WASHINGTON D. C. — Los monstruos ya no son lo que solían ser.
Estoy leyendo Frankenstein de Mary Shelley para una asignación de la escuela y el monstruo es magnífico. Al principio tiene una mente elegante y dulzura de temperamento, lee Las penas del joven Werther de Johann Wolfgang von Goethe y recoge leña para una familia pobre. Pero su creador, Victor Frankenstein, lo abandona y le niega una pareja para calmar su soledad. La criatura no encuentra a nadie que no retroceda con miedo y disgusto ante su apariencia, hecha de muchas piezas dispares, su piel y ojos amarillos y labios negros. Amargado, busca vengarse de su creador y del mundo.
“Doquiera que mire, veo felicidad de la cual solo yo estoy irrevocablemente excluido”, se lamenta. “Yo era bueno y cariñoso; el sufrimiento me ha envilecido”.
Al final del libro, antes de desaparecer en el Ártico, el monstruo reflexiona que alguna vez tuvo “grandes pensamientos honorables”, hasta que se acumuló su “espantoso catálogo” de hazañas malignas.
El monstruo de Shelley, a diferencia del nuestro, tiene conciencia de sí mismo y una razón para causar estragos. Sabe cómo sentirse culpable y cuándo abandonar el escenario. La malignidad de nuestro monstruo se deriva de la psicopatía narcisista pura, y se niega a abandonar el escenario o cesar su vil mendacidad.
Ni por un momento pasó por la mente de Donald Trump que un presidente estadounidense que comete sedición sería algo debilitante y corrosivo para el país. Era solo otra manera para que el Emperador del Caos puliera su título.
Escuchamos el jueves por la noche el espantoso catálogo de las hazañas de Trump. Están tan fuera de lo común, son tan difíciles de entender que, de alguna manera, todavía estamos procesándolas en nuestras mentes.
En un horario estelar, la audiencia del comité de la Cámara de Representantes encargado de investigar los hechos del 6 de enero, no trató de examinar el bufonesco y grandilocuente camino que tomó Trump para llegar a la presidencia. La audiencia trató de revelar a Trump como un monstruo insensible, y muchos saldrán convencidos de que debería ser acusado penalmente y encarcelado. ¡Enciérrenlo!
La audiencia puso de manifiesto el hecho de que Trump hablaba muy en serio acerca de derrocar al gobierno. Si su otrora perro faldero, Mike Pence, hubiese sido colgado en la horca frente al Capitolio por negarse a ayudarlo a conservar su cargo de manera ilegítima, que así sea, dijo Trump. “Tal vez nuestros seguidores tengan razón”, comentó ese día, de manera escalofriante, al señalar que su vicepresidente “se lo merece”.
Liz Cheney usó con inteligencia las palabras de los exasesores de Trump para mostrar que, a pesar de sus malévolas quejas, Trump sabía que no había fraude a un nivel que hubiera cambiado el resultado de las elecciones.
“Dejé en claro que no estaba de acuerdo con la idea de decir que las elecciones fueron robadas, no estaba de acuerdo con decir eso públicamente por lo que le dije al presidente que esas eran tonterías”, declaró William Barr, fiscal general de Trump.
En contraposición con su padre, Ivanka Trump, en una declaración grabada, dijo que aceptó la versión de la realidad de Barr: “Respeto al fiscal general Barr. Así que acepté lo que él decía”.
(Su esposo, Jared Kushner, ganó el premio mayor al descaro en su declaración: estaba demasiado ocupado organizando indultos para cretinos como para prestar atención a si los asistentes de Trump amenazaban con renunciar por el cretino que estaba en el despacho oval).
Los expertos en datos de Trump le dijeron sin rodeos que había perdido. “Así que allí no hay nada que contender”, comentó Mark Meadows.
Trump simplemente no podía soportar ser etiquetado como un perdedor, algo que su padre detestaba particularmente. Trump subvirtió las elecciones con manía por puro egoísmo y maldad, al saber que es fácil manipular a las personas en las redes sociales con la Gran Mentira.
A Trump le parecía bien que sus seguidores violaran la ley, atacaran a la policía y fueran a la cárcel, mientras él elogiaba su “amor” a la distancia. Es increíble que ningún legislador haya sido asesinado.
Mires donde mires, hay algo que te hiela la sangre. El monstruo de Frankenstein no es el único que ha abandonado los “pensamientos de honor”.
Rusia, también en las garras de un monstruo, invade y destruye a una democracia vecina sin ningún motivo, excepto los delirios de grandeza de Vladimir Putin.
En Uvalde, Texas, se desarrolla la inimaginable historia de cómo la policía retrasó una hora el rescate de escolares porque a un comandante le preocupaba la seguridad de los oficiales.
Íconos codiciosos del golf se unieron a una gira financiada por los saudíes, a pesar de que el príncipe heredero saudí ordenó desmembrar a un periodista. (Kushner está bajo investigación sobre si negoció su posición en el gobierno para asegurar una inversión de 2000 millones de dólares de los saudíes para su nueva firma de capital privado).
Como lo señaló Bennie Thompson, presidente del comité, cuando el Capitolio fue atacado en 1814, fue por los británicos. Esta vez, fue por un enemigo interno, incitado por el hombre que estaba en el corazón de la democracia que había jurado proteger.
“Lo hicieron alentados por el presidente de Estados Unidos”, declaró Thompson sobre la muchedumbre, “para tratar de detener la transferencia del poder, un precedente que se había respetado durante 220 años”.
Es alucinante que tanta gente aún acepte a Trump cuando es tan claro que solo se preocupa por sí mismo. Se apresuró a desestimar a su hija Ivanka Trump el viernes, al indicar que su opinión no tenía validez ya que ella “no estaba involucrada en observar ni estudiar los resultados de las elecciones. Hacía tiempo que ella estaba fuera de la jugada”.
Dejemos que algunos conservadores descarten las audiencias como “un festival de bostezos”. Dejemos que Fox News se niegue groseramente a transmitirlas.
La sesión fue fascinante, al describir una historia de terror protagonizada por los Proud Boys rapaces y un monstruo que incluso Shelley podría haber apreciado. Los niveles de audiencia fueron un éxito, con casi 20 millones de espectadores.
Caroline Edwards, la dura oficial de policía del Capitolio que sufrió una conmoción cerebral, y a la que le rociaron los ojos, y se levantó para volver a la pelea, describió el ataque como un paisaje infernal.
“Estaba resbalando en sangre de otras personas”, recordó. “Saben, yo… estaba atrapando a la gente mientras caía. Yo, cómo decirlo, yo estaba… fue una carnicería”.
En su discurso distópico inaugural, Trump prometió poner fin a la “carnicería estadounidense”. En cambio, ofreció esa misma carnicería. Ahora debe rendir cuentas por su intento de golpe de Estado, y no solo ante el tribunal de la opinión pública.
Maureen Dowd, ganadora del Premio Pulitzer de 1999 en la categoría de comentario distinguido y autora de tres bestsellers del New York Times, es columnista de Opinión desde 1995. @MaureenDowd • Facebook
Source: Elections - nytimes.com