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    Bolsonaro teme ir a la cárcel. Y con razón

    SÃO PAULO — “Quiero que esos sinvergüenzas lo sepan”, dijo el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, a sus seguidores el año pasado. “¡Nunca iré preso!”.Estaba gritando. Pero Bolsonaro tiende a exaltarse cuando habla de la posibilidad de ir a prisión. “Por Dios que está en el cielo”, declaró ante un grupo de empresarios en mayo, “nunca me arrestarán”. Como pasa “más de la mitad” de su tiempo lidiando con demandas, seguramente se siente con suficientes recursos para evitar una detención. Pero este desafío suena desesperado. El destino de la expresidenta de Bolivia Jeanine Añez, quien hace poco fue sentenciada a prisión, presuntamente por haber orquestado un golpe de Estado, se percibe con fuerza en el aire.Para Bolsonaro, es una advertencia. De cara a las elecciones presidenciales de octubre, que según todas las proyecciones perderá, Bolsonaro está visiblemente preocupado de también ser arrestado por, como trató de minimizarlo sin dar más detalles, “actos antidemocráticos”. Ese temor explica sus intentos desesperados por desacreditar las elecciones antes de que se lleven a cabo; por ejemplo, al reunir a decenas de diplomáticos extranjeros para deslegitimar el sistema de votación electrónica del país.Sin embargo, sin importar cuán absurdo sea su comportamiento —y no hay duda de que obligar a los embajadores a escuchar su diatriba descabellada durante 47 minutos es delirante— el motivo de fondo sigue teniendo sentido. Porque, a decir verdad, Bolsonaro tiene bastantes razones para temer ir a prisión. De hecho, cada vez es más difícil seguir la pista a todas las acusaciones contra el presidente y su gobierno.Para empezar, está el asunto no menor de la investigación del Supremo Tribunal Federal de Brasil sobre los aliados de Bolsonaro debido a su participación en una especie de “grupo paramilitar digital” que inunda las redes sociales con desinformación y coordina campañas de desprestigio en contra de sus opositores políticos. En una investigación relacionada, el propio Bolsonaro está siendo investigado por su “participación directa y relevante” en la promoción de desinformación, según describe el informe de la Policía Federal.No obstante, los delitos de Bolsonaro distan de limitarse al mundo digital. Los escándalos de corrupción han definido su mandato y la podredumbre comienza en casa. Dos de sus hijos, que también son servidores públicos, han sido acusados por fiscales estatales de robar fondos públicos de manera sistemática al embolsarse parte de los salarios de asociados cercanos y empleados inexistentes en sus nóminas. Acusaciones similares, relacionadas con su periodo como legislador, se han esgrimido contra el propio presidente. En marzo, fue acusado de improbidad administrativa por mantener a un empleado inexistente como su asesor en el Congreso durante 15 años (el presunto asesor en realidad era un vendedor de açaí).Las acusaciones de corrupción también giran en torno a altos mandos del gobierno. En junio, el exministro de Educación de Brasil, Milton Ribeiro, fue arrestado por delitos de tráfico de influencias. Bolsonaro, a quien Ribeiro mencionó por su nombre en grabaciones comprometedoras de audio, salió de inmediato en defensa del ministro. “Pondría la cara al fuego por Milton”, declaró el presidente antes del arresto y poco después explicó que solo pondría una mano al fuego. Contra toda las pruebas disponibles, sostiene que no hay “corrupción endémica” en su gobierno.Además, está el informe nada favorecedor de la comisión especial del Senado sobre la respuesta de Brasil a la COVID-19, que describe cómo el presidente contribuyó a la propagación del virus y puede considerársele responsable de hasta 679.000 muertes en Brasil. El informe recomienda que a Bolsonaro se le imputen nueve delitos, incluida la malversación de fondos públicos, la violación de derechos sociales, así como delitos de lesa humanidad.¿Cómo responde el presidente a este pliego de cargos que se acumulan? Con órdenes para reservar la información. Estas órdenes, que ocultan las pruebas durante un siglo, se han aplicado a todo tipo de información “sensible”: los gastos detallados de la tarjeta de crédito corporativa de Bolsonaro; el proceso disciplinario del ejército que absolvió a un general y al exministro de Salud por haber participado en una manifestación a favor de Bolsonaro, y los informes de los fiscales sobre la investigación por corrupción en contra de su hijo mayor. Esto dista mucho del hombre que, al principio de su mandato, se jactó de que traería consigo “¡transparencia antes que nada!”.Si las órdenes para reservar la información no funcionan, queda la obstrucción de la justicia. Bolsonaro ha sido acusado con frecuencia de tratar de obtener información privilegiada de las investigaciones o de impedirlas por completo. En el ejemplo más conocido, el presidente fue acusado por su propio exministro de Justicia de interferir con la independencia de la Policía Federal. Es una acusación creíble. Después de todo, en una grabación filtrada de una reunión ministerial de hace dos años, se captó a Bolsonaro diciendo que no iba a quedarse “sentado viendo cómo joden a mi familia o a mis amigos”, cuando todo lo que tenía que hacer era sustituir a las autoridades encargadas de la procuración de justicia.Pero para ejercer ese poder necesita seguir en el cargo. Con eso en mente, Bolsonaro ha estado repartiendo altos cargos en el gobierno y usando una reserva de fondos, conocida como “el presupuesto secreto” por su falta de transparencia, a fin de asegurarse de contar con el apoyo de los legisladores de centro. Dada la fuerza que han cobrado las demandas de destitución —desde diciembre de 2021 se han presentado más de 130 solicitudes en su contra— necesita todo el apoyo que pueda reunir. La estrategia es bien conocida: Bolsonaro confesó haber hecho ambas cosas para “calmar al Congreso”. Niega que el presupuesto sea secreto, a pesar de que quienes solicitan fondos de él permanecen en el anonimato.Sin embargo, el mayor reto es ganarse al electorado. En este caso, Bolsonaro recurre de nuevo a triquiñuelas y soluciones alternativas. En julio, el Congreso aprobó una reforma constitucional —que el ministro de Economía apodó el “proyecto de ley kamikaze”— que le otorga al gobierno el derecho a gastar 7600 millones de dólares adicionales en pagos de asistencia social y otras prestaciones hasta el 31 de diciembre. Si suena como un intento descarado de conseguir apoyos en todo el país es porque lo es.Nadie sabe si esto ayudará a la causa del presidente. Pero las señales que envía son inconfundibles: Bolsonaro está desesperado por evitar la derrota. Y tiene muchas razones para querer evitarla.Vanessa Barbara es editora del sitio web literario A Hortaliça, autora de dos novelas y dos libros de no ficción en portugués y colaboradora de la sección de Opinión del Times. More

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    Bolsonaro tem medo de ser preso, e com razão

    SÃO PAULO, Brasil — “Quero dizer aos canalhas,” o presidente Jair Bolsonaro falou a apoiadores no ano passado, “que eu nunca serei preso!”Ele estava gritando. É que Bolsonaro tende a ficar exaltado quando fala sobre a perspectiva de detenção. “Por Deus que está no céu, eu nunca serei preso,” ele declarou a uma plateia de empresários em maio. Como ele passa “mais da metade” do seu tempo lidando com processos, certamente se sente bem preparado para essa possibilidade. Mas há desespero em sua fala. O destino da ex-presidente boliviana Jeanine Añez, que foi recentemente condenada à prisão sob a alegação de orquestrar um golpe, paira pesadamente no ar.Para Bolsonaro, o caso serve de alerta. A poucos meses das eleições presidenciais em outubro, que ele se encaminha para perder, Bolsonaro está claramente preocupado em também ser preso por exercer “atos antidemocráticos,” como ele mesmo diz, usando um eufemismo pouco característico. Esse temor explica suas tentativas enérgicas de desacreditar a eleição antes mesmo que ela ocorra — por exemplo, quando ele decide reunir dezenas de diplomatas estrangeiros para enxovalhar o sistema eletrônico de votação do nosso país.E ainda assim, por mais que esse comportamento seja absurdo — e forçar os embaixadores a presenciar uma diatribe de 47 minutos certamente está na ponta bizarra do espectro — a justificativa por trás disso faz perfeito sentido. Pois a verdade é que Bolsonaro tem motivos suficientes para temer a prisão. De fato, está cada vez mais difícil acompanhar todas as acusações contra o presidente e seu governo.Para começar, temos a mísera questão de que vários aliados de Bolsonaro estão sendo investigados no Supremo Tribunal Federal por participar de uma espécie de “milícia digital” que inunda as redes sociais com desinformação e coordena campanhas de difamação contra seus oponentes políticos. Em um inquérito relacionado, o próprio Bolsonaro está sendo investigado por sua “atuação direta e relevante” em promover a desinformação, nas palavras de um relatório da Polícia Federal.Os delitos de Bolsonaro, porém, não se limitam à esfera digital. Escândalos de corrupção definiram sua administração, sendo que o estrago começa em casa. Dois de seus filhos, que também detêm cargos públicos, foram acusados por procuradores estaduais de Justiça pelo roubo sistemático de verbas públicas ao embolsar parte dos salários de aliados e de funcionários-fantasmas que constavam de suas folhas de pagamento. Acusações similares foram feitas ao próprio presidente, em relação a seu período como deputado federal. Em março, ele foi indiciado por improbidade administrativa por manter uma funcionária-fantasma como sua secretária parlamentar por 15 anos. (A suposta assessora era, na verdade, uma vendedora de açaí.)Acusações de corrupção também rodeiam membros de alto escalão do governo. Em junho, o ex-ministro da educação Milton Ribeiro foi preso sob a suspeita de tráfico de influência. Bolsonaro, que é citado nominalmente por Ribeiro em áudios comprometedores, foi firme em sua defesa do ex-ministro. “Eu boto minha cara no fogo pelo Milton,” disse o presidente antes da prisão, explicando mais tarde que apenas colocaria a mão no fogo. Ele sustenta, contra todas as evidências disponíveis, que não há “corrupção endêmica” em seu governo.E também há o incriminador relatório final da Comissão Parlamentar de Inquérito sobre a resposta do governo à Covid-19, que descreve como o presidente ajudou ativamente a disseminar o vírus e pode ser responsabilizado por muitas das 679 mil mortes pela doença no Brasil. O relatório recomenda que Bolsonaro seja indiciado por nove crimes, incluindo emprego irregular de verbas públicas, violação de direitos sociais e crimes contra a humanidade.Como o presidente responde a essa vertiginosa folha de acusações? Com ordens de sigilo. Esses decretos, que ocultam evidências por um século, foram aplicados a todo tipo de informação “sensível”: as despesas detalhadas do cartão corporativo de Bolsonaro, o processo disciplinar do Exército que inocentou um general e ex-ministro da Saúde por ter participado de uma manifestação pró-Bolsonaro, e relatórios fiscais da investigação de corrupção sobre seu filho mais velho. Um tremendo contraste com aquele homem que, no início de sua gestão, gabou-se de que iria promover “transparência acima de tudo!”.Se o sigilo não funciona, temos a obstrução. Bolsonaro tem sido frequentemente acusado de tentar obter informações privilegiadas das investigações, ou mesmo de obstruí-las por completo. No caso mais notório, o presidente foi acusado por seu próprio ex-ministro da Justiça de interferir com a independência da Polícia Federal. É uma acusação bem convincente. Afinal, em uma gravação vazada de um encontro ministerial de dois anos atrás, Bolsonaro foi pego dizendo que não iria esperar prejudicarem “a minha família toda,” ou amigos, quando ele podia muito bem substituir os agentes de segurança.Para exercitar esse poder, contudo, ele precisa se manter no cargo. Com isso em mente, Bolsonaro tem distribuído cargos de comando no governo e usado um conjunto de verbas, apelidado de “orçamento secreto” por sua falta de transparência, a fim de garantir o apoio de congressistas de centro. Considerando a força dos pedidos de impeachment contra ele — em dezembro de 2021, mais de 130 pedidos haviam sido protocolados — um banco de apoio é crucial. A estratégia não é um segredo: Bolsonaro confessou que fazia ambas as coisas para “acalmar o Parlamento.” Ele nega que o orçamento seja secreto, apesar de os relatores dos pedidos das verbas permanecerem anônimos.Mas o maior desafio é ganhar o eleitorado. E aqui, mais uma vez, Bolsonaro recorre a truques e gambiarras. Em julho, o Congresso aprovou uma emenda constitucional — apelidada de “PEC Kamikaze” pelo ministro da Economia — que dá ao governo o direito de gastar mais de 7,6 bilhões de dólares (41 bilhões de reais) extras em auxílios sociais e outros benefícios até 31 de dezembro. Se parece uma tentativa descarada de incitar o apoio da população, é porque é mesmo.Se isso vai ajudar o presidente, ninguém sabe. Mas o sinal enviado é inconfundível: Bolsonaro está desesperado para evitar a derrota. E tem todos os motivos para isso.Vanessa Barbara é a editora do sítio literário A Hortaliça, autora de dois romances e dois livros de não-ficção em português, e escritora de opinião do The New York Times. More

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    Brazil’s Jair Bolsonaro Is Afraid of Going to Jail, and He’s Right to Be

    SÃO PAULO, Brazil — “I’m letting the scoundrels know,” President Jair Bolsonaro told supporters last year, “I’ll never be imprisoned!”He was shouting. But then, Mr. Bolsonaro tends to become animated when talking about the prospect of prison. “By God above,” he declared to an audience of businesspeople in May, “I’ll never be arrested.” As he spends “more than half” of his time dealing with lawsuits, he surely feels well armed against arrest. But there’s desperation in his defiance. The fate of the former Bolivian President Jeanine Áñez, who was recently sentenced to prison for allegedly orchestrating a coup, hangs heavy in the air.For Mr. Bolsonaro, it’s a cautionary tale. Ahead of presidential elections in October, which he’s on course to lose, Mr. Bolsonaro is plainly worried he too may be arrested for, as he put it with uncharacteristic understatement, “antidemocratic actions.” That fear explains his energetic attempts to discredit the election before it happens — such as, for example, gathering dozens of foreign diplomats to fulminate against the country’s electronic voting system.Yet however absurd the behavior — and forcing ambassadors to sit through a crazed 47-minute diatribe is certainly on the wacky end of the spectrum — the underlying motive makes perfect sense. Because the truth is that Mr. Bolsonaro has plenty of reasons to fear prison. In fact, it’s getting hard to keep track of all the charges against the president and his government.To start with, there’s the small matter of a Supreme Court investigation into Mr. Bolsonaro’s allies for participating in a kind of “digital militia” that floods social media with disinformation and coordinates smear campaigns against political opponents. In a related inquiry, Mr. Bolsonaro himself is being investigated for, in the words of a Federal Police report, his “direct and relevant role” in promoting disinformation.Yet Mr. Bolsonaro’s wrongdoing is hardly confined to the digital world. Corruption scandals have defined his tenure, and the rot starts at home. Two of his sons, who also hold public offices, have been accused by state prosecutors of systematically stealing public funds by pocketing part of the salaries of close associates and ghost employees on their payrolls. Similar accusations, concerning his period as a lawmaker, have been directed at the president himself. In March, he was charged with administrative improbity for keeping a ghost employee as his congressional aide for 15 years. (The supposed aide was actually an açaí seller.)Charges of corruption also surround high-ranking members of the government. In June, Brazil’s former education minister, Milton Ribeiro, was arrested on charges of influence peddling. Mr. Bolsonaro, who is mentioned by name by Mr. Ribeiro in compromising audio clips, was steadfast in his defense of the minister. “I would put my face in the fire for Milton,” the president said before the arrest, later explaining that he would only put his hand in the fire. He maintains, against all available evidence, there is no “endemic corruption” in his government.Then there’s the damning report by the special Senate committee on Brazil’s Covid-19 response, which describes how the president actively helped to spread the virus and can be held responsible for many of Brazil’s 679,000 deaths. It recommends that Mr. Bolsonaro be charged with nine crimes, including misuse of public funds, violation of social rights and crimes against humanity.How does the president respond to this swirling charge sheet? With secrecy orders. These injunctions, concealing evidence for a century, have been applied to all manner of “sensitive” information: the detailed expenses of Mr. Bolsonaro’s corporate credit card; the army’s disciplinary process that acquitted a general and former health minister for having participated in a pro-Bolsonaro demonstration; and fiscal reports from the corruption investigation targeting his eldest son. This is a far cry from the man who, early in his tenure, bragged of bringing “transparency above all else!”If secrecy doesn’t work, there’s obstruction. Mr. Bolsonaro has frequently been accused of trying to obtain privileged information from investigations, or to stymie them altogether. In the most notorious instance, the president was accused by his own former minister of justice of interfering with the independence of the Federal Police. It’s a credible charge. After all, in a leaked recording of a ministerial meeting two years ago, Mr. Bolsonaro was caught saying that he wasn’t going to “wait to see my family or my friends get screwed” when he could just as well replace law enforcement officials.To exercise that power, though, he needs to keep his job. With that in mind, Mr. Bolsonaro has been handing out top government jobs and using a pot of funds, called a “secret budget” for its lack of transparency, to guarantee the support of centrist lawmakers. Given the strength of calls for impeachment — as of December 2021, over 130 requests had been filed against him — a bank of support is crucial. The strategy is no secret: Mr. Bolsonaro confessed to doing both in order to “placate Congress.” He denies that the budget is secret, despite the fact that those who request funds from it remain anonymous.But the bigger challenge is winning over the electorate. There, again, Mr. Bolsonaro is resorting to tricks and workarounds. In July, Congress passed a constitutional amendment — nicknamed the “kamikaze bill” by the minister of the economy — that grants the government the right to spend an extra $7.6 billion on welfare payments and other benefits until Dec. 31. If it sounds like a shameless attempt to gin up support across the country, that’s because it is.Whether it will help the president’s cause, who knows. But the signal it sends is unmistakable: Mr. Bolsonaro is desperate to avoid defeat. And he has every reason to be.The Times is committed to publishing a diversity of letters to the editor. We’d like to hear what you think about this or any of our articles. Here are some tips. And here’s our email: letters@nytimes.com.Follow The New York Times Opinion section on Facebook, Twitter (@NYTopinion) and Instagram. More

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    Jair Bolsonaro plantea dudas sobre el proceso electoral de Brasil. El ejército lo respalda

    Previo a las elecciones hay un escenario riesgoso: por un lado, el presidente y líderes militares sostienen que el voto se presta al fraude. Por otro, jueces, diplomáticos extranjeros y periodistas advierten que Bolsonaro prepara el terreno para intentar un golpe de Estado.RÍO DE JANEIRO — Durante meses, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha estado constantemente a la zaga en las encuestas previas a la crucial elección presidencial brasileña. Y durante meses ha cuestionado constantemente los sistemas de votación de su país, advirtiendo que si pierde las elecciones de octubre, probablemente se debería al robo de votos.Esas afirmaciones fueron consideradas en gran medida como habladurías. Pero ahora Bolsonaro ha conseguido un nuevo aliado en su lucha contra el proceso electoral: los militares del país.Los líderes de las fuerzas armadas de Brasil han comenzado repentinamente a plantear dudas similares sobre la integridad de las elecciones, a pesar de las escasas pruebas de fraude en el pasado, lo que ha aumentado la tensión, ya elevada, sobre la estabilidad de la mayor democracia de América Latina y ha sacudido a un país que sufrió una dictadura militar de 1964 a 1985.Los líderes militares han identificado para los funcionarios electorales lo que, según ellos, son algunas vulnerabilidades en los sistemas de votación. Se les dio un lugar en un comité de transparencia que los funcionarios electorales crearon para disminuir los temores que Bolsonaro había despertado sobre la votación. Y Bolsonaro, un capitán retirado del ejército que llenó su gabinete de generales, ha sugerido que el día de las elecciones, los militares deberían realizar su propio recuento paralelo de los votos.Bolsonaro, quien ha hablado bien de la dictadura militar, también ha querido dejar claro que los militares responden ante él.Los funcionarios electorales “invitaron a las fuerzas armadas a participar en el proceso electoral”, dijo Bolsonaro hace poco, en alusión al comité de transparencia. “¿Olvidaron que el jefe supremo de las fuerzas armadas se llama Jair Messias Bolsonaro?”.Almir Garnier Santos, el comandante de la Marina de Brasil, dijo a los periodistas el mes pasado que respaldaba la opinión de Bolsonaro. “El presidente de la república es mi jefe, es mi comandante, tiene derecho a decir lo que quiera”, dijo.A poco más de cuatro meses de una de las votaciones más importantes de América Latina en años, se está formando un conflicto muy riesgoso. Por un lado, el presidente, algunos líderes militares y muchos votantes de la derecha sostienen que las elecciones se prestan al fraude. Por otro, políticos, jueces, diplomáticos extranjeros y periodistas hacen sonar la alarma de que Bolsonaro está preparando el terreno para un intento de golpe de Estado.Bolsonaro ha aumentado la tensión, al decir que su preocupación por la integridad de las elecciones puede llevarlo a cuestionar el resultado. “Ha surgido una nueva clase de pillos que quieren robar nuestra libertad”, dijo en un discurso este mes. “Iremos a la guerra si es necesario”.Activistas con una manta que dice en portugués “Dictadura nunca más” en un mitin en Brasilia en marzo durante una protesta motivada por lo que los organizadores dijeron es un aumento de las violaciones a los derechos humanos en la presidencia de Jair Bolsonaro.Eraldo Peres/Associated PressEdson Fachin, un juez del Supremo Tribunal Federal y el principal funcionario electoral del país, dijo en una entrevista que las afirmaciones de que la elección sería insegura son infundadas y peligrosas. “Estos problemas son creados artificialmente por quienes quieren destruir la democracia brasileña”, dijo. “Lo que está en juego en Brasil no es solo una máquina de votación electrónica. Lo que está en juego es conservar la democracia”.Bolsonaro y los militares dicen que solamente intentan salvaguardar las elecciones. “Por el amor de Dios, nadie está realizando actos antidemocráticos”, dijo Bolsonaro recientemente. “Una elección limpia, transparente y segura es una cuestión de seguridad nacional. Nadie quiere tener dudas cuando las elecciones hayan terminado”.El Ministerio de Defensa de Brasil dijo en un comunicado que “las fuerzas armadas brasileñas actúan en estricta obediencia a la ley y la Constitución y se dirigen a defender la patria, garantizar los poderes constitucionales y, a través de cualquiera de ellos, de la ley y el orden”.Las tácticas de Bolsonaro parecen adaptadas del manual del expresidente Donald Trump, y tanto Trump como sus aliados han trabajado para apoyar las interpelaciones de fraude de Bolsonaro. Los dos hombres son reflejo de un retroceso democrático más amplio que se está produciendo en todo el mundo.Los disturbios del año pasado en el Capitolio de Estados Unidos han demostrado que los traspasos pacíficos de poder ya no están garantizados ni siquiera en las democracias maduras. En Brasil, donde las instituciones democráticas son mucho más jóvenes, las incursiones de los militares en las elecciones están agudizando los temores.Garnier Santos, el comandante de la Marina, declaró al periódico brasileño O Povo que “como comandante de la Marina, quiero que los brasileños estén seguros de que su voto contará”, y añadió: “Cuanta más transparencia, cuanta más auditoría, mejor para Brasil”.Un informe de la policía federal brasileña detalló cómo dos generales del gabinete de Bolsonaro, incluido su asesor de seguridad nacional, habían intentado durante años ayudar a Bolsonaro a descubrir pruebas de fraude electoral.Y el viernes, el ministro de Defensa de Brasil, Paulo Sérgio Nogueira, envió una misiva de 21 puntos a los funcionarios electorales, criticándolos por no tomar en serio las inquietudes de los militares sobre la seguridad electoral. “Las fuerzas armadas no se sienten debidamente reconocidas”, dijo.Hasta ahora, los comentarios de Bolsonaro han ido más allá que los de los militares. En abril, repitió la falsedad de que los funcionarios cuentan los votos en una “sala secreta”. Luego sugirió que los datos de las votaciones deberían suministrarse a una sala “donde las fuerzas armadas también tengan una computadora para contar los votos”. Los militares no han comentado públicamente esta idea.Dado que el apoyo de los militares podría ser crítico para un golpe de Estado, una pregunta popular en los círculos políticos es: si Bolsonaro cuestiona el resultado de las elecciones, ¿cómo reaccionarían los 340.000 miembros de las fuerzas armadas?Bolsonaro y Trump son aliados cercanos; ambos han cuestionado las elecciones de sus respectivos países. Cenaron en marzo de 2020 en Mar-a-Lago en Palm Beach, Florida.T.J. Kirkpatrick para The New York Times“En Estados Unidos, los militares y la policía respetaron la ley, defendieron la Constitución”, dijo Mauricio Santoro, profesor de relaciones internacionales en la Universidad Estatal de Río de Janeiro, refiriéndose a las afirmaciones de Trump de que le habían robado la elección. “No estoy seguro de que vaya a ocurrir lo mismo aquí”.Funcionarios militares y políticos refutan cualquier noción de que los militares respaldarían un golpe de Estado. “Caería. No tendría ningún apoyo”, dijo el general Maynard Santa Rosa, quien perteneció al ejército brasileño durante 49 años y sirvió en el gabinete de Bolsonaro. “Y creo que él lo sabe”.Sérgio Etchegoyen, un general retirado del ejército cercano a los actuales líderes militares, también calificó de alarmistas las preocupaciones sobre un golpe de Estado. “Podemos pensar que es malo que el presidente cuestione las boletas”, dijo. “Pero es mucho peor si cada cinco minutos pensamos que la democracia está en riesgo”.Algunos funcionarios estadounidenses están más preocupados por la reacción del aproximadamente medio millón de policías en todo Brasil porque generalmente son menos profesionales y apoyan más a Bolsonaro que los militares, según un funcionario estadounidense que habló con la condición de permanecer en el anonimato para discutir conversaciones privadas.Cualquier afirmación sobre una elección robada podría enfrentarse a un público escéptico, a menos de que la contienda se haga más competida. Una encuesta realizada a finales de mayo entre 2556 brasileños indicó que el 48 por ciento apoyaba al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, frente al 27 por ciento de Bolsonaro. (Si ningún candidato obtiene la mitad de los votos, los dos primeros clasificados irán a una segunda vuelta el 30 de octubre).Esa misma encuesta mostró que el 24 por ciento de los encuestados no confía en las máquinas de votación de Brasil, frente al 17 por ciento en marzo. El 55 por ciento de los encuestados dijo que creía que la elección era vulnerable al fraude, incluyendo el 81 por ciento de los partidarios de Bolsonaro.En los 37 años de democracia moderna en Brasil, ningún presidente ha estado tan cerca de los militares como Bolsonaro, quien fue paracaidista del ejército.Como diputado, colgó en su despacho retratos de los líderes de la dictadura militar brasileña. Como presidente, triplicó el número de militares en puestos civiles en el gobierno federal hasta casi 1100. Su vicepresidente también es un general retirado.El año pasado, mientras intensificaba sus críticas al sistema electoral del país, destituyó al ministro de Defensa y a los tres principales comandantes militares, colocando a partidarios en su lugar.El nuevo ministro de Defensa no tardó en opinar sobre el proceso electoral, apoyando la propuesta de Bolsonaro de utilizar boletas impresas, además de máquinas de votación, lo que facilitaría los recuentos. Brasil es uno de los pocos países que depende totalmente en las máquinas de votación electrónicas: 577.125.Aunque Bolsonaro y sus aliados admiten que carecen de pruebas de fraude en el pasado, señalan una serie de problemas: algunas irregularidades percibidas en los resultados de la votación, un hackeo en 2018 de las computadoras del tribunal electoral, que no tiene conexión con las máquinas de votación, y la desestimación general de las preocupaciones por parte de los funcionarios electorales.Una urna electrónica en la sede del tribunal electoral de Brasil el mes pasado, mientras los analistas probaban el sistema. Eraldo Peres/Associated PressDiego Aranha, un experto en computación brasileño que ha intentado hackear las máquinas con fines de investigación, dijo que la falta de copias de seguridad en papel dificulta la verificación de los resultados, pero que el sistema en general era seguro.El Supremo Tribunal Federal de Brasil rechazó finalmente el uso de boletas impresas, alegando problemas de privacidad.El año pasado, cuando los funcionarios electorales crearon la “comisión de transparencia electoral”, invitaron a formar parte de ella a un almirante con un título en computación. En su lugar, el ministro de Defensa de Brasil envió a un general que dirige el comando de defensa cibernética del ejército.El representante del ejército envió entonces cuatro cartas a los funcionarios electorales con preguntas detalladas sobre el proceso de votación, así como algunos cambios recomendados.Preguntó sobre los sellos de seguridad de las máquinas, el código informático que las sustenta y la tecnología biométrica utilizada para verificar a los votantes. Los funcionarios electorales dijeron el sábado que aceptarían algunas de las pequeñas recomendaciones técnicas y estudiarían otras para las próximas elecciones, pero que otras sugerencias no entendían el sistema.En medio de las idas y venidas, el expresidente del Tribunal Superior Electoral, Luís Roberto Barroso, dijo a los periodistas que los líderes militares estaban “siendo guiados para atacar el proceso electoral brasileño”, una afirmación que Nogueira, el ministro de Defensa, calificó de “irresponsable”.El tribunal electoral también invitó a funcionarios europeos a observar la elección, pero rescindió la invitación después de que el gobierno de Bolsonaro se opusiera. En su lugar, el partido político de Bolsonaro está tratando de que una empresa externa audite los sistemas de votación antes de las elecciones.Bolsonaro y Paulo Sérgio Nogueira, el ministro de Defensa, en una ceremonia el pasado agosto en Brasilia.Andressa Anholete/Getty ImagesFachin, quien ahora preside el tribunal electoral, dijo que Bolsonaro era bienvenido a realizar su propia revisión, pero añadió que los funcionarios ya han probado las máquinas. “Esto es más o menos como forzar la cerradura de una puerta abierta”, dijo.El gobierno de Joe Biden ha advertido a Bolsonaro que debe respetar el proceso democrático. El jueves, en la Cumbre de las Américas en Los Ángeles, el presidente Biden se reunió con Bolsonaro por primera vez. Sentado junto a Biden, Bolsonaro dijo que eventualmente dejaría el cargo de “una manera democrática”, añadiendo que las elecciones de octubre deben ser “limpias, confiables y auditables”.Scott Hamilton, el principal diplomático de Estados Unidos en Río de Janeiro hasta el año pasado, escribió en el periódico brasileño O Globo que la “intención de Bolsonaro es clara y peligrosa: socavar la fe del público y preparar el terreno para negarse a aceptar los resultados”.Bolsonaro insiste en que no está tratando de erosionar los cimientos democráticos de su país, sino que simplemente está asegurando una votación precisa.“¿Cómo quiero un golpe si ya soy presidente?”, dijo este mes. “En las repúblicas bananeras, vemos a los líderes conspirando para mantenerse en el poder, cooptando partes del gobierno para defraudar las elecciones. Aquí es exactamente lo contrario”.André Spigariol More

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    How Bolsonaro Is Using the Military to Challenge Brazil’s Election

    Despite little evidence of past fraud, President Jair Bolsonaro has long raised doubts about Brazil’s electoral process. Now the military is expressing similar concerns.RIO DE JANEIRO — President Jair Bolsonaro of Brazil has for months consistently trailed in the polls ahead of the country’s crucial presidential race. And for months, he has consistently questioned its voting systems, warning that if he loses October’s election, it will most likely be thanks to a stolen vote.Those claims were largely regarded as talk. But now, Mr. Bolsonaro has enlisted a new ally in his fight against the electoral process: the nation’s military.The leaders of Brazil’s armed forces have suddenly begun raising similar doubts about the integrity of the elections, despite little evidence of past fraud, ratcheting up already high tensions over the stability of Latin America’s largest democracy and rattling a nation that suffered under a military dictatorship from 1964 to 1985.Military leaders have identified for election officials what they say are a number of vulnerabilities in the voting systems. They were given a spot on a transparency committee that election officials created to ease fears that Mr. Bolsonaro had stirred up about the vote. And Mr. Bolsonaro, a former army captain who filled his cabinet with generals, has suggested that on Election Day, the military should conduct its own parallel count.Mr. Bolsonaro, who has spoken fondly about the dictatorship, has also sought to make clear that the military answers to him.Election officials “invited the armed forces to participate in the electoral process,” Mr. Bolsonaro said recently, referring to the transparency committee. “Did they forget that the supreme chief of the armed forces is named Jair Messias Bolsonaro?”Almir Garnier Santos, the commander of the Brazilian Navy, told reporters last month that he backed Mr. Bolsonaro’s view. “The president of the republic is my boss, he is my commander, he has the right to say whatever he wants,” Mr. Garnier Santos said.With just over four months until one of the most consequential votes in Latin America in years, a high-stakes clash is forming. On one side, the president, some military leaders and many right-wing voters argue that the election is open to fraud. On the other, politicians, judges, foreign diplomats and journalists are ringing the alarm that Mr. Bolsonaro is setting the stage for an attempted coup.Mr. Bolsonaro has added to the tension, saying that his concerns about the election’s integrity may lead him to dispute the outcome. “A new class of thieves has emerged who want to steal our freedom,” he said in a speech this month. “If necessary, we will go to war.”Activists held a banner that read, “Dictatorship never again,” in Portuguese, during a rally in March in Brasília to protest what organizers said was an increase in human rights violations under Mr. Bolsonaro. Eraldo Peres/Associated PressEdson Fachin, a Supreme Court judge and Brazil’s top election official, said in an interview that claims of an unsafe election were unfounded and dangerous. “These problems are artificially created by those who want to destroy the Brazilian democracy,” he said. “What is at stake in Brazil is not just an electronic voting machine. What is at stake is maintaining democracy.”Mr. Bolsonaro and the military say they are only trying to safeguard the vote. “For the love of God, no one is engaging in undemocratic acts,” Mr. Bolsonaro said recently. “A clean, transparent, safe election is a matter of national security. No one wants to have doubts when the election is over.”Brazil’s Defense Ministry said in a statement that “the Brazilian armed forces act in strict obedience to the law and the Constitution, and are directed to defend the homeland, guarantee the constitutional powers and, through any of these, of law and order.”Mr. Bolsonaro’s tactics appear to be adopted from former President Donald J. Trump’s playbook, and Mr. Trump and his allies have worked to support Mr. Bolsonaro’s fraud claims. The two men reflect a broader democratic backsliding unfolding across the world.The riot last year at the U.S. Capitol has shown that peaceful transfers of power are no longer guaranteed even in mature democracies. In Brazil, where democratic institutions are far younger, the military’s involvement in the election is heightening fears.Mr. Garnier Santos told the Brazilian newspaper O Povo that “as a navy commander, I want Brazilians to be sure that their vote will count,” adding, “The more auditing, the better for Brazil.”A Brazilian federal police report detailed how two generals in Mr. Bolsonaro’s cabinet, including his national security adviser, had tried for years to help him uncover evidence of election fraud.And on Friday, Brazil’s defense minister, Paulo Sérgio Nogueira, sent a 21-point missive to election officials, criticizing them as not taking the military’s points about election safety seriously. “The armed forces don’t feel properly acknowledged,” he said.So far, Mr. Bolsonaro’s comments have gone further. In April, he repeated a falsehood that officials count votes in a “secret room.” He then suggested that voting data should be fed to a room “where the armed forces also have a computer to count the votes.” The military has not publicly commented on this idea.Since the military’s support could be critical for a coup, a popular question in political circles has become: If Mr. Bolsonaro disputed the election, how would the 340,000 members of the armed forces react?Mr. Bolsonaro and President Donald J. Trump in 2020 at Mr. Trump’s Mar-a-Lago resort in Palm Beach, Fla. The men are close allies who have both questioned their country’s elections.T.J. Kirkpatrick for The New York Times“In the U.S., the military and the police respected the law, they defended the Constitution,” said Mauricio Santoro, a professor of international relations at the State University of Rio de Janeiro, referring to Mr. Trump’s claims of a stolen election. “I’m not sure the same thing will happen here.”Military officials and many politicians dispute any notion that the military would back a coup. “He would fall. He wouldn’t have any support,” said Maynard Santa Rosa, a Brazilian Army general for 49 years who served in Mr. Bolsonaro’s cabinet. “And I think he knows it.”Sérgio Etchegoyen, a retired army general close to the military’s current leaders, called concerns about a coup alarmist. “We might think it’s bad that the president questions the ballots,” he said. “But it’s much worse if every five minutes we think the democracy is at risk.”Some American officials are more concerned about the roughly half-million police officers across Brazil because they are generally less professional and more supportive of Mr. Bolsonaro than the military, according to a State Department official who spoke on the condition of anonymity to discuss private conversations.Any claim of a stolen election could face a skeptical public unless the race tightens. A survey of 2,556 Brazilians in late May showed that 48 percent supported former President Luiz Inácio Lula da Silva, compared with 27 percent for Mr. Bolsonaro. (If no candidate captures half of the vote, the top two finishers will go to a runoff on Oct. 30.)That same poll showed that 24 percent of respondents did not trust Brazil’s voting machines, up from 17 percent in March. Fifty-five percent of respondents said they believed the election was vulnerable to fraud, including 81 percent of Mr. Bolsonaro’s supporters.In the 37 years of Brazil’s modern democracy, no president has been as close to the military as Mr. Bolsonaro, a former army paratrooper.As a congressman, he hung portraits of the leaders of the military dictatorship in his office. As president, he has tripled the number of military personnel in civilian posts in the federal government to nearly 1,100. His vice president is also a former general.Last year, as he intensified his critiques of the electoral system, he dismissed the defense minister and the top three military commanders, installing loyalists in their places.The new defense minister quickly weighed in on the electoral process, backing Mr. Bolsonaro’s push to use printed ballots in addition to voting machines, which would make recounts easier. Brazil is one of the few countries to rely entirely on electronic voting machines — 577,125 of them.While Mr. Bolsonaro and his allies admit that they lack proof of past fraud, they point to a number of problems: some perceived irregularities in voting returns; a 2018 hack of the electoral court’s computers, which do not connect to the voting machines; and election officials’ general dismissal of concerns.An electronic voting machine at the headquarters of Brazil’s electoral court last month as analysts tested the system.Eraldo Peres/Associated PressDiego Aranha, a Brazilian computer scientist who has tried to hack the machines for research, said that the lack of paper backups makes it harder to verify results, but that the system overall was safe.Brazil’s Supreme Court ultimately rejected the use of printed ballots, citing privacy concerns.Last year, when election officials created the “election transparency commission,” they invited an admiral with a computer science degree to join. Brazil’s defense minister instead sent a general who directs the army cybercommand.The army representative sent four letters to election officials with detailed questions about the voting process, as well as some recommended changes.He asked about the machines’ tamper-proof seals, the computer code that underpins them and the biometric technology used to verify voters. Election officials said on Saturday that they would accept some of the small technical recommendations and study others for the next election but that other suggestions misunderstood the system.Amid the back-and-forth, the former head of the electoral court, Luís Roberto Barroso, told reporters that military leaders were “being guided to attack the Brazilian electoral process,” an assertion that Mr. Nogueira, the defense minister, called “irresponsible.” The electoral court also invited European officials to observe the election, but rescinded the invitation after the Bolsonaro administration objected. Instead, Mr. Bolsonaro’s political party is trying to have an outside company audit the voting systems before the election.Mr. Bolsonaro and Paulo Sérgio Nogueira, the defense minister and the commander of the Brazilian Army, at a ceremony last August in Brasília.Andressa Anholete/Getty ImagesMr. Fachin, who now runs the electoral court, said Mr. Bolsonaro was welcome to conduct his own review but added that officials already test the machines. “This is more or less like picking the lock on an open door,” he said.The Biden administration has warned Mr. Bolsonaro to respect the democratic process. On Thursday, at the Summit of the Americas in Los Angeles, President Biden met with Mr. Bolsonaro for the first time. Sitting next to Mr. Biden, Mr. Bolsonaro said he would eventually leave office in “a democratic way,” adding that October’s election must be “clean, reliable and auditable.”Scott Hamilton, the United States’ top diplomat in Rio de Janeiro until last year, wrote in the Brazilian newspaper O Globo that Mr. Bolsonaro’s “intent is clear and dangerous: undermine the public’s faith and set the stage for refusing to accept the results.”Mr. Bolsonaro insists that he is simply trying to ensure an accurate vote.“How do I want a coup if I’m already president?” he asked last month. “In Banana Republics, we see leaders conspiring to stay in power, co-opting parts of the government to defraud elections. Here it’s exactly the opposite.”André Spigariol More

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    Eu segui alguns grupos brasileiros de direita no Telegram. Encontrei uma maré de insanidade.

    SÃO PAULO, Brasil — Quando Elon Musk fechou um acordo para comprar o Twitter, os grupos brasileiros de direita no Telegram foram à loucura. Ali estava, enfim, um poderoso defensor da liberdade de expressão. Mais que isso, ali estava alguém que – como os usuários se apressaram a confirmar – queria Carlos Bolsonaro, filho do presidente da República, como presidente do Twitter no Brasil.É claro que isso não era verdade. Mas não fiquei nem um pouco surpresa. Tenho seguido esses grupos no aplicativo de mensagens há semanas, a fim de entender como a desinformação é disseminada em tempo real. No Brasil, as fake news parecem ser algo que atinge a população em geral – o Telegram apenas oferece um tipo de buraco de coelho dos mais profundos onde se pode cair. De modo que eu sabia – a partir de uma experiência horrível e capaz de derreter as retinas – que, para muitos ativistas de direita, as fake news se tornaram um artigo de fé, uma arma de guerra, a forma mais certeira de turvar o debate público.“Fake news faz parte da nossa vida”, disse o presidente Jair Bolsonaro no ano passado, ao receber um prêmio de comunicações oferecido por seu próprio Ministério das Comunicações. (Não dá pra ser mais orwelliano do que isso, certo?) “A internet é um sucesso”, ele prosseguiu. “Não precisamos de regular isso aí. Deixemos o povo à vontade.”Dá para entender a lógica. Afinal, as fake news produziram uma suposta manchete do The Washington Post que dizia: “Bolsonaro é o melhor presidente de todos os tempos” – e alegaram que uma recente motociata em apoio ao presidente entrou para o Guinness World Records. Contudo, meu mergulho nos grupos de Telegram do país revelou algo mais sinistro do que notícias adulteradas. Desregulados, extremos e delirantes, esses grupos servem para difamar os inimigos do presidente e conduzir uma operação oculta de propaganda. Não é de admirar que Bolsonaro esteja tão ávido para manter uma atmosfera de vale-tudo.O grande alvo é o principal adversário de Bolsonaro nas eleições de outubro, o ex-presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Em grupos bolsonaristas de tamanho médio, como “Os Patriotas Br” (11.782 membros) e “Bolsonaro 2022 – Grupo de Apoio!” (25.737 membros), o foco é implacável. Usuários disseminaram à exaustão uma foto digitalmente alterada de um Lula sem camisa de mãos dadas com o presidente da Venezuela Nicolás Maduro, como se eles tivessem sido um casal homossexual nos anos 1980. (Preciso dizer que é falsa?)As alegações são infindáveis e excêntricas: Lula é patrocinado pelo narcotráfico; ele irá perseguir Igrejas; ele é contra as pessoas de classe média terem mais de uma televisão em casa. As pessoas usam tudo o que podem. Um vídeo obviamente satírico – que mostra um ator como se fosse um dos advogados do Partido dos Trabalhadores, confessando praticar fraude eleitoral – é ostentado como prova absoluta e irrefutável. O nome do advogado, “Avacalho Ellhys”, ou seja, “eu avacalho eles”, deveria ter sido suficiente para entregar o jogo. Mas em seu afã de demonização, os seguidores de Bolsonaro não são exatamente dados a uma leitura atenta.Por trás dessa atividade frenética está um desespero mal disfarçado. Segundo a pesquisa eleitoral mais recente, Lula está em primeiro lugar com 41% das intenções de voto, contra 36% de Bolsonaro. A realidade da popularidade de Lula é claramente muito dolorosa de se suportar, de modo que os usuários de Telegram buscam refúgio na fantasia. “Até que enfim uma pesquisa de verdade”, disse um usuário, alegando que um instituto imaginário de pesquisa colocou Bolsonaro em primeiro lugar com 65% das intenções de voto, contra 16% de seu adversário. Quando inventar pesquisas não é suficiente, sempre se pode suspender a corrida. “Com medo de prisão internacional, Lula vai desistir da disputa”, alegou outro. O anseio é quase tocante.Os apoiadores de Bolsonaro têm outro bicho-papão: o Supremo Tribunal Federal, que abriu inúmeras investigações contra o presidente, seus filhos e aliados. No Telegram, esse escrutínio não foi bem recebido. As pessoas acusam os ministros do STF de defender publicamente o estupro, a pedofilia, o homicídio, o narcotráfico e o tráfico de órgãos. Eles disseminam uma foto manipulada de um ministro posando ao lado de Fidel Castro. Eles espalham um vídeo editado no qual outro ministro confessa estar sofrendo chantagem do PT por participar de uma orgia em Cuba. (O ministro realmente disse isso – mas ele estava dando um exemplo bizarro de fake news contra ele, um rumor que o próprio Bolsonaro ajudou a criar no Twitter.)Uns poucos passos foram tomados para conter esse dilúvio de fake news. Algumas plataformas de mídia social removeram vídeos do presidente que propagavam desinformação sobre a Covid-19 e o sistema de urnas eletrônicas. O WhatsApp decidiu não lançar no Brasil uma nova ferramenta chamada Comunidades, que agrega vários grupos menores, até o fim das eleições presidenciais. Em março, o STF baniu o Telegram por dois dias porque a empresa estava ignorando as ordens da Corte de remover um post enganoso sobre o sistema eleitoral brasileiro publicado na conta oficial do presidente (1.34 milhão de membros). A empresa então concordou em adotar algumas medidas contra a desinformação, incluindo o monitoramento diário manual dos 100 canais mais populares do Brasil e uma parceria futura com organizações de checagem. Um problemático projeto de lei contra as fake news está sendo considerado pelo Congresso.Não é nem de longe o suficiente. Uma recente investigação da Polícia Federal identificou um sistema orquestrado – o chamado “gabinete do ódio” – formado por aliados próximos a Bolsonaro, e provavelmente também seus filhos e assessores. O objetivo do grupo é supostamente identificar alvos como políticos, cientistas, ativistas e jornalistas, e então criar e propagar desinformação para “ganhos ideológicos, político-partidários e financeiros”. (Todos eles negam as acusações.) O problema é muito maior do que alguns poucos e dispersos posts de lunáticos.No fim das contas, não sabemos o que pode ser feito para conter de forma efetiva as campanhas massivas de desinformação nas plataformas de mídia social, sobretudo às vésperas de importantes eleições nacionais. Como é possível argumentar com pessoas que acreditam que “os esquerdistas permitem que bebês sejam mortos 28 dias após o nascimento” ou que “a vacina possui parasita que pode ser controlado por impulsos eletromagnéticos”? Alguns especialistas defendem incluir rótulos de checagem, tornar mais difícil o compartilhamento de mensagens ou implementar a verificação dos usuários. Nenhuma dessas medidas, acredito, seria suficiente para refrear a maré de insanidade que encontrei no Telegram.Pelo menos há uma solução à qual sempre podemos recorrer: votar para demover do cargo os políticos que defendem as fake news.Vanessa Barbara é a editora do sítio literário A Hortaliça, autora de dois romances e dois livros de não-ficção em português, e escritora de opinião do The New York Times. More

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    Telegram, la desinformación y la derecha en Brasil

    SÃO PAULO, Brasil — Cuando Elon Musk llegó a un acuerdo para comprar Twitter, los grupos de derecha en Telegram se volvieron locos. Por fin había un sólido defensor de la libertad de expresión. Además, se trataba de alguien que —los usuarios se apresuraron a confirmar— quería que Carlos Bolsonaro, hijo del presidente, fuera el director general de Twitter en Brasil.Eso, por supuesto, no era cierto. Pero no me sorprendió. Llevaba semanas siguiendo a esos grupos en la aplicación de mensajería para ver cómo se difundía la desinformación en tiempo real. En Brasil, las noticias falsas parecen ser algo de lo que la población en general aparentemente es víctima; Telegram simplemente ofrece el tipo de agujero negro más profundo en el que se puede caer. Así que supe —por una experiencia horrible, que me dejó boquiabierta— que para muchos activistas de derecha, las noticias falsas se han convertido en un artículo de fe, un arma de guerra, la forma más segura de opacar el debate público.“Las noticias falsas son parte de nuestras vidas”, dijo el presidente Jair Bolsonaro el año pasado, mientras recibía un premio de comunicación de su propio Ministerio de Comunicaciones. (No se puede ser más orwelliano, ¿verdad?). “Internet es un éxito”, continuó. “No necesitamos regularlo. Dejemos que la gente se sienta libre”.Se puede entender su punto de vista. Después de todo, las noticias falsas produjeron un titular supuestamente en The Washington Post que decía: “Bolsonaro es el mejor presidente brasileño de todos los tiempos”, y afirmaba que un mitin reciente de la caravana pro-Bolsonaro entró en el Guinness World Records. Sin embargo, mi incursión en los grupos de Telegram del país reveló algo más siniestro que unos artículos manipulados. Estos grupos —que no están regulados, son extremos y desquiciados— sirven para calumniar a los enemigos del presidente y llevar a cabo una operación de propaganda en la sombra. No es de extrañar que Bolsonaro esté tan interesado en mantener una atmósfera en la que todo se vale.El objetivo primordial es el principal oponente de Bolsonaro en las elecciones de octubre, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. En grupos medianos pro-Bolsonaro, como “Los Patriotas” (11.782 suscriptores) y “Grupo de apoyo a Bolsonaro 2022” (25.737 suscriptores), el enfoque es implacable. Los usuarios compartieron exhaustivamente una imagen alterada digitalmente de un Da Silva sin camisa tomado de la mano con el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, como si hubieran sido una pareja homosexual en la década de 1980. (¿Es necesario decir que es falsa?).Las afirmaciones son interminables y extravagantes: Da Silva está patrocinado por narcotraficantes; perseguirá a las iglesias; está en contra de que los brasileños de clase media tengan más de un televisor en casa. La gente utiliza lo que pueda conseguir. Un video evidentemente satírico —que muestra a un actor, disfrazado de abogado del Partido de los Trabajadores de Da Silva, confesando el fraude electoral— se presenta como una prueba fehaciente. El nombre del abogado, que se traduce en algo así como “Me Burlo de Ellos”, debería haber dado una pista. Pero en su prisa por satanizar, los seguidores de Bolsonaro no leen las cosas con detenimiento.Detrás de esa frenética actividad hay una desesperación apenas disimulada. Da Silva supera actualmente a Bolsonaro en la encuesta más reciente con un 41 por ciento frente al 36 por ciento. La realidad de la popularidad de Da Silva es claramente demasiado dolorosa de soportar, por lo que los usuarios de Telegram se refugian en la fantasía. “Por fin una encuesta real”, dijo un usuario, asegurando que una encuestadora imaginaria ponía a Bolsonaro en primer lugar con el 65 por ciento de las intenciones de voto, frente al dieciséis por ciento de su oponente. Cuando no sirve inventar encuestas, siempre se puede suspender la carrera presidencial. “Temeroso de una detención internacional, Lula va a renunciar a su candidatura”, afirmaba otro. El deseo es casi conmovedor.Los partidarios de Bolsonaro tienen otro gran miedo: el Supremo Tribunal Federal, que ha abierto varias investigaciones sobre el presidente, sus hijos y sus aliados. En Telegram, ese escrutinio no ha sido bien recibido. La gente acusa a los magistrados de defender públicamente la violación, la pederastia, el homicidio, el narcotráfico y el tráfico de órganos. Comparten una fotografía manipulada de un magistrado posando con Fidel Castro. Comparten un video editado en el que otro juez confiesa que el Partido de los Trabajadores lo chantajea por haber participado en una orgía en Cuba. (El juez sí dijo eso, pero en realidad estaba dando un ejemplo extraño de noticias falsas en su contra, un rumor que Bolsonaro ayudó a propagar en Twitter).Se han tomado algunas medidas para frenar este diluvio de noticias falsas. Algunas plataformas de redes sociales han eliminado videos del presidente que difundían información errónea sobre la COVID-19 y el sistema de votación electrónico del país. WhatsApp decidió no introducir en Brasil una nueva herramienta llamada Comunidades, que reúne varios grupos de chats, hasta que no hayan pasado las elecciones presidenciales. En marzo, el Supremo Tribunal prohibió el uso de Telegram durante dos días porque la empresa había ignorado la petición del tribunal de eliminar una publicación engañosa sobre el sistema electoral del país en la cuenta oficial del presidente (1,34 millones de suscriptores). La empresa aceptó entonces adoptar algunas medidas contra la desinformación, entre ellas un control manual diario de los cien canales más populares de Brasil y una futura asociación con organizaciones de verificación de hechos. En el Congreso se está estudiando un imperfecto proyecto de ley sobre las noticias falsas.No es suficiente. Una investigación de la policía federal identificó hace poco un esquema orquestado —el llamado gabinete del odio— formado por los aliados más cercanos de Bolsonaro, y probablemente también sus hijos y ayudantes. El propósito del grupo es, supuestamente, identificar blancos como políticos, científicos, activistas y periodistas, y luego crear y difundir desinformación para obtener “beneficios ideológicos, partidistas y financieros”. (Todos ellos niegan las acusaciones). El problema es mucho mayor que unas cuantas publicaciones dispersas de lunáticos.Al final, no sabemos qué se puede hacer para contener de manera eficaz las enormes campañas de desinformación en las plataformas de las redes sociales, sobre todo antes de unas elecciones nacionales tan importantes. ¿Cómo podemos razonar con personas que creen que “los izquierdistas permiten matar a los bebés a los 28 días de nacer” o que “las vacunas implantan parásitos que se pueden controlar con impulsos electromagnéticos”? Algunos especialistas abogan por añadir etiquetas de comprobación de hechos, dificultar el reenvío de mensajes o introducir la verificación del usuario. Ninguna de esas medidas, supongo, haría mucho para frenar la marea de locura que encontré en Telegram.Al menos hay una solución a la que podemos recurrir: votar para que dejen su puesto los políticos de las noticias falsas.Vanessa Barbara es editora del sitio web literario A Hortaliça, autora de dos novelas y dos libros de no ficción en portugués y colaboradora de la sección de Opinión del Times. More

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    Bolsonaro-Supporting Brazilian Telegram Channels Are Wild and Sinister

    SÃO PAULO, Brazil — When Elon Musk reached a deal to acquire Twitter, right-wing Telegram groups in Brazil went wild. Here at last was a muscular champion of free speech. Even more, here was someone who — users rushed to confirm — wanted Carlos Bolsonaro, son of the president, to be Twitter’s managing director in Brazil.That was, of course, not true. But I wasn’t surprised. I had been following these groups on the messaging app for weeks, to watch how misinformation was spread in real time. In Brazil, fake news seems to be something that the population at large seems to fall victim to — Telegram just offers the sort of deepest rabbit hole you can go down. So I knew — from horrible, eye-sapping experience — that for many right-wing activists, fake news has become an article of faith, a weapon of war, the surest way of muddling the public discussion.“Fake news is part of our lives,” President Jair Bolsonaro said last year, while receiving a communication award from his own Ministry of Communications. (It doesn’t get more Orwellian, does it?) “The internet is a success,” he went on. “We don’t need to regulate it. Let the people feel free.”You can see his point. After all, fake news produced a headline supposedly in The Washington Post that read, “Bolsonaro is the best Brazilian president of all times” — and claimed that a recent pro-Bolsonaro motorcade rally made the Guinness World Records. But my plunge into the country’s Telegram groups revealed something more sinister than doctored articles. Unregulated, extreme and unhinged, these groups serve to slander the president’s enemies and conduct a shadow propaganda operation. No wonder Mr. Bolsonaro is so keen to maintain a free-for-all atmosphere.The chief target is Mr. Bolsonaro’s main opponent in October’s elections, the former president Luiz Inácio Lula da Silva. In medium-size pro-Bolsonaro groups, such as “The Patriots” (11,782 subscribers) and “Bolsonaro 2022 support group” (25,737 subscribers), the focus is unrelenting. Users exhaustively shared a digitally altered picture of a shirtless Mr. da Silva holding hands with President Nicolás Maduro of Venezuela as if they had been a homosexual couple in the 1980s. (Do I need to say it’s false?)The claims are endless, and outlandish: Mr. da Silva is sponsored by drug traffickers; he will persecute churches; he is against middle-class Brazilians having more than one television at home. People use what they can get. An obviously satirical video — which shows an actor, in the guise of an attorney for Mr. da Silva’s Workers’ Party, confessing to electoral fraud — is paraded as cold hard proof. The name of the attorney, which translates as something like “I Mock Them,” should have given the game away. But in their rush to demonize, Mr. Bolsonaro’s followers aren’t exactly given to close reading.Underlying this frenetic activity is barely disguised desperation. Mr. da Silva currently leads Mr. Bolsonaro in the latest poll, 41 percent to 36 percent. The reality of Mr. da Silva’s popularity is clearly too painful to bear, so Telegram users take refuge in fantasy. “Finally a real poll,” one user said, asserting that an imaginary pollster put Mr. Bolsonaro in first place with 65 percent of voting intentions, against 16 percent for his opponent. When inventing polls won’t do, you can always call off the race. “Afraid of an international arrest, Lula is going to give up his candidacy,” another claimed. The wishfulness is almost touching.Mr. Bolsonaro’s supporters have another great boogeyman: the Supreme Court, which has opened several investigations of the president, his sons and his allies. On Telegram, this scrutiny has not been well received. People accuse the justices of publicly defending rape, pedophilia, homicide, drug trafficking and organ trafficking. They share a manipulated picture of one justice posing with Fidel Castro. They share an edited video in which another justice confesses that the Workers’ Party is blackmailing him for participating in an orgy in Cuba. (The justice did say that — but was actually giving a bizarre example of fake news against him, a rumor that Mr. Bolsonaro himself helped to create on Twitter.)A few steps have been taken to curb this deluge of fake news. Some social media platforms have been removing videos from the president that spread misinformation about Covid-19 and the country’s electronic voting system. WhatsApp decided not to introduce in Brazil a new tool called Communities, which gathers several groups chats, until the presidential election is over. In March, the Supreme Court banned Telegram for two days because the company had been ignoring the court’s request to remove a misleading post on the country’s electoral system from the president’s official account (1.34 million subscribers). The company then agreed to adopt a few anti-misinformation measures, including a daily manual monitoring of the 100 most popular channels in Brazil and a future partnership with fact-checking organizations. A flawed “fake news bill” is being considered by Congress.It’s not nearly enough. A federal police investigation recently identified an orchestrated scheme — the so-called cabinet of hate — formed by Mr. Bolsonaro’s closest allies, and probably also his sons and aides. The group’s alleged aim is to identify targets such as politicians, scientists, activists and journalists, and then to create and spread disinformation for “ideological, party-political and financial gains.” (They all deny the accusations.) The problem is much bigger than a few scattered posts by lunatics.In the end, we don’t know what can be done to effectively contain enormous misinformation campaigns on social media platforms, especially before important national elections. How can we reason with people who believe that “leftists allow babies to be killed 28 days after being born” or that “vaccines implant parasites that can be controlled with electromagnetic impulses”? Some specialists advocate adding fact-check labels, making it harder to forward messages or bringing in user verification. None, I’d guess, would do much to hold back the tide of madness I found on Telegram.There is one solution we can fall back on, at least: voting the fake-news politicians out of office.The Times is committed to publishing a diversity of letters to the editor. We’d like to hear what you think about this or any of our articles. Here are some tips. And here’s our email: letters@nytimes.com.Follow The New York Times Opinion section on Facebook, Twitter (@NYTopinion) and Instagram. More