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Cómo fue que cuentas rusas ayudaron a desmantelar la Marcha de las Mujeres
by Aurelia Butler 23 September 2022, 09:00
Linda Sarsour despertó el 23 de enero de 2017, entró a internet y sintió náuseas.El fin de semana anterior, había ido a Washington para estar al frente de la Marcha de las Mujeres, una movilización contra el entonces presidente Donald Trump que superó todas las expectativas. Las multitudes se habían congregado antes del amanecer y para cuando ella subió al escenario, se extendían a lo lejos.Más de cuatro millones de personas de todo Estados Unidos habían participado, según cálculos posteriores de los expertos, que decían que esta marcha era una de las protestas de un solo día más grandes en la historia del país.Pero luego algo cambió, al parecer de la noche a la mañana. Lo que ella vio en Twitter ese lunes fue un torrente de quejas centradas en ella. En sus 15 años de activista, en su mayoría defendiendo los derechos de las personas musulmanas, había enfrentado respuestas negativas, pero esto era de otra magnitud. Una pregunta comenzó a formarse en su mente: ¿realmente me odian tanto?Esa mañana, sucedían cosas que Sarsour no podía ni imaginarse.A casi 6500 kilómetros de distancia, organizaciones vinculadas con el gobierno ruso habían asignado equipos para actuar en contra de la Marcha de las Mujeres. En los escritorios de las anodinas oficinas de San Petersburgo, los redactores estaban probando mensajes en las redes sociales que criticaban el movimiento de la Marcha de las Mujeres, haciéndose pasar por estadounidenses comunes y corrientes.Publicaron mensajes como mujeres negras que criticaban el feminismo blanco, mujeres conservadoras que se sentían excluidas y hombres que se burlaban de las participantes como mujeres quejumbrosas de piernas peludas. Pero uno de los mensajes funcionó mejor con el público que cualquier otro.En él se destacaba un elemento de la Marcha de las Mujeres que, en principio, podría parecer un simple detalle: entre las cuatro copresidentas del evento estaba Sarsour, una activista palestinoestadounidense cuyo hiyab la señalaba como musulmana practicante.Linda Sarsour, una de las líderes de la Marcha de las Mujeres, en enero de 2017. A los pocos días, los troles rusos la atacaron en internet.Theo Wargo/Getty ImagesDurante los 18 meses siguientes, las fábricas rusas de troles y su servicio de inteligencia militar se esforzaron por desacreditar el movimiento mediante la difusión de relatos condenatorios, a menudo inventados, en torno a Sarsour, cuyo activismo la convirtió en un pararrayos para la base deTrump y también para algunos de sus más ardientes opositores.Ciento cincuenta y dos cuentas rusas distintas produjeron material sobre ella. Los archivos públicos de las cuentas de Twitter que se ha comprobado que son rusas contienen 2642 tuits sobre Sarsour, muchos de los cuales llegaron a grandes audiencias, según un análisis de Advance Democracy Inc., una organización sin fines de lucro y apartidista que realiza investigaciones y estudios de interés público.Muchas personas conocen la historia sobre cómo se fracturó el movimiento de la Marcha de las Mujeres, que dejó cicatrices perdurables en la izquierda estadounidense.Una coalición frágil al principio, entró en crisis por la asociación de sus copresidentas con Louis Farrakhan, el líder de la Nación del Islam, ampliamente condenado por sus declaraciones antisemitas. Cuando esto salió a la luz, los grupos progresistas se distanciaron de Sarsour y de las copresidentas de la marcha, Carmen Pérez, Tamika Mallory y Bob Bland, y algunos pidieron que dimitieran.Pero también hay una historia que no se ha contado, que solo apareció años después en la investigación académica, de cómo Rusia se insertó en este momento.Durante más de un siglo, Rusia y la Unión Soviética trataron de debilitar a sus adversarios en Occidente al avivar las tensiones raciales y étnicas. En la década de 1960, oficiales de la KGB con base en Estados Unidos pagaron a agentes para que pintaran esvásticas en las sinagogas y profanaran los cementerios judíos. Falsificaron cartas racistas, supuestamente de supremacistas blancos, a diplomáticos africanos.No inventaron estas divisiones sociales, Estados Unidos ya las tenía. Ladislav Bittman, quien trabajó para la policía secreta en Checoslovaquia antes de desertar a Estados Unidos, comparó los programas de desinformación soviéticos con un médico malvado que diagnostica con pericia las vulnerabilidades del paciente y las explota, “prolonga su enfermedad y lo acelera hasta una muerte prematura en lugar de curarlo”.Hace una década, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, supervisó un renacimiento de estas tácticas, con el fin de socavar las democracias de todo el mundo desde las sombras.Las redes sociales proporcionaban ahora una forma fácil de alimentar las ideas en el discurso estadounidense, algo que, durante medio siglo, la KGB había luchado por hacer. Y el gobierno ruso canalizó secretamente más de 300 millones de dólares a partidos políticos en más de dos docenas de países en un esfuerzo por influir en sus políticas a favor de Moscú desde 2014, según una revisión de la inteligencia estadounidense hecha pública la semana pasada.El efecto que estas intrusiones tuvieron en la democracia estadounidense es una cuestión que nos acompañará durante años. Las redes sociales ya estaban amplificando los impulsos políticos de los estadounidenses, dejando tras de sí un rastro de comunidades dañadas. La confianza en las instituciones estaba disminuyendo y la rabia aumentaba en la vida pública. Estas cosas habrían sido ciertas aun sin la interferencia rusa.Pero rastrear las intrusiones rusas durante los meses que siguieron a esa primera Marcha de las Mujeres es ser testigo de un persistente esfuerzo por empeorarlas todas.Después de las elecciones de 2016, la operación de desinformación rusa de la Agencia de Investigación de Internet cambió el enfoque de Donald Trump y Hillary Clinton a objetivos más amplios de Estados Unidos.James Hill para The New York Times‘Refrigeradores y clavos’A principios de 2017, la operación de troleo se encontraba en su fase imperial y rebosaba confianza.Las cuentas de la Agencia de Investigación de Internet, una organización cuya sede se encuentra en San Petersburgo y es controlada por un aliado de Putin, se había ufanado de impulsar a Trump a la victoria. Ese año, el presupuesto del grupo casi se había duplicado, según comunicaciones internas hechas públicas por los fiscales estadounidenses. Pasó más de un año antes de que las plataformas de las redes sociales realizaran una amplia purga de cuentas de títeres respaldados por Rusia.Para los troles, era una hora clave.En estas condiciones propicias, sus objetivos pasaron de la política electoral a algo más general: la meta de agudizar las fisuras en la sociedad estadounidense, dijo Alex Iftimie, un exfiscal federal que trabajó en un caso de 2018 contra un administrador del Proyecto Lakhta, que supervisaba la Agencia de Investigación de Internet y otras operaciones de troleo ruso.“Ya no se trataba exclusivamente de Trump y Clinton”, dijo Iftimie, ahora socio de Morrison Foerster. “Era más profundo y más siniestro y más difuso en su enfoque de explotar las divisiones dentro de la sociedad en cualquier número de niveles diferentes”.Había una rutina: al llegar a su turno, los trabajadores escudriñaban los medios de comunicación de los márgenes ideológicos, de la extrema izquierda y de la extrema derecha, en busca de contenido extremo que pudieran publicar y amplificar en las plataformas, alimentando las opiniones extremas en las conversaciones principales.Artyom Baranov, quien trabajó en una de las filiales del Proyecto Lakhta de 2018 a 2020, concluyó que sus compañeros de trabajo eran, en su mayoría, personas que necesitaban el dinero, indiferentes a los temas sobre los que se les pedía que escribieran.“Si se les asignaba un texto sobre refrigeradores, escribían sobre refrigeradores, o, digamos, sobre clavos, escribían sobre clavos”, dijo Baranov, uno de un puñado de antiguos troles que han hablado públicamente sobre sus actividades. Pero en lugar de refrigeradores y clavos, era “Putin, Putin, luego Putin, y luego sobre Navalny”, en referencia a Alekséi Navalny, el líder de la oposición encarcelado.El trabajo no consistía en exponer argumentos, sino en provocar una reacción visceral y emocional, idealmente de “indignación”, explicó Baranov, psicoanalista de formación, a quien se le asignó escribir publicaciones en línea sobre política rusa. “La tarea es hacer una especie de explosión, causar controversia”, agregó.Cuando una publicación lograba enfurecer a un lector, dijo, un compañero de trabajo comentaba a veces, con satisfacción, Liberala razorvala. Un liberal fue destrozado. “No se trataba de discutir hechos o dar nuevos argumentos”, dijo. “Siempre es una forma de hurgar en los trapos sucios”.El feminismo era un objetivo obvio, porque se consideraba una “agenda occidental” y hostil a los valores tradicionales que representaba Rusia, dijo Baranov, quien habló de su trabajo con la esperanza de advertir a las personas de que fueran más escépticas con el material que hay en línea. Desde hace meses, las cuentas rusas que pretenden pertenecer a mujeres negras han estado investigando las divisiones raciales dentro del feminismo estadounidense:“El feminismo blanco parece ser la tendencia más estúpida del 2k16”“Mira cómo Muhammad Ali calla a una feminista blanca que critica su arrogancia”“No tengo tiempo para tu basura de feminista blanca”“Por qué las feministas negras no le deben su apoyo a Hillary Clinton”“UN POCO MÁS FUERTE PARA LAS FEMINISTAS BLANCAS DE ATRÁS”En enero de 2017, mientras se acercaba la Marcha de las Mujeres, probaron distintos enfoques con distintas audiencias, como lo habían hecho previo a las elecciones presidenciales de 2016. Publicaban como mujeres trans resentidas, mujeres pobres y mujeres contra el aborto. Desacreditaban a quienes marchaban por ser peones del multimillonario judío George Soros.Y se burlaron de las mujeres que planeaban participar, a menudo en términos crudamente sexuales. En coordinación, a partir del 19 de enero, 46 cuentas rusas lanzaron 459 sugerencias originales para #RenameMillionWomenMarch, un hashtag creado por un conductor de pódcast de derecha de Indiana:La Marcha de: ¿Por qué nadie me quiere?La marcha de las mujeres fuertes que se hacen las víctimas constantementeLa Marcha de la Solitaria Señora de los GatosEl campamento de los cólicosLa Convención de Mujeres BarbudasViejas rotas arengandoEl camino de las lágrimas liberalesEl festival de las perras de Coyote UglyMientras tanto, otra línea de mensajes más efectiva se desarrollaba.Sarsour recordó el abrumador torrente de ataques. “Imagínese que todos los días al levantarse son un monstruo”, dijo.Brad Ogbonna/Redux‘Fue como una avalancha’Como una de las cuatro copresidentas de la Marcha de las Mujeres, Sarsour llegó con un historial, y con carga.Sarsour, hija de un tendero palestinoestadounidense de Crown Heights, en Nueva York, se había convertido en la voz de los derechos de los musulmanes después de los atentados del 11 de septiembre. En 2015, cuando tenía 35 años, un perfil del New York Times la ungió —“una chica de Brooklyn con hiyab”— como algo raro: una potencial candidata araboestadounidense a un cargo de elección pública.En 2016, el senador Bernie Sanders la invitó a un evento de campaña, un sello de aprobación de uno de los progresistas más influyentes del país. Eso molestó a los políticos pro-Israel en Nueva York, que señalaron su apoyo al movimiento de boicot, desinversión y sanciones, que busca asegurar los derechos de los palestinos aislando a Israel. Los críticos del movimiento sostienen que amenaza la existencia de Israel.Rory Lancman, entonces concejal de la ciudad del barrio de Queens, recuerda su inquietud cada vez mayor cuando ella comenzó a aparecer con regularidad en los eventos en los que se apoyaban causas de izquierda no relacionadas con Israel, como los salarios justos, donde, en su opinión, “su verdadera agenda estaba tratando de casar una agenda antiisraelí con diferentes causas progresistas”.Para Lancman, demócrata, la noticia de que Sarsour era una de las líderes de la Marcha de las Mujeres le pareció “desgarrador —esa es la palabra—, que el antisemitismo se tolere y racionalice en espacios progresistas”.Eso era la política de siempre, y Sarsour estaba acostumbrada a ello: la larga disputa entre los demócratas sobre las implicaciones de criticar a Israel.Pero 48 horas después de la marcha, hubo un cambio de tono en línea, con el surgimiento de publicaciones que describían a Sarsour como una yihadista radical que se había infiltrado en el feminismo estadounidense. Sarsour lo recuerda muy bien, porque se despertó con un mensaje de texto preocupado de una amiga y fue en Twitter para descubrir que era tendencia.No todas las respuestas negativas fueron orgánicas. Esa semana, las cuentas rusas de amplificación comenzaron a circular publicaciones centradas en Sarsour, muchas de las cuales eran incendiarias y se basaban en falsedades, ya que afirmaban que era una islamista radical: “Una musulmana que odiaba a los judíos y estaba a favor del Estado Islámico y en contra de Estados Unidos”, a la que “se había visto mostrando el cartel del Estado Islámico”.Algunas de estas publicaciones fueron vistas por muchas personas. A las 7 p. m. del 21 de enero, una cuenta de la Agencia de Investigación de Internet identificada como @TEN_GOP, un supuesto estadounidense de derecha originario del sur del país, tuiteó que Sarsour estaba a favor de imponer sharía o ley islámica en Estados Unidos, haciendo eco de una popular teoría de la conspiración antimusulmana que Trump había ayudado a popularizar en la campaña.Este mensaje cobró impulso y acumuló 1686 respuestas, se retuiteó 8046 veces y obtuvo 6256 “me gusta”. Al día siguiente, casi de manera simultánea, un pequeño ejército de 1157 cuentas de derecha retomó la narrativa y publicó 1659 mensajes sobre el tema, según un análisis realizado por la empresa de análisis online Graphika en nombre del Times.Vladimir Barash, jefe científico de Graphika, dijo que el patrón de interferencia era “estratégicamente similar” a la actividad de los troles en las vastas protestas anti-Putin de 2011 y 2012, con cuentas falsas “tratando de secuestrar la conversación de manera similar, a veces con éxito”.“Hay algunas pruebas circunstanciales de que aprendieron en un contexto doméstico y luego trataron de replicar su éxito en un contexto extranjero”, dijo Barash.Las cosas estaban cambiando sobre el terreno en Nueva York. En la Asociación Árabe Estadounidense de Nueva York, la organización sin fines de lucro de defensa a los migrantes que Sarsour dirigía en Bay Ridge, comenzó a llegar una gran cantidad de correo de odio: tarjetas postales, reclamos escritos a mano en papel de cuaderno, su foto impresa y desfigurada con equis rojas.“Se trataba de un nivel totalmente nuevo, y se sentía extraño, porque venía de todo el país”, dijo Kayla Santosuosso, entonces subdirectora de la organización sin fines de lucro, que recuerda haber llevado el correo a Sarsour en cajas de zapatos. Sarsour, a quien preocupaba haberse convertido en “un lastre”, renunció a su puesto en febrero de ese año.Para la primavera, la respuesta contra Sarsour se había convertido en un espectáculo de política divisoria. “Era como una avalancha”, dijo. “Como si estuviera nadando en ella todos los días. Era como si nunca saliera de ella”.Cuando fue invitada a dar el discurso de graduación de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY, por su sigla en inglés), el furor comenzó con semanas de antelación. Llamó la atención del polemista de extrema derecha Milo Yiannopoulos, quien viajó a Nueva York para una protesta que atrajo, como escribió un reportero del Times, “una extraña mezcla, incluyendo judíos y sionistas de derecha, comentaristas como Pamela Geller y algunos miembros de la extrema derecha”.“Linda Sarsour es una bomba de relojería del horror progresista, amante de la sharia, que odia a los judíos”, dijo Yiannopoulos a la multitud.Sarsour recuerda el momento previo al discurso de graduación como particularmente estresante. A medida que se acercaba, tuvo visiones de una figura que salía de las sombras para matarla, “alguna pobre persona desquiciada que se consumía en los rincones oscuros de internet, que sería alimentada por el odio”.Las cuentas de los troles rusos formaron parte de ese clamor; desde más de un mes antes de su discurso, un puñado de cuentas de amplificación gestionadas por la mayor agencia de inteligencia militar de Rusia, el GRU, hicieron circular expresiones de indignación por su elección, a menudo con el hashtag #CancelSarsour.Cuando Yiannopoulos habló, @TEN_GOP tuiteó las frases más jugosas —la línea “bomba de relojería del horror progresista”— y acumuló 3954 retuits y 5967 likes.Pronunció su discurso de graduación sin incidentes. Después, parece ser que los troles esperaron que dijera o hiciera algo divisorio. Y eso sucedió a principios de julio cuando, envalentonada tras su aparición en la CUNY, exhortó a la audiencia musulmana fuera de Chicago a rebelarse contra las políticas injustas del gobierno, que describió como “la mejor forma de yihad”.En el islam, la palabra “yihad” puede denotar cualquier lucha virtuosa, pero en el contexto político estadounidense es inextricable del concepto de guerra santa. Un político más pragmático podría haber evitado utilizarla, pero Sarsour se sentía como la de antes. “Así es como soy en la vida real”, dijo. “Soy de Brooklyn y soy palestina. Es mi personalidad”.Para los troles rusos, era una oportunidad.La semana siguiente, las cuentas rusas aumentaron de manera considerable su volumen de mensajes sobre Sarsour y produjeron 184 publicaciones en un solo día, según Advance Democracy Inc.Una vez más, el público respondió: cuando @TEN_GOP tuiteó: “Linda Sarsour pide abiertamente a los musulmanes que hagan la yihad contra Trump, por favor, investiguen este asunto”, recibió 6222 retuits y 6549 me gusta. Las cuentas mantuvieron un intenso enfoque en ella durante el mes de julio, cuando produjeron 894 publicaciones durante el mes siguiente y continuaron hasta el otoño, descubrió el grupo.Y una vez más, la reacción se extendió por las redes sociales. Los manifestantes acamparon frente al restaurante de parrilla kosher donde su hermano, Mohammed, trabajaba como gerente, exigiendo que fuera despedido. Dejó el trabajo y, finalmente, Nueva York.Su madre abrió un paquete que le llegó por correo y gritó: era un extraño libro autopublicado, titulado A Jihad Grows in Brooklyn, que pretendía ser la autobiografía de Sarsour y estaba ilustrado con fotografías familiares.“Digo, imagínense que todos los días al levantarse son un monstruo”, comentó Sarsour”.Los grupos progresistas se distanciaron de Sarsour, a la izquierda, y de sus compañeras copresidentas de la marcha, Tamika Mallory y Carmen Pérez.Erin Scott/ReutersA la caza de fantasmasResulta enloquecedoramente difícil decir con certeza qué efecto han tenido las operaciones de influencia rusas en Estados Unidos, porque cuando se afianzaron se apoyaron en divisiones sociales reales. Una vez introducidas en el discurso estadounidense, el rastro ruso desaparece, como el agua que se ha añadido a una piscina.Esto crea un enigma para los especialistas en desinformación, muchos de los cuales dicen que se ha exagerado el impacto de las intervenciones rusas. Después de las elecciones presidenciales de 2016, culpar a Rusia de los resultados no deseados se convirtió en “la salida emocional”, dijo Thomas Rid, autor de Desinformación y guerra política: historia de un siglo de falsificaciones y engaños.“Te juegan una mala pasada”, dijo Rid, profesor de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins. “Te conviertes en un idiota útil si ignoras las operaciones de información eficaces. Pero también si la ensalzas contando una historia, si la haces más poderosa de lo que es. Es un truco”.Las divisiones al interior de la Macha de las Mujeres ya existían.Las discusiones intestinas sobre la identidad y el antisemitismo habían tensado al grupo desde sus primeros días, cuando una de sus organizadoras, Vanessa Wruble, quien es judía, fue expulsada después de lo que describió como tensas conversaciones con Pérez y Mallory sobre el papel de los judíos en el racismo estructural. Pérez y Mallory han rebatido esa versión.Y la incomodidad con Sarsour había disminuido el entusiasmo entre algunos progresistas judíos, dijo Rachel Timoner, la rabina principal de la Congregación Beth Elohim en Park Slope, Brooklyn.Recordó haber salido en defensa de Sarsour contra los ataques “racistas e islamófobos”, solo para descubrir, cada vez, que surgía una nueva tormenta de fuego, a menudo como resultado de algo inflamatorio y “en última instancia indefendible” que Sarsour había dicho.A medida que pasaban los meses, dijo la rabina Timoner, los judíos comenzaron a preguntarse si estaban siendo excluidos de los movimientos progresistas.En 2018, se desató una nueva crisis interna por la asistencia de Mallory al Día del Salvador, una reunión anual de la Nación del Islam encabezada por Farrakhan.Mallory creció en Harlem, donde muchos veían positivamente a la Nación del Islam y a su fundador, como cruzados contra la violencia urbana. La presionaron para que rechazara a Farrakhan, a lo que se negó, aunque dijo que no compartía sus posturas antisemitas. Después del asesinato del padre de su hijo, explicó: “Fueron las mujeres de la Nación del Islam quienes me apoyaron”.“Siempre las he llevado cerca de mi corazón por esa razón”, dijo.Después de eso, el tejido de la coalición se rompió, de manera lenta y dolorosa. Sarsour y Perez se mantuvieron al lado de Mallory, y en poco tiempo, los grupos progresistas comenzaron a distanciarse de las tres. Bajo una intensa presión para que dejaran de ser las líderes, Sarsour, Perez y una tercera copresidenta, Bland, lo hicieron en 2019, un movimiento que, según dicen, estaba planeado desde hace tiempo.Las cuentas rusas aumentaron su producción en torno a Farrakhan y las lideresas de la Marcha de las Mujeres esa primavera, con 10 a 20 publicaciones al día, pero no hay pruebas de que fueran un motor principal de la conversación.Más o menos en ese momento, perdemos de vista la mayoría de los mensajes rusos. En el verano de 2018, Twitter suspendió 3841 cuentas vinculadas a la Agencia de Investigación de Internet y conservó 10 millones de sus tuits para que pudieran ser estudiados por los investigadores. Unos meses después, la plataforma suspendió y guardó el trabajo de 414 cuentas producidas por el GRU, la agencia de inteligencia militar.Con ello, se silenció un coro de voces que, durante años, habían ayudado a dar forma a las conversaciones estadounidenses sobre Black Lives Matter, la investigación de Mueller y los jugadores de la NFL arrodillados durante el himno nacional. El registro de los mensajes en torno a la Marcha de las Mujeres también se rompe ahí, congelado en el tiempo.La explotación rusa de Sarsour como figura divisoria debe entenderse como parte de la historia de la Marcha de las Mujeres, dijo Shireen Mitchell, una analista de tecnología que ha estudiado la interferencia rusa en el discurso afroestadounidense en línea.Ella comentó que las campañas rusas eran expertas en sembrar ideas que fluían hacia el discurso principal, después de lo cual, agregó, podían “solo sentarse y esperar”.“Es la preparación de todo eso, empezando por el principio”, dijo Mitchell, fundadora de Stop Online Violence Against Women. “Si esos miles de tuits causan una división entre los grupos que importan, si abren y permiten esa división, ya no es una grieta. Se convierte en un valle”.Otros consideraron que el papel de Rusia era marginal y entraba en los límites de un debate estadounidense necesario.“Es una pena que Linda Sarsour haya dañado ese movimiento intentando inyectar en él ideas nocivas que no tenían razón de ser en la Marcha de las Mujeres”, dijo Lancman, el exconcejal. “Por desgracia”, añadió, los rusos “parecen muy adeptos a explotar esas fisuras”.La rabina Timoner sonaba triste, al recordar todo lo que había pasado. Las heridas que se abrieron entre los progresistas aquel año nunca han terminado de cicatrizar, dijo.“Hay mucho dolor judío aquí”, dijo. “Esos bots rusos estaban hurgando en ese dolor”.La Marcha de las Mujeres continuó bajo un nuevo liderazgo, pero durante los meses de controversia, muchas mujeres que habían sido impulsadas por la primera marcha se alejaron.“No puedo recordar todas las historias negativas, solo recuerdo que había muchas”, dijo Jennifer Taylor-Skinner, una mujer de Seattle que, después de la marcha de 2017, dejó su trabajo en Microsoft y fundó The Electorette, un pódcast orientado a las mujeres progresistas. Ella nunca ha recuperado ese sentimiento de unidad.“Solo de pensarlo, todavía me siento un poco desvinculada de cualquier movimiento central”, dijo. “Aquí se estaba formando una posible coalición que se ha roto”.Una réplicaSarsour, de 42 años, había regresado a su oficina en Bay Ridge la primavera pasada, cinco años después de la primera Marcha de las Mujeres, cuando se enteró, por un reportero, de que había sido víctima del gobierno ruso.En la actualidad, rara vez la invitan a las plataformas nacionales y, cuando lo hacen, suele haber protestas. El rumor que había en torno a ella como futura candidata política se ha calmado. Sabe cómo se la ve, como una figura polarizadora. Se ha adaptado a esta realidad, y se ve a sí misma más como una activista, en el molde de Angela Davis.“Nunca voy a conseguir un trabajo de verdad” en una organización sin fines de lucro o corporación importante, comentó. “Ese es el tipo de impacto que estas cosas tienen en nuestras vidas”.Los datos sobre los mensajes rusos relacionados con la Marcha de las Mujeres aparecieron por primera vez a finales del año pasado en una revista académica, donde Samantha R. Bradshaw, experta en desinformación de la American University, revisó la injerencia del Estado en los movimientos feministas.Ella y su coautora, Amélie Henle, descubrieron un patrón de mensajes por parte de influentes cuentas de amplificadores que buscaban desmovilizar el activismo de la sociedad civil, impulsando las críticas interseccionales al feminismo y atacando a los organizadoras.Los movimientos, sostiene Bradshaw, son estructuras frágiles, que a menudo no están preparadas para hacer frente a campañas de sabotaje con buenos recursos y respaldadas por el Estado, especialmente cuando se combinan con algoritmos que promueven contenidos negativos. Pero los movimientos sociales saludables son esenciales para las democracias, dijo.“No vamos a tener una esfera pública robusta si nadie quiere organizar protestas”, dijo.Sarsour no es una académica, pero lo entendió bastante bien.“Señor, ten piedad”, dijo, al echar un vistazo a las conclusiones de Bradshaw.Sarsour trató de entenderlo: todo ese tiempo, el gobierno ruso la tenía en la mira. Hacía tiempo que creía saber de dónde venían sus críticos: la derecha estadounidense y los partidarios de Israel. Nunca se le ocurrió que pudieran provenir de un gobierno extranjero.“Pensar que Rusia va a usarme es mucho más peligroso y siniestro”, comentó. “Me pregunto cómo se beneficia Rusia de aprovechar mi identidad para debilitar movimientos contra Trump en Estados Unidos, me parece”, hizo un pausa. “Es solo que… vaya”.Entender lo que hicieron los troles rusos no cambiaría su posición.Aun así, la ayudó a entender esa época de su vida, en la que había estado en el centro de una tormenta. No eran únicamente sus compatriotas los que la odiaban. No fueron solamente sus aliados los que la repudiaron. Eso había pasado. Pero no era toda la historia.Llamó a Mallory.“No estábamos locas”, dijo.Aaron Krolik More
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Trump Support Remains Unmoved by Investigations, Poll Finds
by Aurelia Butler 22 September 2022, 09:00
The American public’s views of former President Donald J. Trump have remained remarkably stable across a number of different measures in recent months, even as he faces multiple investigations and as he remains a central figure in the midterm elections, according to the most recent New York Times/Siena College poll.Voters held nearly identical views from those earlier in the summer on whether they had a favorable view of Mr. Trump, whether they thought he had committed serious federal crimes, and whom they would support in a hypothetical 2024 Trump-Biden matchup.Overall, 44 percent of voters viewed Mr. Trump favorably, and 53 percent viewed him unfavorably. The recent poll was fielded early this month, after news of the Justice Department’s inquiry into Mr. Trump’s handling of confidential documents but before the New York attorney general announced she was suing Mr. Trump and his family business.That level of Trump support has effectively been unchanged since the last Times/Siena poll, which was fielded in July amid televised hearings by the House committee investigating the Jan. 6 storming of the Capitol. It was also fundamentally similar to levels of support Times/Siena polls and other surveys found in recent years.The public’s view of Mr. Trump’s fight against the election results also remained largely unchanged, with 54 percent in the most recent survey saying his actions posed a threat to democracy and 38 percent saying he had just exercised his right to contest the election.And roughly half of voters said they thought Mr. Trump had committed serious federal crimes, while 38 percent thought he had not. That was similar to the responses from July, when respondents were asked more specifically about Mr. Trump’s actions in the aftermath of the 2020 election.Mr. Trump has often boasted about the loyalty of his supporters. That loyalty has long been clear in his favorability ratings, which remained stable throughout his time in office, even during moments of peak turmoil, such as his first impeachment trial. His approval ratings rose briefly as Covid-19 started to spread in the United States in spring of 2020, but by May his support had returned to previous levels.Many of Mr. Trump’s signature policy proposals have remained fairly popular among the public, the September poll found. Half of all respondents favored a wall along the U.S.-Mexico border, including more than 15 percent of those who said they would vote for Mr. Biden in 2024. And a majority said they agreed more with the Republican Party than with the Democratic Party when it came to illegal immigration.Mr. Trump has signaled another run for president. In a hypothetical rematch in 2024 with President Biden, 45 percent said they would support Mr. Biden, while 42 percent said they would support Mr. Trump. (Mr. Biden’s margin of victory in the 2020 election was 4.4 percentage points.)In 2020, Mr. Trump made gains among Hispanic voters, a group that has historically favored Democrats. The recent poll found that Republicans continue to maintain a similar level of support among Hispanic voters, particularly young Hispanic men.Antonio Chavez, a 34-year-old delivery driver from Amarillo, Texas, said that he had voted for a mix of Democrats and Republicans over the years but that he would probably vote for Mr. Trump in 2024 if he ran again.“I don’t know too much,” he said. “When the race starts getting closer, I’ll start paying attention, but right now he’s just at the forefront for me.“I have a few reservations about supporting him because of the document issue, but I like to see what the other side is going with.”There were signs in the poll that views on Mr. Trump were more complex than they are sometimes made out to be. Across all measures asked, 30 percent of voters consistently held views that could be considered pro-Trump, such as planning to support him if he runs in 2024 and saying that his actions after the 2020 election were justified. Thirty-nine percent of voters consistently held a series of views that could be described as anti-Trump.However, nearly 30 percent appeared to hold seemingly conflicting views about him and his actions — either by expressing a mix of sentiments or by declining to respond to one of the questions.For instance, 14 percent of respondents said they both planned to support him and believed his actions after the 2020 election went so far as to be a threat to democracy. More
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in Elections
The Inside Joke That Became Trump’s Big Lie
by Aurelia Butler 22 September 2022, 09:00
Donald Trump’s so-called big lie is not big because of its brazen dishonesty or its widespread influence or its unyielding grip over the Republican Party. It is not even big because of its ambition — to delegitimize a presidency, disenfranchise millions of voters, clap back against reality. No, the lie that Donald Trump won the 2020 election has grown so powerful because it is yoked to an older deception, without which it could not survive: the idea that American politics is, in essence, a joke, and that it can be treated as such without consequence.The big lie depends on the big joke. It was enabled by it. It was enhanced by it. It is sustained by it.When politicians publicly defend positions they privately reject, they are telling the joke. When they give up on the challenge of governing the country for the rush of triggering the enemy, they are telling the joke. When they intone that they must address the very fears they have encouraged or manufactured among their constituents, they are telling the joke. When their off-the-record smirks signal that they don’t really mean what they just said or did, they are telling the joke. As the big lie spirals ever deeper into unreality, with the former president mixing election falsehoods with call-outs to violent, conspiratorial fantasies, the big joke has much to answer for.Recent books like “Why We Did It: A Travelogue From the Republican Road to Hell” by a former Republican operative and campaign consultant, Tim Miller, and “Thank You for Your Servitude: Donald Trump’s Washington and the Price of Submission” by The Atlantic’s Mark Leibovich place this long-running gag at the center of American politics. The big joke drains language of meaning, divorces action from responsibility and enables all manner of lies. “Getting the joke” means understanding that nothing you say need be true, that nobody expects it to be true — at least nobody in the know. “The truth of this scam, or ‘joke,’ was fully evident inside the club,” Leibovich writes. “We’re all friends here. Everyone knew the secret handshake, spoke the native language, and got the joke.”Without the big joke, the big lie would not merit its adjective. Its challenge to democracy would be ephemeral, not existential.The chroniclers of Donald Trump’s election lie typically seek out an origin story, a choose-your-own adventure that always leads to the Capitol steps on Jan. 6, 2021. In his book, “The Big Lie: Election Chaos, Political Opportunism, and the State of American Politics After 2020,” Politico’s Jonathan Lemire pinpoints an August 2016 campaign rally in Columbus, Ohio, during which Trump first suggested that the contest against Hillary Clinton would be rigged against him. This, Lemire writes, was when “the seeds of the big lie had been planted.”Tim Alberta of The Atlantic starts six months earlier, when Trump accused Senator Ted Cruz of Texas of cheating in the Iowa caucuses. “That episode was a bright red, blinking light foreshadowing everything that was to come,” Alberta told PBS Frontline. In “The Destructionists: The Twenty-Five Year Crack-Up of the Republican Party,” the Washington Post columnist (and my former colleague) Dana Milbank offers a far longer accumulation of lies from the right: The notion that Bill and Hillary Clinton were involved in the death of the White House lawyer Vince Foster, the illusions behind President George W. Bush’s invasion of Iraq, the birther concoctions, the death-panel ravings — all building toward the big one. “The G.O.P.’s quarter-century war on facts had come to this, a gargantuan fabrication aimed at discrediting democracy itself,” Milbank sums up. And Leibovich quotes Representative Adam Schiff’s view of how his House colleagues slowly submitted to Trump’s fantasies. “It’s one small lie, followed by a demand for a bigger lie and a bigger concession, a bigger moral lapse, until, you know, these folks that I admired and respected, because I believe that they believe what they were saying, had given themselves up so completely to Donald Trump.”Such accounts reflect the common understanding that the big lie is really all the little lies we told along the way — a cycle of deceit and submission, culminating in a myth so powerful that it transcends belief and becomes a fully formed worldview. Lemire notes how Trump’s assertion that he had been wiretapped by President Barack Obama during the 2016 campaign seemed like a pretty gargantuan lie at the time, one that Trump tweeted “without any evidence.” (Journalists love to note that the former president utters falsehoods “without evidence,” an adorable euphemism for “making stuff up.”) But even this one dissipates in the wake of the big lie. After “big,” the term “unprecedented” may be the election lie’s most common descriptor.But it is not without precedent. After all, what was birtherism if not the same lie? Its underlying racism rendered the grotesque theory about Obama’s birthplace especially repugnant, but the basic assertion is familiar: that a president whom the American people lawfully chose is not legitimate, is something less than the real thing.The 2020 election lie is not bigger than birtherism. History should not remember the effort to delegitimize Obama’s presidency as just another rung on the ladder toward the big lie. The lies are akin even in their power of persuasion. Leibovich recalls how in 2016, 72 percent of Republicans said they believed Trump’s lies about Obama’s background. This figure is comparable with the 71 percent of Republicans who said in late 2021 that they believed President Biden was not a fully legitimate president. And much as support for the 2020 election lie provides a loyalty test in the Trumpified Republican Party, a willingness to believe the worst of Obama was a near-requirement in the party during his presidency. “A testing ground for Republican squishiness was how strongly, and how bitterly, one opposed Obama,” the historian Nicole Hemmer recalls in her new book, “Partisans: The Conservative Revolutionaries Who Remade American Politics in the 1990s,” on the rise of the post-Reagan right. “To match the response of the party’s base, politicians would need to reflect the emotions gripping it.” And they did.For Hemmer, the Republican Party’s evolution from the party of Reagan to the party of Trump began with Pat Buchanan, the White House aide, television pundit and authoritarian-curious presidential candidate who “fashioned grievance politics into an agenda,” she writes — a program that emphasized identity, immigration and race as its battlegrounds. For Milbank, it was Newt Gingrich, the former House speaker, and the “savage politics he pioneered” in advance of the Republican Revolution of 1994. “There was nobody better at attacking, destroying, and undermining those in power,” Milbank writes. Gingrich made compromise a thought crime and labeled his opponents as sick and traitorous, tactics that should also sound familiar.You needn’t pick between Buchanan and Gingrich — it’s enough to say that Buchanan gave the modern Republican Party its substance and Gingrich provided its style. (I imagine they’d both be honored by the distinctions.) When Trump dispatched his supporters to the Capitol on Jan. 6, telling them to “fight like hell,” urging them to preserve a country that was slipping away, calling them patriots who could take back an election stolen by the radical left, he was channeling both men. The big lie is part of their legacy, too.In his j’accuse-y yet semi-confessional “Why We Did It,” Miller, now a writer at large for the anti-Trump conservative forum The Bulwark, tries to grasp why his old colleagues followed Trump all the way to his rally at the Ellipse on Jan. 6. “I needed to figure out where our parting had started,” he writes. Miller grasps the futility of seeking a single origin story — “I’m sure a student of history might be able to trace it back to the Southern Strategy or Lee Atwater or, hell, maybe even Mark Hanna (give him a Google),” Miller writes — but he does hazard some explanations. He points to Republicans’ ability to compartmentalize concerns about Trump. Their unquenchable compulsion to be in the mix. Their self-serving belief that they could channel dark arts for noble purposes. Their desire to make money. (Miller acknowledges his own paid work helping the confirmation of Scott Pruitt as Trump’s Environmental Protection Agency administrator, a stint that makes Miller more of a Barely Trumper than a Never Trumper.) Most of all, his old colleagues succumbed to Trump because they believed they were playing “some big game devoid of real-world consequences.”Miller lingers on this game — the amoral world of tactics, messaging and opposition research, the realm of politics where facts matter less than cleverness and nothing matters more than results. He once thought of it as winning the race, being a killer, just a dishonest buck for a dishonest day’s work. “Practitioners of politics could easily dismiss moralistic or technical concerns just by throwing down their trump card: ‘It’s all part of the Game,’” Miller writes. He has a nickname for the comrades so immersed in the game that they are oblivious to its consequences: the LOL Nothing Matters Republicans. “The LOLNMRs had decided that if someone like Trump could win, then everything that everyone does in politics is meaningless.”The big lie thrives on LOL Nothing Matters.What Miller calls “the game” becomes “the joke” in Leibovich’s book, the depressing tale of the high-level supplicants who surrounded Trump during his presidency and continue to grovel in what they hope will be an interregnum. If the purely transactional nature of Washington power was the subject of Leibovich’s 2013 best seller, “This Town,” the mix of mendacity and subservience behind every transaction is the theme of his latest work. Reince Priebus, during his incarnation as Republican National Committee chairman before his six-month sojourn as Trump’s White House chief of staff, explained to Leibovich that of course, he got the joke. “This was his way of reassuring me that he understood what was really happening beyond his surface niceties about unity, tolerance, grace, or the idea that Trump could ever ‘pivot,’” Leibovich writes. In other words, don’t take his words seriously. “He got the joke and knew that I did, too.”The platonic ideal of the big joke was immortalized in The Washington Post the week after the 2020 election, uttered by an anonymous senior Republican official reflecting on Trump’s election claims. “What is the downside for humoring him for this little bit of time? No one seriously thinks the results will change. He went golfing this weekend. It’s not like he’s plotting how to prevent Joe Biden from taking power on Jan. 20.” It was wrong in so many ways — the downside would prove enormous, the believers would become legion, the plotting was underway.The big lie is that the election was stolen; the big joke is that you can prolong that lie without consequence. The former is a quest for undeserved power; the latter is an evasion of well-deserved responsibility.Other renditions of the big joke were more subtle. A few days after the election, a reporter asked Secretary of State Mike Pompeo if the State Department was preparing to work with the Biden team to facilitate a “smooth transition” of power. “There will be a smooth transition,” Pompeo responded, making the slightest of pauses before adding, “to a second Trump administration.” He then chuckled, a possible signal that he was aware of the truth, and that he “hoped that perhaps everyone understood his position,” Leibovich writes.Pompeo got the big joke about the big lie. Yet the man charged with representing American values to the world still felt he had to tell both.Representative Adam Kinzinger, one of 10 Republican House members to vote in favor of Trump’s second impeachment, says the joke is well understood among his party colleagues. “For all but a handful of members, if you put them on truth serum, they knew that the election was fully legitimate and that Donald Trump was a joke,” Kinzinger told Leibovich. “The vast majority of people get the joke. I think Kevin McCarthy gets the joke. Lindsey gets the joke. The problem is that the joke isn’t even funny anymore.” Humoring Trump has grown humorless.There was a time when even Trump grappled with the truth. Alyssa Farah Griffin, who served as communications director in the Trump White House, told PBS’s “Frontline” that the president admitted defeat in the days after the election was called for Biden. “There was one moment where in this period he was watching Joe Biden on TV and says, ‘Can you believe I lost to this (blank) guy?’”But what once may have sounded like a rhetorical lament — can you believe I lost? — now seems like a challenge to anyone questioning the big lie. Can you believe I lost? There is only one acceptable answer. In his rally last weekend in Youngstown, Ohio, Trump reiterated his commitment to the lie. “I ran twice. I won twice,” he declared. For a moment, when bragging about how many more votes he won in 2020 than in 2016, the veil almost fell. “We got 12 million more and we lost,” Trump said, before recovering. “We didn’t lose,” he continued. “We lost in their imagination.” It was a classic Trumpian projection: The lie is true and the truth is fake.The big lie appeared to crescendo on Jan. 6, 2021. The big joke, however, was retold during the early hours of Jan. 7, when the election results were certified, with 147 Republican lawmakers — more than half of the total — having voted to overturn them. As Milbank puts it, “once you’ve unhitched yourself from the truth wagon, there’s no limit to the places you can visit.” You can use exaggerated warnings of voter fraud to justify state-level initiatives tightening ballot access. (Lemire warns that the big lie has “metastasized” from a rallying cry into the “cold, methodical process of legislation.”) You can select election deniers to carry the party banner in midterm contests. And yes, you can visit the Capitol on the day the voters’ will is being affirmed, trash the place and tell yourself, as the Republican National Committee suggested, that you’re engaging in “legitimate political discourse.”The R.N.C.’s statement, part of a resolution censuring Kinzinger and Representative Liz Cheney for participating in the House’s Jan. 6 investigation, seemed to rebrand the assault as an exercise in civic virtue. The R.N.C. soon backtracked, professing that the resolution had not endorsed the violence at the Capitol.In a perverse sense, though, the R.N.C. was right. Not about the rioters, but about the discourse. Political debate has become so degraded that it includes every kind of offense, be it anonymous officials humoring the former president, QAnon conspiracists exalting him or frenzied die-hards perpetrating violence on his behalf. Together, the big joke and the big lie have turned the nation’s political life into a dark comedy, one staged for the benefit of aggrieved supporters who, imagining that the performance is real and acting on that belief, become its only punchline.The Times is committed to publishing a diversity of letters to the editor. We’d like to hear what you think about this or any of our articles. Here are some tips. And here’s our email: letters@nytimes.com.Follow The New York Times Opinion section on Facebook, Twitter (@NYTopinion) and Instagram. More
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in Elections
House Passes Overhaul of Electoral Count, Moving to Avert Another Jan. 6 Crisis
by Aurelia Butler 21 September 2022, 22:03
WASHINGTON — The House on Wednesday took the first major step to respond to the Jan. 6, 2021, assault on the Capitol, voting mostly along party lines to overhaul the 135-year-old Electoral Count Act, the law that former President Donald J. Trump tried to exploit that day to overturn his defeat.The bill was the most significant legislative answer yet to the riot and the monthslong campaign by Mr. Trump and his allies to invalidate the 2020 presidential election, but it also underscored the lingering partisan divide over Jan. 6 and the former president’s continuing grip on his party.It cleared a divided House, passing on a 229 to 203 vote. All but nine Republicans opposed the measure, wary of angering Mr. Trump and unwilling to back legislation co-written by Representative Liz Cheney, Republican of Wyoming and a leader of the House select committee investigating the events of Jan. 6 and what led to them.The partisan division could complicate future negotiations with the Senate, which is moving ahead with its own bipartisan version of the legislation that differs from the House bill in some significant respects. Lawmakers now say they do not expect final approval before Congress returns for a lame-duck session after the Nov. 8 midterm elections.The legislation is aimed at updating the law that governs Congress’s counting of the electoral votes cast by the states, the final step under the Constitution to confirm the results of a presidential election and historically a mostly ceremonial process. Democrats said that the aftermath of the 2020 election — in which Mr. Trump and his allies’ attempts to throw out legitimate electoral votes led to the violent disruption of the congressional count by his supporters on Jan. 6 — made clear that the statute needed to be changed.“These are common-sense reforms that will preserve the rule of law for all elections moving forward,” said Representative Jim McGovern, Democrat of Massachusetts and chairman of the Rules Committee. “Time is running out before the next election.”One key provision in the bill, which is also contained in the Senate proposal, would clarify that the role of the vice president, who by law presides over the counting of the ballots in his capacity as president of the Senate, is strictly ministerial. After the 2020 election, Mr. Trump and his advisers tried but failed to persuade Vice President Mike Pence to refuse to accept electoral votes from states where Trump was falsely claiming victory.The measure also would raise the threshold substantially for Congress to consider an objection to a state’s electoral votes, requiring that at least one-third of the House and Senate sign on to such a challenge, up dramatically from the one member of each chamber that is now required. The Senate proposal has a lower threshold, requiring one-fifth of the House and Senate to agree.Members of both parties have raised objections in recent elections, though none have been sustained by a majority of the House and Senate. The House bill would also more narrowly define the grounds for an objection to those with a defined constitutional basis.“Ultimately, this bill is about protecting the will of the American voters, which is a principle that is beyond partisanship,” said Representative Zoe Lofgren, the California Democrat who leads the Administration Committee and introduced the measure with Ms. Cheney. “The bottom line is if you want to object to the vote, you’d better have your colleagues and the Constitution on your side.”Passage of the bill comes as the Jan. 6 committee is wrapping up its work after a summer of high-profile hearings and preparing an extensive report, which is expected to include recommendations for how to confront the threats to democracy raised by the riot and Mr. Trump’s drive to overturn the election. Representative Bennie Thompson, Democrat of Mississippi and the chairman of the panel, said the next and likely final hearing would take place on Sept. 28.“We have substantial footage of what occurred that we haven’t used; we’ve had significant witness testimony that we haven’t used,” Mr. Thompson said in an interview. “This is an opportunity to use some of that material.”The legislation was also a direct response to Mr. Trump’s efforts to orchestrate the submission of fake slates of electors in states won by Joseph R. Biden Jr. It would require that states choose their electors under laws in place before the election, a provision intended to prevent states from reversing course if they do not like the result. And the bill would allow candidates to sue state officials if they failed to submit their electors or certified electors that did not match the election results..css-1v2n82w{max-width:600px;width:calc(100% – 40px);margin-top:20px;margin-bottom:25px;height:auto;margin-left:auto;margin-right:auto;font-family:nyt-franklin;color:var(–color-content-secondary,#363636);}@media only screen and (max-width:480px){.css-1v2n82w{margin-left:20px;margin-right:20px;}}@media only screen and (min-width:1024px){.css-1v2n82w{width:600px;}}.css-161d8zr{width:40px;margin-bottom:18px;text-align:left;margin-left:0;color:var(–color-content-primary,#121212);border:1px solid var(–color-content-primary,#121212);}@media only screen and (max-width:480px){.css-161d8zr{width:30px;margin-bottom:15px;}}.css-tjtq43{line-height:25px;}@media only screen and (max-width:480px){.css-tjtq43{line-height:24px;}}.css-x1k33h{font-family:nyt-cheltenham;font-size:19px;font-weight:700;line-height:25px;}.css-ok2gjs{font-size:17px;font-weight:300;line-height:25px;}.css-ok2gjs a{font-weight:500;color:var(–color-content-secondary,#363636);}.css-1c013uz{margin-top:18px;margin-bottom:22px;}@media only screen and (max-width:480px){.css-1c013uz{font-size:14px;margin-top:15px;margin-bottom:20px;}}.css-1c013uz a{color:var(–color-signal-editorial,#326891);-webkit-text-decoration:underline;text-decoration:underline;font-weight:500;font-size:16px;}@media only screen and (max-width:480px){.css-1c013uz a{font-size:13px;}}.css-1c013uz a:hover{-webkit-text-decoration:none;text-decoration:none;}How Times reporters cover politics. We rely on our journalists to be independent observers. So while Times staff members may vote, they are not allowed to endorse or campaign for candidates or political causes. This includes participating in marches or rallies in support of a movement or giving money to, or raising money for, any political candidate or election cause.Learn more about our process.It also would lay out the circumstances in which a federal judge could extend an election following a catastrophe and force election officials to count ballots or certify an election if they refused to do so.Representative Liz Cheney, Republican of Wyoming, sponsored the bill along with Representative Zoe Lofgren, Democrat of California.Kim Raff for The New York TimesRepublicans said the legislation represented a renewed Democratic attempt to exert more federal control over elections that are usually the responsibility of state officials and courts.Representative Tom Cole, Republican of Oklahoma, called it “another attempt to federalize elections at the expense of states.” Other Republicans accused Democrats of rushing the legislation to the floor without review by the appropriate committees or engaging Republicans.They also accused Democrats of using the bill to take aim at Mr. Trump, portraying the legislation as an extension of the work of the special committee investigating Jan. 6, which most House Republicans denounce as a partisan exercise aimed at blaming Mr. Trump for the assault on the Capitol.“This is nothing more than an attack on President Trump and the 2020 election, an attack on a man who has not been in office for nearly two years,” said Representative Guy Reschenthaler, Republican of Pennsylvania.Lawmakers said the legislation’s close association with Ms. Cheney led House Republicans to abandon it in large numbers. Her aggressive criticism of Mr. Trump prompted Republicans to remove her from a party leadership position in May last year, and she lost her re-election primary last month.But Ms. Cheney noted strong support for the measure from conservative jurists and analysts and called on Republicans to embrace it.“If your aim is to prevent future efforts to steal elections, I would respectfully request that conservatives should support this bill,” she said on the House floor. “If instead your aim is to leave open the door for elections to be stolen in the future, you might decide not to support this or any other bill to address the Electoral Count Act.”Leaders of the bipartisan group behind the Senate bill, which was made public in July, were surprised by the sudden House action on the legislation just days after it was introduced and after months with few details on how the House was proceeding. Backers of the Senate bill said the House approach could lead to more election lawsuits, a prospect that could increase Republican opposition. But they remained hopeful the bills could be reconciled.“We can work together to try to bridge the considerable differences,” said Senator Susan Collins, Republican of Maine and one of the chief authors of the Senate bill. “But it would have been better if we had been consulted prior to the House sponsors deciding to drop their bill.”The Senate Rules Committee is scheduled to consider that chamber’s version next week. Senator Amy Klobuchar, Democrat of Minnesota and the chairwoman of the panel, is preparing a new version that incorporates changes sought by election experts and other lawmakers in hopes of enhancing its chances of approval. The legislation so far has at least 10 Republican backers, meaning it could overcome a G.O.P. filibuster if all Democrats supported it.Despite the differences, supporters of the legislation said it needed to become law.“Failure is not an option,” said Representative Pete Aguilar of California, a member of the Democratic leadership and the Jan. 6 panel. “We’ve got to put a piece of reform on the president’s desk. We’ve got to protect democracy.”Luke Broadwater More
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in Elections
Your Thursday Briefing: Russia’s ‘Partial Mobilization’
by Aurelia Butler 21 September 2022, 20:50
Plus protests in Iran intensify and New York State sues Donald Trump for fraud.President Biden addressed the U.N. General Assembly yesterday.Doug Mills/The New York TimesPutin signals a coming escalationVladimir Putin accelerated his war effort in Ukraine yesterday and announced a new campaign that would call up roughly 300,000 additional Russian troops. Here are live updates of the war.In a rare address to the nation, the Russian president made a veiled threat of using nuclear weapons. “If the territorial integrity of our country is threatened, we will certainly use all the means at our disposal to protect Russia and our people,” Putin said. “This is not a bluff.”His comments appeared to be a shift in his domestic strategy to the war. Ukraine said Putin’s remarks reflected his desperation: Russia’s military has suffered humiliating setbacks this month. (Here’s a map of Ukraine’s advances.)It also seemed to be an effort to startle the U.S. and its Western allies into dropping their support. But at the U.N. General Assembly in New York, Western leaders looked undeterred. President Biden said the U.S. and its allies would “stand in solidarity” against Russia and accused Moscow of violating the U.N. charter.Reaction: Protests erupted across Russia in response to the “partial mobilization,” and at least 1,252 people have been detained. Russians also rushed to buy one-way flights out of the country.Analysis: Experts say Russia currently has 200,000 troops, or fewer, in Ukraine. Putin’s campaign would more than double that, but those called up need training and weapons.Other updates:Volodymyr Zelensky, Ukraine’s president, is expected to address the U.N. shortly after this newsletter sends. Here are live updates of the General Assembly.Ten prisoners of war, including two U.S. military veterans, have been transferred to Saudi Arabia as part of a Russia-Ukraine exchange, Saudi Arabia said.Protesters rallied outside the U.N. to protest Iran’s president, Ebrahim Raisi.Stephanie Keith/Getty ImagesProtests in Iran escalateAntigovernment protests in Iran over the death of a 22-year-old woman in police custody are intensifying. The unrest has spread to dozens of cities, and at least seven people have been killed in her home province, Kurdistan.The protests appear to be one of the largest displays of defiance of the Islamic Republic’s rule in years. Women risked arrest by removing and burning their hijabs in public. Protesters have called for an end to the Islamic Republic with chants of “Mullahs get lost,” “Death to the supreme leader” and “Life, liberty and women.”The State of the WarRaising the Stakes: Kremlin-backed officials in four partially occupied regions announced referendums on joining Russia and President Vladimir V. Putin called up roughly 300,000 reservists to join the fight in Ukraine, indicating a possible escalation of the war.Ukraine’s Counteroffensive: As Ukrainian troops try to inch forward in the east and south without losing control of territory, they face Russian forces that have been bolstered by inmates-turned-fighters and Iranian drones.In Izium: Following Russia’s retreat, Ukrainian investigators have begun documenting the toll of Russian occupation on the northeastern city. They have already found several burial sites, including one that could hold the remains of more than 400 people.A Near Miss: A powerful Russian missile exploded less than 900 feet from the reactors of a Ukrainian nuclear plant far from the front lines, according to Ukrainian officials. The strike was a reminder that despite its recent retreat, Russia can still threaten Ukraine’s nuclear sites.The government responded by unleashing security forces, including riot police officers and the plainclothes Basij militia, to crack down on the protesters. Internet and cell service have been disrupted in neighborhoods where there were protests. Access to Instagram, which has been widely used by the protesters, was also restricted.Background: Mahsa Amini died last week after the morality police arrested her on an accusation of violating the law on head scarves.Context: Ebrahim Raisi, Iran’s president, made his first appearance at the U.N. yesterday. He made no mention of the protests, even as demonstrators gathered outside the building to protest Amini’s death. Raisi also did not address the health concerns about Ayatollah Ali Khamenei, 83, who recently canceled all meetings and public appearances because of illness.Letitia James’s lawsuit strikes at the foundation of Donald Trump’s public image and his sense of self.Hiroko Masuike/The New York TimesNew York sues Trumps claiming fraudDonald Trump and his family business fraudulently overvalued his assets by billions of dollars in a sprawling scheme, according to a lawsuit filed yesterday by the New York attorney general, Letitia James.James said Trump inflated his net worth by billions, doing so with the help of three of his children: Eric, Donald Jr. and Ivanka. She said that the defendants repeatedly manipulated the value of assets to receive favorable loans and assist with their tax burden.James concluded that Trump and his family business violated several state criminal laws and “plausibly” broke federal criminal laws as well. She is seeking to bar the Trumps from ever running a business In New York State again, but her case could be difficult to prove.Details: In one example cited in the lawsuit, the company listed a group of rent-stabilized apartments in its building on Park Avenue as worth $292 million, multiplying by six the figure that appraisers had assigned.Context: Trump faces six separate investigations. Here is where each stands.THE LATEST NEWSAsia PacificMany of the whales are dying as they lie stranded on a beach in Tasmania.Agence France-Presse, via Department of Natural Resources /AFP via Getty ImagesAround 230 pilot whales are stranded on a Tasmanian beach where 470 whales were beached in 2020. Half have already died. European corporate investment in China has fallen steeply. It is now limited to a handful of multinationals.China’s “zero Covid” policy means that Hong Kong is no longer considered a global aviation hub, Al Jazeera reports.In an effort to counter China’s growing influence in the Pacific, the U.S., the U.K., Australia and New Zealand are conducting joint military exercises with Fiji, The Associated Press reports.World NewsThe U.S. Federal Reserve made its third straight supersize rate increase yesterday: three-quarters of a point. Here are live updates.The French leftist politician Jean-Luc Mélenchon defended a lawmaker who admitted to slapping his wife, renewing debates over the left wing’s dedication to feminism.U.S. medical experts recommended that doctors screen all patients under 65 for anxiety.The Times looked at the Republican Party’s chances in the U.S. House of Representatives. New congressional maps offer them a huge advantage.What Else Is HappeningJames Manning/Press Association, via Associated PressRoger Federer will play his last match tomorrow, a doubles appearance in which he is expected to team up with Rafael Nadal.New York City is fighting about the fate of its carriage horses again.Bar-tailed godwits fly from Alaska to New Zealand and Australia without stopping to eat, drink or rest. Researchers believe the feat is so extraordinary that it should change the study of ornithology itself.A Morning ReadLoretta Sipagan, 87, spent more than two months in prison after working as a community organizer.Jes Aznar for The New York TimesFifty years ago this week, Ferdinand Marcos placed the Philippines under military rule. Now, Marcos’s son is in power, after spending years trying to rehabilitate his father’s name. Victims who survived the crackdown fear their stories will be lost. “What happened before was true,” a community organizer told The Times. “They can try to change history, but they can’t.”Lives lived: Jack Charles, one of Australia’s leading Indigenous actors, had a charismatic personality and a troubled personal life. He died this month at 79.ARTS AND IDEAS‘We’re on That Bus, Too’A quarantine bus crashed in China on Sunday, killing at least 27 people. The accident has become a flash point for online protest at the government’s “zero Covid” policy.Some shared an old headline on social media: “Evil is prevalent because we obey unconditionally.” An editor lamented on his WeChat Timeline: “Just because an extremely small number of people may die from Covid infections, a whole nation of 1.3 billion Chinese are held hostage.”“We’re on that bus, too” has been one of the most shared comments since the crash.“The bus itself was a symbol of their collective ‘zero Covid’ destiny: the country’s 1.4 billion people heading to an unknown destination,” my colleague Li Yuan writes in an analysis of the outrage. “They felt they have lost control of their lives as the government pursues its policy relentlessly, even as the virus has become much milder and much of the world is eager to declare the end of the pandemic.”PLAY, WATCH, EATWhat to CookDavid Malosh for The New York Times. Food Stylist: Greg Lofts.Warm spices flavor this Hungarian honey cake.What to Watch“See How They Run,” a witty whodunit, riffs on Agatha Christie.TravelIn Istanbul, the elegant summer palaces known as kasir offer a glimpse of Ottoman life.Now Time to PlayPlay today’s Mini Crossword, and a clue: large beer mug (five letters).Here are today’s Wordle and today’s Spelling Bee.You can find all our puzzles here.That’s it for today’s briefing. See you next time. — AmeliaP.S. “We announce the establishment of the People’s Republic of China,” Mao Zedong said 73 years ago yesterday.The latest episode of “The Daily” is on migrants in the U.S.You can reach Amelia and the team at briefing@nytimes.com. More
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in Elections
¿Cuáles son las seis investigaciones que enfrenta Trump?
by Aurelia Butler 21 September 2022, 15:16
Sin el poder de la presidencia, el exmandatario enfrenta a una multitud de fiscales y abogados que lo investigan a él y a sus asociados.WASHINGTON — La oficina que el expresidente Donald Trump instaló en el segundo piso de su propiedad de Mar-a-Lago, en Florida, en parte es una réplica del Despacho Oval y también es un homenaje a su paso por la verdadera Casa Blanca.Durante una visita el año pasado, sobre la pared se veían seis de sus fotografías favoritas, incluidas aquellas donde aparece con la reina Isabel II y Kim Jong-un. También se podían ver algunas monedas de membresía, una placa conmemorativa de su muro fronterizo y un retrato del expresidente hecho con casquillos de bala, regalo de Jair Bolsonaro, a quien llaman el Trump de Brasil.Esa oficina se ha convertido en la fortaleza de Trump en el exilio y en su sala de guerra, el cuartel general del extenso conflicto con las investigaciones que ha llegado a consumir la etapa posterior a su presidencia. Se trata de una guerra en varios frentes, con campos de batalla en Nueva York, Georgia y la capital del país, con una lista cambiante de abogados y una ventisca de acusaciones de irregularidades que son difíciles de seguir.Nunca antes un expresidente se había enfrentado a un conjunto de investigaciones federales, estatales y del Congreso tan amplio como el de Trump, quizá son las consecuencias de una carrera empresarial y, al final, política que ha vivido al límite o tal vez por encima de cualquier límite. Ya sea en relación con sus prácticas empresariales engañosas, sus esfuerzos por anular unas elecciones democráticas o su negativa a entregar documentos gubernamentales confidenciales que no le pertenecían, los diversos problemas jurídicos de Trump se derivan de la misma sensación de que las normas que los demás deben cumplir no aplican para él.El relato de cómo llegó a este punto es único en la historia y bastante predecible. Desde hace medio siglo, Trump ha evadido investigaciones y problemas legales, desde que el Departamento de Justicia demandó a su empresa familiar por discriminación racial y a través de las innumerables investigaciones que le siguieron a lo largo de los años. Cuenta con un notable historial de esquivar los peores resultados, pero es posible que ahora esté enfrentando tantas investigaciones que la salida sea incierta.Su visión del sistema legal siempre ha sido transaccional: es un arma para ser utilizada, ya sea por él o en su contra, y rara vez se ha sentido intimidado por las citaciones y declaraciones juradas que conmocionarían a cualquier persona menos acostumbrada a los litigios. En el aspecto civil, ha estado involucrado en miles de juicios con socios comerciales, proveedores y otros, muchos de los cuales lo demandaron porque se negó a pagar sus cuentas.Mientras era presidente, una vez explicó su visión del sistema legal a algunos colaboradores, diciendo que acudiría a los tribunales para intimidar a los adversarios porque solo amenazar con demandar no era suficiente.“Cuando amenazas con demandar, no hacen nada”, le dijo Trump a sus asistentes. “Dicen: ‘¡Psshh!’. Y siguen haciendo lo que quieren”, afirmó mientras agitaba su mano en el aire. “Pero, cuando los demandas, dicen: ‘¡Oooh!’, y se conforman. Es tan fácil como eso”, dijo con una mueca.Cuando, siendo presidente, comenzó a perder batallas jurídicas con regularidad arremetió contra el sistema de justicia. En un momento dado, cuando el Tribunal de Apelaciones del 9º Circuito, un tribunal liberal por tradición con sede en California, falló en contra de una de sus políticas, exigió a sus asesores que se deshicieran del tribunal. “Cancelémoslo”, dijo, como si se tratara de un acto de campaña y no de un sistema judicial establecido por ley. Si para ello es necesario redactar una legislación, que se haga un proyecto de ley para “deshacernos” de los jueces, dijo, utilizando un improperio.Pero sus asistentes lo ignoraron y ahora que no tiene el poder de la presidencia debe enfrentarse a una serie de fiscales y abogados que lo tienen a él, y a sus socios, en la mira. Algunas de las cuestiones son añejas, pero muchas de las semillas de su actual peligro jurídico se plantaron en los frenéticos últimos días que pasó en el cargo, cuando trató de anular la voluntad de los electores y aferrarse al poder mediante una serie de mentiras sobre un fraude electoral inexistente.Es bastante comprensible que muchos estadounidenses hayan perdido el hilo de todas las investigaciones en medio del torbellino de mociones, audiencias y sentencias de las últimas semanas. Pero, en esencia, son estas.Estado de Nueva YorkMucho antes de llegar a la presidencia, se puede decir que Trump, en muchos sentidos, se tomaba a la ligera sus negocios. La pregunta es si violó la ley de alguna manera. Durante años, según sus propios socios, infló el valor de varias propiedades para obtener préstamos.Durante más de tres años, Letitia James, la fiscala general del estado de Nueva York, ha analizado sus prácticas comerciales para determinar si constituyeron fraude. Cuando citó a Trump para que testificara, él invocó más de 400 veces el derecho que otorga la Quinta Enmienda para no responder preguntas con base en que sus respuestas podrían incriminarlo.Trump ha atacado a James con el argumento de que es una demócrata partidista que lo persigue por motivos políticos. Durante su candidatura de 2018, ella criticó a Trump sin rodeos, dijo que era un “presidente ilegítimo” y sugirió que los gobiernos extranjeros canalizaron dinero a las propiedades inmobiliarias de su familia, lo que caracterizó como un “patrón y práctica de lavado de dinero”.Hace poco, los abogados de Trump trataron de llegar a un acuerdo en el caso, lo que podría indicar la preocupación que sienten por su riesgo jurídico, pero James rechazó su oferta. Debido a que su investigación es civil, y no penal, ella tendría que decidir si sus hallazgos justifican una demanda en la que se acuse de fraude al expresidente.ManhattanLa fiscalía de distrito de Manhattan, ahora a cargo de Alvin L. Bragg, se ha ocupado de algunos de esos asuntos como parte de una investigación penal y está a punto de llevar a juicio a partir del 24 de octubre a la Organización Trump, la empresa familiar del expresidente, por cargos de fraude y evasión fiscal.Allen H. Weisselberg, el director de finanzas de toda la vida de la Organización Trump, se declaró culpable de 15 delitos graves y admitió que se asoció ilegalmente con la empresa para implementar un plan con la finalidad de evadir impuestos sobre lujosas prebendas. Como parte de su acuerdo de culpabilidad, Weisselberg está obligado a testificar en el próximo juicio. Pero Trump no es acusado en ese juicio y Weisselberg se negó a cooperar con la investigación más extensa.Allen Weisselberg, quien durante mucho tiempo fue el director financiero de la Organización Trump, se declaró culpable de 15 delitos graves relacionados con su trabajo en la empresa.Jefferson Siegel para The New York TimesPero después de que Bragg asumió el cargo en enero, le dijo al equipo que trabajaba en la investigación que estaba escéptico ante la posibilidad de que tuvieran pruebas suficientes para condenar al propio Trump. Eso hizo que los dos fiscales que dirigían la investigación renunciaran, y uno dijo en su carta de renuncia que el expresidente era “culpable de numerosos delitos graves” y que era “una grave falta de justicia” no hacerlo responsable.GeorgiaEl 2 de enero de 2021, Trump se puso en un posible riesgo jurídico en el estado de Georgia cuando llamó a Brad Raffensperger, el secretario de Estado, y le exigió “encontrar 11.780 votos”, los suficientes para cambiar el resultado y arrebatarle el estado a Joe Biden. Durante la llamada, Trump le advirtió a Raffensperger, quien es republicano, que enfrentaba un “gran riesgo” si no lograba encontrar esos votos, una amenaza implícita que el georgiano desafió.Los aliados de Trump también intentaron presionar a los funcionarios estatales para que cambiaran los resultados y, como hicieron en otros estados clave que ganó su opositor, trataron de armar una lista de electores falsos para enviarlos a Washington para que votaran en el Colegio Electoral a favor del presidente derrotado en lugar de Biden, que ganó el voto popular en Georgia.Fani T. Willis, la fiscala de distrito del condado de Fulton, inició una amplia investigación y presionó para obtener la declaración del senador republicano de Carolina del Sur Lindsey Graham e informó a Rudy Giuliani, el abogado del expresidente, que también es parte de su investigación.Willis parece estar construyendo un posible caso de asociación delictiva para cometer fraude electoral o chantaje mediante un esfuerzo coordinado para socavar las elecciones. Además de Giuliani, se ha informado a múltiples aliados del expresidente que también se les investiga, incluido el presidente del partido estatal y los miembros de la lista de electores falsos.Trump ha subestimado a Willis, una demócrata que fue elegida en la misma votación de 2020 en la que él perdió, diciendo que su investigación es, en palabras de un portavoz el año pasado, “simplemente el último intento de los demócratas para sumar puntos políticos al continuar con su cacería de brujas contra el presidente Trump”.CongresoLa Comisión de la Cámara de Representantes que investiga el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021, compuesta por siete demócratas y dos republicanos, ha hecho más por exponer un posible caso penal contra Trump en el espacio público que cualquiera de las personas que investigan al expresidente.En su serie de audiencias celebradas a lo largo del verano, que podrían reanudarse el 28 de septiembre, los asesores de Trump rindieron testimonio e indicaron que se le informó en varias ocasiones que las elecciones de 2020 no habían sido robadas, que lo que estaba diciendo a la opinión pública no era cierto, que no había fundamentos para impugnar el resultado e incluso que la multitud que convocó el 6 de enero incluía a algunas personas armadas.La comisión documentó los amplios esfuerzos de Trump para aferrarse al poder: cómo presionó no solo a Raffensperger, sino a funcionarios en varios estados para que cambiaran los resultados, cómo contempló declarar la ley marcial y apoderarse de máquinas electorales, cómo trató de obligar al Departamento de Justicia para que interviniera aun cuando se le dijo que no había motivos, cómo conspiró con aliados del Congreso para llevar electores falsos a la votación del Colegio Electoral y en última instancia cómo trató de obligar a su propio vicepresidente a bloquear la victoria de Biden.La comisión no tiene facultades para iniciar un proceso judicial, pero acudió a los tribunales para hacer cumplir citatorios para testificar e hizo que el Departamento de Justicia emitiera cargos por desacato al Congreso en contra de Steve Bannon y Peter Navarro, dos exaliados de Trump. Bannon fue condenado y espera su sentencia; Navarro solicitó al tribunal que desestimara su caso.Sin embargo, aunque los legisladores no pueden acusar a Trump, están debatiendo si deben recomendar al Departamento de Justicia que lo haga. Eso tiene poco significado sustantivo, pero incrementaría la importancia del fiscal general Merrick Garland.Fani T. Willis, la fiscala de distrito del condado de Fulton, ha hecho una amplia investigación.Nicole Craine para The New York TimesStephen Bannon, exasesor de Trump, fue declarado culpable de desacato al Congreso.Jefferson Siegel para The New York TimesEl 6 de eneroEn muchos sentidos, Garland sigue siendo el mayor misterio a medida que Trump busca obstaculizar a los investigadores. Garland, un exfiscal y juez de apelación ecuánime y bastante respetado, no ha dicho mucho para dar pistas, pero es evidente que su departamento está siguiendo múltiples líneas en su investigación sobre lo que ocurrió antes del 6 de enero y ese día.El departamento ha entrevistado o llevado ante un gran jurado a exasistentes de la Casa Blanca, como Pat A. Cipollone y Marc Short; también incautó los teléfonos o dispositivos electrónicos de aliados de Trump como John Eastman, Jeffrey Clark y Mike Lindell y hasta de un miembro del Congreso y en fechas recientes envió cerca de 40 citatorios a exasesores de la Casa Blanca, entre los cuales se encuentran Stephen Miller y Dan Scavino, además de otros personajes cercanos al expresidente.Tras pasar buena parte de los últimos 18 meses procesando a cientos de seguidores de Trump que ingresaron por la fuerza al Capitolio, parece que el equipo de Garland está analizando varios ángulos, incluido el plan de los electores falsos, la operación de recaudación de fondos de Trump mientras promovía afirmaciones falsas sobre el fraude electoral y la intervención del presidente mismo para tratar de anular las elecciones.Lo que no está claro es si Garland ya tiene una teoría del caso. Si bien las citaciones indicaban que los investigadores estaban analizando, entre otras cosas, los intentos de “obstruir, influir, impedir o retrasar” la certificación de las elecciones presidenciales, el departamento aún tiene que acusar a las personas cercanas a Trump y, por lo tanto, no ha presentado ninguna conclusión legal sobre las acciones tomadas por su oficina.Una persona que aún no sabe si será citada es el mismo Trump, pero sigue siendo una posibilidad. Con el fin de prepararse para el día en que los investigadores se presenten en su puerta, Trump ha estado buscando abogados que lo representen, ya que muchos de sus abogados anteriores ya no quieren involucrarse con él o tienen que enfrentar sus propios problemas legales.Los documentos clasificadosComo si Trump ya no estuviese expuesto a suficientes problemas jurídicos por los sucesos acaecidos durante sus últimos días en el cargo, al irse de la Casa Blanca tomó decisiones que también le han causado problemas.La última amenaza para el expresidente se deriva de su insistencia en llevarse a casa miles de documentos propiedad del gobierno, incluidos cientos que están marcados con varias designaciones de clasificado, además no los devolvió todos cuando se lo pidieron.El equipo de Garland ha indicado en documentos judiciales que no solo está analizando los cargos penales relacionados con el mal manejo de documentos clasificados, sino, además, la obstrucción de la justicia. Un abogado de Trump firmó un documento que afirmaba que su cliente había devuelto todos los documentos clasificados en su poder, lo cual se comprobó que era falso cuando los agentes del FBI allanaron Mar-a-Lago y encontraron cajas de esos documentos. Los investigadores indicaron que los archivos tal vez fueron escondidos y los cambiaron de ubicación en vez de entregarlos.En el caso de los documentos, la estrategia jurídica de Trump se parece al método que ha empleado a lo largo de los años: encontrar maneras de retrasar y despistar a sus adversarios. Al convencer a una jueza federal, a la que confirmó en el puesto durante los últimos días de su presidencia, para que impidiera que los investigadores usaran los documentos recuperados mientras los analiza un inspector especial, les ató las manos a los fiscales por el momento.Pero eso puede no durar para siempre. La semana pasada dijo que “no me puedo imaginar ser acusado”, pero admitió que “siempre es una posibilidad” porque los fiscales están “simplemente enfermos y trastornados”. Y afirmó que desclasificó los papeles que tomó, aunque no hay registro de eso.Pero su estrategia real es clara: esta es una batalla tanto política como legal, y advirtió sombríamente que habría “grandes problemas” si lo acusaban porque sus partidarios, “simplemente no lo soportarían”.Cuando el locutor de radio Hugh Hewitt le dijo que sus críticos interpretarían eso como incitar a la violencia, Trump dijo: “Eso no es incitar. Solo digo mi opinión. No creo que la gente de este país lo toleraría”.Peter Baker es el corresponsal jefe de la Casa Blanca y ha cubierto a los últimos cinco presidentes para el Times y The Washington Post. Es autor de siete libros, el más reciente The Divider: Trump in the White House, 2017-2021, coescrito con Susan Glasser, que se publicará en septiembre. @peterbakernyt • Facebook More
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in Elections
Inside the Completely Legal G.O.P. Plot to Destroy American Democracy
by Aurelia Butler 21 September 2022, 09:00
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in Elections
Glenn Youngkin Is Playing a Dangerous Game
by Aurelia Butler 20 September 2022, 14:04
It’s obvious. Glenn Youngkin, the Republican governor of Virginia, wants to be president.Within months of taking office, Youngkin had already established two political organizations, Spirit of Virginia and America’s Spirit, meant to raise his profile in national Republican politics with donations and assistance to candidates both in his home state and across the country. In July, he met privately with major conservative donors in New York City, underlining the sense that his ambitions run larger than his term in Richmond.Youngkin, a former private equity executive, is on a tour of the country, speaking and raising money for Republican candidates in key presidential swing states. And as he crisscrosses the United States in support of the Republican Party, Youngkin is neither avoiding Donald Trump nor scorning his acolytes; he’s embracing them.In Nevada last week, Youngkin stumped for Joe Lombardo, the Trump-backed Republican nominee for governor who acknowledges that President Biden won the election but says he is worried about the “sanctity of the voting system.” In Michigan, Youngkin stumped for Tudor Dixon, the Trump-backed Republican nominee for governor who has repeatedly challenged the integrity of the 2020 presidential election. And later this month, in Arizona, Youngkin will stump for Kari Lake, the Trump-backed Republican nominee for governor who accused Democrats of fraud in the state and says that unlike Gov. Doug Ducey, she “would not have certified” the 2020 election results.Whether Youngkin agrees with any of this himself is an open question. In the 2021 Virginia Republican primary, he flirted with election denialism but never fully committed. What matters, for our purposes, is that Youngkin believes he needs to cater to and actually support election questioners and deniers to have a shot at leading the Republican Party.You can sense, in conversations about the present and future of the Republican Party, a hope that there is some way to force the party off its current, anti-democratic path. You could see it in the outrage over Democratic Party “meddling” in Republican primaries. As the conservative columnist Henry Olsen wrote for The Washington Post in July, “True friends of democracy would seek to build new alliances that cross old partisan boundaries.”What Youngkin — a more polished and ostensibly moderate Republican politician — aptly demonstrates is that this is false. The issue is that Republican voters want MAGA candidates, and ambitious Republicans see no path to power that doesn’t treat election deniers and their supporters as partners in arms.There is an analogy to make here to the midcentury Democratic Party, which was torn between a liberal, Northern, pro-civil rights faction and a reactionary, Southern, segregationist faction. The analogy is useful, not because the outcome of the struggle is instructive in this case, but because the reason the liberal faction prevailed helps illustrate why anti-MAGA Republicans are fighting a losing battle.In 1948, the mayor of Minneapolis — 37-year-old Hubert Humphrey — called on the hundreds of delegates to the Democratic National Convention in Philadelphia to add a strong civil rights plank to the party’s national platform. “To those who say we are rushing this issue of civil rights,” Humphrey said, “I say to them we are 172 years late.”“The time has arrived for the Democratic Party to get out of the shadow of states’ rights and walk forthrightly into the bright sunshine of human rights,” Humphrey added.As the historian Michael Kazin notes in “What It Took to Win: A History of the Democratic Party,” both “the speech and the ebullient, and quite spontaneous, floor demonstration that followed helped convince a majority of delegates — and President Truman, reluctantly — to include the civil rights pledge in the platform.”But there were dissenters. A small number of Southern delegates left the convention in protest. Calling themselves the States’ Rights Democratic Party, they organized a challenge to Truman with Gov. Strom Thurmond of South Carolina at the top of their ticket.These “Dixiecrats” were anti-civil rights and, for good measure, anti-labor. “We stand for the segregation of the races and the racial integrity of each race, the constitutional right to choose one’s associates; to accept private employment without governmental interference, and to earn one’s living in any lawful way,” reads the States’ Rights Democratic platform, unanimously adopted at their convention in Oklahoma City the next month. We favor, they continued, “home-rule, local self-government and a minimum of interference with individual rights.”Of course, this meant the maintenance of Jim Crow, the subversion of the constitutional guarantees embedded in the 14th and 15th Amendments, and the continued domination of Black Americans by a tyrannical planter-industrial elite.From its inception in the late 1820s as the movement to elect Andrew Jackson president, the Democratic Party relied on the Solid South to win national elections. Now it had a choice. Democrats could reject their new civil rights plank, accommodate the Dixiecrats and fight with a unified front against a hungry and energetic Republican Party, shut out of power since Herbert Hoover’s defeat in 1932. Or they could scorn the so-called States’ Rights Democrats and run as a liberal party committed to equal rights and opportunity for all Americans.They chose the latter and changed American politics forever. And while much of this choice was born of sincere belief, we also should not ignore the powerful force of demographic change.From 1915 to 1965, more than six million Black Americans left their homes in the agrarian South to settle in the cities of the industrial North, from New York and Chicago to Philadelphia and Detroit and beyond.Their arrival marked the beginning of a tectonic shift in American political life. “The difference in laws between the North and the South created a political coming-of-age for Black migrants,” the political scientist Keneshia N. Grant writes in “The Great Migration and the Democratic Party: Black Voters and the Realignment of American Politics in the 20th Century.” “Seeing political participation as a badge of honor and hallmark of success in northern life, migrants registered to vote in large numbers. Northern parties and candidates worked to gain Black support through their election campaigns, and the parties expected Black voters to turn out to vote for their nominees on Election Day.”For a Democratic Party whose national fortunes rested on control of urban machines, Black voters could mean the difference between four years in power and four years in the wilderness. With the rise of Franklin Roosevelt, who won an appreciable share of the Black vote in the 1932 presidential election, Northern Democratic politicians began to pay real attention to the interests of Black Americans in cities across the region.By 1948, most Black Americans who could vote were reliable partners in the New Deal coalition, which gave liberals in the Democratic Party some of the political space they needed to buck Jim Crow. Yes, the Dixiecrats would withdraw their support. But for every white vote Harry Truman might lose in Alabama and Mississippi, there was a Black vote he might gain in Ohio and California, the two states that ultimately gave him his victory over the fearsome former prosecutor (and New York governor) Thomas Dewey.Not only did the Dixiecrat rebellion fail; it also demonstrated without a shadow of a doubt that Democrats could win national elections without the Solid South. The segregationists were weaker than they looked, and over the next 20 years the Democratic Party would cast them aside. (And even then, with the Dixiecrat exodus, Truman still won most of the states of the former Confederacy.)There is no equivalent to northern Black voters in the Trumpified Republican Party. Put differently, there is no large and pivotal group of Republicans who can exert cross-pressure on MAGA voters. Instead, the further the Republican Party goes down the rabbit hole of “stop the steal” and other conspiracy theories, the more it loses voters who could serve to apply that pressure.In a normal, more majoritarian political system, this dynamic would eventually fix the issue of the MAGA Republican Party. Parties want to win, and they will almost always shift gears when it’s clear they can’t with their existing platform, positions and leadership.The problem is that the American political system, in its current configuration, gives much of its power to the party with the most supporters in all the right places. Republicans may have lost the popular vote in seven of the last eight presidential elections, but key features in the system — equal state representation in the Senate, malapportionment in the House of Representatives and winner-take-all distribution of votes in the Electoral College (Nebraska and Maine notwithstanding) — gives them a powerful advantage on the playing field of national politics.To put it in simple terms, Joe Biden won the national popular vote by seven million ballots in the 2020 presidential election, but if not for roughly 120,000 votes across four states — Arizona, Georgia, Pennsylvania and Wisconsin — Donald Trump would still be president.Which is all to say that someone like Glenn Youngkin is only doing what makes sense. To make MAGA politics weak among Republican politicians, you have to make MAGA voters irrelevant in national elections. But that will take a different political system — or a vastly different political landscape — than the one we have now.The Times is committed to publishing a diversity of letters to the editor. We’d like to hear what you think about this or any of our articles. Here are some tips. And here’s our email: letters@nytimes.com.Follow The New York Times Opinion section on Facebook, Twitter (@NYTopinion) and Instagram. More

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