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    Los expresidentes de América Latina tienen demasiado poder

    Es hora de bajarlos de sus pedestales.El domingo, los votantes de Ecuador eligieron a Guillermo Lasso, un exbanquero que está a favor de las políticas de libre mercado, como presidente. Votaron por él en lugar de por Andrés Arauz, un populista de izquierda. Algunos analistas lamentan el fin del progresismo, pero lo que realmente vimos fue un bienvenido golpe a una extraña forma de política del hombre fuerte: el fenómeno de expresidentes que buscan extender su control e influencia eligiendo y respaldando a sus “delfines” en elecciones nacionales.Arauz fue designado personalmente por el expresidente Rafael Correa, un economista semiautoritario que gobernó Ecuador de 2007 a 2017. La elección no fue solo un referendo sobre el papel del Estado en la economía, sino de manera más fundamental sobre la siguiente pregunta: ¿Qué papel deben desempeñar los expresidentes en la política, si es que acaso deben desempeñar alguno?En América Latina se ha vuelto normal que exmandatarios impulsen a candidatos sustitutos. Se trata de una forma extraña de caudillismo, o política del hombre fuerte, combinada con continuismo, o continuidad de linaje, pensada para mantener a los rivales al margen.Los expresidentes son los nuevos caudillos: pretenden extender su mandato a través de los herederos que escogen, algo llamado delfinismo, de “delfín”, el título dado al príncipe heredero al trono de Francia entre los siglos XIV y XIX.En la última década, al menos siete presidentes elegidos democráticamente en Latinoamérica fueron escogidos por su predecesor. El más reciente, Luis Arce, llegó al poder en Bolivia en 2020, patrocinado por el exmandatario Evo Morales. Estos candidatos sustitutos le deben mucho de su victoria a la bendición de su jefe, la cual tiene un precio: se espera que el nuevo presidente se mantenga leal a los deseos de su patrocinador.Esta práctica ata con esposas de oro a aquellos recién electos y socava la democracia en el proceso. Más que pasar la estafeta, los expresidentes emiten una especie de contrato de no competencia. En Argentina, una expresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, contendió como compañera de fórmula de su candidato presidencial escogido, Alberto Fernández.Después de ser la primera dama de Argentina y luego convertirse en presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, a la derecha, se convirtió en vicepresidenta de su candidato elegido, Alberto Fernández, a la izquierda.Foto de consorcio de Natacha PisarenkoEste estilo actual de política caudillista es la actualización de una actualización. En la versión clásica de la política del hombre fuerte —que dominó la política latinoamericana tras las guerras de independencia del siglo XIX y hasta la década de los setenta— muchos caudillos buscaban mantener su poder al prohibir o amañar las elecciones una vez que llegaban a la presidencia, una maniobra que usó famosamente el dictador mexicano Porfirio Díaz, o simulando golpes de Estado si no podían ganar, una estrategia empleada por el dictador cubano Fulgencio Batista en 1952.Este modelo clásico de continuismo era traumático. En México y en Cuba, incitó ni más ni menos que dos revoluciones históricas que resonaron en el mundo entero.Latinoamérica actualizó este modelo de caudillismo. Los golpes de Estado y las prohibiciones de elecciones se volvieron obsoletos en la década de 1980 y, en lugar de abolir la democracia, se volvió usual que los líderes comenzaran a reescribir las constituciones y a manipular las instituciones para permitir la reelección. Comenzó el auge de las reelecciones. Desde Joaquín Balaguer en la República Dominicana en 1986 hasta Sebastián Piñera en Chile en 2017, Latinoamérica tuvo a 15 expresidentes que volvieron a la presidencia.No obstante, el modelo del continuismo a través de la reelección ha enfrentado obstáculos de manera reciente debido a que varios expresidentes se han visto envueltos en problemas legales.Tan solo en Centroamérica, 21 de 42 expresidentes han tenido problemas legales. En Perú, seis expresidentes de los últimos 30 años han enfrentado cargos de corrupción. En Ecuador, Correa fue sentenciado por recibir financiamiento para su campaña a cambio de contratos estatales. Él afirma que es una víctima de persecución política. Su respuesta fue usar la campaña de Arauz como boleto para recuperar su influencia. En cierto momento de la campaña, el candidato promovió la idea de que un voto por él era un voto por Correa.Durante la campaña presidencial de Ecuador, el candidato Andrés Arauz promovió la idea de que un voto por él era un voto por el expresidente Rafael Correa.Dolores Ochoa/Associated PressEstas complicaciones legales alientan a los expresidentes a tratar de respaldar a sustitutos que, como mínimo, podrían darles un indulto si resultan electos.Los expresidentes parecen pensar que la versión más reciente del caudillismo libera al país del trauma. El presidente Alberto Fernández aseguró que cuando su jefa, la expresidenta Fernández de Kirchner, lo eligió como su candidato porque, argumentó, el país no necesitaba a alguien como ella, “que divido”, sino a alguien como él, “que suma”. A su vez, Fernández de Kirchner fue elegida heredera por su difunto esposo, el expresidente Néstor Kirchner.No obstante, esta subrogación política difícilmente resuelve el trauma asociado con su continuismo inherente. De hecho, lo hace más tóxico. Con excepción de los simpatizantes del expresidente, el país ve el truco como lo que es: una tentativa evidente de restauración.Los problemas del delfinismo van más allá de intensificar la polarización al exacerbar el fanatismo político y puede conducir a consecuencias aún más graves. En el México de antes del año 2000, en el que los presidentes prácticamente escogían personalmente a sus sucesores, los exmandatarios solían seguir la norma de retirarse de la política, por lo que concedían suficiente autonomía al sucesor.Sin embargo, en la versión más reciente del delfinismo, los sucesores no son tan afortunados. Los expresidentes que los patrocinaron siguen entrometiéndose. Esta interferencia produce tensiones para gobernar. El mandatario en funciones pierde su relevancia de manera prematura, con todos los ojos puestos en las opiniones del presidente anterior, o en algún momento busca romper con su jefe. La separación puede detonar guerras civiles terribles.Estas rupturas a menudo son inevitables. Los delfines electos enfrentan nuevas realidades con las que sus impulsores nunca lidiaron. Además, con frecuencia tienen que arreglar el desastre que dejaron sus jefes.Lenín Moreno, el actual presidente de Ecuador, quien fue seleccionado por Correa, tuvo desacuerdos con él respecto a una serie de políticas autoritarias de izquierda impulsadas por revelaciones de corrupción. El resultado fue una lucha de poderes que dividió a la coalición gobernante y entorpeció la capacidad del gobierno de lidiar con la crisis económica y luego con la pandemia de la COVID-19.Una lucha similar ocurrió en Colombia cuando el entonces presidente Juan Manuel Santos, escogido por Álvaro Uribe, decidió llegar a un acuerdo de paz con las guerrillas, con lo que desafío la postura de Uribe. El resultado fue una especie de guerra civil entre ambos hombres que rivalizó en intensidad con la guerra contra las guerrillas a la que el gobierno intentaba poner fin.No hay una solución sencilla a este tipo de continuismo. Los partidos deben dejar de poner a sus expresidentes en un pedestal. Necesitan reformar las precandidaturas para asegurarse de que otros líderes, no solo los exmandatarios, tengan los medios para competir de manera interna. Los países latinoamericanos han hecho mucho para garantizar que haya una fuerte competencia entre partidos, pero mucho menos para garantizar la competencia dentro de los partidos.Nada huele más a oligarquía y corrupción que un expresidente que intenta mantenerse vigente a través de candidatos sustitutos. Y Ecuador ha demostrado que esta manipulación política puede acabar por empoderar precisamente a las mismas ideologías políticas que los expresidentes pretendían contener.Javier Corrales (@jcorrales2011) es escritor y profesor de Ciencias Políticas en Amherst College. Su obra más reciente es Fixing Democracy: Why Constitutional Change Often Fails to Enhance Democracy in Latin America. More

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    Latin America’s Former Presidents Have Way Too Much Power

    It’s time to take them down from their pedestals.On Sunday, voters elected Guillermo Lasso, a former banker and a supporter of free-market policies, as president of Ecuador over Andrés Arauz, a left-wing populist. Some analysts are decrying the end of progressivism, but what we are really seeing is a welcome setback for a strange form of strongman politics: the phenomenon of former presidents seeking to extend their control and influence by choosing and backing their protégés in national elections.Mr. Arauz was handpicked by former President Rafael Correa, a semiauthoritarian economist who governed Ecuador from 2007 to 2017. The election was a referendum not just on the role of the state in the economy but also more fundamentally on the question, “What, if any, role should former presidents play in politics?”In Latin America, it has become normal for former presidents to promote surrogate candidates. This is a bizarre form of caudillismo, or strongman politics, combined with continuismo, or lineage continuity, intended to keep rivals at bay.Today, former presidents are the new caudillos, and they are hoping to extend their rule through their chosen heirs — in what is called delfinismo, from “dauphin,” the title given to the heir apparent to the French throne in the 14th through 19th centuries.In the last decade, at least seven democratically elected presidents in Latin America were handpicked by a predecessor. The most recent, Luis Arce, came to power in Bolivia in 2020, sponsored by former strongman Evo Morales. These surrogate candidates owe much of their victory to their patron’s blessing, which comes with a price. The new presidents are expected to stay loyal to their patron’s wishes.The practice binds those newly elected in golden handcuffs, undermining democracy in the process. More than passing the torch, former presidents issue a sort of noncompete contract. In Argentina, a former president, Cristina Fernández de Kirchner, ran as vice president with her chosen candidate, Alberto Fernández.After serving as Argentina’s first lady and then president, Cristina Fernández de Kirchner, right, became vice president under her chosen candidate, Alberto Fernández, left.Pool photo by Natacha PisarenkoThis current style of strongman politics is an update of an update. In the classic version of the strongman politics, which dominated Latin American politics after the wars of independence during the 19th century until the 1970s, many caudillos sought to stay in office by banning or rigging elections, a tactic famously utilized by the Mexican dictator Porfirio Díaz, or by staging coups if they couldn’t win office, a tradition employed by the Cuban dictator Fulgencio Batista in 1952.This classic model of continuismo was intensely traumatic. In Mexico and Cuba, the model incited nothing less than two world-historic revolutions.Latin America updated this model of caudillismo. Coups and election bans became unfashionable by the 1980s, and so rather than abolish democracy, it became more common for leaders to rewrite constitutions and manipulate institutions to permit re-election. A re-election boom followed. From Joaquín Balaguer in the Dominican Republic in 1986 to Sebastián Piñera in Chile in 2017, Latin America saw 15 former presidents return to the presidency.But lately, the model of continuismo through re-election has run into trouble after a number of former presidents found themselves entangled in legal troubles.In Central America alone, 21 of 42 former presidents have had brushes with the law. In Peru, six ex-presidents from the past 30 years have faced corruption charges. In Ecuador, Mr. Correa was convicted of trading campaign finance contributions for state contracts. He claimed he was a victim of political persecution. His response was to use Mr. Arauz’s campaign as the ticket back to influence. At some point during the campaign, the candidate even promoted the idea that a vote for him was a vote for Mr. Correa.During Ecuador’s presidential campaign, the candidate Andrés Arauz promoted the idea that a vote for him was a vote for former President Rafael Correa.Dolores Ochoa/Associated PressThese legal complications encourage former presidents to promote surrogates who might, at the very least, pardon them if elected.Former presidents seem to think that this latest update of caudillismo liberates the country from trauma. President Alberto Fernández claimed that when her sponsor, former president Fernández de Kirchner, chose him as her candidate, she justified her decision by arguing that the country didn’t need someone like her, “who divides,” but someone like him, who can “draw people together.” Ms. Fernández de Kirchner was herself chosen as an heir by her late husband, former president Néstor Kirchner.But this political surrogacy hardly solves the trauma associated with its inherent continuismo. In fact, that makes it more toxic. Except for the former president’s followers, the country sees the gimmick for what it is: an obvious effort at restoration.The problems with delfinismo go beyond intensified polarization by exacerbating political fanaticism and can lead to even greater problems. In Mexico until the 1990s, where presidents essentially handpicked their successors, former presidents typically observed the norm of retiring from politics, granting the successor sufficient autonomy.But in the most recent version of delfinismo, successors are not that lucky. The sponsoring former presidents keep meddling. This interference produces governance travails. The sitting presidents either become premature lame ducks, with all eyes turned to the former presidents’ views, or eventually seek a break from their patrons. Splits can unleash nasty civil wars.Such breaks are often inevitable. Elected delfines face new realities that sponsors never confronted. Frequently they have to clean up messes their sponsors left behind.Lenín Moreno, the current president of Ecuador, who was selected by Mr. Correa, broke with him on a number of leftist-authoritarian policies, prompted by revelations of corruption. The result was a power struggle that splintered the ruling coalition and hindered the government’s ability to cope with the economic crisis and then the Covid-19 pandemic.A similar battle occurred in Colombia when President Juan Manuel Santos, chosen by the then president Álvaro Uribe, decided to make peace with guerrillas, defying Mr. Uribe’s preference. The result was a near civil war between those men that rivaled in intensity the war against guerrillas that the government was trying to settle.There is no easy solution to this type of continuismo. Parties need to stop placing their former presidents on a pedestal. They need to reform primaries to ensure leaders other than former presidents have the means to compete internally. Latin American countries have done a lot to ensure strong competition among parties, but less so within parties.Nothing screams oligarchy and corruption like a former president trying to stay alive through surrogate candidates. And Ecuador has demonstrated that this political maneuver may end up also empowering rather than weakening the very same political ideologies the former presidents were trying to contain.Javier Corrales is a professor and the chair of the political science department at Amherst College.The Times is committed to publishing a diversity of letters to the editor. We’d like to hear what you think about this or any of our articles. Here are some tips. And here’s our email: letters@nytimes.com.Follow The New York Times Opinion section on Facebook, Twitter (@NYTopinion) and Instagram. More

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    Bukele todopoderoso

    AdvertisementContinue reading the main storyOpiniónSupported byContinue reading the main storyComentarioBukele todopoderosoDespués de las elecciones legislativas en El Salvador, el presidente tendrá un dominio casi absoluto de la política. La democracia está en riesgo.El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, en febrero de este añoCredit…Jose Cabezas/ReutersEs periodista y editor de El Salvador.8 de marzo de 2021 a las 05:00 ETSAN SALVADOR — La democracia salvadoreña ha parido un autócrata. Lo venía gestando desde hace casi un año, y ya está aquí, en todo su esplendor. Se llama Nayib Bukele y, a partir del 1 de mayo, gobernará este país como le plazca.El domingo 28 de febrero los salvadoreños votaron para elegir a sus 84 diputados y 262 alcaldes. Nuevas Ideas, el partido que se define como el de “la N de Nayib”, se estrenó en unos comicios dando una tunda a sus adversarios. Aún se realiza el conteo final, pero el preliminar dejó clara la tendencia, con más del 90 por ciento escrutado. Los candidatos a alcaldes de Bukele ganaron 13 de las 14 cabeceras departamentales. Sus candidatos a diputados, contando la alianza con otro partido, ganaron 61 de las 84 diputaciones.El adjetivo posesivo del párrafo anterior no es un despiste. Esos candidatos son suyos. Los que tuvieron alguna cobertura mediática o propaganda hicieron campaña con la foto de Bukele y prometieron fidelidad a su líder. Para atraer el voto, el partido llenó el país de enormes espectaculares que solo contenían un fondo celeste y una enorme N blanca al medio. La N del todopoderoso.El Salvador ha cambiado. Ya no existe el país con la correlación de fuerzas políticas que nos gobernaron durante toda la posguerra. Durante 29 años, después de los Acuerdos de Paz, dos partidos dominaron el poder político: Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), a la izquierda, y la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), a la derecha. Con estas elecciones se extinguió la polarización que nos carcomió durante décadas: ¿FMLN o Arena? Y se terminó de imponer otra polarización igual de simplista y nociva: ¿Bukelista o no?Con los 61 diputados, Bukele no necesita de ninguna otra bancada legislativa más que de la de su partido aliado que le ha prometido fidelidad absoluta y bajo cuyas siglas llegó a la Presidencia en 2019 cuando aún no había formado a Nuevas Ideas. La oposición ha caído en la irrelevancia. En la legislación salvadoreña, 56 es el número mágico. Es lo que conocemos como mayoría calificada, capaz de conseguir aprobación del presupuesto, reformas legales, la suspensión de garantías constitucionales o el nombramiento de magistrados de la Corte Suprema de Justicia.Los partidos tradicionales quedaron en coma profundo. Sobrevivirán artificialmente, conservando algunas curules, con gente que se sentará en el parlamento como si su presencia pudiera servir de algo. La exguerrilla, por ejemplo, el FMLN, obtuvo cuatro escaños. El menor registro de su historia era de 21 diputados en las elecciones de 1994, cuando la guerra estaba reciente y el fantasma del comunismo todavía era útil para espantar votantes. Arena obtuvo 14 escaños esta vez, lo que significa que tendrá 23 menos de los que ahora mismo tiene.A partir de mayo, a Bukele le bastará levantar el teléfono para ordenar que se apruebe una ley o que se destituya a un fiscal y se elija a otro. La gran mayoría de votantes salvadoreños decidió decir no al contrapeso de poderes, no al debate legislativo, no al consenso necesario, no a la oposición. Y al decir no al pluralismo y el sistema de controles que caracteriza a la democracia ha puesto al país en el camino de la autocracia. Como gustan decir los demagogos de plaza: el pueblo ha hablado, el soberano se ha expresado en las urnas. Una sociedad poco instruida en los principios democráticos ha confirmado a su caudillo. Una sociedad con tan precaria educación pública y tanta desigualdad ha ungido, más por fe que con argumentos, a su nuevo mesías.A El Salvador no se le impuso un autócrata: el país lo eligió.¿A qué dijeron que sí los votantes salvadoreños? A la acumulación de poder en un hombre de 39 años que ha demostrado ser autoritario, poco transparente y enemigo de la prensa independiente. Pero también a un hombre que los convenció, principalmente con eslóganes y demagogia, de que él no es como “los mismos de siempre”, aunque haya sido alcalde de la capital con el FMLN; que ofreció logros incontestables también, así como inexplicables, como la reducción de homicidios sin precedentes durante su primer año de mandato, que él atribuye a un plan que no ha permitido que nadie vea y analice, y no a sus demostradas negociaciones con la Mara Salvatrucha-13, de las que tanto le incomoda hablar.Bukele viste ropas muy diferentes a las de sus antecesores y es hábil manejando el Twitter en un país donde el anterior presidente no sabía ni cuál era su usuario en esa red. Sin embargo, al margen de los símbolos, comparte muchos rasgos de la clase política que llevó al despeñadero a El Salvador: bajo su mandato han ocurrido diversas denuncias de corrupción y nepotismo, sus ataques a la prensa le han ganado incluso cartas de reclamo de legisladores estadounidenses y su falta de transparencia le ha llevado a desmantelar poco a poco la institución garante de la información pública. Bukele luce diferente, pero en el fondo se parece mucho a los que ha logrado sacar del hemiciclo legislativo.Hasta las próximas elecciones de 2024, Bukele gobernará El Salvador con un poder que nadie ha tenido en la posguerra. Su discurso legitimará cada una de sus acciones respaldándose en una raquítica idea de democracia. El presidente tiene excusa para rato. Pero también tiene un nuevo reto. Se le acabó su enemigo. La idea de una oposición que bloqueaba todas sus iniciativas y no le permitía arreglar este país se terminó también en estas elecciones. Tener todo el poder también significa tener toda la responsabilidad. Ser el único que carga el jarrón implica también ser el único responsable si se rompe.Pero Bukele es fiel a su estilo de entender la política como un conflicto permanente que él debe ir ganando.Sin oposición que le estorbe, podría predecir lo que seguirá: el presidente buscará nuevos enemigos para seguir utilizando su narrativa de bueno y malos. Uno de los enemigos predilectos para llenar ese espacio seremos nosotros, la prensa y los periodistas. El presidente nunca ha entendido el rol de la prensa independiente. Su jugada —exitosa dentro de las fronteras nacionales— ha sido presentar a esa prensa como oposición política. Creo que esa animadversión crecerá hasta ocupar un lugar principal en el altar de los odios presidenciales.Haberle entregado el poder absoluto a Bukele traerá serias consecuencias que perdurarán en el imaginario político como una nueva forma de liderazgo: el desprecio por el Estado de derecho y el diálogo, los ataques a la prensa, la falta de transparencia, la perpetuación del nepotismo y el amiguismo, la deformación de las instituciones públicas hasta convertirlas en peones obedientes a la próxima jugada de su líder. Un Estado al servicio de un hombre.La prensa lleva en la mira de Bukele desde antes de que asumiera la presidencia. Hacer periodismo es cada vez más difícil a causa del acoso y las amenazas de funcionarios del gobierno. A partir de ahora, será aún más difícil. Pero este es el momento en el que El Salvador más necesita periodismo serio y riguroso.A los colegas periodistas les sugiero autorreflexión y templanza. Será necesario comprender el nuevo escenario y reinventar nuestros procedimientos para proteger a nuestras fuentes, cubrir los órganos de Estado o, sencillamente, salir a hacer nuestro trabajo a las calles.A la sociedad civil organizada le esperan necesidades similares: rearmarse para vigilar al poderoso, transformarse para dialogar con el convencido y caminar así, paso a paso, una vez más, ese camino nunca recorrido del todo, en el intento de llegar a una democracia plena y fuerte.Óscar Martínez es jefe de redacción de El Faro, autor de Los migrantes que no importan y Una historia de violencia y coautor de El Niño de Hollywood, sobre la MS-13.AdvertisementContinue reading the main story More

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    En Ecuador debemos vencer al caudillismo

    AdvertisementContinue reading the main storyOpiniónSupported byContinue reading the main storyComentarioEn Ecuador debemos vencer al caudillismoLas elecciones ecuatorianas aún no están definidas. Los dos candidatos que buscan un lugar en la segunda vuelta, y representan a la derecha y la izquierda, deben ver que en estos comicios se juega más que un enfrentamiento ideológico: lo que está en la línea es el regreso de un proyecto autoritario.Los dos candidatos a la presidencia de Ecuador que se disputan el segundo lugar en el balotaje, a celebrarse en abril. A la izquierda, Yaku Pérez, el candidato de la izquierda indígena; a la derecha, Guillermo Lasso, candidato de la derecha.Credit…Jose Jacome/EPA vía ShutterstockEs periodista ecuatoriana.15 de febrero de 2021 a las 11:34 ETLas elecciones de Ecuador aún no están definidas. Los candidatos que se disputan su pase a la segunda vuelta, que será en abril, acordaron un recuento parcial de los votos.Es una novedad inusual en la política de mi país: dialogar, negociar y conciliar han sido palabras ajenas al diccionario de nuestra democracia por mucho tiempo. Los últimos cuatro años han sido una saga melodramática de disputa entre el presidente Lenín Moreno y su antiguo aliado y jefe, el expresidente Rafael Correa. Y antes, experimentamos los diez años de correísmo, caracterizados por polarización y caudillismo.Así que cuando, al final del largo escrutinio inicial, Guillermo Lasso —el exbanquero de derecha que busca la presidencia por tercera vez y que terminó con una ventaja de más de 33.000 votos—, accedió a un diálogo con Yaku Pérez —el candidato de la izquierda indígena— y aceptaron un recuento, fue una sorpresa. Una buena señal que no debería esfumarse, especialmente después del cruce de trinos de ambos durante el fin de semana que apunta a desconocer lo acordado. No solo deberían respetar su inusual acuerdo, que es tan buena noticia en Ecuador, sino que deberían saber que una posible alianza los ayudaría a vencer al candidato que impulsa el correísmo.El recuento es una medida deseable en un país en donde el sistema electoral ha estado en entredicho y la palabra “fraude” ha sido recurrente en los procesos electorales. Hace cuatro años, el propio Lasso puso en duda la transparencia del Consejo Nacional Electoral cuando impugnó los resultados. Ahora, tras las votaciones del 7 de febrero, la palabra fue pronunciada por Pérez, quien parecía que pasaría a la segunda vuelta con Andrés Arauz, el aspirante que apoya Correa.Los seguidores de Pérez, igual que los partidarios de Lasso hace cuatro años, ya empezaban a pasear su descontento en las calles del país. Pero al final de la semana pasada, ambos candidatos acordaron el recuento del 100 por ciento de los votos en Guayas, la provincia con más inconsistencias, y el 50 por ciento de los votos en 16 de las 24 provincias del Ecuador.Al final, tanto Lasso como Pérez, igual que muchos ecuatorianos, deben ver que en estas elecciones se juega más que un enfrentamiento entre izquierda y derecha. Lo que se juega es el regreso del correísmo. Aunque Correa no estaba en la papeleta él y su movimiento están cerca del poder otra vez. A Lasso y a Pérez no se les puede pedir que tengan coincidencias ideológicas, pero sí que reconozcan que hay un rival mayor, el hombre fuerte que dominó la vida política ecuatoriana por una década.Correa llegó al poder en 2007 como el presidente de una izquierda que prometía redistribuir la riqueza. Yo, como muchos ecuatorianos, coincidimos con su lista de prioridades: igualdad, combate a la pobreza y lucha contra la corrupción y las élites. Su mandato fue parte de la marea rosada, la tendencia regional en la que varios mandatarios izquierdistas ganaron elecciones y aprovecharon el auge de los precios de las materias primas para instaurar políticas de enorme gasto público que les aseguraron una amplia base popular.Correa no aprovechó los tiempos de bonanza para generar cambios estructurales que disminuyeran la pobreza a largo plazo; limitó la independencia de las instituciones democráticas ecuatorianas, asedió a la prensa independiente y limitó la autonomía de la justicia. Su larga estadía en el poder le permitió afianzar su poder y lograr que buena parte de la vida política dependiera de él.El movimiento con espíritu caudillista que lideró Correa desconoció muchas de las banderas que enarbolan los dos candidatos que ahora pelean por un lugar en el balotaje: la defensa del medioambiente, la lucha de las mujeres por la igualdad, el sentir de las comunidades indígenas acosadas por el extractivismo, los reclamos de las cámaras de producción, el papel de las entidades bancarias. Lo ideal sería que quien llegue a la segunda vuelta (Lasso o Pérez) encuentre la manera de sumar a su plataforma algunas de las promesas de su contrincante.El candidato que finalmente enfrente a Arauz también tiene que encontrar la manera de incluir a las personas que esta vez asistieron a las urnas para buscar el regreso de Correa. No se trata de ecuatorianos desmemoriados, como han dicho algunos. Al contrario, tienen mucha memoria de lo que recibieron durante los diez años del correísmo, como esos aproximadamente 1,9 millones de ecuatorianos que salieron de la pobreza porque recibieron transferencias monetarias durante los años de su gobierno.Los candidatos y nosotros debemos entender que tenemos la oportunidad de romper con ese pasado autoritario que desmanteló la institucionalidad democrática del país.Digo esto porque yo misma he estado ausente de las últimas elecciones. La última vez que voté fue para validar la Constitución de Correa en 2008, que fue una cosa en el papel y otra en la práctica. Fue ese cambio constitucional el que amparó a Correa para extender los límites presidenciales y desde entonces comenzó a hacer más claro que pretendía limitar los pocos contrapesos que existían al poder del ejecutivo.De ahí en adelante, solo la “traición” de uno de los suyos pudo pararlo. Moreno, quien ganó las elecciones presidenciales hace cuatro años bajo la sombra de Correa, de quien fue vicepresidente y aliado cercano, se distanció de su mentor y permitió la apertura de procesos judiciales en contra del expresidente, actualmente acusado de corrupción y autoexiliado en Bélgica.Con la caída de los precios del petróleo, a Moreno le resultó difícil mantener las políticas populistas de su antecesor. Sus éxitos como presidente han sido pírricos y quizás más retóricos que tangibles (como su promesa de “Casas para todos”: prometió entregar más de 300.000 viviendas y, según un escueto informe de la página web oficial, se han construido solo 1397 casas). En cambio, se acercó a la clase empresarial e impuso una política de austeridad económica que lo acerca más a un conservador que a un izquierdista.Entre Correa y Moreno ya suman un periodo de 14 años y no nos ha ido bien ni con la izquierda populista de Correa ni con la moderación de centroderecha que trajo Moreno. Así que ahora, con el candidato de correísmo como favorito, los aspirantes que pelean por estar en el balotaje tienen una alternativa a favor de Ecuador.A Pérez y Lasso no se les pide que dejen de responder a sus bases, pero sí que piensen que hay un país que necesita rehacerse alejado de un movimiento con señas hegemónicas. Todos debemos empezar a usar palabras como concesión, diálogo y acuerdo, incluso con candidatos que no representan lo que queremos, pero que prometen más democracia.Y en democracia todos debemos escucharnos. Hay propuestas de Pérez que en el papel aún no tienen sustento y que podrían hallarlo al cruzarlas con las ideas de Lasso. Un ejemplo es la necesidad de financiamiento de proyectos de reactivación agrícola que plantea el candidato indígena que bien se pueden unir a los créditos agropecuarios que ofrece Lasso al 1 por ciento de interés y a 30 años plazo. También hay coincidencias en temas de ética y educación. Somos los votantes los que tememos cruzar ciertas líneas.A buena parte de los simpatizantes de Pérez —1.795.046 personas en el primer conteo— les costará votar por el hombre que representa el capital financiero. Igualmente a muchos de los votantes de Lasso —1.828.383— les costará votar por un indígena. Pero ya va siendo hora de pensar en un solo país y recordar que tenemos herramientas para fiscalizar a los que hemos votado. Entre los dos sumaron más votos que Arauz y haciendo concesiones podrían unir a dos sectores muy distintos, pero ambos abandonados o atacados por el correísmo.Ya habrá tiempo de pedir que los derechos ganados se mantengan y de reclamar los que hacen falta (como el aborto). Pero ahora necesitamos que el recuento de votos termine y los candidatos que se disputan esos votos asuman el resultado final y lleguen a acuerdos para enfrentar al enemigo mayor.Soraya Constante es periodista ecuatoriana independiente; ha publicado en Univisión Noticias, Vice News y El País.AdvertisementContinue reading the main story More

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    Discrimina y vencerás… en las elecciones peruanas

    AdvertisementContinue reading the main storyOpiniónSupported byContinue reading the main storyComentarioDiscrimina y vencerás… en las elecciones peruanasPerú celebrará elecciones presidenciales en medio de inestabilidad política y una crisis de salud por la pandemia. En un país confinado y donde solo el 40 por ciento de la población tiene acceso a internet, las campañas virtuales son una posibilidad y un dilema.La bandera del Perú durante una marcha posterior a la toma de posesión del presidente interino Francisco Sagasti.Credit…Sebastian Castaneda/ReutersEs periodista y escritora peruana.2 de febrero de 2021 a las 12:13 ETAl menos un par de candidatos a la presidencia del Perú y otros tantos expertos han sugerido que la campaña electoral del Perú se traslade al mundo virtual y las redes sociales.Keiko Fujimori y Julio Guzmán (él contagiado recientemente con la COVID-19), dos de los aspirantes que tienen mayor intención de voto —junto con George Forsyth, Verónika Mendoza y Yonhy Lescano—, han hablado de hacer una campaña al menos parcialmente digital por el incremento de los contagios de la segunda ola de la pandemia.Parece un argumento sensato. Perú es el país con más muertos por la COVID-19 por millón de habitantes en Sudamérica. En Lima y Callao, por ejemplo, ya no hay disponible una sola cama en la unidad de cuidados intensivos. En ese delicado contexto la propuesta de los presidenciables podría interpretarse como un gesto de responsabilidad social si no fuera porque aproximadamente el 60 por ciento de la población en el país no tiene acceso a internet en casa.El presidente, Francisco Sagasti, anunció de manera reciente la cuarentena total en la mayoría de ciudades del país al menos para los próximos días, en los que los candidatos no podrán movilizarse por el territorio, salvo las pocas zonas que no están bajo alarma extrema. Y no es seguro que puedan volver a recorrerlo con sus propuestas, lo que de facto nos pondría en la perspectiva de una campaña en gran parte virtual. Es algo que podría favorecer a los candidatos con reconocimiento de nombre y recursos pero a costa de que relegará, inevitablemente, a una enorme porción de la sociedad del juego democrático.La pandemia no solo ha dejado en evidencia que en el Perú no existe un sistema de salud capaz de hacer frente a esta crisis, también ha revelado las enormes falencias de su sistema político. A solo tres meses de las elecciones este sistema no puede garantizar que la mayoría de las personas pueda ejercer un voto informado debido a la abismal brecha digital. A la discriminación económica, sanitaria y laboral, se suma la que limita la participación democrática.La nuestra es una sociedad aún escindida y discriminadora en la que la privatización de los servicios públicos expone a miles a la enfermedad. Venden el oxígeno, suben el precio del paracetamol y es posible que hasta quieran vender la vacuna. En el Perú mueren los más pobres pero no por coronavirus, sino por falta de camas. Y es esa la misma población que tiene poco o ningún acceso a internet.Familiares de un hombre que falleció por la COVID-19 llevan su ataúd en un cementero limeño el 27 de enero de este año.Credit…ReutersSiempre hemos sabido que la peruana es una democracia endeble, casi un espejismo, pero al menos se ficcionaban las decisiones colectivas y parecían respetarse los mecanismos de participación. Pero la crisis pandémica quizás le ha dado una excusa a quienes han dominado la política peruana para encontrar maneras de limitar todavía más el voto. Solo una opinión vertida desde el privilegio puede demostrar tanta ignorancia acerca de nuestras realidades.El discurso concienzudo a favor de la virtualidad de las elecciones solo se lo pueden permitir candidatos que, como Keiko Fujimori, cuentan ya con una red de apoyo de medios de comunicación, leales a su proyecto político desde la década en que gobernaba su padre, o que tienen gran influencia y una buena base de seguidores.La propia Keiko, quien ha disputado ya dos veces las elecciones a la presidencia, se encuentra ahora mismo en régimen de arresto domiciliario con varias investigaciones abiertas por corrupción pero ha prometido un gobierno de “mano dura” contra el coronavirus y la crisis política, en la que lleva meses sumido el Perú precisamente por las maniobras en el Congreso de su partido y sus aliados.Una campaña exclusivamente virtual se la pueden permitir también los candidatos como Guzmán y Forsyth, cercanos al poder y a los círculos empresariales que podrían contar con grandes recursos para invertir en las pautas de internet y redes, además de contar con respaldo mediático.En esas condiciones, quizás la única candidata de izquierda que parte con posibilidades, Verónika Mendoza, de Juntos por el Perú, no solo está en desventaja, sino que sus oportunidades de competir se reducen. Sin un nombre tan reconocible como Fujimori (cuya familia ha dominado la política peruana durante buena parte de los últimos treinta años) o sin el respaldo de las élites empresariales (como Forsyth y Guzmán), su campaña necesita de la calle y del arrastre popular. Por ahora Mendoza no ha hecho grandes eventos de campaña pero sí se está moviendo respetando los protocolos de seguridad. Aún así algunas encuestas la colocan ya en segundo lugar.Perú no es Francia o Estados Unidos, donde también se llevaron a cabo elecciones municipales y presidenciales en plena pandemia, y donde ha funcionado el voto en ausencia y otros protocolos pandémicos. En el Perú eso es imposible. Para emitir su voto, que sigue siendo obligatorio, mucha gente suele desplazarse largas horas desde sus comunidades hasta los centros de votación. Si la campaña pasa a ser solo virtual, ese alto porcentaje de personas no podrá ser parte del proceso previo de los comicios, ni tomar contacto y escuchar las alternativas sobre la mesa para forjarse una opinión. Y eso se llama exclusión.Hace unos días algunos hablaban de postergar las elecciones. Pero pese al nuevo confinamiento y toques de queda recién decretados —que poca gente puede acatar, pues el 70 por ciento de los trabajadores peruanos son informales—, la idea de postergar las elecciones por unos meses no solo no resolvería la brecha digital. También daría más margen a la polarización que se vive todos los días en las calles entre bandos políticos, entre negacionistas de la pandemia, activistas por la reactivación económica a toda costa y defensores de la cuarentena y los protocolos sanitarios.Es necesario emprender un proceso electoral limpio y sin más demora para poner en marcha una nueva etapa tras un año políticamente convulso. Ese debe ser el inicio para que el país entre en la senda de la reconstrucción en el año en que se proyecta celebrar el bicentenario de su independencia. En cuanto se reabra progresivamente la circulación en algunas semanas, las autoridades deberían seguir permitiendo a los partidos difundir su mensaje en igualdad de condiciones y estos esforzarse por hacer un trabajo pedagógico y cívico de cuidados mientras se garantiza la democracia participativa.Eso sí, no olvidemos a la hora de votar que esta disyuntiva sobre la campaña digital ha revelado también algo que es tan obvio como estremecedor: lo alejados que pueden estar de la vida de la gente muchos de los que quieren ser presidentes del Perú. Tal parece que siguen su propia máxima: discrimina y vencerás.Gabriela Wiener es escritora, periodista y colaboradora regular de The New York Times. Es autora de los libros Sexografías, Nueve lunas, Llamada perdida y Dicen de mí.AdvertisementContinue reading the main story More

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    El legado de Trump para Biden: un mundo trastocado

    #masthead-section-label, #masthead-bar-one { display: none }Capitol Riot FalloutLatest UpdatesInside the SiegeVisual TimelineNotable ArrestsCapitol Police in CrisisAdvertisementContinue reading the main storySupported byContinue reading the main storyAnálisis de NoticiasEl legado de Trump para Biden: un mundo trastocadoEl país perdió su brillo internacional. Las políticas trumpistas de “Estados Unidos primero” impulsaron a otras naciones a ponerse a sí mismas en primer lugar también. Pero apostar contra la capacidad estadounidense de reinvención nunca ha sido una buena idea.El presidente Trump con otros líderes del G7 en Canadá en 2018. Sus posiciones sobre “Estados Unidos primero” impulsaron a otras naciones a ponerse también en primer lugar.Credit…Jesco Denzel/Gobierno alemán, vía Agence France-Presse — Getty Images21 de enero de 2021 a las 12:02 ETRead in EnglishPARÍS — La mayoría de los países perdieron la paciencia hace tiempo. Los aliados consideraban inaceptables, cuando no sencillamente insultantes, los arrebatos erráticos del presidente Donald Trump. Incluso rivales como China y Rusia se sorprendieron ante los tropiezos de las políticas volátiles del presidente. Trump declaró en 2016 que Estados Unidos debe ser “más impredecible”. Y lo cumplió.El repentino encaprichamiento con el gobernante estalinista norcoreano, Kim Jong-un, la sumisión ante el presidente de Rusia, Vladimir Putin, la obsesión con el “virus chino”, el entusiasmo por la fractura de la Unión Europea y el aparente abandono de los valores democráticos fundamentales de Estados Unidos fueron tan impactantes que casi todos ven la salida de Trump de la Casa Blanca del miércoles con alivio.A Estados Unidos se le quitó el brillo, los ideales democráticos están desprovistos de fondo. La huella de Trump en el mundo permanecerá. Aunque abundan las denuncias apasionadas, hay un legado del trumpismo que no se desvanecerá con facilidad en algunos círculos. Mediante su obsesión con “Estados Unidos primero”, incitó a otras naciones a ponerse primero también. No volverán a alinearse con Estados Unidos en el corto plazo. La fractura al interior del país que Trump avivó permanecerá y debilitará la proyección del poder estadounidense.“Trump es un delincuente, un pirómano político que debería ser enviado a un tribunal penal”, comentó Jean Asselborn, ministro de Relaciones Exteriores de Luxemburgo, en una entrevista de radio. “Es una persona que fue electa democráticamente, pero a quien la democracia no le interesa en lo más mínimo”.El uso de ese tipo de lenguaje por parte de un aliado europeo para referirse a un presidente estadounidense habría sido impensable antes de que Trump hiciera de la indignación el tema central de su presidencia, junto con el ataque a la verdad. Su negación de un hecho —la derrota en las elecciones de noviembre— fue vista por gobernantes como Angela Merkel, la canciller alemana, como lo que desató el asalto del Capitolio el 6 de enero por parte de los seguidores de Trump.Una turba frenética en el santuario interno de la democracia estadounidense fue para muchos países como ver a Roma saqueada por los visigodos. Para los observadores extranjeros, Estados Unidos ha caído. Los desatinos imprudentes de Trump, en medio de una pandemia, le heredan a Joe Biden, el presidente entrante, una gran incertidumbre mundial.Una turba de simpatizantes de Trump asalta el edificio del Capitolio. Las escenas conmocionaron a observadores de todo el mundo.Credit…Jason Andrew para The New York Times“La era posterior a la Guerra Fría ha llegado a su fin tras 30 años y ahora se desarrolla una era más compleja y desafiante: ¡un mundo en peligro!”, dijo Wolfgang Ischinger, presidente de la Conferencia de Seguridad de Múnich.El talento de Trump para los insultos innecesarios se sintió en todo el mundo. En Mbour, una población costera en Senegal, Rokhaya Dabo, administradora escolar, dijo: “No hablo inglés, pero me sentí ofendida cuando dijo que África era una pocilga”. En Roma, Piera Marini, quien elabora sombreros para su tienda en Via Giulia, dijo que se alegró de saber que Trump se iría: “Tan solo la manera en que trataba a las mujeres era escalofriante”.“Biden necesita abordar el restablecimiento de la democracia en casa de una manera humilde que les permita a los europeos decir que tenemos problemas similares y que por ello debemos salir de esto juntos”, dijo en una entrevista Nathalie Tocci, una politóloga italiana. “Con Trump, de repente, los europeos nos convertimos en el enemigo”, agregó.A pesar de ello, hasta el final, el nacionalismo de Trump tuvo seguidores. Oscilaban desde la mayoría de los israelíes, a quienes les gustaba su apoyo incondicional, hasta aspirantes a autócratas de Hungría a Brasil para quienes era el líder carismático de una contrarrevolución contra la democracia liberal.Trump era el candidato preferido por el 70 por ciento de los israelíes antes de las elecciones de noviembre, según una encuesta del Instituto de la Democracia de Israel. “Los israelíes tienen aprensión por lo que hay más allá del gobierno de Trump”, dijo Shalom Lipner, que durante mucho tiempo trabajó como funcionario en la oficina del primer ministro. Tienen sus razones. Trump fue despectivo con la causa palestina. Ayudó a Israel a normalizar las relaciones con varios estados árabes. Trump era el candidato preferido por el 70% de los israelíes antes de las elecciones de noviembreCredit…Ariel Schalit/Associated PressEn otros lugares, el apoyo a Trump era ideológico. Él era el símbolo de una gran sacudida nacionalista y autócrata. Personificaba una revuelta contra las democracias occidentales, consideradas el lugar donde la familia, la Iglesia, la nación y las nociones tradicionales del matrimonio y el género van a morir. Se resistió a la migración masiva, la diversidad y la erosión del dominio del hombre blanco.Uno de los impulsores de Trump, el presidente nacionalista brasileño Jair Bolsonaro, afirmó este mes que en las elecciones estadounidenses “hubo gente que votó tres, cuatro veces, votó gente muerta”. En una ilustración del papel de Trump como facilitador de autócratas, Bolsonaro pasó a cuestionar la integridad del sistema de votación de Brasil.Viktor Orban, primer ministro húngaro antiinmigrante y firme partidario de Trump, dijo a Reuters el año pasado que los demócratas habían impuesto el “imperialismo moral” al mundo. Aunque felicitó a Biden por su victoria, las relaciones de Orban con el nuevo presidente serán seguramente tensas.Esta batalla cultural mundial continuará porque las condiciones de esta erupción —la inseguridad, la desaparición de los empleos, el resentimiento en sociedades en las que crece la desigualdad debido al impacto de la COVID-19— continúan desde Francia hasta Latinoamérica. El fenómeno Trump también continúa. Sus decenas de millones de seguidores no desaparecerán pronto.“¿Los acontecimientos en el Capitolio fueron la apoteosis y el trágico punto final de los cuatro años de Trump o el acto inaugural de una nueva violencia política estadounidense impulsada por una energía peligrosa?”, preguntó François Delattre, secretario general del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia. “No lo sabemos y debemos preocuparnos por los países con crisis similares en sus modelos democráticos”.Francia es uno de esos países donde hay una creciente confrontación tribal. Si el Departamento de Justicia de Estados Unidos pudo politizarse, si los Centros para el Control y la Prevención de las Enfermedades pudieron aniquilarse y si 147 miembros electos del Congreso pudieron votar para anular los resultados de la elección incluso después de un ataque al Capitolio, hay motivos para creer que en otras sociedades fracturadas de la posverdad puede pasar cualquier cosa.“Cómo llegamos aquí? De manera gradual y luego repentina, como le sucedió a Hemingway”, dijo Peter Mulrean, quien fungió como embajador de Estados Unidos en Haití y ahora reside en Francia. “Hemos visto la degradación continua de la verdad, los valores y las instituciones. El mundo ha sido testigo”.Como el historiador británico Simon Schama ha hecho notar: “Cuando la verdad perece, también lo hace la verdad”. Trump, para quien la verdad no existía, deja un escenario político en el que la libertad se ha debilitado. Una Rusia envalentonada y una China asertiva están más posicionadas que nunca para mofarse de la democracia e impulsar sus agendas hostiles con el liberalismo.La política de Trump para China fue tan incoherente que Xi Jinping, el gobernante chino, acabó por recurrir a Starbucks, que tiene miles de establecimientos en China, para mejorar las tensas relaciones entre Estados Unidos y China. La semana pasada, Xi le escribió al ex director ejecutivo de la empresa, Howard Schultz, para “alentarlo” a ayudar con “el desarrollo de relaciones bilaterales”, según informó la Agencia de Noticias Xinhua.El presidente Xi Jinping de China espera a Trump antes de una reunión bilateral en Japón, en 2019.Credit…Erin Schaff/The New York TimesSin duda, Xi siente algún aturdimiento respecto a Trump. El expresidente estadounidense lo llamó una vez simplemente “genial”, antes de cambiar de opinión. China, después de negociar una tregua en la guerra comercial de los países hace un año, fue objeto de un feroz ataque por parte del gobierno de Trump por permitir el virus a través de su negligencia inicial y por su represión en Hong Kong. El gobierno también acusó a China de cometer genocidio en su represión de los uigures y otras minorías musulmanas en la región china de Xinjiang..css-1xzcza9{list-style-type:disc;padding-inline-start:1em;}.css-c7gg1r{font-family:nyt-franklin,helvetica,arial,sans-serif;font-weight:700;font-size:0.875rem;line-height:0.875rem;margin-bottom:15px;color:#121212 !important;}@media (min-width:740px){.css-c7gg1r{font-size:0.9375rem;line-height:0.9375rem;}}.css-rqynmc{font-family:nyt-franklin,helvetica,arial,sans-serif;font-size:0.9375rem;line-height:1.25rem;color:#333;margin-bottom:0.78125rem;}@media (min-width:740px){.css-rqynmc{font-size:1.0625rem;line-height:1.5rem;margin-bottom:0.9375rem;}}.css-rqynmc strong{font-weight:600;}.css-rqynmc em{font-style:italic;}.css-yoay6m{margin:0 auto 5px;font-family:nyt-franklin,helvetica,arial,sans-serif;font-weight:700;font-size:1.125rem;line-height:1.3125rem;color:#121212;}@media (min-width:740px){.css-yoay6m{font-size:1.25rem;line-height:1.4375rem;}}.css-1dg6kl4{margin-top:5px;margin-bottom:15px;}.css-16ed7iq{width:100%;display:-webkit-box;display:-webkit-flex;display:-ms-flexbox;display:flex;-webkit-align-items:center;-webkit-box-align:center;-ms-flex-align:center;align-items:center;-webkit-box-pack:center;-webkit-justify-content:center;-ms-flex-pack:center;justify-content:center;padding:10px 0;background-color:white;}.css-pmm6ed{display:-webkit-box;display:-webkit-flex;display:-ms-flexbox;display:flex;-webkit-align-items:center;-webkit-box-align:center;-ms-flex-align:center;align-items:center;}.css-pmm6ed > :not(:first-child){margin-left:5px;}.css-5gimkt{font-family:nyt-franklin,helvetica,arial,sans-serif;font-size:0.8125rem;font-weight:700;-webkit-letter-spacing:0.03em;-moz-letter-spacing:0.03em;-ms-letter-spacing:0.03em;letter-spacing:0.03em;text-transform:uppercase;color:#333;}.css-5gimkt:after{content:’Collapse’;}.css-rdoyk0{-webkit-transition:all 0.5s ease;transition:all 0.5s ease;-webkit-transform:rotate(180deg);-ms-transform:rotate(180deg);transform:rotate(180deg);}.css-eb027h{max-height:5000px;-webkit-transition:max-height 0.5s ease;transition:max-height 0.5s ease;}.css-6mllg9{-webkit-transition:all 0.5s ease;transition:all 0.5s ease;position:relative;opacity:0;}.css-6mllg9:before{content:”;background-image:linear-gradient(180deg,transparent,#ffffff);background-image:-webkit-linear-gradient(270deg,rgba(255,255,255,0),#ffffff);height:80px;width:100%;position:absolute;bottom:0px;pointer-events:none;}#masthead-bar-one{display:none;}#masthead-bar-one{display:none;}.css-1amoy78{background-color:white;border:1px solid #e2e2e2;width:calc(100% – 40px);max-width:600px;margin:1.5rem auto 1.9rem;padding:15px;box-sizing:border-box;}@media (min-width:740px){.css-1amoy78{padding:20px;width:100%;}}.css-1amoy78:focus{outline:1px solid #e2e2e2;}.css-1amoy78[data-truncated] .css-rdoyk0{-webkit-transform:rotate(0deg);-ms-transform:rotate(0deg);transform:rotate(0deg);}.css-1amoy78[data-truncated] .css-eb027h{max-height:300px;overflow:hidden;-webkit-transition:none;transition:none;}.css-1amoy78[data-truncated] .css-5gimkt:after{content:’See more’;}.css-1amoy78[data-truncated] .css-6mllg9{opacity:1;}.css-k9atqk{margin:0 auto;overflow:hidden;}.css-k9atqk strong{font-weight:700;}.css-k9atqk em{font-style:italic;}.css-k9atqk a{color:#326891;-webkit-text-decoration:none;text-decoration:none;border-bottom:1px solid #ccd9e3;}.css-k9atqk a:visited{color:#333;-webkit-text-decoration:none;text-decoration:none;border-bottom:1px solid #ddd;}.css-k9atqk a:hover{border-bottom:none;}Capitol Riot FalloutFrom Riot to ImpeachmentThe riot inside the U.S. Capitol on Wednesday, Jan. 6, followed a rally at which President Trump made an inflammatory speech to his supporters, questioning the results of the election. Here’s a look at what happened and the ongoing fallout:As this video shows, poor planning and a restive crowd encouraged by President Trump set the stage for the riot.A two hour period was crucial to turning the rally into the riot.Several Trump administration officials, including cabinet members Betsy DeVos and Elaine Chao, announced that they were stepping down as a result of the riot.Federal prosecutors have charged more than 70 people, including some who appeared in viral photos and videos of the riot. Officials expect to eventually charge hundreds of others.The House voted to impeach the president on charges of “inciting an insurrection” that led to the rampage by his supporters.La estrategia de Trump fue errática, pero sus críticas fueron congruentes. China, con su Estado de vigilancia, quiere superar a Estados Unidos como la gran potencia mundial para mediados de siglo, lo cual supondrá tal vez el mayor reto para el gobierno de Biden. Biden pretende encabezar a todas las democracias del mundo para enfrentar a China. Sin embargo, el legado de Trump es la reticencia de los aliados a alinearse con un Estados Unidos cuya palabra ahora vale menos. Parece inevitable que la Unión Europea, India y Japón tengan sus propias políticas sobre China.Incluso en los casos en los que Trump impulsó la paz en Oriente Medio, como entre Israel y algunos estados árabes, también avivó las tensiones con Irán. Biden ha sugerido que el presidente Abdel Fattah el-Sisi de Egipto era el “dictador favorito” de Trump. Pero entonces Estados Unidos ya no es la democracia favorita del mundo.“Aunque diga que Sisi no da libertad, ¿en qué lugar del mundo hay libertad total?”, dijo Ayman Fahri, de 24 años, un estudiante tunecino en El Cairo. Dijo que preferiría el reconocido autoritarismo efectivo de el-Sisi a la turbulenta democracia incipiente de Túnez. “Mira a Trump y lo que hizo”.Trump llamó al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, “deshonesto y débil”, mientras que el brutal Kim de Corea del Norte le pareció “simpático”. No le veía el sentido a la OTAN, pero se cuadró ante un general norcoreano.Trump y el líder norcoreano, Kim Jong-un, en la Zona Desmilitarizada entre Corea del Norte y Corea del Sur en 2019. Credit…Erin Schaff/The New York TimesAbandonó del Acuerdo de París sobre el cambio climático y el acuerdo nuclear de Irán y planeó sacar a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud. Puso de cabeza el orden de la posguerra liderado por Estados Unidos. Incluso si el gobierno de Biden se mueve rápido para revertir algunas de estas decisiones, como lo hará, la confianza tardará años en restaurarse.Ischinger dijo: “Nuestra relación no volverá a ser como era antes de Trump”.Dmitry Medvedev, el expresidente de Rusia y ahora subdirector del Consejo de Seguridad del Kremlin de Putin, describió a Estados Unidos como un país sumido “en una guerra fría civil” que lo hace incapaz de ser un socio predecible. En un ensayo, concluyó que: “En los próximos años, es probable que nuestra relación siga siendo en extremo fría”.Sin embargo, la relación de Estados Unidos con Rusia, al igual que otras relaciones internacionales críticas, cambiará bajo el mandato de Biden, quien tiene profundas convicciones sobre el papel internacional crucial de Estados Unidos en la defensa y la expansión de la libertad.Biden ha descrito a Putin como un “matón de la KGB”. Se ha comprometido a pedir cuentas a Rusia del ataque con agente nervioso perpetrado en agosto contra el líder de la oposición Aleksei A. Navalny, un incidente ignorado por Trump en consonancia con su aceptación acrítica a Putin. Navalny fue detenido esta semana a su regreso a Rusia, una medida condenada en un tuit por Jake Sullivan, el nuevo asesor de seguridad nacional.Trump y el presidente Vladimir Putin de Rusia en la cumbre del G20 en Japón en 2019.Credit…Erin Schaff/The New York TimesPutin esperó más de un mes para felicitar a Biden por su victoria. También tomó un tiempo, pero los puestos de recuerdos en Ismailovo, un extenso mercado al aire libre en Moscú, ahora venden muñecos de madera de Biden, al estilo de las matrioskas, y ya no tienen muñecos de Trump. “Ya nadie lo quiere”, dijo un vendedor. “Está acabado”.El mundo, al igual que Estados Unidos, quedó traumatizado por los años de Trump. Todo el alambre de púas en Washington y los miles de soldados de la Guardia Nacional desplegados para asegurar una transferencia pacífica del poder en Estados Unidos de América son testimonio de ello.No obstante, la Constitución prevaleció. Las maltratadas instituciones prevalecieron. Estados Unidos prevaleció cuando se desplegó al Ejército de manera similar para proteger las capitales de los estados durante el movimiento por los derechos civiles en la década de 1960. Trump está en Mar-a-Lago. Y apostar en contra de la capacidad de Estados Unidos para reinventarse y resurgir nunca fue una buena idea, ni siquiera en los peores momentos.Vivian Yee More

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    Trump Bequeaths Biden an Upended World

    #masthead-section-label, #masthead-bar-one { display: none }Capitol Riot FalloutLatest UpdatesInside the SiegeVisual TimelineNotable ArrestsCapitol Police in CrisisAdvertisementContinue reading the main storySupported byContinue reading the main storyNews AnalysisTrump Bequeaths Biden an Upended WorldThe sheen is off America. But betting against the country’s capacity for reinvention was never a good idea.President Trump with other G7 leaders in Canada in 2018. His “America First” positions galvanized other nations to put themselves first, too.Credit…Jesco Denzel/German Government, via Agence France-Presse — Getty ImagesJan. 19, 2021Updated 1:34 p.m. ETPARIS — Most countries lost patience long ago. The erratic outbursts of President Trump were unacceptable to allies when they were not simply insulting. Even rivals like China and Russia reeled at the president’s gut-driven policy lurches. Mr. Trump said in 2016 that America must be “more unpredictable.” He was true to his word.The sudden infatuation with North Korea’s Stalinist leader, Kim Jong-un, the kowtowing to President Vladimir V. Putin of Russia, the “Chinese virus” obsession, the enthusiasm for the fracturing of the European Union, and the apparent abandonment of core American democratic values were so shocking that Mr. Trump’s departure on Wednesday from the White House is widely viewed with relief.The sheen is off America, its democratic ideals hollowed. Mr. Trump’s imprint on the world will linger. While passionate denunciations are widespread, there is a legacy of Trumpism that in some circles won’t easily fade. Through his “America First” obsession, he galvanized other nations to put themselves first, too. They will not soon fall back into line behind the United States. The domestic fracture that Mr. Trump sharpened will endure, undermining the projection of American power.“Mr. Trump is a criminal, a political pyromaniac who should be sent to criminal court,” Jean Asselborn, Luxembourg’s foreign minister, said in a radio interview. “He’s a person who was elected democratically but who is not interested in democracy in the slightest.”Such language about an American president from a European ally would have been unthinkable before Mr. Trump made outrage the leitmotif of his presidency, along with an assault on truth. His denial of a fact — a defeat in the November election — was seen by leaders including Angela Merkel, the chancellor of Germany, as the spark to the Jan. 6 storming of the Capitol by Trump supporters.A mob amok in the inner sanctum of American democracy looked to many countries like Rome sacked by the Visigoths. America, to foreign observers, has fallen. Mr. Trump’s reckless disruption, in the midst of a pandemic, has bequeathed to Joseph R. Biden Jr., the incoming president, a great global uncertainty.Trump supporters at the U.S. Capitol earlier this month. The scenes shocked observers worldwide.Credit…Jason Andrew for The New York Times“The post-Cold War era has come to an end after 30 years, and a more complex and challenging era is unfolding: a world in danger!” said Wolfgang Ischinger, the chairman of the Munich Security Conference.Mr. Trump’s talent for gratuitous insults was felt the world over. In Mbour, a coastal town in Senegal, Rokhaya Dabo, a school administrator, said, “I don’t speak English, but I was offended when he said Africa is a shithole.” In Rome, Piera Marini, who makes hats for her store on Via Giulia, said she was delighted Mr. Trump was going: “Just the way he treated women was chilling.”“Biden needs to tackle the restoration of democracy at home in a humble way that allows Europeans to say we have similar problems, so let’s get out of this together,” Nathalie Tocci, an Italian political scientist, said in an interview. “With Trump, we Europeans were suddenly the enemy.”Still, to the last, Mr. Trump’s nationalism had its backers. They ranged from the majority of Israelis, who liked his unconditional support, to aspiring autocrats from Hungary to Brazil who saw in him the charismatic leader of a counterrevolution against liberal democracy.Mr. Trump was the preferred candidate of 70 percent of Israelis before the November election, according to a poll by the Israel Democracy Institute. “Israelis are apprehensive about what lies beyond the Trump administration,” said Shalom Lipner, who long served in the prime minister’s office. They have their reasons. Mr. Trump was dismissive of the Palestinian cause. He helped Israel normalize relations with several Arab states.Mr. Trump was the preferred candidate of 70 percent of Israelis before the November election.Credit…Ariel Schalit/Associated PressElsewhere the support for Mr. Trump was ideological. He was the symbol of a great nationalist and autocratic lurch. He personified a revolt against Western democracies, portrayed as the place where family, church, nation and traditional notions of marriage and gender go to die. He resisted mass migration, diversity and the erosion of white male dominance.One of Trump’s boosters, the nationalist Brazilian president, Jair Bolsonaro, claimed this month that in the American election, “There were people who voted three, four times, dead people voted.” In an illustration of Mr. Trump’s role as an enabler of autocrats, Mr. Bolsonaro went on to question the integrity of Brazil’s voting system.Viktor Orban, Hungary’s anti-immigrant prime minister and a strong Trump supporter, told Reuters last year that the Democrats had forced “moral imperialism” on the world. Although he congratulated Mr. Biden on his victory, Mr. Orban’s relations with the new president are certain to be strained.This global cultural battle will continue because the conditions of its eruption — insecurity, disappearing jobs, resentment in societies made still more unequal by the impact of Covid-19 — persist from France to Latin America. The Trump phenomenon also persists. His tens of millions of supporters are not about to vanish.“Were the events at the Capitol the apotheosis and tragic endpoint of Trump’s four years, or was it the founding act of a new American political violence spurred by a dangerous energy?” François Delattre, the secretary-general of the French Foreign Ministry, asked. “We do not know, and in countries with similar crises of their democratic models we must worry.”France is one such country of increasingly tribal confrontation. If the U.S. Justice Department could be politicized, if the Centers for Disease Control and Prevention could be eviscerated, and if 147 elected Members of Congress could vote to overturn the election results even after the Capitol was stormed, there is reason to believe that in other fractured post-truth societies anything could happen.“How did we get here? Gradually and then suddenly, as Hemingway had it,” said Peter Mulrean, a former United States ambassador to Haiti now living in France. “We’ve seen the steady degradation of truth, values and institutions. The world has watched.”As Simon Schama, the British historian, has observed, “When truth perishes so does freedom.” Mr. Trump, for whom truth did not exist, leaves a political stage where liberty is weakened. An emboldened Russia and an assertive China are more strongly placed than ever to mock democracy and push agendas hostile to liberalism.Toward China, Mr. Trump’s policy was so incoherent that Xi Jinping, the Chinese leader, was left appealing to Starbucks, which has thousands of stores in China, to improve strained U.S.-China relations. Mr. Xi wrote last week to the company’s former chief executive, Howard Schultz, to “encourage him” to help with “the development of bilateral relations,” the official Xinhua news agency reported.President Xi Jinping of China waiting for Mr. Trump before a bilateral meeting in Japan in 2019. Credit…Erin Schaff/The New York TimesMr. Xi no doubt feels some Trump whiplash. The president once called him just “great,” before changing his mind. China, after negotiating a truce in the countries’ trade war a year ago, came under fierce attack by the Trump administration for enabling the virus through its initial neglect and for its crackdown in Hong Kong. The administration also accused the Chinese government of committing genocide in its repression of Uighurs and other Muslim minorities in the Xinjiang region of China.Mr. Trump’s approach was erratic but his criticism coherent. China, with its surveillance state, wants to overtake America as the world’s great power by midcentury, presenting the Biden administration with perhaps its greatest challenge. Mr. Biden aims to harness all the world’s democracies to confront China. But Mr. Trump’s legacy is reluctance among allies to line up behind a United States whose word is now worth less. It seems inevitable that the European Union, India and Japan will all have their own China policies..css-1xzcza9{list-style-type:disc;padding-inline-start:1em;}.css-c7gg1r{font-family:nyt-franklin,helvetica,arial,sans-serif;font-weight:700;font-size:0.875rem;line-height:0.875rem;margin-bottom:15px;color:#121212 !important;}@media (min-width:740px){.css-c7gg1r{font-size:0.9375rem;line-height:0.9375rem;}}.css-rqynmc{font-family:nyt-franklin,helvetica,arial,sans-serif;font-size:0.9375rem;line-height:1.25rem;color:#333;margin-bottom:0.78125rem;}@media (min-width:740px){.css-rqynmc{font-size:1.0625rem;line-height:1.5rem;margin-bottom:0.9375rem;}}.css-rqynmc strong{font-weight:600;}.css-rqynmc em{font-style:italic;}.css-yoay6m{margin:0 auto 5px;font-family:nyt-franklin,helvetica,arial,sans-serif;font-weight:700;font-size:1.125rem;line-height:1.3125rem;color:#121212;}@media (min-width:740px){.css-yoay6m{font-size:1.25rem;line-height:1.4375rem;}}.css-1dg6kl4{margin-top:5px;margin-bottom:15px;}.css-16ed7iq{width:100%;display:-webkit-box;display:-webkit-flex;display:-ms-flexbox;display:flex;-webkit-align-items:center;-webkit-box-align:center;-ms-flex-align:center;align-items:center;-webkit-box-pack:center;-webkit-justify-content:center;-ms-flex-pack:center;justify-content:center;padding:10px 0;background-color:white;}.css-pmm6ed{display:-webkit-box;display:-webkit-flex;display:-ms-flexbox;display:flex;-webkit-align-items:center;-webkit-box-align:center;-ms-flex-align:center;align-items:center;}.css-pmm6ed > :not(:first-child){margin-left:5px;}.css-5gimkt{font-family:nyt-franklin,helvetica,arial,sans-serif;font-size:0.8125rem;font-weight:700;-webkit-letter-spacing:0.03em;-moz-letter-spacing:0.03em;-ms-letter-spacing:0.03em;letter-spacing:0.03em;text-transform:uppercase;color:#333;}.css-5gimkt:after{content:’Collapse’;}.css-rdoyk0{-webkit-transition:all 0.5s ease;transition:all 0.5s ease;-webkit-transform:rotate(180deg);-ms-transform:rotate(180deg);transform:rotate(180deg);}.css-eb027h{max-height:5000px;-webkit-transition:max-height 0.5s ease;transition:max-height 0.5s ease;}.css-6mllg9{-webkit-transition:all 0.5s ease;transition:all 0.5s ease;position:relative;opacity:0;}.css-6mllg9:before{content:”;background-image:linear-gradient(180deg,transparent,#ffffff);background-image:-webkit-linear-gradient(270deg,rgba(255,255,255,0),#ffffff);height:80px;width:100%;position:absolute;bottom:0px;pointer-events:none;}#masthead-bar-one{display:none;}#masthead-bar-one{display:none;}.css-1cs27wo{background-color:white;border:1px solid #e2e2e2;width:calc(100% – 40px);max-width:600px;margin:1.5rem auto 1.9rem;padding:15px;}@media (min-width:740px){.css-1cs27wo{padding:20px;}}.css-1cs27wo:focus{outline:1px solid #e2e2e2;}.css-1cs27wo[data-truncated] .css-rdoyk0{-webkit-transform:rotate(0deg);-ms-transform:rotate(0deg);transform:rotate(0deg);}.css-1cs27wo[data-truncated] .css-eb027h{max-height:300px;overflow:hidden;-webkit-transition:none;transition:none;}.css-1cs27wo[data-truncated] .css-5gimkt:after{content:’See more’;}.css-1cs27wo[data-truncated] .css-6mllg9{opacity:1;}.css-k9atqk{margin:0 auto;overflow:hidden;}.css-k9atqk strong{font-weight:700;}.css-k9atqk em{font-style:italic;}.css-k9atqk a{color:#326891;-webkit-text-decoration:none;text-decoration:none;border-bottom:1px solid #ccd9e3;}.css-k9atqk a:visited{color:#333;-webkit-text-decoration:none;text-decoration:none;border-bottom:1px solid #ddd;}.css-k9atqk a:hover{border-bottom:none;}Capitol Riot FalloutFrom Riot to ImpeachmentThe riot inside the U.S. Capitol on Wednesday, Jan. 6, followed a rally at which President Trump made an inflammatory speech to his supporters, questioning the results of the election. Here’s a look at what happened and the ongoing fallout:As this video shows, poor planning and a restive crowd encouraged by President Trump set the stage for the riot.A two hour period was crucial to turning the rally into the riot.Several Trump administration officials, including cabinet members Betsy DeVos and Elaine Chao, announced that they were stepping down as a result of the riot.Federal prosecutors have charged more than 70 people, including some who appeared in viral photos and videos of the riot. Officials expect to eventually charge hundreds of others.The House voted to impeach the president on charges of “inciting an insurrection” that led to the rampage by his supporters.Even where Mr. Trump advanced peace in the Middle East, as between Israel and some Arab states, he also stoked tensions with Iran. Mr. Biden has suggested that President Abdel Fattah el-Sisi of Egypt was Mr. Trump’s “favorite dictator.” But then America is no longer the world’s favorite democracy.“Even if you say Sisi doesn’t give freedom, where in the world is there total freedom?” said Ayman Fahri, 24, a Tunisian student in Cairo. He said he would take Mr. el-Sisi’s brand of effective authoritarianism over Tunisia’s turbulent fledgling democracy. “Look at Trump and what he did.”Mr. Trump called the Canadian prime minister, Justin Trudeau, “dishonest and weak,” whereas North Korea’s brutal Mr. Kim was “funny.” He did not see the point of NATO but saluted a North Korean general.Mr. Trump and North Korean leader, Kim Jong-un, at the Demilitarized Zone between North and South Korea in 2019. Credit…Erin Schaff/The New York TimesHe exited the Paris Agreement on climate change and the Iran nuclear agreement, and planned to leave the World Health Organization. He stood the postwar American-led order on its head. Even if the Biden administration moves fast to reverse some of these decisions, as it will, trust will take years to restore.Mr. Ischinger said: “We will not be returning to the pre-Trump relationship.”Dmitri Medvedev, the former president of Russia and now deputy head of Mr. Putin’s Kremlin Security Council, described America as mired “in a cold civil war” that makes it incapable of being a predictable partner. In an essay, he concluded that, “In the coming years, our relationship is likely to remain extremely cold.”But the U.S. relationship with Russia, like other critical international relationships, will change under Mr. Biden, who has deep convictions about America’s critical international role in defending and extending freedom.Mr. Biden has described Mr. Putin as a “K.G.B. thug.” He has pledged to hold Russia accountable for the August nerve-agent attack on the opposition leader Aleksei A. Navalny — an incident ignored by Mr. Trump in line with his uncritical embrace of Mr. Putin. Mr. Navalny was arrested this week on his return to Russia, a move condemned in a tweet by Jake Sullivan, the incoming national security adviser.Mr. Trump and President Vladimir V. Putin of Russia at the G20 summit in Japan in 2019. Credit…Erin Schaff/The New York TimesMr. Putin waited more than a month to congratulate Mr. Biden on his victory. It also took a while, but souvenir stalls at Ismailovo, a sprawling outdoor market in Moscow, now stock wooden nesting dolls featuring Mr. Biden and have dropped Trump dolls. “Nobody wants him anymore,” said a man selling dolls. “He is finished.”The world, like America, was traumatized by the Trump years. All the razor wire in Washington and the thousands of National Guard troops deployed to make sure a peaceful transfer of power takes place in the United States of America are testimony to that.But the Constitution held. Battered institutions held. America held when troops were similarly deployed to protect state capitols during the civil rights movement in the 1960s. Mr. Trump is headed to Mar-a-Lago. And betting against America’s capacity for reinvention and revival was never a good idea, even at the worst of times.Reporting was contributed by More