Cuando Donald Trump intenta ganarse a un público que no es inherentemente el suyo, los resultados pueden ser algo incómodos.
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El fin de semana pasado, en solo 24 horas, Donald Trump visitó dos mundos muy diferentes al suyo.
El viernes por la noche se presentó ante líderes religiosos en West Palm Beach, Florida. La tarde siguiente estuvo en Nashville, charlando con miles de criptoevangelistas en una conferencia sobre bitcóin.
Estos grupos no podrían ser más diferentes, y Trump —que ni es devoto ni domina la tecnología— no era el defensor ideal para ninguno de los dos. Y, sin embargo, las dos apariciones proporcionaron un caso práctico para observar cómo él va cambiando de códigos —del cristianismo a las criptomonedas— mientras hace campaña.
Suplica, fanfarronea, hace promesas extravagantes. Y sus intentos de ganarse a un público que no es inherentemente el suyo pueden ser muy incómodos.
El viernes habló en la Cumbre de los Creyentes, una conferencia religiosa organizada por Charlie Kirk, fundador de Turning Point USA, un grupo activista conservador. Se trataba de un evento de producción impecable, adecuado para los televangelistas sureños y los cientos de pastores y jefes de ministerios que acudieron a la cita.
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Source: Elections - nytimes.com