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Sin latinos no hay Casa Blanca

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MIAMI — Cada cuatro años, sin excepción, los dos principales partidos políticos de Estados Unidos tratan de enamorar a los electores latinos para que voten por su candidato a la presidencia. El objetivo es claro: sin latinos no hay Casa Blanca.

Es un ritual predecible y, muchas veces, cargado de cinismo y ambición política. Es como si el Partido Republicano y el Partido Demócrata nos redescubrieran cada cuatro años para, luego, olvidarse de nosotros hasta la siguiente elección. El espectáculo es tan obvio y desvergonzado que hasta le han dado un nombre: el síndrome de Cristóbal Colón.

Y conforme crece el número de votantes hispanos, el proceso de convencimiento se ha hecho mucho más sofisticado. Lo que comenzó con el candidato pronunciando unas palabritas en español —Ronald Reagan dijo unas cuantas palabras, entre ellas “muchas gracias”, en un discurso dirigido a latinos a menos de dos meses de las elecciones de 1984— pasó a convertirse en promesas muy específicas, como la que hizo Barack Obama antes de las votaciones de 2008, cuando dijo que presentaría al congreso una reforma migratoria (algo que, finalmente, no cumplió).

Históricamente los latinos han votado más por los demócratas que por los republicanos. Y en esta elección, Joe Biden tiene el 66 por ciento de la intención de voto de los hispanos frente a un 24 por ciento para Trump, según una encuesta de Latino Decisions de mediados de agosto. Si Trump no logra aumentar el número de votantes latinos, es muy posible que pierda la reelección. Pero independientemente de quien gane el 3 de noviembre, el futuro es hispano.

En 2020, el ritual está en todo su apogeo. El presidente Donald Trump presume que, antes de la pandemia, los hispanos tuvieron los índices de desempleo más bajos de la historia. Y como parte de los eventos de la Convención Nacional Republicana, Trump participó en una ceremonia de naturalización en la Casa Blanca con cinco nuevos ciudadanos para demostrar su compromiso con los inmigrantes.

Pero esto contrasta con un gobierno que durante los últimos años ha atacado constantemente a los inmigrantes: según algunas organizaciones ha separado a más de 5000 niños de sus padres en la frontera, puso a algunos de esos menores en jaulas, intentó sin éxito el terminar con el programa que protege a más de 700.000 dreamers y recientemente volvió a referirse a los inmigrantes como “asesinos” y “violadores”. No extraña que uno de los cinco nuevos ciudadanos estadounidenses de la ceremonia en la Casa Blanca —el boliviano Robert Ramírez— no quisiera decir si votaría por Trump. “Voy a votar”, dijo en una entrevista, “pero mi voto es privado”.

Los demócratas también prometen. Y mucho. Su candidato presidencial, el exvicepresidente Joe Biden, prometió lo que millones de inmigrantes latinos han estado esperando por décadas. “Esta es mi promesa para ustedes”, escribió en un tuit. “En mi primer día enviaré una propuesta al congreso para que haya un camino a la ciudadanía para los dreamers y para los 11 millones de indocumentados que fortalecen nuestra nación. Hace mucho debió hacerse”.

El gobierno de Obama-Biden no cumplió con su promesa y, además, deportó a más de tres millones de indocumentados en ocho años de gobierno. La nueva promesa de Biden es fundamental para corregir un error del pasado y recuperar la confianza de los latinos. Pero levanta sospechas entre los que creen que el Partido Demócrata da por seguro el voto de los latinos.

Tanto Biden como Trump tienen razón en tratar de atraer a los votantes latinos; ellos podrían escoger al próximo presidente de Estados Unidos. Este año habrá 32 millones de votantes hispanos elegibles para votar, más que nunca y, por primera vez, más incluso que los votantes negros, según el Pew Research Center.

El poder del voto latino es evidente en estados como Florida y Arizona. Si más hispanos hubieran salido a votar en esos dos lugares en las elecciones de 2016, posiblemente Trump no sería presidente hoy. Pero más de la mitad de los latinos elegibles para votar en todo el país no lo hicieron y la historia se escribió en Míchigan, Pensilvania y Wisconsin.

A pesar de sus insultos racistas contra los inmigrantes mexicanos durante la pasada campaña —“Traen drogas, traen el crimen, son violadores”—, Donald Trump obtuvo el 28 por ciento del voto latino. Mucho menos que el 66 por ciento obtenido por Hillary Clinton pero suficiente para ganar la elección. Claramente para esos votantes hispanos, los insultos de Trump contra los inmigrantes y contra las mujeres no descalificaron a un candidato que ofrecía oportunidades económicas, un muro y mano dura contra las dictaduras de Cuba y Venezuela.

A mí me ha tocado surfear la gigantesca ola latina. Cuando llegué a Estados Unidos, a principios de los años ochenta, había unos 14,5 millones de hispanos. Ahora somos casi 61 millones. Y, según algunas proyecciones, en menos de tres décadas llegaremos a los 100 millones de habitantes.

Esto significa, políticamente, que nadie podrá ocupar un puesto de poder en Estados Unidos sin el voto o el apoyo de los latinos. Karl Rove, el principal asesor del expresidente George W. Bush, lo entendió perfectamente: lograron identificar que en el país se estaba realizando un cambio demográfico importante. En 2004, Bush obtuvo el 44 por ciento del voto latino, más que cualquier otro candidato presidencial republicano. Fue la primera vez en que el Partido Republicano aspiró a dividir por la mitad el voto latino y materializar la frase atribuida a Ronald Reagan: “Los latinos son republicanos. Solo que no lo saben todavía”.

Pero en lugar de seguir buscando el voto latino, los republicanos le dieron la espalda. Por ejemplo, el candidato presidencial Mitt Romney propuso la “autodeportación” de indocumentados en 2012 y Trump, cuatro años después, anunció la construcción de un muro en la frontera que pagaría México. Así no se gana el alma y el respeto de los latinos, muchos de los cuales son inmigrantes o tienen su origen en América Latina.

El voto latino es cada vez más poderoso, diverso y sofisticado. Y a cambio de ese voto —que puede poner o quitar a un presidente— la comunidad espera a cambio algo concreto.

No solo palabritas en español y promesas vacías. Al final de cuentas, más que esperar que demócratas y republicanos le hagan caso a los principales asuntos que preocupan a los hispanos —trabajos, educación para sus hijos, seguro de salud, migración— de lo que se trata es tener mayor representación política para que nadie tenga que hablar por nosotros. Somos más del 18 por ciento de la población en Estados Unidos y solo tenemos cuatro senadores latinos. Tenemos que ir de grandes números a un pedacito de poder.

Jorge Ramos es periodista, conductor de los programas Noticiero Univisión y Al punto, y autor del libro Stranger: El desafío de un inmigrante latino en la era de Trump. @jorgeramosnews


Source: Elections - nytimes.com

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