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    Tácticas trumpianas amenazan la democracia en Perú

    “Solo quiero encontrar 11.780 votos”.Fue la frase que el expresidente Donald Trump le dijo al funcionario electoral de más alto rango en Georgia mucho después de que se hiciera claro que había perdido la reelección. Todo lo que hizo Trump para darle la vuelta a las elecciones estadounidenses de 2020 fracasó. Por desgracia, sus tácticas, como subrayó hace poco Anne Applebaum en The Atlantic, les sirven de inspiración a los políticos antidemocráticos de todo el mundo. Y en ningún lugar es más evidente que en Perú.El 6 de junio, Perú celebró las elecciones presidenciales de segunda vuelta más polarizadas en 30 años. Se enfrentaron en la contienda Keiko Fujimori, hija del antiguo dictador Alberto Fujimori, y Pedro Castillo, un maestro provincial y líder sindical de izquierda. Al partido de Fujimori, Fuerza Popular, desde hace tiempo se le ha relacionado con prácticas corruptas y autoritarias, y el partido de Castillo, Perú Libre, es abiertamente marxista. Ambos candidatos tienen credenciales democráticas dudosas.Fujimori planteó su campaña como una lucha contra el comunismo basada en advertencias a los electores de que Castillo convertiría a Perú en otra Venezuela (una estrategia que convenció a muchos votantes de clase media en Lima y otras ciudades costeras). Por su parte, Castillo resonó con los electores pobres de las áreas rurales que se sienten ignorados por la élite política concentrada en Lima y profundamente decepcionados por el statu quo.Con el 100 por ciento de los votos contados, los resultados muestran que Castillo ganó por un margen minúsculo de unos 44.000 votos del total aproximado de 19 millones. El problema es que Fujimori se ha negado a aceptar la derrota, argumentando, sin fundamento alguno, que las elecciones fueron un fraude. Las autoridades electorales de Perú no han encontrado ninguna prueba de fraude y no existen motivos para dudar de su independencia. Los observadores internacionales y expertos electorales también concluyeron que las elecciones fueron limpias. A pesar de ello, el bando de Fujimori ha impulsado un movimiento equiparable a un intento de golpe electoral, que tiene a la democracia de Perú al borde del abismo.En vez de encontrar votos a su favor, como intentó hacer Trump, Fujimori ha tratado de hacer desaparecer los votos de su contrincante. Un equipo de abogados enviados a la caza de irregularidades en los bastiones rurales de Castillo identificaron 802 registros electorales, cada uno de entre 200 y 300 votos, que quieren anular con base en pequeñas irregularidades técnicas. En total, Fujimori pretende eliminar más de 200.000 votos de su rival en sus bastiones, sustentándose en criterios dudosos sin aplicación en el resto del país.Las acusaciones rayan en lo ridículo. Si existiera fraude sistémico, se habría descubierto el día de las elecciones. Habría requerido organización y coordinación, y no hay pruebas de que haya sido así. Las mesas de votación en Perú cuentan con vigilancia de agentes de policía y funcionarios electorales, observadores internacionales y, crucialmente, miles de ciudadanos y representantes de los partidos, que habrían hecho circular cualquier prueba de fraude en las redes sociales.Estas razones no han bastado para detener a Fujimori. Acusaciones infundadas de fraude han inundado las redes sociales y se repiten sin cesar en los canales de televisión, cuya abrumadora mayoría está a su favor. Los partidarios de Fujimori incluso han acosado a las autoridades electorales con manifestaciones frente a sus oficinas. Muchos incluso quieren que se anulen las elecciones.La estrategia es clara: Fujimori ha lanzado una campaña de desinformación estilo Trump con el propósito de deslegitimar las elecciones y crear una atmósfera de temor e incertidumbre. En un clima cada vez más polarizado, estas tácticas podrían generar actos violentos e incluso hacer necesaria una intervención militar.Los rumores sobre un posible golpe no son mera especulación. El pasado 16 de junio, cientos de oficiales militares retirados les enviaron a las fuerzas armadas de Perú una carta en la que declaraban, sin pruebas, que las elecciones fueron fraudulentas y exigían que los militares se abstuvieran de reconocer a Castillo como presidente.Darle la vuelta a las elecciones sería un error garrafal. Si al candidato que representa a los votantes que han sido marginalizados desde hace mucho tiempo se le niega ilícitamente la victoria, podrían desatarse manifestaciones sociales generalizadas, lo que conduciría a una crisis de gobernabilidad similar a la que sufren las naciones vecinas, Chile y Colombia. En esas circunstancias, la única opción para que Fujimori (o cualquier otra persona) lograra gobernar sería represión.¿Por qué ocurre todo esto? La campaña de Fujimori cuenta con el respaldo de prácticamente toda la clase dominante de Lima, desde líderes empresariales y medios de comunicación importantes hasta gran parte de la clase media. Estos grupos temen que Castillo lleve a Perú por un rumbo similar al de Venezuela. No obstante, Castillo también les inspira miedo porque no es uno de ellos. En un país marcado por una enorme desigualdad social, racial y regional, Castillo es un advenedizo cuyo ascenso, para muchos peruanos privilegiados, resulta amenazante.Algunos de los temores de la élite son comprensibles. Durante la década de 1980, políticas económicas estatalistas fallidas combinadas con una brutal insurgencia maoísta sumieron a Perú en un estado de hiperinflación y violencia espantosa. Algunos de los aliados de Castillo, de hecho, son izquierdistas radicales, y su programa económico original era improvisado y excéntrico.Luka Gonzales/Agence France-Presse — Getty ImagesSin embargo, estos temores también son exagerados. Es difícil considerar a Castillo como un hombre fuerte. No tiene ni la experiencia necesaria ni una base partidista firme, y su popularidad no llega en absoluto a los niveles de la de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia o la de otros populistas que se convirtieron en autócratas. Su partido solo ostenta 37 de los 130 escaños del nuevo Congreso, que en su mayoría corresponden a políticos de centroderecha. Castillo cuenta con pocos aliados en el poder judicial y las fuerzas armadas, y una poderosa élite empresarial y gran parte de los medios de comunicación se oponen a sus posturas. Frente a tanta oposición, casi es seguro que cualquier estrategia radical fracasaría.El temor en torno a Castillo va más allá de lo razonable. Ha transformado a contendientes legítimos de Castillo en peligrosos opositores de la democracia.Es hora de parar en seco esta locura. En vez de sacrificar a la democracia en el altar del antizquierdismo, las élites de Perú deberían aprovechar los mecanismos democráticos para moderar o bloquear las propuestas más extremas de Castillo. Dada la debilidad de Castillo, no debería ser difícil.Por su parte, Castillo debe reconocer que no resultó electo debido a sus ideas radicales, sino a pesar de ellas. Los peruanos lo consideraron el menor de dos males. Para gobernar, debe construir puentes con las fuerzas centristas y de la centroizquierda. Si no lo hace, su presidencia (y la democracia de Perú) estará en peligro.El gobierno de Joe Biden conoce bien los peligros de las acciones con miras a anular el resultado legítimo de unas elecciones. Por esta razón, destacó hace poco que las elecciones fueron un “modelo para la democracia en la región”. La comunidad internacional no debería quedarse callada ante el paulatino golpe que va tomando forma en Perú. Las democracias amenazadas necesitan nuestro apoyo.Steven Levitsky es profesor de gobierno en Harvard y coautor de How Democracies Die. Alberto Vergara es profesor de la Universidad del Pacífico, en Lima, y coeditor de Politics after Violence: Legacies of the Shining Path Conflict in Peru. More

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    After a Fraught Election, Peru’s Democracy is Hanging By a Thread

    “I just want to find 11,780 votes.”That’s what former President Donald Trump told Georgia’s top elections official long after he had clearly lost re-election. Mr. Trump’s effort to overturn the 2020 U.S. election failed. But his tactics, as Anne Applebaum recently observed in The Atlantic, have inspired anti-democratic politicians around the world. Nowhere is that more clear than in Peru.On June 6, Peru held its most polarized presidential runoff election in 30 years. The election pitted Keiko Fujimori, a daughter of the former dictator Alberto Fujimori, against Pedro Castillo, a leftist provincial teacher and union leader. Ms. Fujimori, who leads her party, Fuerza Popular (Popular Force), has long been implicated in corrupt and authoritarian practices, and Mr. Castillo’s party, Perú Libre (Free Peru), is openly Marxist. Both candidates have dubious democratic credentials.Ms. Fujimori framed her campaign as a fight against communism, telling voters that Mr. Castillo would convert Peru into another Venezuela — a strategy that won over many middle-class voters in Lima and other coastal cities. Meanwhile, Mr. Castillo appealed to poor voters in rural areas who felt ignored by the Lima-centered political elite and were deeply dissatisfied with the status quo.With 100 percent of votes counted, Mr. Castillo won by a razor-thin margin of about 44,000 votes out of nearly 19 million. But Ms. Fujimori has refused to accept defeat, baselessly claiming the election was fraudulent. Peru’s electoral authorities have found no evidence of fraud, and there is no reason to doubt their independence. International observers and election experts have also concluded that the election was clean. Nevertheless, the Fujimori camp has begun what amounts to an electoral coup attempt, pushing Peru’s democracy to the brink of collapse.Rather than find votes for herself, like Mr. Trump sought to do, Ms. Fujimori is trying to make her opponent’s votes disappear. A team of lawyers sent to hunt for irregularities in Mr. Castillo’s rural strongholds uncovered 802 election records each containing 200 to 300 votes, which they sought to have annulled based on minor technical irregularities. In total, Ms. Fujimori seeks to wipe out more than 200,000 of her rival’s votes in his strongholds based on dubious criteria not applied elsewhere in the country.The claims are preposterous. If there were systemic fraud, it would have been uncovered on Election Day. It would have required organization and coordination, of which no evidence has been found. Peruvian polling places are patrolled by electoral and law enforcement officials, international observers and, crucially, thousands of citizens and partisan representatives who would have circulated evidence of any fraud on social media.This hasn’t deterred Ms. Fujimori. Baseless claims of fraud have flooded social media and are ceaselessly repeated on television channels, which are overwhelmingly in her favor. Fujimori supporters are even harassing electoral authorities by organizing demonstrations outside their offices. Many are calling for the entire election to be annulled.The strategy is clear: Ms. Fujimori has initiated a Trump-like disinformation campaign aimed at delegitimizing the election and creating an atmosphere of fear and uncertainty. In an increasingly polarized climate, these tactics could lead to violence and even military intervention.Talk of a coup is not mere speculation. Last Thursday, hundreds of retired military officers sent a letter to leaders of Peru’s armed forces declaring without evidence the election fraudulent and demanding that the military not recognize Mr. Castillo as president.Overturning the election would be a colossal mistake. If the candidate representing long-marginalized voters is illegitimately denied victory, it could set off widespread social protest, creating a governability crisis like those in neighboring Chile and Colombia. Under such circumstances, the only way Ms. Fujimori — or anyone else — could govern would be through repression.Why is this happening? Ms. Fujimori’s campaign is backed by nearly the entire Lima establishment, including business leaders and major media outlets, as well as much of the middle class. These groups fear that Mr. Castillo will take Peru down a path toward Venezuela. But they also fear Mr. Castillo because he is not one of them. In a country marked by vast social, racial and regional inequality, Mr. Castillo is an outsider whose ascent, for many privileged Peruvians, feels threatening.Some of the elite’s fears are understandable. During the 1980s, failed statist economic policies and a brutal Maoist insurgency plunged Peru into hyperinflation and terrible violence. Some of Mr. Castillo’s allies are indeed radical leftists, and his original economic program was improvised and outlandish.Luka Gonzales/Agence France-Presse — Getty ImagesBut these fears are also exaggerated. Mr. Castillo is hardly a strongman. He lacks experience or a solid party base, and he is nowhere near as popular as Venezuela’s Hugo Chávez, Bolivia’s Evo Morales or other populists-turned-autocrats. His party holds only 37 of 130 seats in the new Congress, a majority of which are filled by right-of-center politicians. Mr. Castillo has few allies in the judiciary or the military, and he is opposed by a powerful business elite and much of the media. In the face of such opposition, a radical strategy would almost certainly fail.Fear of Mr. Castillo exceeds the bounds of reason. It has transformed legitimate opponents of Mr. Castillo into dangerous opponents of democracy.It is time to stop the insanity. Rather than sacrifice democracy on the altar of anti-leftism, Peru’s elites should use democratic politics to moderate or block Mr. Castillo’s more extreme proposals. Given Mr. Castillo’s weakness, it should not be difficult.For his part, Mr. Castillo must recognize that he was elected not because of his radical ideas but despite them. Peruvians considered him the lesser of two evils. To govern, he must build bridges to center-left and even centrist forces. If he does not, his presidency — and Peru’s democracy — will be imperiled.The Biden administration knows the danger of efforts to overturn a legitimate election result. For this reason, it recently praised the election as a “model for democracy in the region.” The international community should not remain silent in the face of Peru’s slow-moving coup. The world’s beleaguered democracies need our support.Steven Levitsky is a professor of government at Harvard and co-author of “How Democracies Die.” Alberto Vergara is a professor at Universidad del Pacífico, in Lima, Peru, and co-editor of “Politics After Violence: Legacies of the Shining Path Conflict in Peru.”The Times is committed to publishing a diversity of letters to the editor. We’d like to hear what you think about this or any of our articles. Here are some tips. And here’s our email: letters@nytimes.com.Follow The New York Times Opinion section on Facebook, Twitter (@NYTopinion) and Instagram. More

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    Peruvian Election, Still Undecided, Pushes a Democracy to Its Brink

    The two presidential candidates are locked in a near tie. One claims fraud and is seeking to have tens of thousands of votes nullified. The other has called his supporters into the streets.LIMA, Peru — Peru has been through a year of profound turmoil: it cycled through three presidents, suffered one of the world’s highest coronavirus death rates and watched its economy shrink more than any in the region under the weight of the pandemic.Many in the country hoped against the odds that the presidential election last Sunday would offer a new start. Instead, nearly a week after the votes were cast, Peru is again gripped by uncertainty.The two candidates are locked in a near tie. One candidate is alleging fraud and calling for as many as 200,000 votes to be nullified — a move that would disenfranchise many poor and Indigenous voters. The other has called his supporters into the streets to defend those votes.The tension is pushing democracy to the limit, analysts said, exacerbating the fissures running through a deeply divided society and raising concern about the country’s future.The country is enduring “this nuclear war in which Peruvian politics has been plunged,” said the political scientist Mauricio Zavaleta, one in which politicians believe that “the ends justify the means.”With 99 percent of votes counted, Pedro Castillo, a leftist former teacher with no past governing experience, leads Keiko Fujimori, the daughter of former right-wing President Alberto Fujimori, and a symbol of the country’s establishment, by about 70,000 votes. Mr. Castillo has won about 50.2 percent of the votes counted, Ms. Fujimori 49.8 percent.But Ms. Fujimori has asked officials to toss out thousands of votes, claiming without concrete evidence that her opponent’s party has violated the voting system “in a systematic way.”Electoral authorities and observers say there has been no evidence presented yet of systematic fraud, and analysts say Ms. Fujimori’s effort will likely fail to turn the results in her favor.Electoral authorities have until Saturday to review requests from Ms. Fujimori’s party to nullify the vote tallies at 802 polling stations, where she is accusing Castillo supporters of various types of illegal activity, including changing vote counts in his favor.The polling stations are in regions Mr. Castillo won with strong margins — mainly poor and historically marginalized rural Andean areas, including Mr. Castillo’s hometown.By Thursday, a crowd of Castillo supporters had gathered outside the office of the national electoral authority. Some had traveled from far away, and said they were frustrated and worried that Ms. Fujimori was trying to steal the election.“Defend the vote!” some chanted.“These are the most disastrous elections that I have ever seen,” said Antonio Gálvez, 37, a taxi driver working by the protest. “Ms. Keiko Fujimori represents everything that is bad about Peruvian politics.”Police officers guarding the national electoral authority on Thursday.Angela Ponce/ReutersOn Thursday, the crisis intensified when a prosecutor asked a judge to jail Ms. Fujimori, who is facing corruption charges related to a previous run for president.Accused of running a criminal organization that trafficked in illegal campaign donations, Ms. Fujimori could be sentenced to 30 years in prison. Detained and released three times as the case proceeds, she is now accused by the prosecution of having contact with case witnesses, a violation of her release.If she wins the election, she will be shielded from prosecution during her five-year term.The election, and the tensions it has fueled, are exacerbating the divides in Peruvian society.Despite consistent economic growth rates over the past two decades, Peru remains a deeply unequal and divided nation, with the wealthier and whiter population in its cities reaping most of the benefits of a neoliberal economic model put in place in the 1990s by Ms. Fujimori’s father.When the pandemic ripped through Peru, it exacerbated those social and economic gaps, hitting hardest those who could not afford to stop working, who lived in cramped conditions, or who had limited access to health care in a country with a weak safety net.The elections played along the same economic, racial and class lines, with Ms. Fujimori drawing most of her support from urban areas, and Mr. Castillo finding his base in the rural highlands, home to more mixed-race and Indigenous Peruvians.Mr. Zavaleta, the political scientist, said he thought the chaos of the election, including Ms. Fujimori’s attempts to overturn votes, had “deepened the differences between Peruvians.”“And I believe that it will have relatively long-lasting effects,” he went on.Outside the election authority on Thursday, Max Aguilar, 63, said he had traveled hours by bus, from the northern city of Chimbote, to defend Mr. Castillo.“We believe that the far right has already had enough time to show us that things can be better — and they haven’t done it,” he said.“So we, the people, are saying no, that is enough. And we are betting on a change. We have a lot of confidence in Professor Castillo.”Sofía Villamil contributed reporting from Bogotá, Colombia. More

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    Elecciones en Perú: un modelo económico en disputa

    En la segunda vuelta por la presidencia, la izquierda postula a un exmaestro sin experiencia de gobierno y la derecha a la hija de un exmandatario encarcelado.LIMA, Perú — En el papel, los candidatos en la boleta presidencial en Perú el domingo son un exmaestro de escuela de izquierda sin experiencia de gobierno y la hija de derecha de un expresidente encarcelado que dirigió el país con mano de hierro.Sin embargo, los votantes de Perú se enfrentan a una elección aún más elemental: seguir o no con el modelo económico neoliberal que ha dominado el país durante las últimas tres décadas, con algunos éxitos anteriores, pero que en última instancia, según los críticos, no ha proporcionado un apoyo significativo a millones de peruanos durante la pandemia.“El modelo ha fallado a un montón de gente”, dijo Cesia Caballero, de 24 años, una productora de video. La pandemia, dijo, “ha sido la gotita que rebosó el vaso”.Perú ha tenido la peor contracción económica de la región durante la pandemia, empujando a casi el diez por ciento de su población a la pobreza. El lunes, el país anunció que el número de muertos por el virus era casi el triple de lo que se había informado anteriormente, lo que elevó repentinamente su tasa de mortalidad per cápita a la más alta del mundo. Millones de personas se quedaron sin trabajo y muchas otras sin hogar.El candidato de izquierda, Pedro Castillo, de 51 años, activista sindical, promete modificar el sistema político y económico para hacer frente a la pobreza y la desigualdad, al sustituir la actual constitución por otra que otorgue al Estado un mayor papel en la economía.Su contrincante, Keiko Fujimori, de 46 años, promete mantener el modelo de libre mercado construido por su padre, Alberto Fujimori, a quien se le atribuyó inicialmente el mérito de haber hecho retroceder a las violentas insurgencias izquierdistas en la década de 1990, pero que ahora es despreciado por muchos como un autócrata corrupto.Keiko Fujimori y Pedro Castillo al final del debate la semana pasada en Arequipa.Sebastian Castaneda/ReutersLas encuestas muestran que los candidatos están casi empatados. Pero muchos votantes están frustrados por sus opciones.Castillo, quien nunca ha ocupado un cargo, se asoció con un exgobernador radical condenado por corrupción para lanzar su candidatura. Fujimori ha sido encarcelada tres veces en una investigación de lavado de dinero y se enfrenta a 30 años de prisión, acusada de dirigir una organización criminal que traficaba con donaciones ilegales de campaña durante una anterior candidatura presidencial. Ella niega los cargos.“Estamos entre el precipicio y el abismo”, dijo Augusto Chávez, de 60 años, un joyero artesanal de Lima que se inclina por votar nulo, una manera de protesta. El voto en Perú es obligatorio. “Los extremos hacen daño al país. Y son dos extremos”.Castillo y Fujimori obtuvieron cada uno menos del 20 por ciento de los votos en una saturada primera vuelta en abril que forzó la segunda vuelta del domingo.La elección sigue a un periodo de cinco años en el que el país ha pasado por cuatro presidentes y dos congresos. Y se produce en un momento en que la pandemia ha llevado el descontento de los votantes a nuevos niveles, poniendo de manifiesto la ira por la desigualdad en el acceso a los servicios públicos y la creciente frustración con los políticos señalados de escándalos de corrupción que parecen interminables y ajustes de cuentas políticos.El sistema hospitalario se ha visto tan afectado por la pandemia que muchas personas han muerto por falta de oxígeno, mientras que otras han pagado a los médicos para conseguir un lugar en las unidades de cuidados intensivos, solo para ser rechazadas en agonía.Cilindros de oxígeno vacíos en las afueras de Lima. El sistema hospitalario se ha visto tan afectado por la pandemia que muchos pacientes han muerto por falta de oxígeno.Marco Garro para The New York TimesGane quien gane el domingo, dijo la socióloga peruana Lucía Dammert, “el futuro del Perú es un futuro muy turbulento”.“Se han despertado las profundas inequidades y las profundas frustraciones de la población, y no hay una organización o un actor, llamémoslo empresa privada, Estado, sindicatos, alguien que puede darle voz a eso”.Cuando el padre de Fujimori llegó al poder en 1990 como un populista al margen de la política tradicional, no tardó en incumplir su promesa de no imponer las políticas de “choque” del libre mercado propuestas por su rival y economistas occidentales.Las medidas que aplicó —desregulación, recortes del gasto público, privatización de la industria— contribuyeron a poner fin a años de hiperinflación y recesión. La Constitución que promulgó en 1993 limitaba la capacidad del Estado para participar en actividades empresariales y acabar con los monopolios, reforzaba la autonomía del banco central y protegía las inversiones extranjeras.Los gobiernos posteriores firmaron más de una docena de acuerdos de libre comercio, y las políticas proempresariales de Perú fueron declaradas un éxito, y se les atribuyó la reducción récord de la pobreza en el país durante el auge de las materias primas de este siglo.Pero poco se hizo para solucionar la dependencia de Perú de las exportaciones de materias primas y las antiguas desigualdades sociales, o para garantizar la atención a la salud, la educación y los servicios públicos para su población.La pandemia expuso la debilidad burocrática de Perú. El país solo tenía una pequeña fracción de las camas de las unidades de cuidados intensivos que tenían sus pares, y el gobierno era lento e inconsistente a la hora de proporcionar incluso una pequeña ayuda en efectivo a los necesitados. Los trabajadores informales se quedaron sin red de seguridad, lo que llevó a muchos a recurrir a préstamos con altos intereses de bancos privados.Personas hacen fila frente a un banco en Lima. Perú ha sufrido la peor contracción económica en la región durante la pandemia, lo que ha llevado a casi el 10 por ciento de su población a la pobreza.Angela Ponce para The New York Times“La pandemia ha mostrado que el problema de fondo fue el orden de prioridades”, dijo David Rivera, economista y politólogo peruano. “Supuestamente habíamos ahorrado mucho tiempo para poder usarlo cuando hubiese crisis, y lo que hemos visto en el manejo de la pandemia… es que la prioridad seguía en lo macroeconómico y no en evitar que la gente muera y pase hambre”.Keiko Fujimori ha culpado de los problemas del país no a su modelo económico, sino a la forma en que los anteriores presidentes y otros líderes lo han utilizado. Aun así, asegura, se necesitan algunos ajustes, como aumentar el salario mínimo y los pagos de pensión para los pobres.Enmarcó su campaña contra Castillo como una batalla entre la democracia y el comunismo, y usó a veces como ejemplo al gobierno de Venezuela, de inspiración socialista, un país ahora inmerso en una crisis. Castillo, quien es de la sierra norte de Perú, se ganó el reconocimiento nacional al liderar una huelga sindical de maestros en 2017. Hace campaña con el sombrero de ala ancha de los campesinos andinos, y ha aparecido montando a caballo y bailando con sus partidarios.Keiko Fujimori en un acto de campaña. La candidata enfrenta 30 años de prisión por cargos de corrupción.John Reyes/EPA vía Shutterstock“Para nosotros que vivimos en el campo, queremos alguien que sabe lo que es trabajar en la chacra”, dijo Demóstenes Reátegui.Cuando comenzó la pandemia, Reátegui, de 29 años, fue uno de los miles de peruanos que caminaron y pidieron aventón desde Lima hasta la casa de su familia en el campo, después de que un confinamiento ordenado por el gobierno expulsó de sus puestos de trabajo a los trabajadores migrantes como él.Le llevó 28 días.Castillo ha revelado poco sobre cómo cumplir con las vagas promesas de garantizar que los recursos de cobre, oro y gas natural del país beneficien a los peruanos en general. Ha prometido no embargar los activos de las empresas, sino renegociar los contratos.Ha dicho que quiere detener las importaciones de productos agrícolas para apoyar a los agricultores locales, una política que los economistas han advertido que llevaría a un aumento de los precios de los alimentos.Pedro Castillo se dirige a sus seguidores en su último evento de campaña el jueves en Lima, Perú.Liz Tasa/ReutersSi gana, será el más claro repudio a la élite política del país desde que Alberto Fujimori asumió el poder en 1990.“¿Por qué tanta desigualdad? ¿No les indigna?”, dijo Castillo en un mitin celebrado hace poco en el sur de Perú, refiriéndose a las élites del país.“No nos pueden engañar más. El pueblo se ha despertado”, dijo. “¡Podemos recuperar el país!”.Julie Turkewitz es jefa del buró de los Andes, que cubre Colombia, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú, Surinam y Guyana. Antes de mudarse a América del Sur, fue corresponsal de temas nacionales y cubrió el oeste de Estados Unidos. @julieturkewitz More

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    Elecciones en México y Perú: qué está en juego

    El TimesElecciones del 6 de junio: México y Perú van a las urnasLabores previas a la elección del 6 de junio en el Instituto Estatal Electoral de Chihuahua en Ciudad Juárez, MéxicoJose Luis Gonzalez/ReutersLas dos jornadas electorales han sido percibidas como referendos sobre el manejo de la pandemia y un modelo económico que parece incapaz de mitigar la desigualdad.Las elecciones de hoy, domingo 6 de junio, serán cruciales para millones de latinoamericanos que acudirán a las urnas en México y Perú. América Latina es una de las regiones más afectadas por la pandemia de COVID-19: alrededor de una tercera parte de las muertes causadas por el virus en el mundo se han registrado en países latinoamericanos, a pesar de que solo el 8 por ciento de la población mundial vive ahí. El impacto regional del virus al sur del río Bravo es notable si se considera que, mientras Estados Unidos se prepara para volver a la normalidad pospandémica, países como Argentina, Colombia, Costa Rica y Uruguay atraviesan su peor brote.Mexicanos y peruanos no son los únicos que han votado desde que inició la pandemia. En total, entre 2020 y 2022, se celebran 9 comicios presidenciales a lo largo de 25 meses en América Latina.Ecuador eligió en abril a un exbanquero conservador como su presidente después de una campaña que fue crucial para el movimiento indígena. En noviembre, Honduras y Nicaragua tendrán elecciones presidenciales.Además, este año, los chilenos aprobaron en un plebiscito reescribir su Constitución y Argentina irá a las urnas en octubre para las legislativas de medio término.¿Qué está en juego en las elecciones de hoy? Aquí tenemos las claves. México a elecciones de medio términoLa votación será una prueba de la popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien busca consolidar la mayoría que hoy tiene su partido en el Congreso para avanzar en su proyecto político en los tres años restantes de su sexenio. Para alcanzar una supermayoría en la Cámara baja (334 escaños) el partido de López Obrador, Morena, ha formado coaliciones con el Partido Verde y el Partido del Trabajo.La jornada del domingo será el ejercicio electoral más grande de la historia: 93 millones de mexicanos están convocados a las urnas para decidir sobre unos 20.000 cargos, entre ellos los 500 asientos de la Cámara de Diputados, 15 gubernaturas y miles de puestos locales.López Obrador, quien gobierna el país desde 2018, ha emprendido lo que llama “la cuarta transformación” del país con la promesa de combatir la corrupción y la violencia y redistribuir la riqueza entre los más vulnerables. La austeridad es parte clave de su mandato.Los críticos del presidente han señalado que hasta ahora no ha cumplido con sus promesas electorales y señalan que, en materia de migración, cedió a las demandas del expresidente Donald Trump. Sin embargo, López Obrador llega la mitad de su mandato con altos índices de popularidad.México ha sufrido los embates del coronavirus sin cerrar fronteras ni suspender actividades como muchos de sus vecinos con un manejo muy cuestionado de la emergencia sanitaria. El brote ha infectado a 2,3 millones de mexicanos y ha cobrado la vida de más de 221.695 personas.Los resultados comenzarán a darse a conocer la tarde del domingo y el Instituto Nacional Electoral hará un anuncio hacia las 11 p. m., hora del centro de México, en cadena nacional. Perú en segunda vueltaLos peruanos elegirán a su próximo presidente en un balotaje entre Pedro Castillo, un exmaestro rural y dirigente sindical que postula con un partido de extrema izquierda, y Keiko Fujimori, heredera del legado del exmandatario encarcelado Alberto Fujimori y ella misma acusada por crimen organizado. Ninguno de los dos era el favorito en primera vuelta, cuando se presentaron 18 candidatos.La votación en segunda vuelta se ha convertido en una suerte de referéndum sobre el modelo económico del país, que en los últimos 20 años ha logrado un crecimiento ejemplar en la región pero no ha conseguido eliminar la desigualdad. El Congreso, definido en la primera vuelta, estará dominado por Perú Libre (37 escaños de 130), el partido de Castillo; Fuerza Popular, el partido de Fujimori, tendrá 24 congresistas en la nueva legislatura.Perú ha tenido cuatro presidentes en el último quinquenio: Pedro Pablo Kuczynski, el último mandatario electo en contienda regular, renunció en 2018 después de varios intentos del Congreso por destituirlo; su vicepresidente y sucesor, Martín Vizcarra, quien gozaba de aprobación incluso en los primeros meses de la pandemia, tuvo el mismo destino. La turbulencia política del último quinquenio ha estado marcada por escándalos de corrupción y un creciente descontento popular con la clase gobernante. Tres expresidentes de Perú han estado investigados por casos de corrupción y uno más, Alan García, se suicidó cuando las autoridades estaban a punto de arrestarlo. A pesar de las rápidas medidas para contener el avance del coronavirus, el país ha sido uno de los más afectados por la pandemia a nivel mundial. Recientemente las autoridades sanitarias reconocieron que la cantidad de fallecimientos por COVID-19 era de más de 180.764, casi el triple de lo reflejado en el registro oficial.Los resultados empezarán a darse a conocer en el sitio del Jurado Nacional de Elecciones conforme vayan cerrando las mesas de votación la tarde del domingo. More

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    Left and Right Clash in Peru Election, With an Economic Model at Stake

    A leftist former schoolteacher with no governing experience and the right-wing daughter of a jailed ex-president face off for president on Sunday.LIMA, Peru — On paper, the candidates on the presidential ballot in Peru on Sunday are a leftist former schoolteacher with no governing experience and the right-wing daughter of a jailed ex-president who ran the country with an iron fist.Yet voters in Peru face an even more elemental choice: whether to stick with the neoliberal economic model that has dominated the country for the past three decades, delivering some earlier successes but ultimately failing, critics say, to provide meaningful support to millions of Peruvians during the pandemic.“The model has failed a lot of people,” said Cesia Caballero, 24, a video producer. The virus, she said, “has been the last drop that tipped the glass.”Peru has endured the worst economic contraction in the region during the pandemic, pushing nearly 10 percent of its population back into poverty. On Monday, the country announced that its virus death toll was nearly triple what had been previously reported, suddenly raising its per capita mortality rate to the highest in the world. Millions have been left jobless, and many others evicted.The leftist candidate, Pedro Castillo, 51, a union activist, has promised to overhaul the political and economic system to address poverty and inequality, replacing the current constitution with one that will grant the state a larger role in the economy.His opponent, Keiko Fujimori, 46, has vowed to uphold the free-market model built by her father, Alberto Fujimori, who was initially credited with beating back violent leftist insurgencies in the 1990s, but who is now scorned by many as a corrupt autocrat.Keiko Fujimori and Pedro Castillo at the end of a debate last week in Arequipa.Sebastian Castaneda/ReutersPolls show the candidates in a near tie. But many voters are frustrated by their options.Mr. Castillo, who has never held office before, partnered with a radical former governor convicted of corruption to launch his bid. Ms. Fujimori has been jailed three times in a money laundering investigation and faces 30 years in prison, accused of running a criminal organization that trafficked in illegal campaign donations during a previous presidential bid. She denies the charges.“We’re between a precipice and the abyss,” said Augusto Chávez, 60, an artisanal jeweler in Lima who said he might cast a defaced ballot as a form of protest. Voting is mandatory in Peru. “I think extremes are bad for a country. And they represent two extremes.”Mr. Castillo and Ms. Fujimori each won less than 20 percent of votes in a crowded first-round race in April that forced Sunday’s runoff election.The election follows a rocky five-year period in which the country cycled through four presidents and two Congresses. And it comes as the pandemic has pushed voter discontent to new levels, fueling anger over unequal access to public services and growing frustration with politicians ensnared in seemingly endless corruption scandals and political score settling.The hospital system has been so strained by the pandemic that many have died from lack of oxygen, while others have paid off doctors for spots in intensive care units — only to be turned away in agony.Empty oxygen cylinders on the outskirts of Lima. The hospital system has been so strained by the pandemic that many patients have died from lack of oxygen.Marco Garro for The New York TimesWhoever wins on Sunday, said Peruvian sociologist Lucía Dammert, “the future of Peru is a very turbulent future.”“The deep inequities and profound frustrations of the people have stirred, and there’s no organization or actor, whether private companies, the state, unions, to give voice to that.”When Ms. Fujimori’s father swept to power in 1990 as a populist outsider, he quickly reneged on a campaign promise not to impose free-market “shock” policies pushed by his rival and Western economists.The measures he used — deregulation, government spending cuts, privatization of industry — helped end years of hyperinflation and recession. The constitution he ushered through in 1993 limited the state’s ability to take part in business activities and break up monopolies, strengthened the autonomy of the central bank and protected foreign investments.Subsequent centrist and right-wing governments signed more than a dozen free trade agreements, and Peru’s pro-business policies were declared a success, credited with Peru’s record poverty reduction during the commodities boom of this century.But little was done to address Peru’s reliance on commodity exports and longstanding social inequalities, or to ensure health care, education and public services for its people.The pandemic exposed the weakness of Peru’s bureaucracy and the underfunding of its public health system. The country had just a small fraction of the intensive care unit beds its peers had, and the government was slow and inconsistent in providing even small cash assistance to the needy. Informal workers were left with no safety net, leading many to turn to high-interest loans from private banks.People lining up outside a bank in Lima. Peru has endured the worst economic contraction in the region during the pandemic, pushing nearly 10 percent of its population back into poverty.Angela Ponce for The New York Times“The pandemic showed that the underlying problem was the order of priorities,” said David Rivera, a Peruvian economist and political scientist. “Supposedly we’d been saving money for so long to use in a crisis, and what we saw during the pandemic was that the priority continued to be macroeconomic stability, and not keeping people from dying and going hungry.”Ms. Fujimori has blamed the country’s problems not on its economic model, but on the way past presidents and other leaders have used it. Even so, she says, some adjustments are needed, like raising the minimum wage and pension payments for the poor.She framed her campaign against Mr. Castillo as a battle between democracy and communism, sometimes using Venezuela’s socialist-inspired government, now mired in crisis, as a foil. Mr. Castillo, who is from Peru’s northern highlands, gained national recognition by leading a teachers union strike in 2017. He campaigns wearing the wide-brimmed hat of Andean farmers, and has appeared on horseback and dancing with supporters.Keiko Fujimori at a campaign event. She faces 30 years in prison on corruption charges.John Reyes/EPA, via Shutterstock“For us in the countryside, we want someone who knows what it’s like to work the fields,” said Demóstenes Reátegui.When the pandemic began, Mr. Reátegui, 29, was one of thousands of Peruvians who trekked and hitchhiked his way from Lima to his rural family home after a government lockdown pushed migrant workers like him out of their jobs.It took him 28 days.Mr. Castillo has revealed little about how to make good on vague promises to ensure the country’s copper, gold and natural gas resources benefit Peruvians more broadly. He has promised not to seize companies’ assets, but to renegotiate contracts instead.He has said he wants to restrict imports of agricultural products to support local farmers, a policy that economists have warned would lead to higher food prices.Pedro Castillo addressing supporters at a final campaign event on Thursday in Lima, Peru. Liz Tasa/ReutersIf he wins, it will be the clearest repudiation of the country’s political elite since Mr. Fujimori took office in 1990.“Why do we have so much inequality? Does it not outrage them?” Mr. Castillo said at a rally in southern Peru recently, referring to the country’s elites.“They can’t lie to us anymore. The people have woken up,” he said. “We can take this country back!” More

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    La economía de mercado irá a las urnas en Perú

    LIMA — El domingo 6 de junio los peruanos iremos nuevamente a las urnas para elegir entre Pedro Castillo, un profesor de escuela rural y dirigente sindical que postuló con Perú Libre —un partido de extrema izquierda—, y Keiko Fujimori por Fuerza Popular, la hija del expresidente autoritario Alberto Fujimori, cuyo gobierno y principal legado, la Constitución de 1993, ha reivindicado en su campaña.Las últimas encuestas publicadas muestran un virtual empate entre ambos candidatos. La elección del domingo es también una suerte de referéndum en torno a la continuidad del modelo económico neoliberal que ha reinado en Perú en las últimas tres décadas, pero que llega agotado y golpeado por la pandemia a este proceso.No es la primera elección que pone en el banquillo a las políticas de libre mercado que se adoptaron en los años noventa, pero esta vez la posibilidad de que Perú gire drásticamente hacia la izquierda es concreta, y pondría fin a un periodo de bonanza y continuo crecimiento económico que, si bien tuvo límites, alcanzó logros muy notorios que vale destacar y defender.Lo que entendemos como modelo económico neoliberal nunca fue antagónico al Estado, pero el establecimiento ortodoxo fue dogmático y miope frente a la realidad, y ahora se juega la vida en esta elección. El triunfo de Castillo implicaría un retorno a políticas estatistas y anacrónicas que han encontrado eco entre un sector amplio de la población que no ha gozado los frutos del crecimiento económico y la globalización.La disyuntiva no es nueva. En 2006, en el contexto de la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, un Ollanta Humala en la órbita chavista hizo campaña prometiendo cambio constitucional, políticas nacionalistas y un mayor rol del Estado en la economía. De haber triunfado, Perú habría sido parte del giro a la izquierda que fue casi hegemónico en América Latina en ese momento. Cinco años después, un Humala moderado y más próximo al Brasil de Luiz Inácio Lula da Silva que a la Venezuela de Hugo Chávez, terminó alcanzando la presidencia. Salvo un mayor énfasis en políticas sociales, poco del modelo se vio alterado.Tras un respiro en 2016, donde dos candidaturas de derecha pasaron a segunda vuelta, las encuestas de esta elección no advirtieron hasta la última semana la arremetida final de Castillo, quien pasó en primer lugar a la segunda vuelta pero con menos del 20 por ciento de los votos válidos.Si bien tras críticas de diversos sectores, Castillo presentó una nueva versión de su plan de gobierno (el original era un ideario firmado por el fundador de Perú Libre, Vladimir Cerrón, médico formado en Cuba, que reivindica el carácter marxista del partido), sus propuestas insisten en devolverle un rol protagónico al Estado e incluyen sacrilegios a la ortodoxia económica reinante como la revisión de los tratados de libre comercio y la prohibición de importaciones, entre otras medidas populistas y obsoletas.Aunque las vías para implementar sus políticas, que incluyen convocar a una Asamblea Constituyente dirigida a reemplazar a la vigente, no están libres de obstáculos (Perú Libre tiene solo 37 congresistas de 130 en el parlamento), lo cierto es que en la segunda vuelta Castillo abandonó algunas de sus promesas más extremas, como la pena de muerte para los corruptos y el desmantelamiento de la Defensoría del Pueblo, y se comprometió a respetar el Estado de derecho, pero solo ha matizado su discurso y sus propuestas económicas.Y, a pesar de su negativa a buscar el centro, el apoyo a Castillo se ha mantenido en las encuestas, que ha liderado prácticamente hasta este fin de semana. Una encuesta de principios de mayo de IPSOS revelaba que un 54 por ciento de peruanos quiere cambios moderados al modelo económico, y un 32 por ciento, cambios radicales. Solo el 11 por ciento apuesta por la continuidad.Las elecciones de 2006 y 2011 eran indicios de un sentimiento similar, pero sin duda la pandemia catalizó la crisis del modelo económico.Un afiche de Pedro Castillo, en Puna, promete una nueva Constitución.Martin Mejia/Associated PressAunque las reformas de mercado que se adoptaron en el gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000) han tenido éxito en términos de estabilidad macroeconómica y prosperidad, la pandemia provocó un retroceso de diez años en la lucha contra la pobreza, merced a la cual más de 3 millones de personas cayeron nuevamente en ella.Hasta poco antes de la pandemia, el progreso económico era tangible, aunque venía perdiendo ímpetu. Entre 2002 y 2013, Perú fue uno de los países que más creció en América Latina, a un promedio de 6,1 por ciento anual. El ritmo decreció a 3 por ciento entre 2014 y 2019, pero igual contribuyó a que la pobreza bajará de 52,2 por ciento en 2005 hasta el 20,2 por ciento en 2019, y que la extrema pobreza rural se redujera hasta menos del 10 por ciento en el mismo periodo.El crecimiento económico y la reducción de la pobreza coincidieron con un superciclo de materias primas, el cual Perú, como uno de los principales exportadores de minerales en el mundo, supo aprovechar muy bien gracias a una economía ordenada y abierta al mercado. Esa estrategia incluyó también una agresiva promoción de agroexportaciones que permitió al país convertir su desértica franja costera en una de las principales fuentes de uvas, espárragos, arándanos y otros cultivos a nivel global.Esta historia de éxito, no obstante, contrasta con la suerte de un amplio sector de la población que quedó relegada. Como en otras partes del mundo, la globalización dividió a la sociedad en ganadores y perdedores. Los ganadores de esas reformas han defendido y sostenido el modelo año tras año y en cada elección. El impacto de la pandemia debilitó ese bastión de defensa y facilitó el ascenso de un candidato radical como Castillo.La pandemia también acentuó la desigualdad. En el mismo periodo que 3 millones de peruanos caían debajo de la línea de la pobreza, cuatro nuevos peruanos se convirtieron en multimillonarios, y entre los seis identificados por Forbes acumulan una fortuna estimada en más de 11,4 trillones de dólares.La estrategia del modelo económico peruano ha sido positiva, como lo muestran los números, pero deficiente: 3 de cada 4 trabajadores son informales en Perú, y bajo el eufemismo de clase media vulnerable escondimos muy bajos niveles de ingresos que se evaporaron con un shock externo como la pandemia.Para evitar que el modelo se agote, como ha sucedido en Chile, se tiene que adaptar. Lamentablemente, ante intentos desde el Estado de extender la receta agroexportadora a otros sectores, la respuesta fue vehemente en defensa de la llamada “mano invisible” del mercado, cuando fue muy visible a la hora de elegir ganadores entre los agricultores costeros, con rotundo éxito.Si el modelo sobrevive al 6 de junio, requerirá de una actualización urgente. No se puede soslayar el malestar y las demandas de cambio, ni justificarlas por los estragos únicos de la pandemia. Hace dos décadas que sabemos esto pero la complacencia y la ideología nos ganó.Es necesario que el Estado acompañe la expansión del modelo, con inversión en capital humano e impulso a la productividad, por nombrar dos medidas, para que más peruanos sean parte de sectores ganadores y no vean atractivas ideas y políticas probadamente fallidas en el Perú y en la región.Omar Awapara es politólogo y director de ciencias políticas en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), Lima. More

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    Perú y la desolación final

    La idea de una supuesta batalla final entre la izquierda y la derecha, ¿realmente ayuda a los peruanos a discernir y a decidir mejor por quién votarán el próximo 6 de junio?El escenario político del Perú, de cara a la segunda vuelta electoral, parece un libreto tan perfecto como aterrador. Si a un avezado guionista de televisión le hubieran encargado el diseño de un drama sin salidas posibles, tal vez no hubiera imaginado un relato tan desolador. La realidad no supera a la ficción: la sustituye. Después de la profunda crisis política que ha vivido el país —con cuatro presidentes en los últimos cinco años—, tener ahora que elegir entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori parece una pesadilla inimaginable, el peor remake de la industria de la polarización latinoamericana.¿Acaso tiene sentido seguir tratando de analizar lo que ocurre en la región como si fuera, tan solo, parte de un único y casi mecánico enfrentamiento entre el capitalismo y el comunismo? Esta propuesta esquemática —donde convergen algunos escritores reconocidos y analistas internacionales— parece cada vez más inútil. No logra explicar la realidad. Tampoco ha logrado modificarla.Pensar que ahora, nuevamente, en el Perú, se produce un choque entre las fuerzas universales de la izquierda y la derecha; insistir en la idea de que nuestra historia reciente solo puede entenderse como una sucesión de conspiraciones entre supuestos socialistas y supuestos liberales, ya no aporta nada y, por el contrario, obvia o elude la complejidad de nuestras sociedades y del proceso que está viviendo el continente. Parecen simples fórmulas de postergación. Tras los múltiples incendios de la polarización, la tragedia de las grandes mayorías sigue igual, intacta.¿La idea de una supuesta batalla final entre la izquierda y la derecha, realmente ayuda a los peruanos a discernir y a decidir mejor por quién votarán el próximo 6 de junio?La consigna de Pedro Castillo, supuestamente en el extremo a la izquierda, no es nueva: “Solo el pueblo salvará al pueblo”. Forma parte de una retórica ambigua pero eficaz. Recita textos de uno de los intelectuales de la izquierda latinoamericana por antonomasia, Eduardo Galeano, y convoca al país rural, abandonado y muchas veces despreciado. Convierte el melodrama en una acción política. Sin ofrecer demasiadas claridades con respecto a su programa de gobierno, capitaliza las legítimas ansias de cambio de la gente, apelando emocionalmente a la pobreza. Como era de esperarse, y como se ha repetido ya en las elecciones en otros países, el fantasma de Hugo Chávez sobrevuela la contienda. Castillo se ha visto obligado a aclarar que no es comunista, que no es chavista. Hace pocos días, en un programa de radio, le mandó un mensaje directo a Nicolás Maduro, pidiéndole que —antes de opinar sobre el Perú— resolviera sus problemas en internos en Venezuela. Y añadió una frase que revela más bien un pensamiento conservador y xenófobo: “Que venga y se lleve a sus compatriotas que han venido, por ejemplo, acá a delinquir”.La supuesta derecha, con Keiko Fujimori, más que representar el pasado, lo encarna. Literalmente. Ha anunciado que, de ganar las elecciones, indultará a su padre. Ante la desventaja en las encuestas, su estrategia de distribución de miedos se ha incrementado. Tratando de alimentar las sospechas sobre su rival, sostiene que Castillo es “un clon real de Hugo Chávez”. Esta confrontación, que parece un círculo ruidoso donde ambos contrincantes solo se dedican a acusarse mutuamente, podrá verse hoy en un debate público de los dos candidatos.Angela Ponce/ReutersLos candidatos presidenciales del Perú, Pedro Castillo y Keiko FujimoriPaolo Aguilar/EPA vía ShutterstockLa invitación de Mario Vargas Llosa a votar por Keiko, argumentando que representa “el mal menor” para el país, es otro síntoma de las limitaciones de la polarización. A diferencia del Vargas Llosa novelista —capaz de abordar y narrar con complejidad el gobierno y derrocamiento de Jacobo Árbenz, por ejemplo—, el Vargas Llosa opinador parece estar continuamente obligado a entrar en el esquema polarizante, a optar y defender cualquier propuesta que se diga o se proclame liberal, en contra de cualquier propuesta que parezca de izquierda. De esta manera, lo mejor —el mal menor— puede ser el regreso a lo peor. Es una lógica que deja en entredicho el sentido y la utilidad de la democracia: un sistema donde el poder del pueblo consiste en resignarse ante una minoría corrupta y autoritaria.Suponer que Keiko Fujimori simboliza la última oportunidad de libertad y que Castillo significa la llegada intempestiva del comunismo implica, entre otras cosas, reducir la historia y la vida social a un nivel de simplicidad enorme. Casi pareciera que, en los últimos diez años, los peruanos no hubieron visto pasar por la presidencia del país a Ollanta Humala, a Pedro Pablo Kuczynski, a Martín Vizcarra, a Manuel Merino, a Francisco Sagasti. Como si no hubieran escuchado y vivido distintas propuestas, ideologías, nexos con la geopolítica regional. La condición apocalíptica de la polarización propone que la actualidad siempre es diferente y definitiva. Somete a los ciudadanos a hacerse responsables —de manera urgente— de las miserias de los actores políticos, así como a vivir postergando de forma permanente las genuinas ansias de cambio de su realidad.En la década de 1950, Williams S. Burroughs realizó un viaje desde Panamá al Perú, buscando tener experiencias con la ayahuasca. Durante el periplo, mantuvo una suerte de diario viajes, en forma de correspondencia con el poeta Allen Ginsberg, cuyo resultado fue un libro extraordinario, titulado Las cartas del Yagé. Al final de su periplo, ya en el Perú, el novelista estadounidense escribe lo siguiente: “Todas las mañanas, se oye el clamor de los chicos que venden Luckies por la calle: ‘A ver, Luckies’. ¿Seguirán gritando ‘A ver, Luckies’ de aquí a cien años? Miedo de pesadilla del estancamiento. Horror de quedarme finalmente clavado en este lugar. Ese miedo me ha perseguido por toda América del Sur. Una sensación horrible y enfermiza de desolación final”.Frente a esta realidad permanente, signada por la desigualdad, la pobreza y la impunidad, la polarización parece un juego pirotécnico, un libreto estridente que se repite sin gracia. El espectáculo que pretende convertir un fracaso conocido en una nueva esperanza.Alberto Barrera Tyszka (@Barreratyszka) es escritor venezolano. Su libro más reciente es la novela Mujeres que matan. More