su intromisión en las actividades de las autoridades electorales en el condado de Fulton, Georgia. Sigue siendo el mismo político cuya Casa Blanca presenció cuatro años de derrotas devastadoras para los republicanos, entre ellas las de la Cámara de Representantes y el Senado. Y pese a que unos cuantos republicanos dispersos alertan de manera pública que el partido no debería ceñirse a él, son más quienes, en privado, se preocupan por las consecuencias.

No obstante, a un año de incitar el asalto al Capitolio para frustrar por la fuerza la certificación de las elecciones, su poder inigualable dentro del Partido Republicano es un testimonio de su influencia constante en la lealtad de las bases del partido.

Su regreso —si acaso se necesitaba entre los republicanos— es el ejemplo más reciente de una lección permanente de su turbulenta etapa en la política: que Trump puede sobrevivir a casi cualquier periodo de indignación, sin importar su intensidad.

Los reflectores apuntan a otra parte. El escándalo se desvanece. Y luego, él reescribe la historia.

El relato distorsionado que Trump ha creado en torno al 6 de enero es que “la verdadera insurrección tuvo lugar el 3 de noviembre”, el día en que perdió unas elecciones que fueron libres y justas.

Hubo un breve momento, como consecuencia del asalto del 6 de enero, en el que los dirigentes republicanos de la Cámara de Representantes y el Senado tuvieron la oportunidad de cortar por lo sano con Trump, mientras los demócratas se apresuraban para llevarlo a juicio político.

“No cuenten conmigo”, había dicho en el Senado Lindsey Graham, senador republicano por Carolina del Sur que era un aliado incondicional de Trump. “Ya basta”.

Pero a los votantes republicanos no les afectó tanto como a algunos legisladores republicanos que apenas lograron escapar de la violencia ese día y se encontraban en un momento decisivo. Una encuesta de AP-NORC reveló que después de un mes, a principios de febrero de 2021, solo el 11 por ciento de los republicanos dijeron que Trump tenía mucha o bastante responsabilidad por el asalto al Capitolio; en la actualidad, esa cifra es del 22 por ciento.

Los políticos republicanos se realinearon con rapidez para coincidir con la opinión pública. En menos de una semana, Graham estaba de nuevo al lado de Trump en el avión presidencial y, el año pasado, en repetidas ocasiones visitó los campos de golf de Trump para ser visto con el expresidente.

Tal vez el primer apoyo renovado a Trump que tuvo mayores consecuencias provino de Kevin McCarthy, el líder republicano de la Cámara de Representantes que el 13 de enero había dicho que Trump “tiene responsabilidad” por la revuelta. Para finales del mes, ya iba en un avión con destino a Mar-a-Lago para intentar hacer las paces.

Un artículo sobre la reunión privada se publicó antes de tiempo. “¿Tú la filtraste?”, le dijo Trump a McCarthy dos veces, según dos personas informadas sobre la discusión. McCarthy dijo que no.

Trump sonrió sutilmente y se encogió de hombros, con lo que parecía reconocer que McCarthy no había sido quien había filtrado la reunión. “Pero es bueno para los dos, Kevin”, dijo Trump. Un portavoz de McCarthy se negó a comentar, mientras que un portavoz de Trump negó que se hubiera producido ese intercambio.

Después, el comité de acción política (PAC, por su sigla en inglés) de Trump publicó una foto de los dos juntos.

Dentro del Senado, el líder republicano, Mitch McConnell había sido más firme al acusar a Trump. “El presidente Trump es el responsable, en términos prácticos y éticos, de provocar los acontecimientos de este día”, declaró en un discurso en el pleno del Senado y añadió: “El líder del mundo libre no puede pasar semanas vociferando que fuerzas sombrías nos están robando el país y luego parecer sorprendido cuando la gente le cree y hace cosas imprudentes”.

Pero al final, McConnell votó por absolver a Trump en su juicio político cuando se le acusó de exhortar a la insurrección.

Ahora Trump y McConnell no se dirigen la palabra, pese a que el senador por Florida Rick Scott, quien encabeza el órgano de campaña del Partido Republicano en el Senado, ha estado muy atento con Trump e incluso le otorgó el nuevo premio de “Defensor de la libertad” en un viaje que realizó en abril a Mar-a-Lago.

Ese mismo fin de semana, en un evento de recaudación de fondos del Comité Nacional Republicano, Trump destrozó a McConnell mientras hablaba con donadores al proferir un burdo insulto a su inteligencia.

Al salir del cargo, Trump había dicho en un momento de ira que crearía un tercer partido, aunque cerró la posibilidad a esa idea en su primer discurso pospresidencial a fines de febrero, en la Conferencia de Acción Política Conservadora de activistas pro-Trump.

En cambio, dijo, planeaba retomar el dominio del Partido Republicano y purgarlo de sus críticos.

“Deshacerme de todos ellos”, dijo.

Trump ya ha apoyado a candidatos en casi 100 contiendas de las elecciones intermedias y ha instituido la temporada de elecciones primarias de 2022 como un periodo de venganza contra los republicanos que se atrevieron a contrariarlo. A algunos asesores les preocupa que su amplia serie de respaldos lo exponga a posibles derrotas contundentes que podrían implicar un debilitamiento de su influencia en el electorado republicano.

Sin embargo, Trump ha reclutado contrincantes para sus detractores más fuertes del partido, como Liz Cheney, representante por Wyoming, quien fue expulsada de la dirigencia de la Cámara de Representantes por rehusarse, en sus propias palabras, a “difundir las perniciosas mentiras de Trump” sobre las elecciones de 2020.

Whit Ayres, un experimentado encuestador republicano, señaló que el respaldo de Trump tiene mucho peso en las primarias, pero es “una peligrosa arma de dos filos” en los distritos indecisos.

“Queda muy claro que los candidatos que desean ser competitivos en las elecciones generales están siendo cautelosos acerca de cuánto se acercan a él durante las primarias”, explicó, y señaló que el gobernador electo de Virginia, Glenn Youngkin, había dado un “típico ejemplo” del tipo de balance que es necesario hacer.

Una de las razones por la que a los líderes del partido les ha resultado tan difícil distanciarse de Trump es que sigue siendo la fuerza de recaudación de fondos más importante entre los contribuyentes de base del partido.

Después de que en la práctica se suspendió su operación de financiamiento de campaña luego del disturbio del Capitolio, Trump la reactivó el día que pronunció su discurso ante la Conferencia de Acción Política Conservadora. Los registros federales muestran que recaudó casi 3,5 millones de dólares por internet; la suma de un solo día a la que no se acercó ningún político ni comité del Partido Republicano en la primera mitad de 2021.

El dinero es un indicador tan poderoso de su influencia como las encuestas.

Para principios del verano, Trump estaba igualando casi sin ayuda a toda la alineación republicana en internet. El Comité Nacional Republicano junto con los comités de campaña del Senado y de la Cámara de Representantes recaudaron en total 2,34 millones de dólares por internet en los últimos cinco días de junio. Los comités de Trump recaudaron 2,29 millones.

El partido sigue dependiendo mucho de los mensajes pro-Trump para motivar a sus seguidores en línea. Al mismo tiempo, el Comité Nacional Republicano ha aceptado pagar hasta 1,6 millones de dólares de los gastos judiciales personales de Trump.

Los acontecimientos del 6 de enero sí han tenido consecuencias para Trump. En un principio, el expresidente planeaba organizar una conferencia de prensa para el aniversario, pero el martes se arrepintió de manera abrupta debido a que sus aliados y asesores le advirtieron que esto resultaría contraproducente.

Además, aunque Trump sigue siendo popular entre los republicanos, las encuestas recientes sobre las elecciones primarias de 2024 muestran una posible debilidad, a pesar de que ahora tiene una cómoda delantera. Como un indicio de agotamiento, incluso entre sus partidarios, una porción considerable de los republicanos (hasta un 40 por ciento, según una encuesta de noviembre de la Escuela de Derecho de la Universidad Marquette) afirma que preferiría que no volviera a contender. Dicha encuesta también mostró que el 73 por ciento de los independientes también prefieren que no se postule.

Algunos republicanos, como el gobernador de Florida, Ron DeSantis, quien, según las encuestas, siempre ha quedado en un lejano segundo puesto con respecto a Trump, no han querido decir si se retirarían de la contienda en caso de que Trump participe.

Otros, en especial Chris Christie, exgobernador de Nueva Jersey, han dicho que la decisión de Trump no afectará la de ellos. Christie, un exasesor que rompió con Trump después del 6 de enero, ha resultado ser uno de los pocos republicanos destacados que ha rechazado las mentiras de Trump sobre las elecciones de 2020.

Después del 6 de enero, fue trascendental la expulsión de Trump de Facebook y, sobre todo, de Twitter, ya que se quedó fuera de las plataformas que le habían permitido comunicarse de manera directa con decenas de millones de personas.

En privado, algunos de los asesores de Trump creen que su ausencia en internet ha sido una bendición disfrazada que lo ha mantenido alejado de la atención pública mientras que el presidente Joe Biden enfrenta el doble desafío político del aumento de la inflación y la nueva oleada del virus.

Pero ahora, Trump está planeando tener un mayor perfil público en 2022, ampliar su operación política y establecer un plan más intenso de mítines.

Y está obsesionado con su historial de victorias y derrotas en las primarias republicanas: “152 contra 2 en respaldos”, le dijo al locutor de radio conservador Hugh Hewitt el mes pasado, y agregó: “Me lo tomo muy en serio”.

Trump ha dicho que no anunciará sus planes para 2024 hasta después de las elecciones intermedias. Pero cuando Hewitt preguntó qué pasaría con su base si no se postulaba, Trump respondió con rapidez.

“Si decido eso”, dijo, “creo que mi base se va a enojar mucho”.

Shane Goldmacher es reportero político nacional y antes fue el corresponsal político en jefe de la sección Metro. Antes de unirse al Times, trabajó en Politico, donde cubrió la política del Partido Republicano a nivel nacional y la campaña presidencial de 2016. @ShaneGoldmacher

Maggie Haberman es corresponsal de la Casa Blanca. Se unió al Times en 2015 como corresponsal de campaña y formó parte de un equipo que ganó un Pulitzer en 2018 por informar sobre los asesores de Trump y sus conexiones con Rusia. @maggieNYT



Source: Elections - nytimes.com


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