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    Félix Salgado Macedonio es Morena

    División, polarización y violencia discursiva, como sucede ahora en México, rara vez son el final del camino, sino el comienzo del descenso a un abismo.El cuasicancelado Michel Foucault decía que el discurso es tanto capaz de esconder sus intenciones políticas —sobre todo cuando proviene del poder— como de fijar significados. De esa manera puede pretenderse ahistórico o científico y con vocación universal cuando es un producto de una época e individuos particulares. O puede decirse no violento cuando, sin mucha máscara, lo es.Bienvenidos a los días la retórica enmascaradora de Andrés Manuel López Obrador y el discurso violento de Félix Salgado Macedonio. Paso a paso, el gobierno de López Obrador ha ido asentando cimientos autoritarios de manera abierta o sutil para lograr que Morena, su movimiento, se consolide como proyecto hegemónico.Tras cuestionar a numerosas instituciones —como el organismo de información y transparencia— estos últimos días AMLO puso la mira en el Instituto Nacional Electoral (INE) justo cuando México entró en la campaña para las elecciones intermedias. El gobierno parece temer que las autoridades electorales sean un escollo en su deseo de obtener una mayoría determinante que permita a AMLO controlar el sexenio, y diseñar su continuidad.Hace días, Félix Salgado Macedonio amenazó con persecuciones y acosó públicamente a los siete consejeros del INE que votaron contra la validez de su candidatura a gobernador del estado de Guerrero. “Si no se reivindican los vamos a hallar”, dijo. Y fue directo sobre el titular del instituto: “¿No le gustaría al pueblo de México saber dónde vive Lorenzo Córdova? […] ¿Cómo está su casita de lámina negra?”.Hubo ataúdes con las imágenes de los consejeros, una corona de flores junto a una imagen de Córdova y una turba reclamando el final del organismo que vela por la legalidad electoral. Con todo el afán provocador, Félix Salgado Macedonio vociferó sus amenazas enfrente de las puertas mismas del INE. La bravuconada no fue circunstancial: él es una muestra desembozada de un proyecto autoritario oculto bajo el poncho del caciquismo paternalista.La violencia debe ser condenada, en discurso y, sobre todo, en acto. La justicia, por ejemplo, debe actuar de oficio contra Macedonio por amenazas directas de violencia. Y Morena debiera cortar vínculos y expulsarlo del partido. Pero no sucederá, pues Macedonio es Morena.En pocas palabras, Félix Salgado Macedonio desnuda el sentimiento íntimo de la organización: caudillismo conservador hijo de otra época, incapaz de convivir con la prensa, la oposición, la sociedad civil y las instituciones democráticas del siglo XXI.El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en marzo de 2021José Méndez/EPA vía ShutterstockEste año, AMLO tiene serias chances de obtener mayoría absoluta en el Congreso, pero no ha dejado de sugerir que las autoridades electorales piensan arruinarle el plan. Es un comportamiento paranoico. Ya había señalado al INE como cómplice de su derrota en las elecciones presidenciales de 2006 y por eso cuando Félix Salgado Macedonio los atacó siguió dudando de su probidad: aunque no avalaba las palabras de su aliado, llamó a “luchar contra el fraude”.Hay una línea, visible o no, entre esos comportamientos. La política de símbolos, sugería Foucault, crea política, no ficciones. Produce sentidos. La gente toma decisiones porque los dichos suelen ser sucedidos por actos. La convocatoria al acoso o la violencia no son gratuitos del mismo modo que los ataques a un organismo regulador como el INE pueden minar la creencia social en sus capacidades y enlodar el proceso electoral.Cuando es el poder —o sus aliados— el que prescribe el discurso, esos actos expresan niveles variados de violencia institucional. El último ejemplo: la prórroga del periodo del presidente de la Suprema Corte de Justicia, cercano a AMLO. Es inconstitucional y una provocación: el gobierno cree que la justicia debe ser permeable a las decisiones presidenciales. AMLO ya dejó clara esa vocación cuando anunció que quería someter la continuidad de la candidatura de Félix Salgado Macedonio a una encuesta telefónica después de que fuera cancelada por el INE.El gobierno de México está nervioso. AMLO acusa sistemáticamente a sus críticos de querer derrumbar su autopromocionada Cuarta Transformación. En los últimos tiempos algunas encuestas sugirieron la posibilidad de que no logre una mayoría determinante en las elecciones intermedias de junio, escenario que le obligaría a dialogar con una oposición a la que aborrece (el sentimiento es mutuo).La creciente pérdida de autocontrol del presidente actualiza peligrosas y nada distantes experiencias de autoritarismo abierto. Hace dos años escribí sobre las coincidencias entre AMLO y Donald Trump. El expresidente de Estados Unidos, como ahora AMLO, atacó al sistema desde los márgenes y llevó la discusión política a un territorio dominado por sus ocurrencias y enemistades. Ambos alimentan la idea de que los medios y la prensa independiente son enemigos y abonan antagonismos. Como AMLO, Trump dejaba que sus subordinados lanzaran globos de ensayos para medir la tolerancia de la opinión pública. Como Trump, también AMLO acusa a los organismos de control electoral y a sus opositores de tolerar o preparar un complot contra él.El parecido es evidente porque filosofía y método son similares. Del mismo modo que supremacistas, como Stephen Miller, fueron parte del gobierno de Trump, hombres como Félix Salgado Macedonio tienen cabida natural en Morena. A menudo promueven un personalismo autoritario para ocupar el poder por la vía electoral y luego minan el sistema desde dentro, muchas veces modificando las normas para eternizarse.Es riesgoso dar por seguro que habrá una crisis institucional en México porque la futurología es proclive al error y el ridículo. Pero las señales no pueden desdeñarse; el país está en riesgo. Cuando los funcionarios en el poder plantean la convivencia en términos de enfrentamiento, crece la posibilidad de la violencia. También cuando se aviva la tensión por acción u omisión minando la integridad de los contrapesos instituciones. Salgado Macedonio y AMLO saben lo que hacen: enlodar la imagen de una institución todavía creíble lleva la disputa a su terreno: sin control, gana el poder. El poder, decía Foucault, no es puramente coercitivo sino discursivo.No hay salida fácil para el camino que encara México. Un gobierno autoritario se enfrentará en las elecciones a partidos opositores castigados por el descredito. Las elecciones legislativas de México no se resolverán por el mal menor sino optando por escalones aun más bajos: quién, de todos, es menos peor. División, polarización y violencia discursiva rara vez son el final del camino, sino el comienzo del descenso a un abismo.Diego Fonseca (@DiegoFonsecaDF) es escritor y director del Seminario Iberoamericano de Periodismo Emprendedor en CIDE-México y del Institute for Socratic Dialogue de Barcelona. Voyeur es su último libro. More

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    ¿Qué es alta política? Vacunar a todos

    Las vacunaciones en América Latina han sido un desastre, producto de problemas de infraestructura y una dirigencia demasiado ocupada en su subsistencia. ¿Pedimos demasiado si reclamamos hacer lo correcto?Hace unos días escuché conversar a dos mujeres en Barcelona mientras esperaban por su vacuna contra la covid. Una se quejaba del manejo de la pandemia con una amargura ecuménica: no importa si eres catalanista o estás a favor del gobierno central, decía, necesitas dar señales claras. Debe haber un mando único, aseguraba. La amiga asentía y al final soltó la perla: “Así debe ser, pero no puedes derramar vino de un cazo vacío”.Europa aun tienen dificultades para probar que la vacunación puede ser veloz cuando poco más del 4 por ciento de la población continental ha recibido un pinchazo en el brazo. Pensaba en eso —y en las señoras del cazo vacío— cuando revisaba las cifras de vacunación en América Latina. Excluido Chile —donde aproximadamente el 20 por ciento de la población está vacunada y se anuncia inmunidad de rebaño tan temprano como en junio—, el resto de la región no ha inyectado, en promedio, ni al uno por ciento de sus ciudadanos.América Latina no ha sido inmune a la degradación creciente de la política, con dirigencias obsesivamente ocupadas en la próxima elección —o en la perpetuidad— y en peleas menores entre gobiernos y oposiciones mientras pobreza, corrupción, atraso y, ahora, miles de muertes parecen suceder en un universo paralelo. Es ciertamente enervante que la escala de prioridades parezca al revés o, peor, inexistente.Estos son momentos de alta política, y alta política ahora es vacunar pronto a todo el mundo. Los míos, los tuyos, los ajenos. Ricos, pobres. Tener que escribir esto es increíble, porque es evidente, pero vamos: no hay mejor política de Estado que superar la facción y trabajar para todos. Cuando se trata de salud pública en una pandemia, la ideología es una: socializas beneficios.Y, sin embargo, muchos mandatarios y gobiernos parecen más preocupados en ganar las próximas elecciones. El ciclo electoral inició en 2021 con Ecuador y en los últimos meses votaron El Salvador y Bolivia. Este año habrá presidenciales en Perú, Nicaragua, Chile, Honduras, legislativas en México y Argentina y municipales en Paraguay. Toda la región parece en campaña electoral y la pandemia ha resultado una magnífica oportunidad propagandística. Pero las contiendas y las disputas políticas debieran ser secundarias cuando es preciso detener las muertes actuales y evitar la expansión del virus con vacunas. Pronto, sin improvisar y sin opacidad.Es imperdonable que los políticos privilegien sus disputas por encima de las necesidades de las mayorías. Y no es que no deban defender sus intereses sino que la escala de prioridades no admite discusión: la demanda de la facción no puede moralmente anteponerse a la necesidad general. No puede ser votos o muertos.Los problemas son mayores. En toda la región, el déficit de insumos y equipamiento ha sido democráticamente lamentable. Y las imágenes son desastrosas: hospitales desbordados de Perú y Ecuador, falta de información y hasta represión en Nicaragua y Venezuela, un colapso anunciado en Brasil y México es el tercer país con mayor número de muertes del mundo.A los errores de la gestión de la pandemia, se suman décadas de mala gobernanza. Mientras los gobiernos de Corea, Taiwán y Japón implementaron un rastreo minucioso de casos; en muchas ciudades principales de América Latina no hay siquiera padrones digitalizados de la ciudadanía ni bases de datos centralizadas. Unos 34 millones de latinoamericanos no tienen documentos de identificación, lo que significa que ni siquiera figuran en un registro civil. El sistema tiene ineficiencias que preceden a casi todos los gobiernos actuales. Por eso cuando llega una crisis, encuentras enfermeras malpagadas y agotadas atendiendo enfermos envueltas en bolsas de basura pues carecen de equipos. Y observas que algunos gobiernos no se agenciaron suficientes vacunas por incapacidades burocráticas e imprevisión administrativa.De acuerdo, todo esto podría ser achacable al desguace estructural de la salud pública, pero estamos en otro juego cuando episodios de abuso y amiguismo o las agendas políticas de quienes ahora están al mando se interponen entre la vida y la muerte de la población. Si nuestros dirigentes se emplean más en sus guerritas de baja intensidad para acumular poder mientras sus ciudadanos mueren, son miserables.La inversión de prioridades sucede en casi toda la región. Jair Bolsonaro —que cambió cuatro veces de ministro de Salud— entiende la pandemia como un problema personal: entorpeció su deseo de manejar Brasil a placer. Andrés Manuel López Obrador pasa más tiempo empeñado en defender la Cuarta Transformación rumbo a las elecciones legislativas que podrían darle una mayoría absoluta en el Congreso que creando planes de rescate económico a los habitantes de México. En Argentina, el proceso de vacunación está sembrado de dudas: ¿sería tan veloz si el gobierno de Alberto Fernández no tuviera una elección intermedia por ganar? Tampoco en El Salvador, Nicaragua o Venezuela ha habido la integridad de separar el rol funcionarial de la propaganda.En el fondo, la manera en que vacunamos habla de lo que creemos y somos capaces. En Argentina, por ejemplo, una líder opositora sugirió que debiera permitirse a los privados vender dosis y enviar a quien no tiene dinero a la seguridad social o a pedir subsidios. La idea es un absurdo cuando la mayoría de los procesos exitosos de vacunación —y de gestión de la pandemia en las fases críticas— son públicos y centralizados. La evidencia sugiere que una campaña veloz y masiva requiere del Estado a cargo con apoyo de voluntarios de la sociedad civil.El Estado es un elefante —fofo o hambreado— y precisa gimnasia. Por eso es relevante el factor humano para moverlo. Esto es, aun cuando hay infraestructura y enfrentas una crisis de salud pública, la inteligencia de gestión y la capacidad burocrática son capitales. Pero si quienes dirigen lanzan señales equívocas o son cínicos incapaces de hacer alta política, los resultados no pueden ser más que letales. América Latina es ya la región del mundo con más muertos por habitante.Si la opinión pública sabe que las infraestructuras son buenas y sus dirigentes dan el ejemplo, no tendrá una repentina crisis de desconfianza. Las infraestructuras deben soportar; los funcionarios, funcionar.¿Hay sustancia, entonces, o deberemos convencernos de que pedimos vino a una clase política que es un cazo vacío?Diego Fonseca (@DiegoFonsecaDF) es colaborador regular de The New York Times y director del Seminario Iberoamericano de Periodismo Emprendedor en CIDE-México y del Institute for Socratic Dialogue de Barcelona. Voyeur es su último libro. More