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    ¿Por qué Israel tiene tantas elecciones?

    Los israelíes regresarán a las urnas por quinta vez, en menos de cuatro años.JERUSALÉN — El primer ministro israelí, Naftali Bennett, estará tomando decisiones en los próximos días para disolver el Parlamento y derrocar a su propio gobierno un año después de asumir el cargo, un proceso que desencadenará la celebración de nuevas elecciones dentro de unos meses. El proyecto de ley de disolución ha sido programado para una votación preliminar el miércoles, con una votación final que probablemente se realizará el lunes.La coalición de Bennett había comenzado con una mayoría mínima y recientemente la perdió, lo que hizo que fuese imposible gobernar.Una nueva elección le dará a Benjamin Netanyahu, el ex primer ministro de Israel con más años de servicio y ahora líder de la oposición, la oportunidad de regresar al poder aunque lucha contra unos cargos de corrupción. Sin embargo, su regreso está lejos de estar asegurado.Salvo el escenario improbable de que Netanyahu u otro líder del partido pueda formar una coalición alternativa con al menos 61 escaños en el Parlamento de 120 curules, los israelíes regresarán a las urnas en el otoño por quinta vez en menos de cuatro años.Aquí ofrecemos algunas explicaciones de la actual situación política en el país.¿Qué tipo de gobierno tiene Israel?Israel es una democracia parlamentaria con un sistema electoral de representación proporcional. Ningún partido ha obtenido nunca los votos suficientes para obtener una mayoría absoluta en el Parlamento. Es por eso que los partidos más grandes deben formar coaliciones consiguiendo el apoyo de los movimientos políticos más pequeños que negocian para proteger sus intereses y, a menudo, terminan ejerciendo un poder desproporcionado.Los últimos años han sido particularmente tumultuosos. Entre abril de 2019 y marzo de 2021, Israel celebró cuatro comicios que terminaron sin resultados concluyentes, con una legislatura dividida entre los partidos aliados con Netanyahu, quien fue primer ministro durante 15 años, y los que se oponen a sus intentos de permanecer en el poder.Asientos vacíos en la Knéset, el lunesAbir Sultan/EPA vía Shutterstock¿Por qué colapsó el gobierno actual?Bennett, máximo dirigente de un pequeño partido de derecha, ha liderado una difícil coalición de ocho movimientos formada por opositores políticos de derecha, izquierda y centro con agendas ideológicas enfrentadas, y que incluyó al primer partido árabe independiente que se ha unido a una coalición de gobierno israelí.Apodada por algunos como la “coalición kumbaya”, sus integrantes estaban unidos por el deseo de restaurar un sentido de unidad y estabilidad nacional, y principalmente, derrocar a Netanyahu después de que pasó 12 años consecutivos en el cargo.Pero las tensiones dentro de la coalición por cuestiones políticas y la presión implacable de Netanyahu y sus aliados hicieron que dos miembros de Yamina, el partido de Bennett, abandonaran la coalición. Varios legisladores árabes y de izquierda también se rebelaron en votaciones clave, lo que hizo que el gobierno se paralizara y luego entrara en crisis.Entonces, ¿quién lidera a Israel en este momento?Cuando finalmente se apruebe la disolución del Parlamento, muy probablemente antes de fines de junio, Bennett entregará el poder a Yair Lapid, el ministro de Relaciones Exteriores —un político de centro muy conocido por haber sido una personalidad de la televisión durante muchos años—, quien encabezará un gobierno provisional durante varios meses hasta que se convoque la elección y mientras se realizan las prolongadas negociaciones para una nueva coalición.Según los términos del acuerdo de coalición, se suponía que Lapid, el líder de Yesh Atid, el segundo partido más grande de Israel después del conservador Likud de Netanyahu, remplazaría a Bennett como primer ministro en agosto de 2023.Pero el acuerdo incluía una cláusula de seguridad en caso de que el gobierno no durara tanto. Estipulaba que si el Parlamento se disolvía debido a las acciones de los miembros de la coalición de derecha, como es el caso, Lapid se convertiría automáticamente en primer ministro interino del gobierno provisional.Trabajadores de la Comisión Electoral Central de Israel durante el recuento final de votos en la Knéset, en Jerusalén, el año pasado.Abir Sultan/EPA vía Shutterstock¿Cuándo son las próximas elecciones y quién se postulará?Aún no se ha fijado una fecha para la elección, pero pareciera existir un consenso sobre la fecha, que probablemente será a fines de octubre o principios de noviembre.Netanyahu y su partido Likud lideran las encuestas, seguidos por Lapid y Yesh Atid. Bennett, cuyo partido Yamina ocupaba solo seis escaños en el Parlamento cuando tomó posesión el año pasado, no parece haber obtenido mucho apoyo adicional.Al líder del partido que obtiene la mayor cantidad de votos generalmente se le otorga la primera oportunidad de formar un gobierno. El caso de Bennett fue muy inusual: se desempeñó como primer ministro porque era visto como el más aceptable para el flanco derecho de la diversa coalición.¿La próxima vez será diferente?Es posible que una quinta elección no produzca un resultado más definitivo o un gobierno más estable que las cuatro anteriores, según los analistas.“Hemos estado en esta película cuatro veces y podemos obtener resultados similares una quinta vez”, dijo Gideon Rahat, politólogo de la Universidad Hebrea de Jerusalén.“Por parte de Netanyahu, puede haber 1000 elecciones”, agregó Rahat. “Está preparado para barajar las cartas una y otra vez hasta que gane”.Los aliados de Netanyahu esperan que la decepción con el gobierno de Bennett impulse a los votantes de derecha que habían abandonado al líder político para que vuelvan a apoyarlo.“Mucha gente ha cambiado de opinión”, dijo Tzachi Hanegbi, un legislador experimentado de Likud y exministro, señalando las encuestas que muestran una erosión en el apoyo hacia algunos partidos de la coalición de Bennett.Pero a menos que Netanyahu salga victorioso y forme el próximo gobierno, dijo Ben Caspit, comentarista político y autor de dos biografías de Netanyahu, esta podría ser su última campaña electoral porque algunos de sus aliados políticos parecen menos inclinados a tolerar otro fracaso.Una valla publicitaria del partido Likud el año pasado, en Jerusalén. Muestra a Benjamin Netanyahu, a la derecha, y a sus rivales políticos, Gideon Saar, Naftali Bennett y Yair Lapid con un titular que dice: “Solo Likud formará un gobierno de derecha completo”.Abir Sultan/EPA vía Shutterstock¿Cuáles son los temas más controversiales?Esta última agitación política se produce en medio de una escalada en una batalla clandestina entre Israel e Irán. Y el conflicto con los palestinos se cierne sobre cada elección.Esta vez, es probable que la integración de los partidos árabes de Israel en el gobierno nacional sea el centro de atención. En repetidas oportunidades, Netanyahu intentó deslegitimar al gobierno de Bennett calificándolo como “dependiente de los partidarios del terrorismo”, refiriéndose a los políticos árabes que son ciudadanos de Israel.Los israelíes de centro y de izquierda dicen que un gobierno de Netanyahu dependerá de los extremistas de extrema derecha.Netanyahu ha prometido más acuerdos de paz con países que alguna vez fueron hostiles. Con la ayuda del gobierno de Trump, había establecido relaciones diplomáticas con los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos.El aumento del costo de vida y los precios exorbitantes de la vivienda son quizás los temas más preocupantes para muchos votantes.Los críticos de Netanyahu dijeron que si regresa al poder, la democracia misma de Israel estaría en juego porque sus aliados piden restricciones en el sistema judicial y la cancelación de su juicio.“Quiere aplastar la democracia israelí y establecer una dictadura corrupta sin tribunales y con medios que le sirvan”, dijo Or-Ly Barlev, activista social israelí y periodista independiente. “Estamos al borde de un abismo”.Isabel Kershner, corresponsal en Jerusalén, ha estado informando sobre la política israelí y palestina desde 1990. Es autora de “Barrera: la costura del conflicto israelí-palestino”. @IKershner • Facebook More

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    Boris Johnson Is in Trouble, and So Is Britain’s Conservative Party

    LONDON — For Boris Johnson, Britain’s embattled and scandal-ridden prime minister, nowhere is safe.On Thursday, that may become inescapably clear. Two local elections — one in a traditional Tory area in South Devon that the party has controlled almost continuously since 1885, the other in a postindustrial seat in North England that the Tories took from Labour for the first time in 90 years in 2019 — will deliver a decisive assessment of Mr. Johnson’s flailing popularity. As things stand, the Conservatives are set to lose both.Mr. Johnson’s ability to win over such disparate people and places — affluent farmers and neglected manufacturers, the shires in the South and old Labour heartlands in the North — once ensured his position at the top of the Conservative Party. Yet now, as Britain hovers on the brink of economic recession, the constituencies that previously united around the prime minister appear to be rejecting him. For Mr. Johnson, his authority frayed by a recent no confidence vote, a double defeat would leave his tenure hanging by a thread.But the Conservatives’ problems are much bigger than the prime minister. After 12 years in office, under three different leaders, the Conservatives have collectively set the stage for Britain’s woes. The balance sheet is dire: Wages haven’t risen in real terms since 2010, austerity has hollowed out local communities, and regional inequality has deepened. Britain’s protracted departure from the European Union, pursued by the Conservatives without a clear plan, has only made matters worse.For this litany of failures, the Conservatives seem to be finally paying the price. After four successive electoral victories, each one with a larger share of the vote, the party has trailed in the polls all year. Thursday’s elections are likely to be yet another indicator of the public’s growing disenchantment, one that bodes badly for the party’s chances in the next election, due by the start of 2025. Unable to address the country’s deep-seated problems and devoid of direction, the Conservatives are in trouble — whether led by Mr. Johnson or not.As the prices of food and energy soar to record levels, Conservatives can point to causes outside their control: the pandemic’s global disruption, lockdowns in China, Russia’s war in Ukraine. But they cannot explain why, in this time of global crisis, Britain is afflicted with particular severity. According to the Organization for Economic Cooperation and Development, Britain’s economy won’t grow at all next year — a bleak forecast shared only, among major economies, with Russia.That should concern the Conservatives, whose dismal economic record is visible everywhere, from rising levels of poverty to chronically underfunded public services. In the National Health Service, to which Conservatives love to pronounce their loyalty, wages for health care workers have fallen in real terms, and an estimated 110,000 positions lie vacant. As the waiting list for medical attention hits an all-time high, ever more Britons are going private: The average amount now spent by households on health care, as a percentage of G.D.P., is nearing levels in America. For a country so proud of its public health care, it’s an especially painful development.For Conservatives, the chaos of Mr. Johnson’s prime ministership offers another appealing alibi. Having first ridden on the back of Mr. Johnson’s unruliness, Conservatives now claim that it is impeding their ability to address the serious problems facing the country. They often complain that they just want to “get back to governing.” But the truth is that Conservatives gave up on governing long ago — a fact that accounts both for Britain’s current mess and Mr. Johnson’s appeal in the first place.Indeed, while Mr. Johnson’s own desperation to become party leader was always an open secret, his eventual rise to the top relied on his Conservative colleagues’ desperation as well. By 2019, after almost a decade in power and with little positive to show for it, there was a pressing need to plot a new national course. In a rut and out of ideas, Conservatives turned instead to a known peddler of feel-good fantasies. Mr. Johnson offered Conservatives an escape — from Europe, seriousness and self-doubt. What he lacked in sense of direction he made up for with his boundless optimism and sense of humor. Punch lines could take the place of policy, raising spirits if not wages.Mr. Johnson’s boosterism, giddily amplified by his cheerleaders in the right-wing press, worked for a while. During the push to leave the European Union, and even during the devastatingly mishandled pandemic, Mr. Johnson could play the role of mascot, rallying the nation for the task ahead. But now in the wreckage of that double disruption, each one exacerbated by Mr. Johnson’s incompetence, the Conservative leader has lost his charm. His jokes, amid an escalating cost-of-living crisis, fall flat. And having finally “got Brexit done,” as his winning campaign slogan promised, Mr. Johnson struggles to pin blame for the nation’s troubles on the European Union. Fed up with broken promises and brazen deceit, voters are turning against him.But Conservatives can avoid their own reckoning for only so long. First through austerity, then through Brexit and Mr. Johnson, the Conservatives have left Britain in the ruins of their ambition. Each one of their proposed solutions, offered in the name of national renewal, has made the situation worse. No one in the party can escape blame for this baleful legacy. One of the pretenders to Mr. Johnson’s throne — Rishi Sunak, Liz Truss or Jeremy Hunt — may offer a change in style. But a substantial change of course is unlikely to come. An economy predicated on low productivity and low investment, buttressed by a self-defeating lack of seriousness about Britain’s condition, is all the Conservatives seem to be able to offer.In the 1960s, an English satirist named Peter Cook warned that Britain was in danger of “sinking giggling into the sea.” Today, the feeling is pervasive. Over 12 years, the Conservatives have unmoored Britain from its foundations and perpetuated a failed economic model, accelerating the nation’s descent into disorder. For the most part, Conservatives have cheered the country on its way. On Thursday, Britain will at least learn if the tide is finally turning.Samuel Earle (@swajcmanearle) is a British journalist at work on a book about how the Conservative Party has dominated Britain for almost two centuries.The Times is committed to publishing a diversity of letters to the editor. We’d like to hear what you think about this or any of our articles. Here are some tips. And here’s our email: letters@nytimes.com.Follow The New York Times Opinion section on Facebook, Twitter (@NYTopinion) and Instagram. More

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    In Two Elections, North and South, Boris Johnson Risks a Sharp Rebuke

    Scandals, economic pain and an uproar over lockdown parties have left Britain’s Conservatives at risk of losing both recent advances and old strongholds.WAKEFIELD, England — Prime Minister Boris Johnson has yet to campaign in the stately but faded city of Wakefield in West Yorkshire, even though his Conservative Party is at risk of losing a highly symbolic seat in a parliamentary election there on Thursday. But that doesn’t mean he’s not on people’s minds — or tongues.“Boris Johnson has been convicted of breaking the law. He held parties in the place where they make the laws. It’s massive hypocrisy,” said Jordan Rendle, 31, who was getting his hair cut by a local barber, Andrew Prust.“We’re all human — 99.9 percent of the country didn’t stick to the rules,” Mr. Prust replied, his shrug reflected in the mirror.“OK, stop the haircut now!” Mr. Rendle spluttered in mock outrage, as he realized his barber backed the prime minister.“Boris Johnson has been convicted of breaking the law,” said Jordan Rendle, getting his hair cut, adding: “It’s massive hypocrisy.”Andrew Testa for The New York TimesEven in races where Mr. Johnson is not on the ballot, he manages to be an all-consuming, often polarizing figure. While this election, along with one in southwestern England, is to fill seats vacated by two lawmakers whose careers were ruined by their own scandals, the races are also a referendum of sorts on the scandal-scarred prime minister.How badly has he been damaged by the uproar over illicit parties held in Downing Street during the pandemic?Were the Conservatives to lose both seats, which is conceivable, it would do fresh damage to the record of electoral success that has helped Mr. Johnson survive the kind of turmoil — including a no-confidence vote by his own party — that would have sunk most politicians. A double defeat could trigger another mutiny among the 148 rebel Tory members of Parliament who voted to oust him only two weeks ago.“If those elections were to be lost quite badly, I can’t see why a good proportion of those M.P.s wouldn’t be demanding another no-confidence vote,” said Tim Bale, professor of politics at Queen Mary University of London. “By-elections have a nasty habit of making a generalized problem acute.”For all the high stakes, campaigning in Wakefield has been muted.Andrew Testa for The New York TimesPolls suggest the Conservatives are on track to lose Wakefield to the main opposition Labour Party, less than three years after they won it in Mr. Johnson’s 2019 election landslide. That would give Labour back a seat it held for nearly 90 years and restore a brick to the party’s “red wall” — areas in England’s equivalent of the rust belt, former industrial cities and towns that were once Labour strongholds.The election in Tiverton and Honiton, in the rural Tory heartlands to the south, is more of a tossup. There, the centrist Liberal Democrats are hoping to evict the Conservatives from a seat they held since the district was created in 1997, and won with a hefty margin in 2019.The incumbent, Neil Parish, resigned in April after he admitted watching pornography on his phone while sitting in the House of Commons. In Wakefield, the Conservative, Imran Ahmad Khan, was jailed after being convicted of sexually assaulting a teenage boy.Prime Minister Boris Johnson of Britain speaking in 2019 during his Conservative Party’s final election campaign rally in London.Kirsty Wigglesworth/Associated PressThe lurid circumstances that required these off-year elections makes the Conservative Party especially vulnerable. It adds to the perception of what critics call “Tory sleaze.” But there is deeper disillusionment with politics in Wakefield, where a strike at one of the bus companies has depressed business at shops and restaurants.“Politicians always make promises and then they always break them,” said Christine Lee, 82, a retired dress designer, as she browsed in one of Wakefield’s mostly deserted outdoor shopping malls. She said she did not plan to vote on Thursday because neither the Labour nor the Conservative candidate would make a difference.Given its high stakes, the campaign has been surprisingly muted. The Labour candidate, Simon Lightwood, who is comfortably ahead in the polls, has avoided making waves. His Tory opponent, Nadeem Ahmed, has gone quiet since he gave an ill-fated interview to The Daily Telegraph last week, in which he described his predecessor, Mr. Khan, as a “one bad apple,” who should not cause voters to turn against all Conservatives.A Labour stronghold in Wakefield. The party lost the seat in 2019, but has been ahead in polls there.Andrew Testa for The New York TimesDavid Herdson, who is running for the independent Yorkshire Party, left the Conservatives because of Mr. Johnson’s “reckless strategy” on Brexit.Andrew Testa for The New York TimesMr. Ahmed likened the case to that of Harold Shipman, a notorious English doctor and serial killer who is believed to have murdered 250 of his patients as a general practitioner before killing himself in prison in Wakefield in 2004. “Have we stopped trusting G.P.s?” Mr. Ahmed said to the Telegraph. “No, we still trust G.P.s and we know that he was one bad apple in there.”Mr. Johnson has so far kept his distance. On Friday, he skipped a conference of northern Conservative lawmakers in the nearby city of Doncaster, instead making a repeat visit to the Ukrainian capital Kyiv, where he met President Volodymyr Zelensky.To some local politicians, that was a telling sign.“Conservatives don’t think it’s worth fighting for,” said David Herdson, who is running for the seat as the candidate of the independent Yorkshire Party. “Labour thinks the election is in the bag, and they don’t want to make any mistakes.”Mr. Herdson, 48, who left the Conservative Party because of what he called Mr. Johnson’s “reckless strategy” in leaving the European Union, is emphasizing local concerns like affordable housing and better public transportation. He hopes for a respectable finish in the top five of a 15-candidate field. But in knocking on doors, he says he has encountered a “massive cynicism toward the political class in general.”A Labour Party spokeswoman, Phoebe Plomer, said Mr. Lightwood would spend the final days of the campaign telling voters that by defeating the Tories in Wakefield, they had a chance to force Mr. Johnson out of power. Under the rules of the Conservative Party, Mr. Johnson is not subject to another no-confidence vote for at least a year, though the rules can always be changed.A discount store in Wakefield, where a bus strike has emptied the town center.Andrew Testa for The New York TimesEither way, a loss in Wakefield would carry great symbolism. In 2019, the Conservatives pierced the red wall on the strength of Mr. Johnson’s promise to “get Brexit done.” That message appealed to disillusioned Labour voters, many of whom voted to leave the European Union in 2016. It was hailed as one of the most significant political realignments in British politics since the free-market revolution engineered by one of his Conservative predecessors, Margaret Thatcher.But instead of being revolutionary, Mr. Johnson’s leadership has been chaotic. In the wake of the no-confidence vote, his ethics adviser quit in despair last week, and Parliament is still scrutinizing whether the prime minister lied to lawmakers. On top of all that is a cost-of-living squeeze and a potential recession in the coming months.“There is this conventional thinking that Boris is this Heineken politician who can appeal to Labour voters,” Mr. Bale said, alluding to British ads in which a lager brand promised that it “refreshes the parts other beers cannot reach.”“But his appeal is actually kind of limited,” Mr. Bale said, “and he has become more of a liability then an asset.”Shoppers at an outdoor food market in Wakefield.Andrew Testa for The New York TimesGeoff Hayes, 72, who once worked in the now-defunct coal mines that ring Wakefield, said Mr. Johnson had sold many Labour voters on the promise that Brexit would liberate Britain from the regulatory shackles of the European Union. Now, however, they were realizing that the reality was trucks lined up for miles at ports on the English Channel, where they faced delays because of bureaucratic customs paperwork.“A lot of people thought Brexit was going to change everything,” said Mr. Hayes, as he gazed at peregrine falcons nesting in the steeple of Wakefield’s cathedral. “But in the end,” he said, “the Tories only care about the mega rich.” More

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    ¿Qué prometió Gustavo Petro?

    Durante su campaña, el candiato de izquierda Gustavo Petro propuso importantes reformas. Después de ganar las elecciones del domingo tendrá que demostrar que es capaz de implementar esos cambios.BOGOTÁ — En un estadio repleto de Bogotá, en medio de una explosión de confeti y debajo de un cartel que decía “Colombia ganó”, Gustavo Petro celebró el domingo su victoria como el primer presidente de izquierda que ha sido elegido en Colombia.“Llegó el gobierno de la esperanza”, dijo el exguerrillero y veterano senador, en medio de una cascada de aplausos y vítores.Durante décadas, Colombia ha sido uno de los países más conservadores de América Latina, donde la izquierda se ha asociado con una insurgencia violenta y algunos candidatos presidenciales de izquierda anteriores fueron asesinados durante sus campañas electorales.En ese contexto, la victoria de Petro fue histórica, una señal de la frustración de los votantes con el establecimiento político de derecha que, según muchos, no logró atender los problemas de generaciones que vivieron en condiciones de pobreza y desigualdad que solo empeoraron durante la pandemia.El hecho de que Petro eligiera como compañera de fórmula a Francia Márquez, una activista ambiental que será la primera vicepresidenta negra del país, hizo que la victoria fuese aún más excepcional. Algunas de las tasas de participación electoral más altas se registraron en varias zonas de las regiones más pobres y abandonadas del país, lo que sugiere que muchas personas se identificaron con los llamados repetidos de Márquez a la inclusión, la justicia social y la protección del medioambiente.Como candidato, Petro prometió cambiar algunos de los sectores más importantes de la sociedad colombiana en una nación que se encuentra entre las más desiguales de América Latina.Pero ahora que ocupará el palacio presidencial, pronto tendrá que convertir esas promesas, algunas de las cuales los críticos califican como radicales, en acciones.“Hay un programa de transformaciones muy profundas”, dijo Yann Basset, profesor de ciencias políticas en la Universidad del Rosario en Bogotá. “En todos esos temas va a necesitar de un apoyo importante del Congreso, lo que promete ser bastante difícil”.Simpatizantes de Petro en Bucaramanga, Colombia, el domingo.Nathalia Angarita para The New York TimesPetro ha prometido ampliar los programas sociales, proporcionar un subsidio significativo para las madres solteras, garantizar trabajo y un ingreso para las personas desempleadas, reforzar el acceso a la educación superior, aumentar la ayuda alimentaria, cambiar el país a un sistema de salud controlado públicamente y rehacer el sistema de pensiones.Dice que los fondos para esos cambios, en parte, se obtendrán de aumentar los impuestos a las 4000 familias más ricas del país, eliminando algunos beneficios fiscales corporativos, aumentando algunos aranceles de importación y atacando a los evasores de impuestos.Una parte central de su plataforma es un plan para pasar de lo que él define como la “vieja economía extractivista” de Colombia, basada en el petróleo y el carbón, a una enfocada en otras industrias, en parte para luchar contra el cambio climático.Algunas de las políticas de Petro podrían causar tensión con Estados Unidos que ha invertido durante las últimas dos décadas miles de millones de dólares en Colombia para ayudar a sus gobiernos a detener la producción y exportación de cocaína, con poco éxito. Petro ha prometido rehacer la estrategia del país contra las drogas, alejándose de la erradicación de los cultivos de coca, el producto base de la cocaína, para enfatizar el desarrollo rural.Washington ya ha comenzado a moverse en la dirección de priorizar el desarrollo, pero Petro podría chocar con los funcionarios estadounidenses por su visión precisa sobre ese tema.Petro también se ha comprometido a implementar por completo el acuerdo de paz de 2016 con el grupo rebelde más grande del país, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC, y a frenar la destrucción de la Amazonía colombiana, donde la deforestación ha alcanzado nuevos máximos en los últimos años.Uno de los mayores desafíos de Petro será financiar su ambiciosa agenda, especialmente encontrar nuevos ingresos para compensar la pérdida de dinero del petróleo y el carbón mientras se expanden los programas sociales.Recientemente, otros dos políticos de izquierda, Gabriel Boric en Chile y Pedro Castillo en Perú, asumieron la presidencia con promesas de extender los programas sociales, pero su popularidad se desplomó, entre otros factores, en medio de la creciente inflación.Colombia recauda menos impuestos en proporción de su producto interno bruto en comparación con casi todos los demás países de la región.El país ya tiene un déficit elevado, y el año pasado, cuando el presidente actual, Iván Duque, intentó impulsar un plan fiscal para ayudar a bajarlo, cientos de miles de personas salieron a las calles a protestar.“Las cifras presupuestarias simplemente no cuadran”, escribió James Bosworth, fundador de Hxagon, una firma de consultoría de riesgo político en Bogotá, en un boletín enviado el lunes. “Es probable que los costos de los programas sociales propuestos por Petro consuman el presupuesto y dejen un déficit que crecerá con rapidez”.“Para el segundo o tercer año de su gobierno”, continuó Bosworth, “tendrá que tomar decisiones difíciles debido a las restricciones financieras y eso terminará molestando a una parte de la coalición que lo eligió”.Mauricio Cárdenas, exministro de Hacienda, dijo que el primer paso que debe dar Petro es anunciar un ministro de Hacienda con experiencia que pueda sosegar los temores del mercado y de los inversionistas al asegurarle a la gente que no incentivará un gasto descontrolado o una intervención gubernamental excesiva.Otro reto importante podría ser trabajar con el Congreso. La coalición de Petro, Pacto Histórico, tiene la mayor cantidad de integrantes en la legislatura. Pero no tiene una mayoría, que necesitará para impulsar su agenda. Ya se ha acercado a líderes políticos fuera de su coalición, pero no está claro cuánto apoyo obtendrá y si la formación de nuevas alianzas lo obligará a renunciar a algunas de sus propuestas.“Yo creo que tendrá que abandonar ciertas partes de este programa”, dijo Basset. “De todos modos, yo creo que no tiene una mayoría para implementar todo lo que ha prometido”.Petro también heredará una sociedad profundamente polarizada, dividida por clase, raza, región y etnicidad y marcada por años de violencia y conflicto.Durante décadas, el gobierno de Colombia luchó contra las FARC, y el conflicto armado se convirtió en un enfrentamiento intrincado entre grupos guerrilleros de izquierda, paramilitares de derecha y militares, todos los cuales han sido acusados de abusos contra los derechos humanos.A pesar del acuerdo de paz de 2016 con las FARC, muchas de las líneas divisorias del conflicto continúan, y han sido amplificadas por las redes sociales, que permitieron que los rumores y la desinformación circularan.Las encuestas previas a las elecciones mostraban una desconfianza en aumento en casi todas las instituciones importantes.“En mi opinión, esta elección es, por mucho, la más polarizada que hemos visto en Colombia en muchos años”, dijo Arlene B. Tickner, politóloga de la Universidad de Rosario. “Creo que será un desafío clave el solo hecho de calmar las aguas y hablarle en particular a los votantes y sectores de la sociedad colombiana que no votaron por él y que tienen temores considerables sobre la presidencia de Petro”.Una de las tareas más difíciles de Petro podría ser abordar la violencia en el campo.A pesar del acuerdo de paz, los grupos armados han seguido creciendo, especialmente en áreas rurales, alimentándose del narcotráfico, la industria ganadera, el tráfico de personas y otras actividades.Los homicidios, las masacres y los asesinatos de líderes sociales aumentaron en los últimos años, y el desplazamiento interno sigue siendo alto: 147.000 personas fueron obligadas a huir de sus hogares el año pasado, según datos del gobierno.Muchas personas afectadas por esta violencia votaron por Petro y Márquez, quien nació en el Cauca, una de las zonas más afectadas de Colombia.El plan de Petro para enfrentar la violencia incluye una reforma agraria que desalentaría con impuestos la propiedad de grandes parcelas de tierra y otorgaría títulos de propiedad a los pobres, cuya falta de recursos a menudo los obliga a unirse a grupos armados.Pero, presidencia tras presidencia, los intentos de emprender una reforma agraria han sido obstaculizados, y Petro admitió en una entrevista de este año que puede ser “lo más duro” de cumplir de sus promesas de campaña.“Es alrededor del tema en el que en Colombia se han hecho las guerras”, dijo.Megan Janetsky More

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    Las democracias no siempre se comportan de manera democrática

    Cuando los líderes políticos se enfrentan a una crisis constitucional, como la del 6 de enero en EE. UU., el proceso de decidir colectivamente cómo responder puede ser desordenado, arbitrario y, a veces, cambiar la naturaleza del propio sistema.Cuando buscamos casos similares en el mundo al momento del año pasado en el que el entonces vicepresidente Mike Pence se negó a ceder ante la presión del presidente Donald Trump para ayudarlo a revertir su derrota electoral, algo queda claro casi de inmediato.Este tipo de crisis, en las que el destino de la democracia queda en manos de un puñado de funcionarios, rara vez se resuelven únicamente sobre la base de principios legales o constitucionales, aunque luego sean citados como justificación.En su lugar, por lo general la resolución está determinada por las élites políticas que logran formar rápidamente una masa crítica a favor de un resultado. Y esos funcionarios pueden seguir cualquier motivación —principios, antipatía partidista, interés propio— que los movilice.En conjunto, la historia de las crisis constitucionales modernas destaca algunas duras verdades sobre la democracia. Las normas supuestamente fundamentales, como elecciones libres o el Estado de derecho, aunque se presenten como si estuvieran cimentadas de manera irreversible en las bases de la nación, en realidad solo son tan sólidas como el compromiso de quienes estén en el poder. Y si bien una crisis puede ser una oportunidad para que los líderes refuercen las normas democráticas, también puede ser una oportunidad para revisarlas o revocarlas por completo.Por ejemplo, en medio de las elecciones de Yugoslavia de 2000, la oposición declaró que había obtenido suficientes votos para destronar al presidente Slobodan Milosevic, cuyo gobierno aseguró falsamente que la oposición se había quedado corta.Ambas partes apelaron a los principios constitucionales, los procedimientos legales y, con furiosas protestas, a la voluntad del pueblo. Al final, una masa crítica de funcionarios del gobierno y de la policía, incluidos algunos en puestos necesarios para certificar el resultado, señalaron que, por razones que variaban de persona a persona, tratarían a Milosevic como el perdedor de las elecciones. Posteriormente, el nuevo gobierno lo extraditó para enfrentar cargos por crímenes de guerra en La Haya, en los Países Bajos.Slobodan Milosevic, expresidente de Yugoslavia, aplaudiendo durante una ceremonia en la academia militar de Belgrado, en 2000. Milosevic fue declarado perdedor de unas disputadas elecciones y posteriormente extraditado para ser acusado de crímenes de guerra en La Haya.Agence France-PresseLos estadounidenses parecieran tener más cosas en común con Perú. Allí, en 1992, el entonces presidente Alberto Fujimori disolvió el Congreso controlado por la oposición, que estaba haciendo gestiones para destituirlo. Los legisladores de todo el espectro votaron rápidamente para remplazar a Fujimori con su propio vicepresidente, quien se había opuesto al abuso de poder presidencial.Ambos bandos aseveraron estar defendiendo la democracia de la amenaza que representaba el otro. Ambos apelaron a las fuerzas militares de Perú, que tradicionalmente había desempeñado un rol de árbitro final, de forma casi similar al de una corte suprema. El pueblo, profundamente polarizado, se dividió. Los militares también se dividieron en dos bandos.En el momento más crítico, una cantidad suficiente de élites políticas y militares indicó su apoyo a Fujimori y logró que prevaleciera. Se juntaron de manera informal, cada uno reaccionando a los eventos de manera individual. Muchos apelaron a diferentes fines, como la agenda económica de Fujimori, la sensación de estabilidad o la posibilidad de que su partido prevaleciera bajo el nuevo orden.Perú cayó en un cuasi-autoritarismo, con derechos políticos restringidos y elecciones celebradas, pero bajo términos que favorecían a Fujimori, hasta que fue destituido de su cargo en 2000 por acusaciones de corrupción. El año pasado, su hija se postuló para la presidencia como una populista de derecha y perdió por menos de 50.000 votos.La América Latina moderna ha enfrentado repetidamente este tipo de crisis. Esto, según muchos académicos, no se debe tanto a rasgos culturales compartidos, sino más a una historia de intromisión de Guerra Fría que debilitó las normas democráticas. También surge de sistemas presidenciales de estilo estadounidense y de la profunda polarización social que allana el camino para el combate político extremo.Las democracias presidenciales, al dividir el poder entre ramas en competencia, crean más oportunidades para que cargos rivales se enfrenten, incluso hasta el punto de usurparse unos a otros los poderes. Dichos sistemas también enturbian las preguntas sobre quién está al mando, lo que obliga a sus ramas o poderes a resolver disputas de manera informal, sobre la marcha y, en ocasiones, por la fuerza.Venezuela, que solía ser la democracia más antigua de la región, sufrió una serie de crisis constitucionales cuando el entonces presidente Hugo Chávez se enfrentó con jueces y otros órganos gubernamentales que bloquearon su agenda. Cada vez, Chávez —y luego su sucesor, Nicolás Maduro— apeló a los principios legales y democráticos para justificar el debilitamiento de esas instituciones hasta que, con el tiempo, las acciones de los líderes, en apariencia para salvar la democracia, prácticamente las destriparon.Hugo Chávez, expresidente de Venezuela, llegando a la Asamblea Nacional para su discurso anual sobre el estado de la nación en Caracas, en 2012. Él y su sucesor apelaron a los principios legales y democráticos para justificar su debilitamiento de las instituciones democráticas.Ariana Cubillos/Associated PressLas presidencias no son comunes en las democracias occidentales. Una de las pocas, en Francia, experimentó su propia crisis constitucional en 1958, año en el que se evitó un intento de golpe militar cuando el líder Charles de Gaulle se otorgó poderes de emergencia para establecer un gobierno de unidad que satisficiera a los líderes civiles y militares.Si bien otros tipos de sistemas pueden caer en grandes crisis, a menudo se debe a que, al igual que en una democracia presidencial, los centros de poder en rivalidad chocan hasta el punto de intentar invadir al otro.Aun así, algunos académicos argumentan que los estadounidenses que esperan comprender la trayectoria de su país no deberían mirar a Europa, sino a América Latina.Ecuador estuvo cerca del precipicio en 2018 debido al esfuerzo del entonces presidente Rafael Correa de extender sus propios límites de mandato. Pero cuando los votantes y la élite política se opusieron, Correa dejó el cargo de manera voluntaria.En 2019, Bolivia se sumió en el caos en medio de una elección disputada. Aunque la opinión pública estuvo dividida, las élites políticas y militares señalaron que creían que el líder de izquierda en funciones en aquel momento, Evo Morales, debía dejar el cargo y prácticamente lo obligaron a hacerlo.Sin embargo, cuando el remplazo de derecha de Morales no pudo evitar meses de inestabilidad y turbulencia y luego se dispuso a posponer las elecciones, muchas de esas mismas élites presionaron para que estas se realizaran rápidamente, lo que benefició al sucesor elegido por Morales.Evo Morales, expresidente de Bolivia, hablando con la prensa el día de las elecciones en La Paz, en octubre de 2019. El país se sumió en el caos tras las elecciones, que fueron objeto de controversia.Martin Alipaz/EPA vía ShutterstockLa frase “élites políticas” puede evocar imágenes de poderosos que fuman puros y se reúnen en secreto para mover los hilos de la sociedad. En realidad, los académicos usan el término para describir a legisladores, jueces, burócratas, autoridades policiales y militares, funcionarios locales, líderes empresariales y figuras culturales, la mayoría de los cuales nunca coordinarían directamente, muchos menos acordarían qué es lo mejor para el país.Aun así, son esas élites las que, en colectivo, preservan la democracia día a día. Del mismo modo en que el papel moneda solo tiene valor porque todos lo tratamos como valioso, las elecciones y las leyes solo tienen poder porque las élites se despiertan cada mañana y las consideran primordiales. Es una especie de pacto, en el que los poderosos se vinculan voluntariamente a un sistema que también los restringe.“Una democracia organizada y en buen funcionamiento no nos exige pensar activamente en qué la sostiene”, me dijo Tom Pepinsky, politólogo de la Universidad Cornell, poco después de los disturbios en el Capitolio, el 6 de enero de 2021. “Es un equilibrio; todos están motivados a participar como si continuara”.Pero en una enorme crisis constitucional, cuando las normas y reglas destinadas a guiar la democracia se ponen en duda o se dejan de lado por completo, esas élites, súbitamente, se enfrentan a la pregunta de cómo —o si se debe— mantener su pacto democrático.No siempre estarán de acuerdo sobre cuál es el mejor camino para la democracia, para el país o para ellos mismos. En ocasiones, el impacto de ver la vulnerabilidad de la democracia los llevará a redoblar su compromiso con ella. En otras, a deshacerse de ese sistema en parte o en su totalidad.El resultado, a menudo, es una lucha de élites que se presionan entre sí directamente, como lo hicieron muchos republicanos de alto rango y asesores de la Casa Blanca durante el 6 de enero, o mediante declaraciones públicas dirigidas a los miles de funcionarios que operan la maquinaria del gobierno.Los académicos denominan esto como un “juego de coordinación”, en el que todos esos actores intentan comprender o influir en la manera en que otros responderán, hasta que surja un consenso mínimamente viable. Puede no parecerse tanto a una trama bien definida, sino más bien a una manada de animales asustados, por lo que el resultado puede ser difícil de predecir.Antes del 6 de enero, no había muchas razones para cuestionar el compromiso de los legisladores con la democracia. “No se había cuestionado si apoyaban o no la democracia en un sentido interno real; eso nunca había estado en juego”, afirmó Pepinsky.Ahora, una crisis los había obligado a decidir si anular las elecciones, y eso demostró que no todos esos legisladores, de tener esa opción, votarían para defender la democracia. “Me ha sorprendido demasiado cuánto de esto en realidad depende de 535 personas”, confesó Pepinsky, refiriéndose a la cantidad de legisladores en el Congreso.Max Fisher es reportero y columnista de temas internacionales con sede en Nueva York. Ha reportado sobre conflictos, diplomacia y cambio social desde cinco continentes. Es autor de The Interpreter, una columna que explora las ideas y el contexto detrás de los principales eventos mundiales de actualidad. @Max_Fisher • Facebook More

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    He Promised to Transform Colombia as President. Can He Fulfill That Vow?

    During his campaign, Gustavo Petro proposed major reforms if he was elected. After winning Sunday’s presidential election, he’ll now have to prove he can carry out those changes.BOGOTÁ, Colombia — In a packed arena in Bogotá on Sunday, amid a burst of confetti and below a sign that read “Colombia won,” Gustavo Petro celebrated his victory as the first leftist ever elected president of Colombia.“The government of hope has arrived,” said the former rebel and longtime legislator, to a cascade of cheers.For decades, Colombia has been one of the most conservative countries in Latin America, where the left has long been associated with a violent insurgency and past leftist presidential candidates have been assassinated on the campaign trail.Against that backdrop, Mr. Petro’s win was historic, signaling voters’ frustration with a right-wing establishment that many said had failed to address generations of poverty and inequality that have only worsened during the pandemic.Mr. Petro’s choice for running mate, Francia Márquez, an environmental activist who will be the country’s first Black vice president, made the victory all the more exceptional. Some of the highest voter turnout rates were recorded in some of the poorest and most neglected parts of the country, suggesting that many people identified with her prominent and repeated calls for inclusion, social justice and environmental protection.As a candidate, Mr. Petro promised to reshape some of the most important sectors of Colombian society in a nation that is among the most unequal in Latin America.But now that he will occupy the presidential palace, he will soon have to turn those pledges — some of which critics call radical — into action.“This is a program of very deep transformations,” said Yann Basset, a political science professor at Rosario University in Bogotá. “On all these issues he is going to need significant support from Congress, which promises to be quite difficult.”Supporters of Mr. Petro on Sunday in Bucaramanga, Colombia.Nathalia Angarita for The New York TimesMr. Petro has vowed to vastly expand social programs, providing a significant subsidy to single mothers, guaranteeing work and a wage to unemployed people, bolstering access to higher education, increasing food aid, shifting the country to a publicly controlled health care system and remaking the pension system.He will pay for this, in part, he says, by raising taxes on the 4,000 wealthiest families, removing some corporate tax benefits, raising some import tariffs and targeting tax evaders.A core part of his platform is a plan to shift from what he calls Colombia’s “old extractive economy,” based on oil and coal, to one focused on other industries, in part to fight climate change.Some of Mr. Petro’s policies could cause tension with the United States, which has poured billions of dollars into Colombia in the last two decades to help its governments halt the production and export of cocaine, to little effect. Mr. Petro has promised to remake the country’s strategy on drugs, shifting away from the eradication of the coca crop, the base product in cocaine, to emphasizing rural development.Washington has already begun moving in the direction of prioritizing development, but Mr. Petro could clash with U.S. officials on precisely what this looks like.Mr. Petro has also pledged to fully implement the 2016 peace deal with the country’s largest rebel group, the Revolutionary Armed Forces of Colombia, or FARC, and to slow the destruction of the Colombian Amazon, where deforestation has risen to new highs in recent years.One of Mr. Petro’s biggest challenges will be paying for his ambitious agenda, in particular finding new revenue to compensate for lost oil and coal money while expanding social programs.Two other leftists, Gabriel Boric in Chile and Pedro Castillo in Peru, have taken office recently with ambitious promises to expand social programs, only to have their popularity plummet amid rising inflation, among other issues.Colombia collects less in taxes as a proportion of its gross domestic product compared with almost every other country in the region.The country already has a high deficit, and last year, when the current president, Iván Duque, attempted to pursue a tax plan to help lower it, hundreds of thousands of people took to the street in protest.“The budget numbers just don’t add up,” James Bosworth, the founder of Hxagon, a political risk consulting firm in Bogotá, wrote in a newsletter on Monday. “The costs on Petro’s proposed social programs are likely to burn through the budget and leave a rapidly widening deficit.”“By year two or three of his administration,” Mr. Bosworth continued, “he’s going to have to make tough choices due to financial restrictions and that will end up angering some portion of the coalition that elected him.”Mauricio Cárdenas, a former finance minister, said that the first step Mr. Petro should take is to announce an experienced finance minister who can calm market and investor fears by assuring the public that he will not be engaging in runaway spending or excessive government intervention.Another major challenge could be working with Congress. Mr. Petro’s coalition, called the Historic Pact, has the largest number of lawmakers in the legislature. But he does not have a majority, which he will need to push through his agenda. He has already reached out to political leaders outside his coalition, but it’s unclear how much support he will gain — and whether forming new alliances will force him to give up some of his proposals. “I think he is going to have to abandon certain parts of this program,” Mr. Basset said. “In any case, I believe that he does not have a majority to implement everything he has promised.”Mr. Petro will also inherit a deeply polarized society, divided by class, race, region and ethnicity and scarred by years of violence and war.For decades, Colombia’s government fought the FARC, and the war grew into a complex battle among left-wing guerrilla groups, right-wing paramilitaries and the military, all of which have been accused of human rights abuses.Despite the 2016 peace accord with the FARC, many of the fault lines of the conflict remain, which has been supercharged by social media, allowing rumor and misinformation to fly.Polls before the election showed growing distrust in almost all major institutions.“This election in my mind is by far the most polarized that we’ve seen in Colombia in many years,” said Arlene B. Tickner, a political scientist at Rosario University. “So simply calming the waters and speaking to in particular those voters and those sectors of Colombian society that did not choose him, and that have significant fears about a Petro presidency, I think is going to be a key challenge.”One of Mr. Petro’s most difficult tasks could be addressing violence in the countryside.Despite the peace deal, armed groups have continued to flourish, mostly in rural areas, feeding off the drug trade, the cattle industry, human trafficking and other activities.Homicides, massacres and the killings of social leaders are all up in recent years, and internal displacement remains high, with 147,000 people forced to flee their homes last year, according to government data.Many people affected by this violence voted for Mr. Petro and Ms. Márquez, who was born in Cauca, one of the hardest hit parts of Colombia.Mr. Petro’s plan to address the violence includes a land reform that would discourage the ownership of large land parcels through taxation and give land titles to poor people whose lack of resources often indentures them to armed groups.But land reform has stymied president after president, and Mr. Petro admitted in an interview this year that it may be “the hardest” part of his campaign pledges to fulfill.“Because it’s this topic that has caused Colombia’s wars,” he said.Megan Janetsky contributed reporting. 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    Israel’s Government Collapses, Setting Up 5th Election in 3 Years

    The governing coalition decided to dissolve Parliament, plunging the country back into paralysis and throwing a political lifeline to Benjamin Netanyahu.JERUSALEM — Israel’s governing coalition will dissolve Parliament before the end of the month, bringing down the government and sending the country to a fifth election in three years, the prime minister said on Monday.The decision plunged Israel back into paralysis and threw a political lifeline to Benjamin Netanyahu, the right-wing prime minister who left office just one year ago upon the formation of the current government. Mr. Netanyahu is currently standing trial on corruption charges but has refused to leave politics, and his Likud party is leading in the polls.Once Parliament formally votes to dissolve itself, it will bring down the curtain on one of the most ambitious political projects in Israeli history: an unwieldy eight-party coalition that united political opponents from the right, left and center, and included the first independent Arab party to join an Israeli governing coalition.But that ideological diversity was also its undoing.Differences between the coalition’s two ideological wings, compounded by unrelenting pressure from Mr. Netanyahu’s right-wing alliance, led two right-wing lawmakers to defect — removing the coalition’s majority in Parliament. When several left-wing and Arab lawmakers also rebelled on key votes, the coalition found it impossible to govern.The final straw was the government’s inability last week to muster enough votes to extend a two-tier legal system in the West Bank, which has differentiated between Israeli settlers and Palestinians since Israel occupied the territory in 1967.Several Arab members of the coalition declined to vote for the system, which must be extended every five years. That prevented the bill’s passage and prompted Prime Minister Naftali Bennett, a former settler leader, to collapse the government and thereby delay a final vote until after another election.“We did everything we possibly could to preserve this government, whose survival we see as a national interest,” Mr. Bennett, 50, said in a televised speech. “To my regret, our efforts did not succeed,” he added.Expected to be held in the fall, the snap election will be Israel’s fifth since April 2019. It comes at an already delicate time for the country, after a rise in Palestinian attacks on Israelis and an escalation in a clandestine war between Israel and Iran. It also complicates diplomacy with Israel’s most important ally, the United States, as the new political crisis arose less than a month before President Joseph R. Biden’s first visit to the Middle East as a head of state.Mr. Biden will be welcomed by a caretaker prime minister, Yair Lapid, the current foreign minister. The terms of the coalition agreement dictated that if the government collapsed because of right-wing defections, Mr. Lapid, a centrist former broadcaster, would take over as interim leader from Mr. Bennett.Mr. Lapid will lead the government for at least several months, through the election campaign and the protracted coalition negotiations likely to follow.Former premier Benjamin Netanyahu speaks to the press at the Knesset on Monday.Oren Ben Hakoon/Agence France-Presse — Getty ImagesIn a show of unity on Monday night, Mr. Bennett and Mr. Lapid gave consecutive speeches from the same stage, both hailing the successes of an unlikely government that many analysts did not expect to last even for a year.The fractious alliance was formed last June after four inconclusive elections in two years had left Israel without a state budget or a functional government.The coalition’s members agreed to team up to end this paralysis, and because of their shared desire to oust Mr. Netanyahu. Mr. Netanyahu’s refusal to resign despite standing trial on corruption charges had alienated many of his natural allies on the right, leading some of them to ally with their ideological opponents to remove him from office.The coalition was cohesive enough to pass a new budget, Israel’s first in more than three years, and to make key administrative appointments. It steadied Israel’s relationship with the Biden administration and deepened its emerging ties with key Arab states.Its leaders and supporters also hailed it for showing that compromise and civility were still possible in a society deeply divided along political, religious and ethnic lines.“We formed a government which many believed was an impossible one — we formed it in order to stop the terrible tailspin Israel was in the midst of,” Mr. Bennett said in his speech.“Together we were able to pull Israel out from the hole,” he added.Nevertheless, the government was ultimately unable to overcome its contradictions.Its members clashed regularly over the rights of Israel’s Arab minority, the relationship between religion and state, and settlement policy in the occupied West Bank — clashes that ultimately led two key members to defect, and others to vote against government bills.The new election offers Mr. Netanyahu another chance to win enough votes to form his own majority coalition. But his path back to power is far from clear.Polls suggest that his party, Likud, will easily be the largest in the next Parliament, but its allies may not have enough seats to let Mr. Netanyahu assemble a parliamentary majority. Some parties may also only agree to work with Likud if Mr. Netanyahu steps down as party leader.The opening of the summer session of the Knesset last month.Maya Alleruzzo/Associated PressThis dynamic may lead to months of protracted coalition negotiations, returning Israel to the stasis it fell into before Mr. Netanyahu’s departure, when his government lacked the cohesion to enact a national budget or fill important positions in the civil service, and the country held four elections in two years. Through it all, Mr. Netanyahu is expected to remain on trial, a yearslong process that is unaffected by a new election, and which will likely only end if he either accepts a plea deal, is found guilty or innocent, or if prosecutors withdraw their charges. Despite the promises of some coalition members, the outgoing government failed to pass legislation to bar a candidate charged with criminal offenses from becoming prime minister.Critics fear Mr. Netanyahu will use a return to office to pass laws that might obstruct the prosecution, an accusation that he has denied.Understand the Collapse of Israel’s GovernmentCard 1 of 4A fragile coalition. More