Aunque el comportamiento de ambos expresidentes fue muy similar, las consecuencias políticas que enfrentan han sido drásticamente diferentes.El presidente de extrema derecha, que no era el favorito en las encuestas, alertó sobre un fraude electoral a pesar de no tener ninguna prueba. Tras perder, afirmó que las elecciones estaban amañadas. Miles de sus seguidores —envueltos en banderas nacionales y engañados por teorías de la conspiración— procedieron a asaltar el Congreso, buscando anular los resultados.Ese escenario describe las elecciones presidenciales más recientes en las democracias más grandes del hemisferio occidental: Estados Unidos y Brasil.Pero si bien el comportamiento de los dos expresidentes —Donald Trump y Jair Bolsonaro— fue muy similar, las consecuencias políticas han sido drásticamente diferentes.Si bien Trump enfrenta cargos federales y estatales que lo acusan de pagarle a una actriz de cine porno por su silencio y de manejar de manera indebida documentos clasificados, sigue siendo la figura más influyente de la derecha estadounidense. Más de dos años después de dejar la Casa Blanca, Trump parece estar destinado a convertirse en el candidato republicano a la presidencia, con una amplia ventaja en las encuestas.En Brasil, Bolsonaro ha enfrentado represalias más rápidas y feroces. También enfrenta numerosas investigaciones criminales. Las autoridades allanaron su casa y confiscaron su teléfono celular. Y el viernes, menos de seis meses después de que dejara el poder, el Tribunal Superior Electoral de Brasil votó para inhabilitar a Bolsonaro de optar a un cargo político durante lo que queda de la década.Las secuelas de un asalto en el complejo de oficinas del gobierno brasileño por parte de los partidarios de Bolsonaro en enero.Victor Moriyama para The New York TimesEl tribunal dictaminó que el expresidente abusó de su poder cuando hizo afirmaciones sin fundamento sobre la integridad de los sistemas de votación de Brasil en la televisión estatal. Su próxima oportunidad a la presidencia sería en las elecciones de 2030, en las que tendría 75 años.Trump, incluso si es hallado culpable en un caso antes de las elecciones del año que viene, no sería descalificado automáticamente de postularse a la presidencia.El contraste entre las consecuencias que enfrentan ambos hombres refleja las diferencias de las estructuras políticas y gubernamentales de los dos países. El sistema estadounidense ha dejado el destino de Trump en manos de los votantes y del proceso lento y metódico del sistema judicial. En Brasil, los tribunales han sido proactivos, rápidos y agresivos para eliminar cualquier cosa que consideren una amenaza para la joven democracia de la nación.Las elecciones estadounidenses están a cargo de los estados, con un mosaico de reglas en todo el país sobre quién es elegible para postularse y cómo. En muchos casos, uno de los pocos obstáculos para aparecer en una boleta es recolectar suficientes firmas de votantes elegibles.En Brasil, las elecciones están regidas por el Tribunal Superior Electoral, el cual, como parte de sus funciones, sopesa regularmente si los candidatos tienen derecho a postularse para un cargo.“El alcalde, el gobernador o el presidente tienden a abusar de su poder para ser reelectos. Por eso creamos la ley de inelegibilidad”, dijo Ricardo Lewandowski, juez jubilado del Supremo Tribunal Federal de Brasil y expresidente del Tribunal Superior Electoral.La ley brasileña establece que los políticos que abusen de sus cargos sean temporalmente inelegibles para cargos. Como resultado, el Tribunal Superior Electoral ha bloqueado rutinariamente la postulación de políticos, incluidos, junto con Bolsonaro, tres expresidentes.“Lo que nuestro sistema trata de hacer es proteger al votante”, dijo Lewandowski. “Quienes cometieron delitos contra el pueblo deben permanecer fuera del juego durante cierto periodo de tiempo hasta que se rehabiliten”.Según algunos analistas, esta estrategia ha puesto demasiado poder en manos de los siete jueces del Tribunal Superior Electoral, en lugar de que sean los votantes quienes decidan.“Es una diferencia estructural entre los dos países”, dijo Thomas Traumann, analista político y exsecretario Especial de Comunicación Social de una presidenta brasileña de izquierda. Los políticos en Brasil conocen las reglas, dijo, y el sistema ha ayudado a mantener alejados del poder a algunos políticos corruptos. “Por otro lado, estás impidiendo que la gente decida”, dijo.El sistema electoral centralizado de Brasil también impidió que Bolsonaro librara una batalla tan prolongada por los resultados de las elecciones como lo hizo Trump.En Estados Unidos, un conteo lento de votos retrasó una semana la proclamación del ganador y luego el proceso del Colegio Electoral tomó varios meses más. Cada estado también realizó sus propias elecciones y auditorías. Eso le dio a Trump, y a los políticos y grupos que lo apoyaban, tiempo y varios frentes para implementar ataques contra el proceso.En Brasil, un país con 220 millones de habitantes, el sistema electrónico de votación contó las boletas en dos horas. La autoridad electoral central y no los medios de comunicación, procedieron a anunciar al ganador esa noche, en una ceremonia que involucró a líderes del Congreso, los tribunales y el gobierno.El sistema de votación electrónica de Brasil contó las papeletas en dos horas.Victor Moriyama para The New York TimesBolsonaro permaneció en silencio durante dos días pero, con pocas opciones, al final se hizo a un lado.Sin embargo, ese enfoque también conlleva riesgos.“Se podría alegar que ser tan centralizado también te hace propenso a más abusos que en el sistema estadounidense, que está más descentralizado y permite básicamente una supervisión local”, dijo Omar Encarnación, profesor del Bard College que ha estudiado los sistemas democráticos en ambos países.Sin embargo, añadió, en Estados Unidos, varios estados han aprobado recientemente leyes de votación restrictivas. “Resulta claro que son dos modelos muy diferentes y, dependiendo del punto de vista, se podría argumentar cuál es mejor o peor para la democracia”.En el periodo previo a las elecciones, el sistema de Brasil también le permitió combatir de manera mucho más agresiva contra cualquier desinformación o conspiración antidemocrática. El Supremo Tribunal Federal ordenó redadas y arrestos, bloqueó a miembros del Congreso de las redes sociales y tomó medidas para prohibir a las empresas de tecnología que no cumplieran con las órdenes judiciales.El resultado fue una campaña radical e implacable destinada a combatir la desinformación electoral. Sin embargo las medidas también generaron reclamos generalizados de extralimitación. Algunas redadas se enfocaron en personas solo porque estaban en un grupo de WhatsApp que había mencionado un golpe de Estado. Algunas personas fueron encarceladas temporalmente sin juicio por criticar al tribunal. Un congresista fue sentenciado a prisión por amenazar a los jueces en una transmisión en vivo.Estas acciones estrictas de los tribunales han ampliado su enorme influencia en la política brasileña en los últimos años, incluido su papel central en la llamada investigación Lava Jato que envió a prisión al presidente Luiz Inácio Lula da Silva.“La audacia, la temeridad con la que los tribunales han actuado, no solo contra Bolsonaro, sino incluso contra Lula, sugiere que los tribunales se están comportando de una manera un tanto —odio usar la palabra irresponsable— pero tal vez incluso represiva”, dijo Encarnación.Sin embargo, a pesar de los esfuerzos del tribunal, miles de partidarios de Bolsonaro procedieron a atacar y saquear los recintos del poder de la nación en enero, una semana después de la toma de posesión de Lula.Si bien la situación fue inquietantemente similar al asalto al Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021, los roles de los dos expresidentes fueron diferentes.Cientos de simpatizantes de Bolsonaro fueron detenidos temporalmente después de los disturbios de enero.Victor Moriyama para The New York TimesAmbos avivaron los reclamos y convencieron a sus seguidores de que se cometió un supuesto fraude, pero Trump les ordenó de manera explícita que marcharan hacia el Capitolio durante un discurso en las inmediaciones del lugar.Cuando los simpatizantes de Bolsonaro formaron su propia turba, Bolsonaro se encontraba a miles de kilómetros en Florida, donde permaneció por tres meses.En ambos países, cientos de invasores fueron arrestados y condenados, e investigaciones de los congresos están investigando lo sucedido. Por lo demás, las consecuencias han sido distintas.Al igual que Trump, Bolsonaro también ha defendido a sus seguidores.El viernes, Bolsonaro dijo que la revuelta no había sido un intento de golpe de Estado sino “viejitas y viejitos con banderas brasileñas en sus espaldas y biblias bajo sus brazos”.Pero las repercusiones políticas han sido diferentes.En Estados Unidos, gran parte del Partido Republicano ha aceptado las afirmaciones infundadas de fraude electoral, los estados han aprobado leyes que dificultan el voto y los votantes han elegido candidatos para el Congreso y las legislaturas estatales que niegan los resultados de las elecciones presidenciales.En Brasil, la clase política se ha alejado en gran medida del discurso de fraude electoral, así como del propio Bolsonaro. Los líderes conservadores están impulsando en la actualidad a un gobernador más moderado como el nuevo abanderado de la derecha brasileña.Encarnación afirmó que, a pesar de sus problemas, el sistema democrático de Brasil puede proporcionar un modelo sobre cómo combatir las nuevas amenazas antidemocráticas.“Básicamente, las democracias están luchando contra la desinformación y Dios sabe qué otras cosas con instituciones muy anticuadas”, dijo. “Necesitamos actualizar el hardware. No creo que haya sido diseñado para personas como las que enfrentan estos países”.Jack Nicas es el jefe de la corresponsalía en Brasil, que abarca Brasil, Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Anteriormente reportó de tecnología desde San Francisco y, antes de integrarse al Times en 2018, trabajó siete años en The Wall Street Journal. @jacknicas • Facebook More