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    ¿Qué es alta política? Vacunar a todos

    Las vacunaciones en América Latina han sido un desastre, producto de problemas de infraestructura y una dirigencia demasiado ocupada en su subsistencia. ¿Pedimos demasiado si reclamamos hacer lo correcto?Hace unos días escuché conversar a dos mujeres en Barcelona mientras esperaban por su vacuna contra la covid. Una se quejaba del manejo de la pandemia con una amargura ecuménica: no importa si eres catalanista o estás a favor del gobierno central, decía, necesitas dar señales claras. Debe haber un mando único, aseguraba. La amiga asentía y al final soltó la perla: “Así debe ser, pero no puedes derramar vino de un cazo vacío”.Europa aun tienen dificultades para probar que la vacunación puede ser veloz cuando poco más del 4 por ciento de la población continental ha recibido un pinchazo en el brazo. Pensaba en eso —y en las señoras del cazo vacío— cuando revisaba las cifras de vacunación en América Latina. Excluido Chile —donde aproximadamente el 20 por ciento de la población está vacunada y se anuncia inmunidad de rebaño tan temprano como en junio—, el resto de la región no ha inyectado, en promedio, ni al uno por ciento de sus ciudadanos.América Latina no ha sido inmune a la degradación creciente de la política, con dirigencias obsesivamente ocupadas en la próxima elección —o en la perpetuidad— y en peleas menores entre gobiernos y oposiciones mientras pobreza, corrupción, atraso y, ahora, miles de muertes parecen suceder en un universo paralelo. Es ciertamente enervante que la escala de prioridades parezca al revés o, peor, inexistente.Estos son momentos de alta política, y alta política ahora es vacunar pronto a todo el mundo. Los míos, los tuyos, los ajenos. Ricos, pobres. Tener que escribir esto es increíble, porque es evidente, pero vamos: no hay mejor política de Estado que superar la facción y trabajar para todos. Cuando se trata de salud pública en una pandemia, la ideología es una: socializas beneficios.Y, sin embargo, muchos mandatarios y gobiernos parecen más preocupados en ganar las próximas elecciones. El ciclo electoral inició en 2021 con Ecuador y en los últimos meses votaron El Salvador y Bolivia. Este año habrá presidenciales en Perú, Nicaragua, Chile, Honduras, legislativas en México y Argentina y municipales en Paraguay. Toda la región parece en campaña electoral y la pandemia ha resultado una magnífica oportunidad propagandística. Pero las contiendas y las disputas políticas debieran ser secundarias cuando es preciso detener las muertes actuales y evitar la expansión del virus con vacunas. Pronto, sin improvisar y sin opacidad.Es imperdonable que los políticos privilegien sus disputas por encima de las necesidades de las mayorías. Y no es que no deban defender sus intereses sino que la escala de prioridades no admite discusión: la demanda de la facción no puede moralmente anteponerse a la necesidad general. No puede ser votos o muertos.Los problemas son mayores. En toda la región, el déficit de insumos y equipamiento ha sido democráticamente lamentable. Y las imágenes son desastrosas: hospitales desbordados de Perú y Ecuador, falta de información y hasta represión en Nicaragua y Venezuela, un colapso anunciado en Brasil y México es el tercer país con mayor número de muertes del mundo.A los errores de la gestión de la pandemia, se suman décadas de mala gobernanza. Mientras los gobiernos de Corea, Taiwán y Japón implementaron un rastreo minucioso de casos; en muchas ciudades principales de América Latina no hay siquiera padrones digitalizados de la ciudadanía ni bases de datos centralizadas. Unos 34 millones de latinoamericanos no tienen documentos de identificación, lo que significa que ni siquiera figuran en un registro civil. El sistema tiene ineficiencias que preceden a casi todos los gobiernos actuales. Por eso cuando llega una crisis, encuentras enfermeras malpagadas y agotadas atendiendo enfermos envueltas en bolsas de basura pues carecen de equipos. Y observas que algunos gobiernos no se agenciaron suficientes vacunas por incapacidades burocráticas e imprevisión administrativa.De acuerdo, todo esto podría ser achacable al desguace estructural de la salud pública, pero estamos en otro juego cuando episodios de abuso y amiguismo o las agendas políticas de quienes ahora están al mando se interponen entre la vida y la muerte de la población. Si nuestros dirigentes se emplean más en sus guerritas de baja intensidad para acumular poder mientras sus ciudadanos mueren, son miserables.La inversión de prioridades sucede en casi toda la región. Jair Bolsonaro —que cambió cuatro veces de ministro de Salud— entiende la pandemia como un problema personal: entorpeció su deseo de manejar Brasil a placer. Andrés Manuel López Obrador pasa más tiempo empeñado en defender la Cuarta Transformación rumbo a las elecciones legislativas que podrían darle una mayoría absoluta en el Congreso que creando planes de rescate económico a los habitantes de México. En Argentina, el proceso de vacunación está sembrado de dudas: ¿sería tan veloz si el gobierno de Alberto Fernández no tuviera una elección intermedia por ganar? Tampoco en El Salvador, Nicaragua o Venezuela ha habido la integridad de separar el rol funcionarial de la propaganda.En el fondo, la manera en que vacunamos habla de lo que creemos y somos capaces. En Argentina, por ejemplo, una líder opositora sugirió que debiera permitirse a los privados vender dosis y enviar a quien no tiene dinero a la seguridad social o a pedir subsidios. La idea es un absurdo cuando la mayoría de los procesos exitosos de vacunación —y de gestión de la pandemia en las fases críticas— son públicos y centralizados. La evidencia sugiere que una campaña veloz y masiva requiere del Estado a cargo con apoyo de voluntarios de la sociedad civil.El Estado es un elefante —fofo o hambreado— y precisa gimnasia. Por eso es relevante el factor humano para moverlo. Esto es, aun cuando hay infraestructura y enfrentas una crisis de salud pública, la inteligencia de gestión y la capacidad burocrática son capitales. Pero si quienes dirigen lanzan señales equívocas o son cínicos incapaces de hacer alta política, los resultados no pueden ser más que letales. América Latina es ya la región del mundo con más muertos por habitante.Si la opinión pública sabe que las infraestructuras son buenas y sus dirigentes dan el ejemplo, no tendrá una repentina crisis de desconfianza. Las infraestructuras deben soportar; los funcionarios, funcionar.¿Hay sustancia, entonces, o deberemos convencernos de que pedimos vino a una clase política que es un cazo vacío?Diego Fonseca (@DiegoFonsecaDF) es colaborador regular de The New York Times y director del Seminario Iberoamericano de Periodismo Emprendedor en CIDE-México y del Institute for Socratic Dialogue de Barcelona. Voyeur es su último libro. More

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    La oposición brasileña necesita unirse para acabar con Bolsonaro

    AdvertisementContinue reading the main storyOpiniónSupported byContinue reading the main storyComentarioLa oposición brasileña necesita unirse para acabar con BolsonaroLas elecciones municipales de Brasil fueron una dura derrota para el presidente, pero una oposición dividida podría favorecerlo.El presidente de Brasil, Jair BolsonaroCredit…Ueslei Marcelino/ReutersEs periodista y narrador.21 de diciembre de 2020BARCELONA, España — El gran derrotado en las elecciones municipales de noviembre en Brasil fue el presidente Jair Bolsonaro. La mayoría de sus candidatos perdió y sus resultados en São Paulo y Río de Janeiro fueron humillantes. Aunque conserva parte del apoyo popular —del 35 al 37 por ciento—, su respaldo electoral se redujo al de cuando era solo un diputado gritón y maleducado al que nadie tomaba en serio.Pero su derrota no significó un triunfo de la izquierda, que recuperó poco espacio y solo gobernará una capital, Belém (Pará). Fue la derecha de antes —de cuando ser “de derecha” no incluía ser antivacunas ni defender la tortura— que salió victoriosa, porque reconquistó votos perdidos y atrajo a electores del centro con candidatos moderados, contrarios al extremismo del presidente.Aunque las elecciones municipales tengan su dinámica propia, con factores locales, muestran tendencias que anticipan un cuadro complejo para las presidenciales de 2022. Si bien Bolsonaro sufrió una clara derrota, no hay una oposición fuerte. El voto en su contra está dividido entre una izquierda aún golpeada y fragmentada —pero con capacidad de movilización— y una derecha sin un proyecto claro y aún atada a polarizaciones del pasado. Si ambos grupos votaran a un mismo candidato en dos años, podrían vencer.Hay dos futuros posibles para Brasil: Bolsonaro podrá ser recordado como una breve anomalía histórica que dejó un desastre (más de 186.000 muertos por el coronavirus, la Amazonía amenazada, la democracia moribunda y una sociedad enfrentada por una política de odio), pero que al final fue superada; o bien como el inicio de una transformación sistémica que terminó por erosionar la democracia y la modernidad en Brasil. Para evitar esto último, los demócratas de todo el arco político deben buscar juntos la salida del infierno, como hicieron los chilenos en los noventa frente al dictador Augusto Pinochet.El golpe parlamentario contra Dilma Rousseff, en 2016, y la posterior persecución y encarcelamiento político de Luiz Inácio Lula da Silva son una herida abierta entre izquierda y derecha, pero algún entendimiento será necesario. Sin renunciar a la disputa ideológica, ambos bloques podrían trazar una línea roja contra el fascismo.Para ello, por un lado, la izquierda debería abandonar su guerra de egos, modernizarse y volver a dialogar fuera de su burbuja. Por otro lado, los sectores democráticos de la derecha y la centroderecha deberían alejarse de quienes, en sus filas y en el mal llamado “centrão” (partidos clientelistas cuyo peso en el Congreso les permite negociar cargos y prebendas), prefieren ser socios menores de un presidente autoritario.Hay antecedentes que Brasil podría observar. A finales de los ochenta, la oposición a la dictadura militar en Chile logró unir a partidos de izquierda, centro y derecha comprometidos con la democracia. Esa peculiar alianza derrotó al dictador en el referéndum de 1988 y ganó en 1989 las primeras elecciones presidenciales libres desde el golpe de 1973.Si en Brasil no fuese posible una concertación a la chilena, al menos debería haber un compromiso para enfrentar en relativa alianza a Bolsonaro y apoyar a quien llegue a la segunda vuelta para derrotarlo en 2022.Hay un cambio de tendencia que favorece esa posibilidad. En 2018, el desconocido Wilson Witzel fue electo gobernador de Río de Janeiro con una victoria aplastante gracias al apoyo público de los hijos de Bolsonaro (luego fue apartado del cargo por denuncias de corrupción). En uno de sus actos de campaña, mientras Witzel levantaba el puño, un candidato vestido con una remera de Bolsonaro mostró una placa rota con el nombre de Marielle Franco, concejala de izquierda asesinada a tiros por sicarios de una mafia con vínculos a la familia del presidente. Entonces, la “ola” de la extrema derecha era tan fuerte que ese candidato fue el legislador más votado del estado.Pero esa ola ya no tiene la misma fuerza. Bolsonaro publicó en Twitter una lista de sus apadrinados para estas elecciones municipales. Aunque luego borró el tuit, la derrota era evidente: de los 13 candidatos a alcalde que apoyaba, 11 perdieron.Hay que prestar atención a las dos grandes capitales. En São Paulo, el candidato del presidente, Celso Russomanno, apenas obtuvo el 10,5 por ciento de los votos. En una segunda vuelta que pareció un retorno a la normalidad, un candidato de izquierda, Guilherme Boulos, y un liberal de centroderecha, Bruno Covas, se enfrentaron de forma civilizada, y cuando Covas venció dijo que “es posible hacer política sin odio”.En Río de Janeiro, el candidato que Bolsonaro respaldó, el actual alcalde, Marcelo Crivella (pastor homofóbico y sobrino del dueño de la Iglesia Universal del Reino de Dios), fue humillado en las urnas. Su adversario en la segunda vuelta, Eduardo Paes, recibió el apoyo del electorado de izquierda pese a ser de centroderecha y ganó en todos los barrios.Bruno Covas celebra su victoria en las elecciones municipales de Brasil, en donde ganó la reelección a la alcaldía de São Paulo.Credit…Amanda Perobelli/ReutersEduardo Paes vota durante las elecciones de noviembre, en donde obtuvo la victoria para ser el alcalde de Río de Janeiro.Credit…Sergio Moraes/ReutersCovas, Paes y otros vencedores se diferencian, por su moderación, de sus propios partidos, que en los últimos años se acercaron peligrosamente a la extrema derecha. El éxito de los candidatos moderados parece ser la lección de estas elecciones para la derecha.Antes del balotaje presidencial de 2018, que concluyó con la victoria de Bolsonaro, el diario Estado de S. Paulo afirmó en un editorial que elegir entre Fernando Haddad (del partido de Lula) y Jair Bolsonaro era “muy difícil”. De un lado, estaba Haddad, un político sin antecedentes de corrupción, profesor universitario, con buenas gestiones como alcalde y ministro. Del otro, Bolsonaro, un militar retirado que reivindicaba la dictadura, amenazaba a sus adversarios y hacía campaña con mentiras. Pero dos años después, la elección no parece tan difícil. Los resultados de la gestión de Bolsonaro confirman lo falsa que era esa simetría. Solo en las últimas semanas, el presidente brasileño ha realizado una campaña contra las vacunas en plena pandemia de la COVID-19, en el segundo país del mundo con más muertes.La situación de Brasil no es normal y hace falta responsabilidad histórica.En 2022, en la primera o la segunda vuelta, todos los demócratas deben unirse para impedir la reelección del peor presidente de su historia, aunque eso signifique hacer acuerdos con adversarios de toda la vida. Será imprescindible para que la pesadilla Bolsonaro acabe para siempre.Bruno Bimbi es periodista y narrador. Ha escrito los libros Matrimonio igualitario y El fin del armario. Vivió diez años en Brasil y fue corresponsal para la televisión argentina.AdvertisementContinue reading the main story More