More stories

  • in

    Elecciones en México y Perú: qué está en juego

    El TimesElecciones del 6 de junio: México y Perú van a las urnasLabores previas a la elección del 6 de junio en el Instituto Estatal Electoral de Chihuahua en Ciudad Juárez, MéxicoJose Luis Gonzalez/ReutersLas dos jornadas electorales han sido percibidas como referendos sobre el manejo de la pandemia y un modelo económico que parece incapaz de mitigar la desigualdad.Las elecciones de hoy, domingo 6 de junio, serán cruciales para millones de latinoamericanos que acudirán a las urnas en México y Perú. América Latina es una de las regiones más afectadas por la pandemia de COVID-19: alrededor de una tercera parte de las muertes causadas por el virus en el mundo se han registrado en países latinoamericanos, a pesar de que solo el 8 por ciento de la población mundial vive ahí. El impacto regional del virus al sur del río Bravo es notable si se considera que, mientras Estados Unidos se prepara para volver a la normalidad pospandémica, países como Argentina, Colombia, Costa Rica y Uruguay atraviesan su peor brote.Mexicanos y peruanos no son los únicos que han votado desde que inició la pandemia. En total, entre 2020 y 2022, se celebran 9 comicios presidenciales a lo largo de 25 meses en América Latina.Ecuador eligió en abril a un exbanquero conservador como su presidente después de una campaña que fue crucial para el movimiento indígena. En noviembre, Honduras y Nicaragua tendrán elecciones presidenciales.Además, este año, los chilenos aprobaron en un plebiscito reescribir su Constitución y Argentina irá a las urnas en octubre para las legislativas de medio término.¿Qué está en juego en las elecciones de hoy? Aquí tenemos las claves. México a elecciones de medio términoLa votación será una prueba de la popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien busca consolidar la mayoría que hoy tiene su partido en el Congreso para avanzar en su proyecto político en los tres años restantes de su sexenio. Para alcanzar una supermayoría en la Cámara baja (334 escaños) el partido de López Obrador, Morena, ha formado coaliciones con el Partido Verde y el Partido del Trabajo.La jornada del domingo será el ejercicio electoral más grande de la historia: 93 millones de mexicanos están convocados a las urnas para decidir sobre unos 20.000 cargos, entre ellos los 500 asientos de la Cámara de Diputados, 15 gubernaturas y miles de puestos locales.López Obrador, quien gobierna el país desde 2018, ha emprendido lo que llama “la cuarta transformación” del país con la promesa de combatir la corrupción y la violencia y redistribuir la riqueza entre los más vulnerables. La austeridad es parte clave de su mandato.Los críticos del presidente han señalado que hasta ahora no ha cumplido con sus promesas electorales y señalan que, en materia de migración, cedió a las demandas del expresidente Donald Trump. Sin embargo, López Obrador llega la mitad de su mandato con altos índices de popularidad.México ha sufrido los embates del coronavirus sin cerrar fronteras ni suspender actividades como muchos de sus vecinos con un manejo muy cuestionado de la emergencia sanitaria. El brote ha infectado a 2,3 millones de mexicanos y ha cobrado la vida de más de 221.695 personas.Los resultados comenzarán a darse a conocer la tarde del domingo y el Instituto Nacional Electoral hará un anuncio hacia las 11 p. m., hora del centro de México, en cadena nacional. Perú en segunda vueltaLos peruanos elegirán a su próximo presidente en un balotaje entre Pedro Castillo, un exmaestro rural y dirigente sindical que postula con un partido de extrema izquierda, y Keiko Fujimori, heredera del legado del exmandatario encarcelado Alberto Fujimori y ella misma acusada por crimen organizado. Ninguno de los dos era el favorito en primera vuelta, cuando se presentaron 18 candidatos.La votación en segunda vuelta se ha convertido en una suerte de referéndum sobre el modelo económico del país, que en los últimos 20 años ha logrado un crecimiento ejemplar en la región pero no ha conseguido eliminar la desigualdad. El Congreso, definido en la primera vuelta, estará dominado por Perú Libre (37 escaños de 130), el partido de Castillo; Fuerza Popular, el partido de Fujimori, tendrá 24 congresistas en la nueva legislatura.Perú ha tenido cuatro presidentes en el último quinquenio: Pedro Pablo Kuczynski, el último mandatario electo en contienda regular, renunció en 2018 después de varios intentos del Congreso por destituirlo; su vicepresidente y sucesor, Martín Vizcarra, quien gozaba de aprobación incluso en los primeros meses de la pandemia, tuvo el mismo destino. La turbulencia política del último quinquenio ha estado marcada por escándalos de corrupción y un creciente descontento popular con la clase gobernante. Tres expresidentes de Perú han estado investigados por casos de corrupción y uno más, Alan García, se suicidó cuando las autoridades estaban a punto de arrestarlo. A pesar de las rápidas medidas para contener el avance del coronavirus, el país ha sido uno de los más afectados por la pandemia a nivel mundial. Recientemente las autoridades sanitarias reconocieron que la cantidad de fallecimientos por COVID-19 era de más de 180.764, casi el triple de lo reflejado en el registro oficial.Los resultados empezarán a darse a conocer en el sitio del Jurado Nacional de Elecciones conforme vayan cerrando las mesas de votación la tarde del domingo. More

  • in

    López Obrador, pese a todo

    CIUDAD DE MÉXICO — México parece estar habitado exclusivamente por dos tipos de seres humanos, los que odian a su presidente y los que lo aman.El propio Andrés Manuel López Obrador luce fascinado con los sentimientos encontrados que provoca. Él mismo ha alimentado la polarización con su frase: “O se está con la transformación o se está en contra de la transformación del país”, sin admitir medias tintas. Y todos los días el mandatario convierte sus conferencias de prensa matutinas en arena de confrontación, señalando adversarios y construyendo el campo de batalla verbal para las siguientes 24 horas.Pero no se trata de una polarización artificial. Hace buen rato que México dejó de ser una sociedad para convertirse en dos países, por así decirlo, con una difícil convivencia en las zonas en que se traslapan. Las dos partes están genuinamente convencidas de que su idea de país es la que más conviene a México. Y tienen razón, salvo que cada cual habla de un país distinto al que la otra parte tiene en la cabeza.Este domingo, en las elecciones intermedias, habrán de confrontarse estas dos visiones en una especie de plebiscito a mitad del gobierno de López Obrador. Si bien su partido, Morena, llega con amplia ventaja en la intención de voto, no está claro que pueda conseguir la mayoría calificada en el poder legislativo que le permitiría hacer cambios en la Constitución sin necesidad de negociar con la oposición. Algunos consideran que darle ese poder a un presidente al que acusan de autoritario, pondría en riesgo a la democracia mexicana. Los obradoristas, por su parte, están convencidos de que el control del Congreso es necesario para destrabar los obstáculos interpuestos por los políticos y los grupos económicos contra la posibilidad de un cambio en favor de los pobres.Creo que hay un punto medio. Aunque estoy en desacuerdo con algunos modos y acciones de López Obrador —como el estilo personalista y los beneficios que le ha dado al ejército mexicano—, creo que su proyecto político, pese a todo, sigue siendo un legítimo intento de darle representatividad al México rural y menos favorecido por más de tres décadas de un modelo económico que los excluyó ensanchado las brechas de la desigualdad.Esta disparidad amenaza el tejido social mismo de la nación. Por razones éticas pero también por prudencia política, resulta urgente conjurar los riesgos de inestabilidad social que deriva de la difícil convivencia de estos dos Méxicos. Y dado que la oposición hasta ahora ha sido incapaz de ofrecer una alternativa a este problema, estoy convencido de que López Obrador es la única opción viable para evitar la desesperanza de las mayorías y lo que podría entrañar.Nada ejemplifica mejor la noción de estos dos Méxicos: el 56 por ciento de la población laboralmente activa trabaja en el sector informal, no es reconocida en su propio país y carece de seguridad social. Es una proporción que ha crecido a lo largo del tiempo; no se trata de un anacronismo que vaya a desaparecer con el desarrollo, sino que es producto de este tipo de desarrollo. El sistema ha sido incapaz de ofrecer una alternativa para sustentar a su población.Para entender el respaldo de la mayoría de los mexicanos en la mitad del sexenio, hay que regresar a uno de los hitos del México contemporáneo. A principios de los años noventa del siglo pasado, el presidente Carlos Salinas de Gortari propuso una apuesta ambiciosa y provocadora: firmar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, privatizar la economía y confiar en las fuerzas del mercado para modernizar al país. La premisa tenía lógica: priorizar a los sectores y regiones punta de la economía equivalía a apostar por una locomotora poderosa capaz de arrastrar a todo el tren, incluidos los vagones más atrasados.Pero algo falló en esta apuesta. En los últimos treinta años el promedio de crecimiento de México ha sido de alrededor del 2,2 por ciento anual y con enormes disparidades internas (las diez personas más ricas de México acumulan la misma riqueza que el 50 por ciento más pobre del país, según un reporte de 2018 de Oxfam).Salinas fue incapaz de subordinar a las élites privilegiadas o no quiso hacerlo, y terminó con una apertura tropicalizada, con monopolios locales protegidos, prebendas y márgenes de utilidad extraordinarios derivados de la corrupción y la ineficiencia. El fenómeno provocó una sensación de prosperidad en unos vagones pero fue incapaz de arrastrar al país en su conjunto.En términos políticos sucedió algo similar. En los últimos treinta años México modernizó su sistema electoral y construyó instituciones democráticas, para favorecer la competencia, la transparencia y el equilibrio de poderes. Otra vez, una modernización que parecía tener sentido para una porción de mexicanos, pero con escaso efecto para quienes quedaban atrás.Para muchos, democracia solo es una palabra esgrimida en las elecciones y en el discurso de gobernantes que se han enriquecido a costa del erario. Según Latinobarómetro, en México apenas el 15,7 por ciento de los entrevistados dijeron estar satisfechos con la democracia y es uno de los países del continente con menor confianza en su sistema de gobierno.En 2018, cuando López Obrador se lanzó por tercera vez a la presidencia, la indignación y la rabia de ese México profundo parecían haber llegado a un límite. Los signos de descontento eran visibles: desaprobación a niveles históricos del desempeño del gobierno y, ante el abandono estatal, algunas comunidades empezaron a hacer justicia por mano propia. López Obrador ofreció una vía política electoral para esa crispación y obtuvo el triunfo con más del 50 por ciento de los votos.Desde entonces ha intentado gobernar en beneficio de ese México sumergido. Aumentó el salario mínimo, estableció —según declaraciones de su gobierno— transferencias sociales directas por alrededor de 33.000 millones de dólares anuales a grupos desfavorecidos e instrumentó ambiciosos proyectos para las regiones tradicionalmente obviadas por los gobiernos centrales, como el sureste del país, con los controversiales Tren Maya o la refinería Dos Bocas.Muchos califican su estilo de gobierno y sus proyectos sociales y económicos de rústicos y premodernos. Su afán de hacerse un espacio entre otros poderes bordea el límite de lo permitido por la ley, como cuando ataca a la prensa independiente. El pequeño porcentaje de la población que prosperó en estas décadas tiene razones para estar irritada o preocupada. Y, sin embargo, en casi tres años las sacudidas han sido más verbales que efectivas.AMLO no ha sido el ogro de extrema izquierda al que muchos temían. Pese a su verbo radical, la política financiera de su gobierno es prácticamente neoliberal: aversión al endeudamiento, control de la inflación, austeridad y equilibrio en el gasto público, rechazo a expropiaciones al sector privado o a la movilización de masas en contra de sus rivales.Durante la pandemia, su gobierno repartió un millón de ayudas y microcréditos de aproximadamente mil dólares con bajo interés a pequeñas empresas, pero en conjunto el presidente fue duramente criticado por todo el espectro político por su negativa a expandir el gasto fiscal para contrarrestar el impacto de la covid en el empleo y ayudar a quienes no se benefician de sus programas sociales. Con todo, es un político menos radical de lo que se le acusa y más responsable de la cosa pública de lo que se le reconoce.El 61 por ciento de la población que lo apoya, perteneciente a los sectores que más razones tienen para estar descontentos con el sistema, asume que quien habita en el Palacio Nacional habla en su nombre y opera en su beneficio. El presidente no es una amenaza para México, como dicen sus adversarios, pero sí lo es la inconformidad social que lo hizo presidente.Neutralizarlo, sin resolver el problema, es el verdadero peligro para todos. El divorcio de los dos Méxicos requiere reparación, hacer una pausa para voltear a ver a los dejados atrás, volver a enganchar los trenes y asegurar que en él viajamos todos. En este momento, solo López Obrador, pese a todo, está en condiciones de ofrecer esa posibilidad a los ciudadanos. El próximo domingo sabremos cuántos de ellos están de acuerdo.Jorge Zepeda Patterson es analista político, con estudios de doctorado de Ciencias Políticas de la Sorbona de París. Fundó el diario digital SinEmbargo y ha dirigido medios locales. Es autor, entre otros libros, de Los amos de México. More

  • in

    México y la decadencia de la política

    La política cayó al terreno del freak show en México. El mercado electoral del país es un espectáculo que nada más parece necesitar los personajes rimbombantes de Federico Fellini.Ahí está Lucía Pino, una modelo apodada la Grosera, que promete implantes de senos si la eligen diputada. O Samuel García, un muchacho que dice haber sufrido la mano dura de su padre cuando lo despertaba de madrugada para ir al campo de golf y ahora ha reclutado a roqueros avejentados para que oficien de claque musical de su candidatura a gobernador del estado de Nuevo León. Y luego está el Tinieblas, el luchador de la máscara dorada, otro ejemplo del ridículo normalizado. Su partido, Redes Sociales Progresistas, el mismo que promueve a La Grosera, dice defender los derechos de las minorías, pero cuando le preguntaron cómo integraría a la comunidad LGTBIQ+ a su gobierno en la delegación Venustiano Carranza de Ciudad de México, el Tinieblas no supo qué responder. Después de que le repitieron la pregunta, dijo que protegería a las mujeres.Una panoplia de outsiders —actores, luchadores, cantantes o influencers en las listas de candidatos— se ofrece en las elecciones del 6 de junio en México como alternativa a la omnipotencia del presidente Andrés Manuel López Obrador y a una oposición sospechosa de casi todo. Ese circo prefigura un futuro desastroso para México. El nihilismo, combinado con la dinámica de las redes sociales, está creando un escenario desalentador y degradante. Más que democracia, vodevil electoral.Internet ha permitido la movilización de causas loables como el activismo de justicia racial, pero también, como decía Umberto Eco, le dio una audiencia a idiotas e imbéciles, y al vecino enojado. Su impulso a la rabia social y apatía general podría alimentar un voto suicida: elegir a quien sea con tal de acabar con la clase política tradicional.Estas candidaturas silvestres, posibles en buena medida por las redes —dice mucho que un partido se llame Redes Sociales Progresistas— han banalizado la política cuando más se necesita vigilancia democrática, debates programáticos y planes concretos para resolver los problemas de fondo de México.Claro, si esa oferta electoral está ahí es porque alguien ha sospechado —quizás con certeza— que el absurdo suma votos. No hay nada consolador en eso: México se apresta a definir una elección crítica —que dé la mayoría absoluta a AMLO en el Congreso o introduzca resistencia a su determinación hegemónica— con votantes agobiados de una clase política decadente y una degradación general de la discusión pública. La campaña electoral mexicana, además de sangrienta e insegura (han sido asesinados más de una decena de candidatos) es un programa de televisión de variedades largo y malo. Y mientras la política del show atrae la atención y el morbo, López Obrador avanza sus ataques contra sus críticos y los organismos de control.La mismísima política creó las condiciones para que la antipolítica se apropie de la política. Partidos que por décadas abusaron del poder para entronizar una casta autorrenovable (el PRI), formaciones incapaces de ofrecer un cambio sostenible (el PAN) y opositores que fracasaron en crear una vía progresista (el PRD), lanzaron al electorado hacia Morena, un movimiento personalista creado por López Obrador, quien cree ser un padre fundador.Suele suceder: cuando la oferta electoral tradicional defrauda sin cesar, las sociedades se corren al margen, y hasta 2018, AMLO era el outsider. Pero cuando también falla esa opción limítrofe, la gente puede saltar los límites. Entonces brota el freak show de la Grosera y su oferta de cirugías, golfistas roqueros, luchadores desinformados. Poco se discute de ideas. La conversación gira alrededor de lo estrambótico y febril; estéril para el debate pero productivo para la distracción.El Tinieblas, un luchador que está en la contienda por la alcaldía de la delegación Venustiano Carranza en Ciudad de MéxicoMario Guzman/EPA vía ShutterstockEl nihilismo preinternet se agotaba en las discusiones de los cafés, pero ahora las redes sociales le han dado un amplificador inigualable. No las demonizaré, porque sus costados positivos son significativos, pero Twitter, Facebook e Instagram han facilitado tanto la aparición de figuras escasas de planes y motivadas por los likes como la propagación del ciudadano desencantado, ese elector al que le da igual votar a cualquiera nuevo porque lo viejo está podrido.No es nuevo. En 2001, miles de indignados desafiaron a la clase política en Argentina con su grito “Que se vayan todos”. Pero el fenómeno es todavía más antiguo. En los años cuarenta del siglo pasado, el periodista romano Guglielmo Giannini creó la publicación L’Uomo Qualunque (El hombre común), una usina contra las élites políticas. Su lenguaje era sencillo y su eslogan, un canto al nihilismo: “Abajo todos”. El movimiento que engendró el semanario de Giannini legó un término que se sigue usando, el qualunquismo, que se convirtió en sinónimo de apatía política.La apatía y el enojo siempre buscan un camino y cuando no hay canales, se hará uno. Las candidaturas más o menos espontáneas son buenas para vehiculizar el hartazgo del momento pero no para resolver la gestión de la cosa pública. Candidatos milagreros siempre hubo; hoy son más porque la crisis de representatividad es extendida y son más visibles porque la posibilidad de hacerse oír es ubicua gracias a internet.Es una situación arriesgada. Manejar un Estado requiere burocracias entrenadas y capacidad de generar consensos. El qualunquista no ofrece eso; nada más acabar con lo conocido. Un eslogan, no un plan. Implantes, rocanrol, máscaras vacías.Cacarear en las redes para obtener votos no es difícil, pero ofrecerse como candidato antisistema, ganar y luego decepcionar en el poder por incapacidad o conveniencia —siendo cooptado o absorbido por las viejas dinámicas sistémicas— llevará la desazón social mucho más lejos. Si los candidatos outsiders potencializados por las redes sociales, como la Grosera, el Tinieblas o García, representan ya saltarse los márgenes del sistema, ¿qué queda?: ¿Autócratas francos? ¿Militares? ¿O una vuelta a partidos renovados?México no tiene una salida fácil en la elección de junio. La apatía política y el voto suicida llevados al extremo con el freak show de la política del espectáculo no es la solución a la rabia de los ciudadanos. Es apenas un escalón más para un “que se vayan todos” aún más nocivo.Diego Fonseca (@DiegoFonsecaDF) es escritor y editor. Es director del Seminario Iberoamericano de Periodismo Emprendedor en CIDE-México y maestro de la Fundación Gabo. Voyeur es su libro más reciente. More

  • in

    Félix Salgado Macedonio es Morena

    División, polarización y violencia discursiva, como sucede ahora en México, rara vez son el final del camino, sino el comienzo del descenso a un abismo.El cuasicancelado Michel Foucault decía que el discurso es tanto capaz de esconder sus intenciones políticas —sobre todo cuando proviene del poder— como de fijar significados. De esa manera puede pretenderse ahistórico o científico y con vocación universal cuando es un producto de una época e individuos particulares. O puede decirse no violento cuando, sin mucha máscara, lo es.Bienvenidos a los días la retórica enmascaradora de Andrés Manuel López Obrador y el discurso violento de Félix Salgado Macedonio. Paso a paso, el gobierno de López Obrador ha ido asentando cimientos autoritarios de manera abierta o sutil para lograr que Morena, su movimiento, se consolide como proyecto hegemónico.Tras cuestionar a numerosas instituciones —como el organismo de información y transparencia— estos últimos días AMLO puso la mira en el Instituto Nacional Electoral (INE) justo cuando México entró en la campaña para las elecciones intermedias. El gobierno parece temer que las autoridades electorales sean un escollo en su deseo de obtener una mayoría determinante que permita a AMLO controlar el sexenio, y diseñar su continuidad.Hace días, Félix Salgado Macedonio amenazó con persecuciones y acosó públicamente a los siete consejeros del INE que votaron contra la validez de su candidatura a gobernador del estado de Guerrero. “Si no se reivindican los vamos a hallar”, dijo. Y fue directo sobre el titular del instituto: “¿No le gustaría al pueblo de México saber dónde vive Lorenzo Córdova? […] ¿Cómo está su casita de lámina negra?”.Hubo ataúdes con las imágenes de los consejeros, una corona de flores junto a una imagen de Córdova y una turba reclamando el final del organismo que vela por la legalidad electoral. Con todo el afán provocador, Félix Salgado Macedonio vociferó sus amenazas enfrente de las puertas mismas del INE. La bravuconada no fue circunstancial: él es una muestra desembozada de un proyecto autoritario oculto bajo el poncho del caciquismo paternalista.La violencia debe ser condenada, en discurso y, sobre todo, en acto. La justicia, por ejemplo, debe actuar de oficio contra Macedonio por amenazas directas de violencia. Y Morena debiera cortar vínculos y expulsarlo del partido. Pero no sucederá, pues Macedonio es Morena.En pocas palabras, Félix Salgado Macedonio desnuda el sentimiento íntimo de la organización: caudillismo conservador hijo de otra época, incapaz de convivir con la prensa, la oposición, la sociedad civil y las instituciones democráticas del siglo XXI.El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en marzo de 2021José Méndez/EPA vía ShutterstockEste año, AMLO tiene serias chances de obtener mayoría absoluta en el Congreso, pero no ha dejado de sugerir que las autoridades electorales piensan arruinarle el plan. Es un comportamiento paranoico. Ya había señalado al INE como cómplice de su derrota en las elecciones presidenciales de 2006 y por eso cuando Félix Salgado Macedonio los atacó siguió dudando de su probidad: aunque no avalaba las palabras de su aliado, llamó a “luchar contra el fraude”.Hay una línea, visible o no, entre esos comportamientos. La política de símbolos, sugería Foucault, crea política, no ficciones. Produce sentidos. La gente toma decisiones porque los dichos suelen ser sucedidos por actos. La convocatoria al acoso o la violencia no son gratuitos del mismo modo que los ataques a un organismo regulador como el INE pueden minar la creencia social en sus capacidades y enlodar el proceso electoral.Cuando es el poder —o sus aliados— el que prescribe el discurso, esos actos expresan niveles variados de violencia institucional. El último ejemplo: la prórroga del periodo del presidente de la Suprema Corte de Justicia, cercano a AMLO. Es inconstitucional y una provocación: el gobierno cree que la justicia debe ser permeable a las decisiones presidenciales. AMLO ya dejó clara esa vocación cuando anunció que quería someter la continuidad de la candidatura de Félix Salgado Macedonio a una encuesta telefónica después de que fuera cancelada por el INE.El gobierno de México está nervioso. AMLO acusa sistemáticamente a sus críticos de querer derrumbar su autopromocionada Cuarta Transformación. En los últimos tiempos algunas encuestas sugirieron la posibilidad de que no logre una mayoría determinante en las elecciones intermedias de junio, escenario que le obligaría a dialogar con una oposición a la que aborrece (el sentimiento es mutuo).La creciente pérdida de autocontrol del presidente actualiza peligrosas y nada distantes experiencias de autoritarismo abierto. Hace dos años escribí sobre las coincidencias entre AMLO y Donald Trump. El expresidente de Estados Unidos, como ahora AMLO, atacó al sistema desde los márgenes y llevó la discusión política a un territorio dominado por sus ocurrencias y enemistades. Ambos alimentan la idea de que los medios y la prensa independiente son enemigos y abonan antagonismos. Como AMLO, Trump dejaba que sus subordinados lanzaran globos de ensayos para medir la tolerancia de la opinión pública. Como Trump, también AMLO acusa a los organismos de control electoral y a sus opositores de tolerar o preparar un complot contra él.El parecido es evidente porque filosofía y método son similares. Del mismo modo que supremacistas, como Stephen Miller, fueron parte del gobierno de Trump, hombres como Félix Salgado Macedonio tienen cabida natural en Morena. A menudo promueven un personalismo autoritario para ocupar el poder por la vía electoral y luego minan el sistema desde dentro, muchas veces modificando las normas para eternizarse.Es riesgoso dar por seguro que habrá una crisis institucional en México porque la futurología es proclive al error y el ridículo. Pero las señales no pueden desdeñarse; el país está en riesgo. Cuando los funcionarios en el poder plantean la convivencia en términos de enfrentamiento, crece la posibilidad de la violencia. También cuando se aviva la tensión por acción u omisión minando la integridad de los contrapesos instituciones. Salgado Macedonio y AMLO saben lo que hacen: enlodar la imagen de una institución todavía creíble lleva la disputa a su terreno: sin control, gana el poder. El poder, decía Foucault, no es puramente coercitivo sino discursivo.No hay salida fácil para el camino que encara México. Un gobierno autoritario se enfrentará en las elecciones a partidos opositores castigados por el descredito. Las elecciones legislativas de México no se resolverán por el mal menor sino optando por escalones aun más bajos: quién, de todos, es menos peor. División, polarización y violencia discursiva rara vez son el final del camino, sino el comienzo del descenso a un abismo.Diego Fonseca (@DiegoFonsecaDF) es escritor y director del Seminario Iberoamericano de Periodismo Emprendedor en CIDE-México y del Institute for Socratic Dialogue de Barcelona. Voyeur es su último libro. More

  • in

    ¿Qué es alta política? Vacunar a todos

    Las vacunaciones en América Latina han sido un desastre, producto de problemas de infraestructura y una dirigencia demasiado ocupada en su subsistencia. ¿Pedimos demasiado si reclamamos hacer lo correcto?Hace unos días escuché conversar a dos mujeres en Barcelona mientras esperaban por su vacuna contra la covid. Una se quejaba del manejo de la pandemia con una amargura ecuménica: no importa si eres catalanista o estás a favor del gobierno central, decía, necesitas dar señales claras. Debe haber un mando único, aseguraba. La amiga asentía y al final soltó la perla: “Así debe ser, pero no puedes derramar vino de un cazo vacío”.Europa aun tienen dificultades para probar que la vacunación puede ser veloz cuando poco más del 4 por ciento de la población continental ha recibido un pinchazo en el brazo. Pensaba en eso —y en las señoras del cazo vacío— cuando revisaba las cifras de vacunación en América Latina. Excluido Chile —donde aproximadamente el 20 por ciento de la población está vacunada y se anuncia inmunidad de rebaño tan temprano como en junio—, el resto de la región no ha inyectado, en promedio, ni al uno por ciento de sus ciudadanos.América Latina no ha sido inmune a la degradación creciente de la política, con dirigencias obsesivamente ocupadas en la próxima elección —o en la perpetuidad— y en peleas menores entre gobiernos y oposiciones mientras pobreza, corrupción, atraso y, ahora, miles de muertes parecen suceder en un universo paralelo. Es ciertamente enervante que la escala de prioridades parezca al revés o, peor, inexistente.Estos son momentos de alta política, y alta política ahora es vacunar pronto a todo el mundo. Los míos, los tuyos, los ajenos. Ricos, pobres. Tener que escribir esto es increíble, porque es evidente, pero vamos: no hay mejor política de Estado que superar la facción y trabajar para todos. Cuando se trata de salud pública en una pandemia, la ideología es una: socializas beneficios.Y, sin embargo, muchos mandatarios y gobiernos parecen más preocupados en ganar las próximas elecciones. El ciclo electoral inició en 2021 con Ecuador y en los últimos meses votaron El Salvador y Bolivia. Este año habrá presidenciales en Perú, Nicaragua, Chile, Honduras, legislativas en México y Argentina y municipales en Paraguay. Toda la región parece en campaña electoral y la pandemia ha resultado una magnífica oportunidad propagandística. Pero las contiendas y las disputas políticas debieran ser secundarias cuando es preciso detener las muertes actuales y evitar la expansión del virus con vacunas. Pronto, sin improvisar y sin opacidad.Es imperdonable que los políticos privilegien sus disputas por encima de las necesidades de las mayorías. Y no es que no deban defender sus intereses sino que la escala de prioridades no admite discusión: la demanda de la facción no puede moralmente anteponerse a la necesidad general. No puede ser votos o muertos.Los problemas son mayores. En toda la región, el déficit de insumos y equipamiento ha sido democráticamente lamentable. Y las imágenes son desastrosas: hospitales desbordados de Perú y Ecuador, falta de información y hasta represión en Nicaragua y Venezuela, un colapso anunciado en Brasil y México es el tercer país con mayor número de muertes del mundo.A los errores de la gestión de la pandemia, se suman décadas de mala gobernanza. Mientras los gobiernos de Corea, Taiwán y Japón implementaron un rastreo minucioso de casos; en muchas ciudades principales de América Latina no hay siquiera padrones digitalizados de la ciudadanía ni bases de datos centralizadas. Unos 34 millones de latinoamericanos no tienen documentos de identificación, lo que significa que ni siquiera figuran en un registro civil. El sistema tiene ineficiencias que preceden a casi todos los gobiernos actuales. Por eso cuando llega una crisis, encuentras enfermeras malpagadas y agotadas atendiendo enfermos envueltas en bolsas de basura pues carecen de equipos. Y observas que algunos gobiernos no se agenciaron suficientes vacunas por incapacidades burocráticas e imprevisión administrativa.De acuerdo, todo esto podría ser achacable al desguace estructural de la salud pública, pero estamos en otro juego cuando episodios de abuso y amiguismo o las agendas políticas de quienes ahora están al mando se interponen entre la vida y la muerte de la población. Si nuestros dirigentes se emplean más en sus guerritas de baja intensidad para acumular poder mientras sus ciudadanos mueren, son miserables.La inversión de prioridades sucede en casi toda la región. Jair Bolsonaro —que cambió cuatro veces de ministro de Salud— entiende la pandemia como un problema personal: entorpeció su deseo de manejar Brasil a placer. Andrés Manuel López Obrador pasa más tiempo empeñado en defender la Cuarta Transformación rumbo a las elecciones legislativas que podrían darle una mayoría absoluta en el Congreso que creando planes de rescate económico a los habitantes de México. En Argentina, el proceso de vacunación está sembrado de dudas: ¿sería tan veloz si el gobierno de Alberto Fernández no tuviera una elección intermedia por ganar? Tampoco en El Salvador, Nicaragua o Venezuela ha habido la integridad de separar el rol funcionarial de la propaganda.En el fondo, la manera en que vacunamos habla de lo que creemos y somos capaces. En Argentina, por ejemplo, una líder opositora sugirió que debiera permitirse a los privados vender dosis y enviar a quien no tiene dinero a la seguridad social o a pedir subsidios. La idea es un absurdo cuando la mayoría de los procesos exitosos de vacunación —y de gestión de la pandemia en las fases críticas— son públicos y centralizados. La evidencia sugiere que una campaña veloz y masiva requiere del Estado a cargo con apoyo de voluntarios de la sociedad civil.El Estado es un elefante —fofo o hambreado— y precisa gimnasia. Por eso es relevante el factor humano para moverlo. Esto es, aun cuando hay infraestructura y enfrentas una crisis de salud pública, la inteligencia de gestión y la capacidad burocrática son capitales. Pero si quienes dirigen lanzan señales equívocas o son cínicos incapaces de hacer alta política, los resultados no pueden ser más que letales. América Latina es ya la región del mundo con más muertos por habitante.Si la opinión pública sabe que las infraestructuras son buenas y sus dirigentes dan el ejemplo, no tendrá una repentina crisis de desconfianza. Las infraestructuras deben soportar; los funcionarios, funcionar.¿Hay sustancia, entonces, o deberemos convencernos de que pedimos vino a una clase política que es un cazo vacío?Diego Fonseca (@DiegoFonsecaDF) es colaborador regular de The New York Times y director del Seminario Iberoamericano de Periodismo Emprendedor en CIDE-México y del Institute for Socratic Dialogue de Barcelona. Voyeur es su último libro. More