More stories

  • in

    La extrema derecha vuelve a la carga en Alemania

    Mientras los alemanes se enfrentan a una era de turbulencias políticas y económicas, el partido Alternativa para Alemania resurge. Los políticos tradicionales se esfuerzan por reaccionar.Las mesas estaban abarrotadas en el Waldhaus, un restaurante en las afueras boscosas de una ciudad del este de Alemania, mientras los habituales —trabajadores estrechando manos callosas, jubiladas agarrando carteras en su regazo— se acomodaban para una reunión de bar de la ultraderechista Alternativa para Alemania.Pero los incondicionales preocupan menos a los dirigentes políticos alemanes que personas como Ina Radzheit. Ella, agente de seguros con una blusa floreada, se coló entre bandejas de schnitzel y cervezas espumosas en su primera visita a la AfD, las iniciales alemanas con las que se conoce al partido.“¿Qué pasa?”, dijo. “¿Por dónde empiezo?”. Se siente insegura con el aumento de la inmigración. Le incomoda que Alemania suministre armas a Ucrania. Está exasperada por las disputas del gobierno sobre planes climáticos que teme que costarán a ciudadanos como ella su modesto pero cómodo modo de vida.“No puedo decir ahora si alguna vez votaré por la AfD”, dijo. “Pero estoy escuchando”.A medida que la preocupación por el futuro de Alemania crece, parece que también lo hace la AfD.La AfD ha alcanzado su punto más alto en las encuestas en los antiguos estados comunistas del este de Alemania, donde ahora es el partido líder, atrayendo a alrededor de un tercio de los votantes. En el oeste, más rico, está subiendo. A nivel nacional, está codo a codo con los socialdemócratas del canciller Olaf Scholz.Si la tendencia se mantiene, la AfD podría representar su amenaza más seria para la política alemana tradicional desde 2017, cuando se convirtió en el primer partido de extrema derecha en entrar en el Parlamento desde la Segunda Guerra Mundial.El giro es sorprendente para un partido cuyos obituarios políticos llenaban los medios alemanes hace un año, tras haberse hundido en las elecciones nacionales. Y refleja el malestar de un país en una encrucijada.Residentes locales llegan a una reunión de la AfD en el restaurante Waldhaus en Gera, Alemania.Lena Mucha para The New York TimesTras décadas de prosperidad de posguerra, Alemania lucha por transformar su modelo industrial exportador del siglo XX en una economía digitalizada capaz de resistir el cambio climático y la competencia de potencias como China.“Vivimos en un mundo de agitación global”, dijo Rene Springer, legislador nacional de AfD, en su intervención en el Waldhaus de Gera. “Nuestra responsabilidad para con nuestros hijos es dejarles algún día una situación mejor que la nuestra. Eso ya no es de esperar”.Cuando fue elegida en 2021, la coalición de tres partidos de Scholz prometió conducir a Alemania a través de una transformación dolorosa pero necesaria. En cambio, el país se sumió en una incertidumbre más profunda por la invasión rusa de Ucrania.Al principio, la coalición parecía vencer a los pronósticos: los aliados elogiaban su promesa de sustituir el pacifismo de posguerra por una revitalización militar. Encontró alternativas al gas ruso barato —casi el 50 por ciento de su suministro— con una rapidez inesperada.Pero entonces el país entró en recesión. Las cifras de migración alcanzaron máximos históricos, impulsadas sobre todo por los refugiados ucranianos. Y la coalición empezó a luchar entre sí sobre cómo retomar el rumbo marcado para Alemania antes de la guerra.La AfD, un partido que atrajo apoyos sobre todo al criticar la migración, encontró un nuevo atractivo como defensor de la clase económicamente precaria de Alemania.“Con la migración, la AfD ofreció una narrativa cultural y una identidad a quienes estaban ansiosos por su futuro”, dijo Johannes Hillje, un politólogo alemán que estudia la AfD. “Ahora, la amenaza cultural no viene solo de fuera, sino de dentro, es decir, de la política de transformación del gobierno”.Una manifestación de la AfD sobre seguridad energética e inflación, en las afueras del edificio del Reichstag en Berlín, en octubre.Christoph Soeder/DPA, vía Associated PressLa AfD ha resurgido a pesar de que los servicios de inteligencia nacionales la clasifican como organización “sospechosa” de extrema derecha, lo que permite ponerla bajo vigilancia. Su rama en Turingia, donde se celebró la reunión de Waldhaus, está clasificada como extremista “confirmada”.Un mes antes, su rama juvenil nacional también fue clasificada como extremista confirmada, aunque esa etiqueta fue retirada hace poco mientras se resuelve en la corte un caso sobre su estatus.En el informe anual de la agencia nacional de inteligencia en abril, el líder de la agencia, Thomas Haldenwang, indicó que se cree que de los 28.500 integrantes de la AfD, alrededor de 10.000 son extremistas.Sin embargo, un tercio de los alemanes la consideran un “partido democrático normal”, según Hillje. “La paradoja es que, al mismo tiempo, cada vez está más claro que se trata realmente de un partido radical, si no extremista”.En años anteriores, el partido parecía dispuesto a dejar de lado a las figuras extremas. Ahora ya no. Este mes de abril, la colíder Alice Wiedel habló junto a Björn Höcke, líder del partido en Turingia y uno de los políticos considerado entre los más radicales de la AfD.Höcke fue acusado recientemente por la fiscalía estatal por utilizar la frase “todo para Alemania” en un mitin, un eslogan de las tropas de asalto nazis.Nada de eso empañó el entusiasmo en el Waldhaus de Gera, una ciudad de unos 93.000 habitantes en el este de Turingia, donde la AfD es el partido más popular.Anke Wettengel, maestra de escuela, dijo que esas etiquetas equivalen a centrarse en los hinchas de un equipo de fútbol, y no reflejan a los seguidores normales, como ella.Tampoco veía ningún problema en lo dicho por Höcke.“Fue una frase muy normal”, dijo. “Hoy se nos debería permitir estar orgullosos de nuestro país sin ser acusados inmediatamente de extremistas”.Desde el escenario, Springer arremetió no solo contra las reformas laborales para los inmigrantes, calificándolas de “sistema traidor contra los ciudadanos nativos”, sino que también criticó las nuevas medidas climáticas.La audiencia golpeó sus mesas en señal de aprobación.Una sesión de preguntas y respuestas para simpatizantes de la AfD y residentes locales en el Waldhaus, en Gera. La ciudad ubicada en el este de Turingia es una de las muchas que están experimentando un incremento en el apoyo al partido en todo el país.Lena Mucha para The New York TimesStefan Brandner, representante de la AfD en Gera, compartió estadísticas que, según él, vinculaban de manera abrumadora a los extranjeros con asesinatos y entregas de alimentos, lo que provocó exclamaciones en la multitud.Muchos invitados afirmaron que son estos “hechos reales” los que los atrajeron a los eventos de la AfD. (El gobierno federal escribió en un documento que proporcionaba estadísticas a la AfD, que los datos no eran lo suficientemente sustanciales como para sacar tales conclusiones).Los analistas políticos afirman que los principales partidos de Alemania comparten la culpa por el ascenso de la AfD. La coalición de Scholz no logró comunicar de manera convincente sus planes de transformación y, en cambio, pareció enfrascarse en batallas internas sobre cómo llevarlos a cabo.Sus tradicionales opositores conservadores, entre ellos la Unión Demócrata Cristiana de la excanciller Angela Merkel, se están acercando a las posturas de la AfD con la esperanza de recuperar votantes.Están adoptando la estrategia de la AfD de antagonizar el lenguaje neutro de género, así como posturas más duras sobre la migración. Algunos líderes demócratas cristianos incluso están pidiendo eliminar los derechos de asilo de la constitución de Alemania.Los partidarios de la AfD han notado que sus puntos de vista se han ido normalizando incluso cuando los rivales han intentado marginar al partido, y eso hace que sea más difícil para los partidos tradicionales recuperar su confianza.“Se están radicalizando”, aseveró Julia Reuschenbach, politóloga de la Universidad Libre de Berlín. “Ningún grupo de votantes principales es tan inaccesible como los de la AfD”.Björn Höcke, uno de los líderes del partido en Turingia y considerado uno de los políticos más radicales de la AfD, marchando en un mitin en Turingia el mes pasado.Martin Schutt/Picture Alliance, vía Getty ImagesLa semana pasada, el Instituto Alemán por los Derechos Humanos, una organización financiada por el Estado, publicó un estudio que argumenta que el lenguaje y las tácticas utilizadas por la AfD “para lograr sus objetivos racistas y extremistas de derecha” podrían reunir las condiciones para inhabilitar el partido por ser un “peligro para el orden democrático libre”.Sin embargo, estas propuestas le generan otro dilema a la sociedad democrática: las herramientas que tiene Alemania para luchar contra el partido que ve como una amenaza son las mismas que refuerzan los sentimientos entre los partidarios de la AfD de que su país no es realmente democrático.“¿Cómo es posible que una organización financiada por el Estado se pronuncie e intente estigmatizar a una parte significativa de sus votantes?” preguntó Springer en una entrevista.Es una pregunta a la que aquellos en la multitud, como Wettengel, han encontrado respuestas inquietantes.“La política tradicional está en contra de la gente”, aseguró. “No a favor de la gente”.La verdadera prueba del apoyo a la AfD no llegará sino hasta el próximo año, cuando varios estados del este de Alemania celebren elecciones y tenga una posibilidad de llevarse la mayor parte de los votos.Mientras tanto, todas las semanas, los políticos de la AfD se despliegan por todo el país, organizan mesas de información, noches de encuentros en pub y conversaciones con ciudadanos, como si ya estuvieran en campaña electoral.Fuera de la estación de tren de Hennigsdorf, un suburbio de Berlín, el legislador estatal de la AfD, Andreas Galau, repartía folletos a los visitantes con una sonrisa inquebrantable. Algunos transeúntes le gritaban insultos. Otros tenían curiosidad.“Muchos vienen aquí solo para desahogar sus frustraciones”, dijo, con una sonrisa. “Vienen y nos dicen lo que sienten. Somos una especie de grupo de terapia”.Cada vez más personas, aseguró, ya no se avergüenzan de mostrar interés en la AfD. La sensación de que la política tradicional no está escuchando al ciudadano común es lo que podría estar ayudando a llenar las filas de la AfD.En Gera, el discurso que Springer pronunció frente a la multitud parecía un ejercicio de catarsis y validación.“Ellos creen que somos estúpidos”, dijo. “Se lo pensarán de nuevo cuando lleguen las próximas elecciones”. More

  • in

    Germany’s Far Right AfD Party Stages a Comeback

    With Germans facing an era of political and economic turbulence, the Alternative for Germany is resurgent. Mainstream politicians are struggling to respond.The tables were packed at the Waldhaus, a restaurant on the wooded outskirts of an east German town, as the regulars — workers shaking calloused hands, retirees clutching purses in their lap — settled in for a pub gathering of the far-right Alternative for Germany.But the die-hards worry Germany’s political leadership less than people like Ina Radzheit. An insurance agent in a flowered blouse, she squeezed in among platters of schnitzel and frothy beers for her first visit to the AfD, the German initials by which the party is known.“What’s wrong?” she said. “Where do I start?” She feels unsafe with migration rising. She is uncomfortable with Germany providing weapons to Ukraine. She is exasperated by government squabbling over climate plans she fears will cost citizens like her their modest but comfortable way of life.“I can’t say now if I would ever vote for the AfD,” she said. “But I am listening.”As anxieties over Germany’s future rise, so too, it seems, does the AfD.The AfD has reached a polling high in Germany’s formerly Communist eastern states, where it is now the leading party, drawing around a third of voters. It is edging up in the wealthier west. Nationally, it is polling neck and neck with Chancellor Olaf Scholz’s Social Democrats.If the trend lasts, the AfD could present its most serious threat to Germany’s political establishment since 2017, when it became the first far-right party to enter Parliament since World War II.The turnabout is surprising for a party whose political obituaries filled the German media a year ago, after it had sunk in national elections. And it reflects the unease of a country at a crossroads.Locals arriving for an AfD meeting at the Waldhaus restaurant in Gera, Germany.Lena Mucha for The New York TimesAfter decades of postwar prosperity, Germany is struggling to transform its 20th-century industrial exporting model into a digitized economy that can withstand climate change and competition from powers like China.“We are living in a world of global upheaval,” said Rene Springer, the national AfD lawmaker speaking at the Waldhaus in Gera. “Our responsibility to our children is to one day leave them better off than we are. That’s no longer to be expected.”When it was elected in 2021, Mr. Scholz’s three-party coalition vowed to lead Germany through a painful but necessary transformation. Instead, the country was plunged into deeper uncertainty by Russia’s invasion of Ukraine.At first, the coalition seemed to beat the odds: Allies praised its pledge to overwrite postwar pacifism with military revitalization. It found alternatives to cheap Russian gas — nearly 50 percent of its supply — with unexpected speed.But then the country dipped into recession. Migration numbers reached all-time highs, mostly driven by Ukrainian refugees. And the coalition began fighting among itself over how to return to the course it set for Germany before the war.The AfD, a party that mostly drew support by criticizing migration, found new appeal as defender of Germany’s economically precarious class.“With migration, the AfD offered a cultural narrative and identity to those anxious about their future,” said Johannes Hillje, a German political scientist who studies the AfD. “Now, the cultural threat is coming not just from the outside, but within — that is, the transformation policy of the government.”An AfD demonstration on energy security and inflation, outside of the Reichstag in Berlin in October.Christoph Soeder/DPA, via Associated PressThe AfD has resurged despite domestic intelligence classifying it a “suspected” right-wing extremist organization, allowing it to be put under surveillance. Its branch in Thuringia, where the Waldhaus gathering was held, is classified as “confirmed” extremist.A month earlier, its national youth wing was also classified confirmed extremist, though that label was recently lifted as a case regarding its status is settled in the courts.In April, the domestic intelligence agency head, Thomas Haldenwang, said in the agency’s yearly report that of 28,500 AfD members, around 10,000 are believed to be extremists.Yet a full third of Germans now view it as a “normal democratic party,” Mr. Hillje said. “The paradox is that, at the same time, it has become more and more clear that this is really a radical party, if not an extremist party.”In previous years, the party seemed ready to sideline extreme figures. No longer. This April, co-leader Alice Weidel spoke alongside Björn Höcke, party leader in Thuringia and seen as one of the AfD’s most radical politicians.Mr. Höcke was recently charged by state prosecutors for using the phrase “everything for Germany” at a rally — a Nazi Storm Trooper slogan.None of that dampened the enthusiasm at the Waldhaus in Gera, a town of about 93,000 in eastern Thuringia, where the AfD is the most popular party.Anke Wettengel, a schoolteacher, called such labels the equivalent of focusing on hooligan fans of a soccer team — not a reflection of normal supporters, like her.Nor did she see a problem with Mr. Höcke’s language.“That was a very normal sentence,” she said. “We should be allowed to be proud of our country today without immediately being accused of being extremists.”From the stage, Mr. Springer railed against not only immigrant labor reforms, calling them a “traitorous system against native citizens,” but also criticized new climate measures.The audience thumped their tables in approval.A question-and-answer session for AfD supporters and locals at the Waldhaus in Gera. The town in eastern Thuringia is one of many seeing a rise in support of the party across the country.Lena Mucha for The New York TimesStefan Brandner, Gera’s AfD representative, shared statistics that he said overwhelmingly linked foreigners to murders and food handouts, eliciting gasps from the crowd.Many guests said it is such “real facts” that drew them to AfD events. (The federal government wrote in a document providing statistics to the AfD that the data was not substantial enough for such conclusions.)Political analysts say Germany’s main parties share the blame for the AfD’s rise. Mr. Scholz’s coalition failed to convincingly communicate its transformation plans — and instead appeared locked in internal battles over how to carry them out.Their mainstream conservative opponents, including the Christian Democrats of former Chancellor Angela Merkel, are edging closer to AfD positions, hoping to regain voters themselves.They are adopting the AfD’s antagonism to gender-neutral language, as well as tougher stances on migration. Some Christian Democratic leaders are even calling to remove asylum rights in Germany’s constitution.AfD supporters have noticed their views becoming normalized even as rivals try to marginalize the party — and that makes it more difficult for mainstream parties to regain their trust.“They are getting hardened,” said Julia Reuschenbach, a political scientist at the Free University of Berlin. “No group of core voters is as unreachable as those of the AfD.”Björn Höcke, a party leader in Thuringia and one of the AfD’s most radical politicians, marching at a rally in Thuringia last month. Martin Schutt/Picture Alliance, via Getty ImagesLast week, the German Institute for Human Rights, a state-funded organization, released a study arguing that the language and tactics used by the AfD “to achieve its racist and right-wing extremist goals” could meet conditions for banning the party as a “danger to the free democratic order.”Yet such proposals create another dilemma for democratic society: The tools Germany has for fighting the party it sees as a threat are the same that reinforce sentiments among AfD supporters that their country is not actually democratic.“How can it be that an organization funded by the state can stand up and try to stigmatize a significant part of its voters?” Mr. Springer asked in an interview.It is a question to which those in the crowd, like Ms. Wettengel, have found unsettling answers.“Mainstream politics are against the people,” she said. “Not for the people.”The real test of AfD support won’t come until next year, when several east German states hold elections and it has a chance at taking the largest share of the vote.In the meantime, every week, AfD politicians fan out across the country, hosting information booths, pub nights and citizen dialogues, as if it already were campaign season.Outside the train station of Hennigsdorf, a Berlin suburb, the state AfD lawmaker Andreas Galau handed out pamphlets to visitors with an unwavering smile. Some passers-by shouted insults. Others were curious.“Many come here just to get their frustrations off their chest,” he said with a chuckle. “They come and tell us what is on their minds — we’re a bit of a therapy group.”More and more people, he said, no longer feel ashamed to show interest in the AfD. It is this sense that the political establishment is not listening to ordinary people that may be helping fill out the AfD’s ranks.In Gera, Mr. Springer’s address to the crowd seemed an exercise in catharsis and validation.“They think we are stupid,” he said. “They’ll think again when the next elections come.” More