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    Antes de dedicarse a la política, Petro formó parte de una guerrilla urbana

    Mucho antes de que Gustavo Petro surgiera como un candidato de izquierda a la presidencia de Colombia, fue parte del M-19, un grupo guerrillero urbano que buscaba hacerse del poder en nombre de la justicia social.Para algunos votantes colombianos, su pasado es fuente de preocupación luego de décadas de conflicto armado en el país. Para otros, es una señal de esperanza en uno de los países más desiguales de América Latina.El M-19 nació en 1970 en respuesta a un supuesto fraude en las elecciones presidenciales de ese año. Era mucho más pequeño que la principal fuerza guerrillera del país, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, que era marxista y se refugiaba en las selvas y en las zonas rurales colombianas.El M-19 era un grupo militar urbano formado por estudiantes universitarios, activistas y artistas que buscaban derrocar a un sistema de gobierno que consideraban que había fracasado en disminuir una brecha crónica entre ricos y pobres.“El M-19 nació en armas para construir una democracia”, le dijo Petro a The New York Times en una entrevista.Inicialmente, el movimiento intentó promover una imagen al estilo Robin Hood: robaban leche de los camiones de los supermercados para distribuirlos en los barrios pobres y, en un acto de rebelión simbólica, sustrajeron de un museo una espada que Simón Bolívar usó en la guerra de independencia de Colombia.Petro, de 62 años, se unió al grupo cuando era un estudiante de economía de 17 años consternado por la pobreza que veía en el pueblo donde vivía, a las afueras de Bogotá.Si bien el M-19 era menos cruel que otros grupos rebeldes, sí llevó a cabo un acto que es considerado como de los más sangrientos de la historia reciente del país: el sitio del Palacio de Justicia en 1985, que llevó a un enfrentamiento con la policía y el ejército y dejó 94 personas muertas.El grupo también robó 5000 armas del ejército colombiano y recurrió al secuestro como un modo de conseguir concesiones del gobierno.Petro, que pasó 10 años en el M-19, sobre todo almacenaba armas robadas por el grupo, dijo Sandra Borda, profesora de ciencias políticas de la Universidad de los Andes en Bogotá.“Lo que es clave es que no era parte del círculo principal de toma de decisiones del M-19. Estaba muy joven en ese momento”, dijo. “Y no participó tampoco en los operativos más importantes del M-19, los operativos militares”.Al momento de la toma del Palacio de Justicia, Petro se encontraba en prisión por su participación en el grupo; ha contado que las autoridades lo golpearon y electrocutaron.Al final, el grupo terminó por desmovilizarse en 1990 en uno de los procesos de paz que se considera entre los más exitosos en la prolongada historia de conflicto del país. Se convirtió en un partido político que ayudó a reescribir la Constitución del país para hacerla más enfocada a la igualdad y los derechos humanos.Petro se postuló al Senado como integrante del partido, con lo que inauguró su carrera política.Sofía Villamil More

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    Francia Márquez Has Just Become Colombia’s First Black Vice President

    For the first time in Colombia’s history, a Black woman is close to the top of the executive branch.Francia Márquez, an environmental activist from the mountainous department of Cauca in southwestern Colombia, has become a national phenomenon, mobilizing decades of voter frustration, and becoming the country’s first Black vice president on Sunday, as the running mate to Gustavo Petro. The Petro-Márquez ticket won Sunday’s runoff election, according to preliminary results. Mr. Petro, a former rebel and longtime legislator, will become the country’s first leftist president. The rise of Ms. Márquez is significant not only because she is Black in a nation where Afro-Colombians are regularly subject to racism and must contend with structural barriers, but because she comes from poverty in a country where economic class so often defines a person’s place in society. Most recent former presidents were educated abroad and are connected to the country’s powerful families and kingmakers.Despite economic gains in recent decades, Colombia remains starkly unequal, a trend that has worsened during the pandemic, with Black, Indigenous and rural communities falling the farthest behind. Forty percent of the country lives in poverty.Ms. Márquez, 40, chose to run for office, she said, “because our governments have turned their backs on the people, and on justice and on peace.”She grew up sleeping on a dirt floor in a region battered by violence related to the country’s long internal conflict. She became pregnant at 16, went to work in the local gold mines to support her child, and eventually sought work as a live-in maid.To a segment of Colombians who are clamoring for change and for more diverse representation, Ms. Márquez is their champion. The question is whether the rest of the country is ready for her.Some critics have called her divisive, saying she is part of a leftist coalition that seeks to tear apart, instead of build upon, past norms.She has also never held political office, and Sergio Guzmán, director of Colombia Risk Analysis, a consulting firm, said that “there are a lot of questions as to whether Francia would be able to be commander in chief, if she would manage economic policy, or foreign policy, in a way that would provide continuity to the country.”Her more extreme opponents have taken direct aim at her with racist tropes, and criticize her class and political legitimacy.But on the campaign trail, Ms. Márquez’s persistent, frank and biting analysis of the social disparities in Colombia cracked open a discussion about race and class in a manner rarely heard in the country’s most public and powerful political circles.Those themes, “many in our society deny them, or treat them as minor,” said Santiago Arboleda, a professor of Afro-Andean history at Simón Bolívar Andean University. “Today, they’re on the front page.” More

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    Elecciones de Colombia: ‘El país entero está pidiendo un cambio’

    Uno de los candidatos es Gustavo Petro, un exguerrillero y senador con una larga trayectoria que durante mucho tiempo ha tratado de convertirse en el primer presidente de izquierda del país, y propone una transformación del sistema económico.El otro es Rodolfo Hernández, un magnate de la construcción y estrella de las redes sociales que recientemente se ha convertido en el fenómeno político más disruptivo del país. Ha atraído a los votantes con promesas de “austeridad total” y un enfoque de combate contra la corrupción.Lo que está en juego en las elecciones presidenciales del domingo es el destino del tercer país más poblado de América Latina, donde la pobreza y la desigualdad han aumentado durante la pandemia y las encuestas muestran una creciente desconfianza en casi todas las instituciones importantes. Las protestas antigubernamentales del año pasado hicieron que cientos de miles de personas salieran a las calles en lo que se conoció como el “paro nacional”, y cuya sombra se cierne sobre la votación del domingo.“El país entero está pidiendo un cambio y eso es clarísimo”, dijo Fernando Posada, un politólogo colombiano.Los candidatos llegan a la elección prácticamente empatados en las encuestas, por lo que el resultado podría ser tan reñido que tomará días determinar un ganador.Quien finalmente obtenga la victoria tendrá que abordar los problemas más apremiantes del país y sus repercusiones globales, como la falta de oportunidades y el aumento de la violencia, que han hecho que un número récord de colombianos migre hacia Estados Unidos en los últimos meses; además se han registrado altos niveles de deforestación en la Amazonía colombiana, un territorio crítico para la lucha contra el cambio climático, y las crecientes amenazas a la democracia, que forman parte de una tendencia en la región.Los dos candidatos inspiran ira y esperanza entre los votantes. La elección ha dividido a las familias, domina la conversación nacional e inspiró una serie de memes que conforman un retrato del estado de ánimo nacional: En TikTok, Hernández califica como “relocos” a sus críticos, mientras Petro promociona una canción que fomenta un cambio a la práctica ilícita de la compra de votos.“Túmbalos tú primero”, dice el estribillo, refiriéndose al poder establecido político del país, “cógele la plata y vota por Petro”.Ambos candidatos dicen que se enfrentan a una élite conservadora que ha controlado el país durante generaciones.Algo que los diferencia es lo que creen que es la raíz de los problemas del país.Petro piensa que el sistema económico está roto, que depende demasiado de la exportación de petróleo y de un negocio floreciente e ilegal de cocaína que, según él, ha hecho que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres. Exige detener las nuevas exploraciones petroleras, un cambio hacia el desarrollo de otras industrias y una expansión de los programas sociales, mientras impone impuestos más altos para los ricos.“Hoy lo que tenemos es un resultado de esto que yo llamo el agotamiento del modelo”, dijo Petro en una entrevista, refiriéndose al sistema económico actual. “El resultado final es un empobrecimiento brutal”.Sin embargo, su ambicioso plan económico ha suscitado preocupaciones. Un exministro de Finanzas definió su plan energético como un “suicidio económico”.Hernández no quiere reformar el marco económico, pero dice que es ineficiente porque está plagado de corrupción y gastos frívolos. Ha pedido que algunos ministerios se fusionen, propone eliminar algunas embajadas y despedir a los empleados gubernamentales ineficientes, y el dinero que se ahorre con esas medidas se utilizará para ayudar a los pobres.“El sentimiento que tienen es que yo tengo la posibilidad de enfrentarme a esa camarilla de politiqueros, sacarlos del poder para poder reivindicar los derechos de los más pobres”, dijo sobre sus seguidores.Sus críticos dicen que está proponiendo una forma brutal de capitalismo que dañará a la nación.Antiguos aliados y colaboradores de Petro lo acusan de una arrogancia que lo lleva a ignorar a sus asesores y batallar para construir equipos. Hernández suele ser criticado por sus vulgaridades y su carácter dominante, además ha sido acusado de cargos de corrupción, con un juicio que está fijado para el 21 de julio. Aunque, él dice que es inocente.Sin importar el resultado, el país tendrá por primera vez a una mujer negra como vicepresidenta: Francia Márquez, una activista ambiental, forma parte de la candidatura de Petro, y Marelen Castillo, una exvicerrectora universitaria participa en la candidatura de Hernández.En mayo, durante la primera vuelta de la votación, Yojaira Pérez, de 53 años, en el norteño departamento de Sucre, calificó su voto por Petro como una especie de retribución, reflejando el estado de ánimo de un electorado que ha impulsado las candidaturas de ambos hombres.“Sabemos que hay que castigar a los mismos que han sido dominantes de Colombia, que han querido gobernar y manejar a Colombia como si Colombia fuera un títere y nosotros fuéramos títeres de ellos”, dijo. More

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    As the Colombian presidential race tightens, the two candidates turn up their attacks.

    The two candidates competing to become Colombia’s next president — Gustavo Petro, a leftist and a former insurgent, and Rodolfo Hernández, a wealthy businessman — are not known for pulling punches.Mr. Petro, a long time senator, has risen through the political ranks as an aggressive voice railing against the right and the political elite. Mr. Hernández has rapidly gained traction with his unvarnished way of speaking and popular TikTok videos.But with polls showing a tight race the candidates have engaged in an intense mudslinging campaign of personal attacks, rumors, accusations and in stoking controversies for political gain.Colombians “have a history of polarization, but in this final stretch of the campaign, it has gotten even harsher and dirtier,” said Daniel García-Peña, a political analyst.Mr. Petro has long been criticized for his past membership in the M-19 guerrilla group and for some of his stumbles as mayor of Bogotá.A more recent scandal that has drawn attention involves videos surreptitiously recorded early in the presidential election and leaked to the news media showing members of Mr. Petro’s campaign discussing how to smear opponents.Mr. Petro is never heard speaking on camera and Mr. Hernández is not mentioned — at the time, he was not yet considered a serious contender.Still, Mr. Hernández, who was in Miami at the time the videos became public, cited them to declare that he feared for his safety and would not return to Colombia until after the vote.“Petro and the politicians surrounding him demonstrated that they are a criminal gang without limits,” he said. “At this moment, I am certain that my life is at risk. It’s clear that anything could happen, even the most serious thing.”Nevertheless, he returned to Colombia a few days later.Mr. Petro claimed that the secretly recorded videos were illegal and on Twitter said that if he was found to have committed a single crime “I am willing to give up my campaign.”Gustavo Petro at a campaign event last month in Cartagena.Federico Rios for The New York TimesFor his part Mr. Hernández has come under scrutiny for promoting an anti-corruption message at the same time he stands indicted on political corruption charges related to his time as mayor of Bucaramanga, a midsize city, north of Bogotá, the capital.Mr. Hernández is accused of pushing officials to award a lucrative contract to a specific company that would provide a financial benefit for his son.Mr. Hernández, whose trial is scheduled to begin July 21, has proclaimed his innocence. “I didn’t steal anything,” he told The Times.Mr. Petro has used the case to respond to accusations from Mr. Hernández that he ran a corrupt government when Mr. Petro was mayor of Bogotá. “No criminal investigation against me has ever prospered,’’ Mr. Petro said on Twitter. “It’s you who’s being charged with corruption by judges.”The volley of accusations and controversies swirling around the election could further erode voters faith in their government, Mr. García-Peña said.A poll in May by the Spanish newspaper El País showed that just 17 percent of Colombians said they were happy with the state of democracy in their country.“It’s a turbulent moment, a complicated moment,’’ Mr. García-Peña said, “where these levels of aggression that have defined the campaign will surely continue on in the next government.” More

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    What is Uribismo and why are Colombians voting against it?

    When Colombia chooses its next president on Sunday, the pivotal election will represent a blow to the country’s dominant political force as voters have become increasingly disillusioned by chronic poverty, inequity and growing insecurity.Colombia’s animating political dynamic was born during the popular presidency of Álvaro Uribe, a conservative who led the country from 2002 to 2010.The right-wing leader rapidly gained widespread good will as a result of his heavy-handed tactics in Colombia’s fight against the Revolutionary Armed Forces of Colombia, or FARC, a left-wing insurgency in the country’s decades-long internal conflict.The military, under Mr. Uribe, effectively beat back the rebel group, reducing violence in the lives of many Colombians, especially in cities.It made him one of the country’s most powerful politicians and a kingmaker who could propel candidates into power with his support.But the former president’s political movement has been tarnished by controversy, perhaps most prominently by the false positive scandal in which the Colombian military is accused by a transitional justice court of killing more than 6,400 civilians between 2002 and 2008, and passing them off as enemy combatants to increase its casualty counts.While the scandal was never directly connected to Mr. Uribe, many of his close associates in government have been linked to the case.Now, with two candidates who have both shunned the political establishment facing off in a neck-and-neck campaign for the presidency, Uribismo is once again a key element of the race.But this time, the candidates are trying as hard as they can to distance themselves from the former leader.One candidate, Gustavo Petro, a leftist who was once a member of an urban guerrilla group, has come to represent a sort of polar opposite of Mr. Uribe.His opponent, Rodolfo Hernandez, a wealthy businessman who has used TikTok to help promote his campaign and has the backing of conservative, has issued a list on Twitter detailing 20 “differences I have with Uribe.”Arlene Tickner, a professor at Rosario University in Bogotá, said that “being associated with Uribismo has become a liability in this election.”Mr. Uribe hasn’t endorsed anyone in Sunday’s race, though he has said that a vote for Mr. Petro would be a vote for socialism.Many younger Colombians have little knowledge of Mr. Uribe’s tenure and associate him more with the country’s current challenges.Hilda Robles Camacho, 22, who graduated from college with a degree in health administration and has yet to find a job, said she blames Mr. Duque, and by extension Mr. Uribe, for many of her country’s woes. She said that family members who were once loyal Uribe supporters have now shifted their backing to Mr. Petro.“People are waking up,” Ms. Robles Camacho said. “They are seeing all the bad things that Uribismo has caused.” More

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    ¿El próximo presidente de Colombia está listo para enfrentar la violencia?

    BOGOTÁ — El mes pasado, una organización criminal armada paralizó casi un tercio del norte de Colombia, en buena medida sin resistencia. “A partir de esta fecha se decreta cuatro días de paro armado”, decía un panfleto del 5 de mayo que ordenaba a la gente a que permaneciera en sus casas, cerrara los negocios y vaciara las calles.El Clan del Golfo, un grupo del narcotráfico de corte paramilitar, inició el paro contra el gobierno colombiano en represalia por la captura y extradición a Estados Unidos de su líder, Dairo Antonio Úsuga, conocido como Otoniel. “No nos hacemos responsables de aquellos que no acaten las órdenes”, advertía ominosamente el grupo.Para enfatizar su mensaje, los miembros del Clan del Golfo marcaron paredes con sus iniciales en los centros urbanos, quemaron vehículos y camiones para bloquear carreteras, instalaron puestos de control ilegales y patrullaron los campos en motocicletas. Con poca policía estatal o presencia militar para proteger las zonas rurales, los colombianos en 11 de los 32 departamentos del país acataron las órdenes del grupo y se impuso una quietud fantasmal.Al final de los cuatro días, al menos ocho personas habían muerto, casi 200 vehículos habían sido incinerados y muchos de los tres millones de personas afectadas se estaban quedando sin comida y otros productos básicos.El Clan del Golfo también parece estar incidiendo en la elección presidencial. El grupo emitió amenazas por escrito a los partidarios del candidato de izquierda, Gustavo Petro, y en las zonas rurales donde el recuerdo del paro seguía presente, los líderes comunitarios dijeron que el miedo limitó la participación de los votantes.Pero tal vez porque hay mucho en juego, un porcentaje alto de votantes acudió el 29 de mayo a las urnas para la primera vuelta electoral. Petro obtuvo poco más del 40 por ciento de los 21 millones de votos totales y se enfrentará en la segunda vuelta del 19 de junio a Rodolfo Hernández, un controversial empresario inmobiliario de derecha que hizo una fuerte campaña en TikTok.Aunque ambos candidatos difieren de manera significativa en todos los temas —desde la movilidad social hasta la política exterior— comparten una debilidad: ninguno ha articulado un plan claro para detener el aumento de la amenaza armada y la violencia que afecta a la Colombia rural, como revelan las acciones del Clan del Golfo. Los números de personas desplazadas, la acumulación de asesinatos de líderes sociales y comunitarios y el reclutamiento forzoso de niños, son indicios de que la seguridad se está deteriorando con rapidez.Ni Petro ni Hernández parecen estar preparados para enfrentar los desafíos de las zonas rurales en conflicto. Además de la violencia organizada del Clan del Golfo, alrededor de una decena de otros grupos armados recorren las áreas más vulnerables del país, buscando controlar territorios para establecer rutas lucrativas de tráfico de drogas y otros mercados ilegales.El próximo presidente de Colombia debe alejarse del enfoque actual del gobierno de priorizar las capturas y extradiciones de líderes de organizaciones ilegales, como la que causó el paro armado. Esta estrategia no ha logrado desmantelar a los grupos criminales pero sí ha generado consecuencias profundas para los civiles.En cambio, el nuevo presidente debería centrarse en una política que reoriente a las fuerzas de seguridad de Colombia para proteger a los civiles de los grupos armados, que hoy ejercen una autoridad de facto en muchas partes del país. Esto, sumado a la implementación de programas sociales y una inversión sustancial en el campo, puede ayudar a cambiar el rumbo y pavimentar el camino hacia la paz.La policía colombiana escoltó a Dairo Antonio Úsuga, líder del Clan del Golfo, cuando fue extraditado a Estados Unidos en mayo.Prensa Presidencial/Agence France-Presse vía Getty ImagesEl acuerdo de paz, firmado en 2016 entre el Estado y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ha logrado reducir en buena medida la violencia rural. Pero algunas regiones, como Montes de María, donde los grupos armados están tomando el control de enormes territorios —incluidas grandes áreas que las FARC solían controlar—, son un buen anticipo de la situación que enfrentará el candidato que gane la elección.Cuando visité Montes de María en marzo, me quedó claro que esta región agrícola, rica en recursos, estaba en crisis. El Clan del Golfo ha expandido agresivamente su presencia desde la firma del acuerdo de paz, reclamando rutas de tráfico e imponiendo el cobro de pagos de protección a la población. Este grupo armado —como casi todos los que hoy operan en el país— evita los enfrentamientos con los militares. Su objetivo no es tomar poder en Bogotá, sino sacar ganancias de las tierras y de su gente.Se suponía que esto no debería suceder. El acuerdo de paz con las FARC eliminaría las desigualdades que habían empoderado a las guerrillas y a los narcotraficantes. Prometía ayudar a los agricultores pobres que cultivaban coca, la materia prima de la cocaína, a abandonar un medio de vida que los exponía a la violencia. Cerca de 100.000 familias se apuntaron y arrancaron voluntariamente sus cultivos de coca.No obstante, el gobierno actual, encabezado por el presidente Iván Duque, llegó al poder en 2018 argumentando que el acuerdo de paz era demasiado indulgente con las FARC, y se ha enfocado en las partes del acuerdo afines a sus intereses políticos —como la desmovilización de excombatientes y el gasto en infraestructura— mientras que otras promesas, como abordar la desigualdad en la posesión de tierras y el respaldo a la sustitución de cultivos de coca, quedaron en el olvido.Al mismo tiempo, decenas de grupos armados, como el Clan del Golfo, han mostrado ser más ágiles, tenaces y económicamente habilidosos para aprovechar las oportunidades que ofreció el desmantelamiento de las FARC.Al interior del país, hombres armados reclutan a la fuerza a niños para engrosar sus filas, sacándolos de sus hogares y escuelas. Otros adultos jóvenes se unen por su cuenta porque, sin posibilidades de educación o trabajo, el conflicto es el único empleo disponible. En el sur de Córdoba, el Clan del Golfo se promueve como “la única empresa que tiene las puertas siempre abiertas”.La élite política colombiana considera, erróneamente, que estas amenazas están desvinculadas de la desesperación social y económica que viven muchos colombianos. Es más fácil culpar de los disturbios a otros enemigos, ya sea Venezuela, las guerrillas de izquierda o los rivales políticos. Y, de hecho, en lugar de solucionar esta situación, la respuesta más común del gobierno ha sido desplegar el ejército.Los soldados enviados para acabar con la inestabilidad saben que este enfoque no está funcionando. “Aquí no hay una solución militar”, me dijo un comandante de una brigada militar en una de las zonas de conflicto más ríspidas de Colombia, sugiriendo que lo que se necesitaba era inversión social.Por ahora, muchas de las fuerzas del gobierno están enfocadas en la erradicación forzosa de la coca, eliminando los cultivos que luego se vuelven a sembrar en tasas que, se calcula, llegan al 50 y 67 por ciento. La estrategia de las fuerzas armadas de matar y capturar a miembros de los grupos armados deriva en el reemplazo inmediato de esas bajas con nuevos reclutas.En pocas palabras, la estrategia inadecuada del gobierno colombiano en las zonas remotas es parcialmente culpable del resurgimiento de la violencia. Los candidatos presidenciales tienen la oportunidad de cambiar de rumbo.Es alentador que tanto Petro como Hernández han dicho que implementarán el acuerdo de paz de 2016, que el gobierno de Duque ha descuidado en muchos puntos. Sin embargo, ninguno de los dos ha presentado un plan claro sobre cómo gestionar el deterioro de la situación de seguridad de los ciudadanos de a pie.Petro, quien en el pasado fue parte de una organización guerrillera, se comprometió a iniciar un diálogo con los grupos armados e implementar la desmovilización de grupos del crimen organizado, como el Clan del Golfo. Hernández, por su parte, ha sugerido agregar al Ejército de Liberación Nacional (ELN) al acuerdo firmado con las FARC.Aunque en estas ideas hay algunos elementos que podrían funcionar, la mejor manera de abordar la crisis es proteger a los colombianos que viven en el epicentro del conflicto, con mejores servicios policiales, oportunidades económicas y razones concretas que les permita confiar en el gobierno.Una presión puntual de Washington puede ayudar. La reciente declaración del gobierno de Biden que destaca al acuerdo de paz es importante pero ha sido socavada por sus acciones. Los dólares estadounidenses se gastan de manera desproporcionada en enfoques de mano dura, como la erradicación forzosa de la coca, que no contribuyen mucho a resolver el problema y exacerban la desconfianza en el gobierno.La zozobra que aún acecha en las calles del norte de Colombia está avanzando demasiado rápido y lejos como para ignorarla. Los candidatos y los votantes urbanos que ignoran estos desafíos lo hacen bajo su propio riesgo. Lo que está en juego en las elecciones se extiende al futuro de un conflicto que se suponía que había terminado pero que, más bien, se está reavivando.Colombia, que ya había empezado a acabar con un conflicto armado, no debería permitir que vuelva a estallar.Elizabeth Dickinson (@dickinsonbeth) es analista sénior del International Crisis Group para Colombia, con sede en Bogotá. Antes de unirse a la organización en 2017, trabajó durante una década como periodista. More

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    How to Stop Colombia’s Surging Violence

    BOGOTÁ, Colombia — Last month a criminal armed group shut down much of the northern third of Colombia — largely uncontested. “We decree four days of Armed Strike from this moment,” read the May 5 pamphlet ordering the population to stay indoors, the shops to close and the roads to be empty. The Gulf Clan, a paramilitary-style drug trafficking group, initiated the strike against the Colombian government in retaliation for the capture and extradition of its leader, Dairo Antonio Úsuga, known as Otoniel, to the United States. “We are not responsible for what happens to those who do not comply,” the group warned ominously.To emphasize their point, Gulf Clan members tagged walls in the urban centers with their initials, burned cars and buses to block roads, set up illegal checkpoints and patrolled rural areas by motorcycle. With little state police or military presence to protect the countryside, Colombians in 11 of the country’s 32 departments (similar to U.S. states) obeyed the illegal group’s orders, and a ghostly calm descended.After four days, at least eight people had been killed, nearly 200 vehicles were burned, and many of the three million people affected were running short on food and other basic supplies. The Gulf Clan also appears to be effecting the presidential election. The group issued direct written threats to supporters of the left-wing candidate Gustavo Petro, and in rural areas where the memory of the strike lingered, community leaders said fear did suppress some voter turnout.But perhaps because the stakes are so high, voters nationwide came to the polls at high levels for the first round of elections on May 29. Mr. Petro secured just over 40 percent of the 21 million total votes and will face off with Rodolfo Hernández, an outspoken, right-leaning real estate magnate who campaigned heavily on TikTok, in the runoff on June 19.Though the winning candidates differ significantly on everything from social mobility to foreign policy, they share one weakness: Neither has articulated a clear plan to contain rising levels of conflict and armed violence in the countryside, like the Gulf Clan actions. As seen in higher levels of displacement, assassinations of social and community leaders, and child recruitment, security is deteriorating rapidly.Neither Mr. Petro nor Mr. Hernández seems prepared to address the challenges of Colombia’s rural war zones. In addition to organized criminal violence from the Gulf Clan, about a dozen other armed groups prowl the country’s most vulnerable areas, seeking to control territories that provide lucrative drug trafficking routes. Colombia’s next president must move away from the state’s current approach of narrowly prioritizing captures and extraditions like the one that sparked the armed strike — that strategy fails to dismantle criminal groups but carries deep consequences for civilians.Instead, the new president should focus on a policy that empowers Colombia’s security forces to protect civilians from the armed groups who wield de facto authority in substantial parts of the country. This, coupled with social programs and investment in the countryside, can start to turn the tide definitively toward peace.Colombian National Police escorted Dairo Antonio Úsuga, a drug lord and head of the Gulf Clan, as he was extradited to the United States in May.Prensa Presidencial/Agence France-Presse, via Getty ImagesThe signing of a 2016 peace agreement between the state and the Revolutionary Armed Forces of Colombia, or FARC, has greatly reduced rural violence nationwide. But regions like Montes de María, where armed groups are taking control of parts of the country’s vast hinterland, including large areas that the FARC used to control, offer a foretaste of the reality the winning candidate will face.When I visited Montes de María in March, it was clear that this resource-rich agricultural region was in a crisis. The Gulf Clan has aggressively expanded its presence since the peace accord, claiming lucrative trafficking routes and imposing protection taxes on the population. This armed group — like nearly all of those operating in the country today — avoids clashing with the military. Its goal is not to take over in Bogotá, but rather to suck rents out of the land and its people.This wasn’t supposed to happen. The 2016 peace accord with the FARC chipped away at the inequalities that had empowered guerrillas and drug traffickers alike. It promised to help poor farmers growing coca — the raw material for cocaine — leave behind a livelihood that exposed them to violence. Nearly 100,000 families signed up and voluntarily ripped up their coca crops.Yet the outgoing conservative government, led by President Iván Duque, entered office in 2018 alleging that the peace agreement was too lenient on the FARC and has focused on carrying out parts of the accord that serve its political interests — such as demobilizing the former FARC and infrastructure spending — while leaving others, like addressing land inequality and supporting coca crop substitution, to wither.At the same time, dozens of armed groups like the Gulf Clan have proved nimble, tenacious and economically adept at capturing the opportunities afforded by the FARC’s withdrawal.Across the countryside, armed men are forcibly recruiting children to their ranks, ripping them out of their homes and schools. Other young adults sign up willingly because, in the absence of education or jobs, fighting is the only employment on offer. “The only company whose doors are always open” is how the Gulf Clan describes itself in southern Córdoba.The ruling political elite erroneously views these threats as disconnected from the social and economic desperation experienced by many Colombians. It is easier to pin the blame for unrest on other enemies, whether it be Venezuela, leftist guerrillas or political rivals. And indeed, rather than redressing grievances, the government’s default response has been to deploy the military.The soldiers sent to stamp out instability know the approach isn’t working. “There is no military solution here,” a military brigade commander told me in one of Colombia’s fiercest conflict areas, suggesting that what was needed was social investment. For now, many of the government’s forces are tied down forcibly eradicating coca by ripping up the crops that are then replanted at rates estimated to reach between 50 percent and 67 percent. The military’s policy to kill and capture armed-group members only results in new recruits to immediately fill their shoes.Put simply, the Colombian government’s flawed strategy in the countryside is partly to blame for the resurgent violence. Presidential candidates have an opportunity to shift course.Encouragingly, both Mr. Petro and Mr. Hernández have said they will implement the 2016 peace accord, many parts of which the current government has neglected. However, neither has presented a clear plan for how to manage the deteriorating security situation for civilians. Mr. Petro, himself a former rebel, has pledged to begin a dialogue with armed groups and implement demobilization for organized crime groups like the Gulf Clan. Mr. Hernández has suggested adding the guerrilla group National Liberation Army, or ELN, to the existing accord with the FARC.While there are some elements of a solution here, the best way to avert conflict is to protect Colombians living at the heart of the conflict, with better policing, economic opportunities and concrete reasons to trust the government.The right kind of pressure from Washington can help. The Biden administration’s recent statement emphasizing the peace accord is important but undermined by its actions. U.S. dollars are disproportionately spent on strong-arm approaches, such as forced coca eradication, that do little to tackle the problem and exacerbate distrust of the government.The foreboding that still haunts the streets of the country’s north is spreading too fast and too far across Colombia to ignore. The candidates and urban voters ignore these challenges at their peril. The huge stakes of the elections extend to the future of a conflict that was supposed to be over but is instead reigniting. Having ended war here once, Colombia should not allow it to erupt again.Elizabeth Dickinson (@dickinsonbeth) is a Bogotá-based senior analyst for Colombia at the International Crisis Group. Before joining the organization in 2017, she worked for a decade as a journalist.The Times is committed to publishing a diversity of letters to the editor. We’d like to hear what you think about this or any of our articles. Here are some tips. And here’s our email: letters@nytimes.com.Follow The New York Times Opinion section on Facebook, Twitter (@NYTopinion) and Instagram. More

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    El ascenso de Rodolfo Hernández cambia el juego en Colombia

    Con un discurso populista, y su verbo incendiario, Hernández podría acaparar a los votantes de la derecha que no quieren arriesgarse con Gustavo Petro, el líder de la izquierda colombiana.BOGOTÁ, Colombia — El panorama político de Colombia ha cambiado notablemente en solo 24 horas.Durante meses, los encuestadores predijeron que Gustavo Petro, un exguerrillero convertido en senador que aspira a ser el primer presidente de izquierda del país, iría a una segunda vuelta presidencial en junio contra Federico Gutiérrez, el candidato conservador que había argumentado que votar por Petro equivalía a “un salto al vacío”.En cambio, el domingo, los votantes respaldaron a Petro y a Rodolfo Hernández, un exalcalde y un próspero hombre de negocios con una plataforma populista anticorrupción cuyo estatus antisistema, sus declaraciones incendiarias y su enfoque político limitado a un solo tema han hecho que lo comparen con Donald Trump.La votación, por un izquierdista que ha hecho su carrera atacando a la clase política conservadora y por un candidato relativamente desconocido sin respaldo formal de un partido, representó un repudio al establecimiento conservador que ha gobernado Colombia durante generaciones.Pero también cambió la situación política para Petro. Ahora es Petro quien se presenta como el cambio seguro, y Hernández es el peligroso salto al vacío.“Hay cambios que no son cambios”, dijo Petro en un evento de campaña el domingo por la noche, “son suicidios”.Hernández alguna vez se definió como un seguidor de Adolf Hitler, sugirió combinar los principales ministerios para ahorrar dinero y dice que como presidente planea declarar un estado de emergencia para enfrentar la corrupción, lo que genera temores de que podría cerrar el Congreso o suspender a los alcaldes.Sin embargo, la derecha tradicional de Colombia ha comenzado a respaldarlo, trayendo consigo muchos de sus votos y haciendo que la victoria de Petro se vea cuesta arriba.El domingo, Gutiérrez, exalcalde de Medellín, la segunda ciudad más grande del país, apoyó a Hernández y dijo que el propósito era “cuidar la democracia”.Pero Fernando Posada, un politólogo, dijo que la medida también era el último esfuerzo de la derecha para bloquear a Petro, cuyo plan para rehacer la economía colombiana “pone en riesgo muchos de los intereses de la clase política tradicional”.“La derecha colombiana llegó a un escenario tan extremadamente desastroso que incluso prefieren un gobierno que no les ofrece nada con tal de que no sea Petro”, dijo Posada.Gustavo Petro acompañado por su esposa, Verónica Alcocer, y su candidata a la vicepresidencia, Francia Márquez, al término de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Bogotá.Federico Rios para The New York TimesHernández, quien hasta hace unas pocas semanas no era muy conocido en la mayor parte del país, fue alcalde de la ciudad de Bucaramanga, ubicada en la parte norte del país. Hizo su fortuna en la construcción, edificando viviendas para personas de bajos ingresos en la década de 1990.A los 77 años, Hernández consolidó gran parte de su apoyo en TikTok, una vez abofeteó a un concejal de la ciudad frente a las cámaras y recientemente le dijo a The Washington Post que tenía un efecto “mesiánico” en sus seguidores, a quienes comparó con los secuestradores “con lavado de cerebro” que destruyeron las torres gemelas el 11 de septiembre.Cuando lo presionaron diciéndole que esa comparación era problemática, rechazó la idea. “Lo que estoy comparando es que después de entrar en ese estado, no cambias de posición. No la cambias”.Hasta hace apenas unos días, la narrativa política de Colombia parecía simple: durante generaciones, la política había estado dominada por unas pocas familias adineradas y, más recientemente, por un conservadurismo de línea dura conocido como uribismo, fundado por el poderoso líder político del país, el expresidente Álvaro Uribe.Pero la frustración de los votantes con la pobreza, la desigualdad y la inseguridad, que se vio exacerbada por la pandemia, junto con una creciente aceptación de la izquierda luego del proceso de paz firmado en 2016 con la guerrilla colombiana más grande, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), pareció cambiar la dinámica.Para 2022, Petro, quien durante mucho tiempo ha sido el rostro combativo de la izquierda colombiana, pensó que era su momento. Y en los meses previos a las elecciones del 29 de mayo, los votantes acudieron en masa a sus propuestas: una amplia expansión de los programas sociales, detener todas las nuevas perforaciones petroleras en un país que depende de las exportaciones de petróleo y un enfoque en la justicia social.El argumento era: izquierda contra derecha, cambio contra continuidad, la élite contra el resto del país.Pero el improbable ascenso de Hernández refleja tanto un rechazo a la élite conservadora como a Petro.También revela que la narrativa nunca fue tan simple.Hernández, quien obtuvo el 28 por ciento de los votos, ha atraído a una amplia franja de votantes ansiosos por un cambio pero que nunca podría estar de acuerdo con Petro.Petro es un exguerrillero que fue miembro de un grupo rebelde llamado el Movimiento 19 de abril (M-19) en un país donde los rebeldes aterrorizaron a la población durante décadas. Y es de izquierda en una nación que comparte frontera con Venezuela, un país sumido en una crisis humanitaria por un gobierno autoritario que reivindica a la izquierda.Hernández, con su cabello anaranjado y desprolijo y su enfoque político de hombre de negocios, también ha atraído a votantes que dicen que quieren a alguien con la ambición de Trump y que no les preocupa si es propenso a la falta de tacto. (Años después de decir que era seguidor de Adolf Hitler, Hernández aclaró que quería decir que era seguidor de Albert Einstein).Federico Gutiérrez, candidato conservador de la derecha, en un mitin celebrado en Parques del Río, este mes.Nathalia Angarita para The New York TimesDos de los mayores problemas del país son la pobreza y la falta de oportunidades, y Hernández apela a las personas diciéndoles que puede ayudarlos a escapar de ambos.“Creo que él mira a Colombia como una posibilidad de crecimiento. Y en eso creo que se diferencia de los demás candidatos”, dijo Salvador Rizo, de 26 años, consultor tecnológico en Medellín. “Creo que los otros candidatos están viendo una casa que está en llamas y quieren apagar el fuego y preservar la casa. Creo que la opinión de Rodolfo es que hay una casa que puede ser un hotel enorme en el futuro”.También ha sido un crítico implacable de la corrupción, un problema crónico que algunos colombianos califican como un cáncer.Al principio, se comprometió a no aceptar dinero de campaña de entidades privadas y dice que él mismo está financiando su candidatura presidencial.“La gente política roba descaradamente”, dijo Álvaro Mejía, de 29 años, quien dirige una empresa de energía solar en Cali.Dice que prefiere a Hernández en vez de Petro, un senador desde hace muchos años, precisamente por su falta de experiencia política.La pregunta es si Hernández podrá mantener este impulso en las semanas previas a la segunda vuelta, mientras figuras políticas clave se alinean con su campaña.Minutos después de que obtuviera el segundo lugar el domingo, dos poderosas senadoras de la derecha, María Fernanda Cabal y Paloma Valencia, le prometieron su apoyo, y Posada predijo que era probable que otras lo respaldaran.Uribe, quien apoyó la candidatura de Hernández a la alcaldía en 2015, es una figura cada vez más polémica que aleja a muchos colombianos. Posada pronosticó que no apoyará a Hernández para no restarle votantes.El expresidente Álvaro Uribe en la Corte Suprema de Justicia de Bogotá, en febreroJuan Barreto/Agence France-Presse — Getty ImagesSi Hernández logra mantener el delicado equilibrio de conseguir los votos de la derecha, sin afectar su imagen, podría ser difícil que Petro logre vencerlo.Muchos analistas políticos creen que los aproximadamente 8,5 millones de votos que obtuvo Petro el domingo son su techo, y que muchos de los cinco millones de votos de Gutiérrez se sumarán a los seis millones que logró Hernández.Cuando los resultados quedaron claros, los partidarios de Hernández corrieron a la sede de su campaña en una de las principales avenidas de Bogotá, la capital.Muchos vestían camisetas, sombreros y ponchos de campaña de color amarillo brillante, que dijeron que habían comprado ellos mismos en vez de que la campaña los repartiera gratis, de acuerdo con los principios de reducción de costos de Hernández.“Nunca había visto a una persona con las características como las del ingeniero Rodolfo”, dijo Liliana Vargas, una abogada de 39 años, usando un apodo común para Hernández, quien es ingeniero civil. “Es un ser político que no es político”, dijo. “Es la primera vez que estoy totalmente emocionada de participar en unas elecciones democráticas en mi país”.Cerca de allí, Juan Sebastián Rodríguez, de 39 años, líder de la campaña de Hernández en Bogotá, dijo que el candidato era “un rockstar”.“Es un fenómeno”, dijo. “Estamos seguros de que vamos a ganar”.Petro y Hernández en las portadas de los diarios locales, el lunesYuri Cortez/Agence France-Presse — Getty ImagesGenevieve Glatsky More