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    Perú atrapado entre dos males

    Pedro Castillo y Keiko Fujimori competirán en la segunda vuelta electoral por la presidencia. Ambos son conservadores y con credenciales democráticas dudosas. ¿Qué soluciones hay ante este panorama desolador?Los resultados de la primera vuelta electoral en el Perú muestran un panorama desolador.Luego de una campaña marcada por lo que podríamos denominar una fragmentación sin emoción, se ha confirmado que el izquierdista Pedro Castillo (Perú Libre) y la derechista Keiko Fujimori (Fuerza Popular) competirán en la segunda vuelta electoral del 6 de junio. Ambos son extremistas, de perfil conservador y sus credenciales democráticas son dudosas. A este país acostumbrado a votar por el “mal menor” parece haberle llegado el momento de elegir entre dos males a secas.Castillo, por su parte, tiene propuestas como desactivar el Tribunal Constitucional y reemplazarlo por “los verdaderos tribunos del pueblo” o cerrar el Congreso si el pueblo se lo pide. Mientras tanto, Fujimori es hija y heredera política del expresidente autoritario Alberto Fujimori y una de las principales responsables de la crisis política de 2016 en adelante.Sin importar quién gane, las tendencias autoritarias no son la única problemática que se avecina. El Congreso estará compuesto por varios partidos y se prevé más precariedad institucional. Viene a la mente el último quinquenio: un interminable conflicto entre poderes del Estado que tuvo como saldo que contáramos con cuatro presidentes y dos congresos. En este contexto, se tendrán que buscar salidas a la que ha sido una de las peores gestiones de la pandemia a nivel mundial.Tal situación es el punto culminante de dos décadas en donde se ha priorizado la continuidad del modelo económico neoliberal y se ha descuidado el fortalecimiento institucional y la satisfacción ciudadana.Las élites de empresariales, tecnocráticas, políticas y mediáticas responsables de esta continuidad terminaron abrazando una suerte de mito alrededor del modelo. Se creyeron que este modelo debía permanecer a toda costa, mientras que la política podía ser relegada o incluso desterrada de la toma de decisiones. Este mito ya es insostenible y debemos crear, pronto, una mirada más realista que recupere la importancia de tener una política saludable para la democracia.Pero ni Castillo ni Fujimori parecen ser aptos para reimaginar una democracia en donde las instituciones y la ciudadanía tengan un rol primordial y que deje de atrás el drama constante de cambios de presidentes, disoluciones del Congreso y tendencias autoritarias.Para superar el mito alrededor del modelo económico, debemos empezar por reconocer su lado positivo.El neoliberalismo ha sido uno de los proyectos políticos más estable de nuestra historia. En la víspera del bicentenario de la Independencia, haríamos mal en no reconocer que nuestro pasado remoto y reciente se parece, a ratos, a un homenaje al filósofo Heráclito: lo único constante era el cambio. Todos los proyectos políticos que emprendimos antes se descalabraron. En cambio, el neoliberalismo llegó y se atrincheró en la vida nacional, incluso mientras muchos países de América Latina giraban hacia diferentes tipos de modelos de izquierda.Los logros económicos del neoliberalismo son innegables. Cuando uno contrasta la debacle económica que se vivía hacia 1989, no cabe duda de que las cosas mejoraron. Particularmente, en la democracia del nuevo milenio, entramos en un periodo de crecimiento acelerado del PBI que, a su vez, resultó en que los índices oficiales de pobreza se redujeran sustancialmente. Todo esto bajo una macroeconomía muy bien manejada.Pero, detrás del triunfalismo económico, había muchas problemáticas que seguían sin ser resueltas. Deberíamos empezar por notar las deficiencias de nuestro modelo, principalmente en lo referido al aparato productivo, como ha escrito el economista Piero Ghezzi en un reciente libro. Como ha evidenciado la pandemia, dice Ghezzi, este modelo no cuenta con las condiciones para sostener un desarrollo a largo plazo. Entonces, la continuidad que plantea cierta derecha podría ser tan peligrosa como los cambios que se proponen desde cierta izquierda.A esto habría que añadir todo aquello que ha sido descuidado como consecuencia del énfasis en la continuidad del modelo económico. Primero, la ciudadanía ha brindado importantes contingentes de votos y hasta ha elegido candidaturas que prometieron cambiar, en diferente medida, el modelo económico (Alan García en 2006 y Ollanta Humala en 2011). Es decir, a pesar de las mejoras económicas, la población no tiene el mismo fervor que las élites por la continuidad del modelo.En segundo lugar, tenemos uno de los Estados más débiles de América Latina. Esta característica no solo está detrás de la incapacidad para responder adecuadamente a la pandemia. También se manifiesta en la persistente conflictividad social alrededor de proyectos mineros y la expansión de economías ilegales. Y está presente en las elecciones. Es posible que gran parte de los votos para Castillo y Keiko sea resultado de una población que viene exiguiendo, elección tras elección, tener una ciudadanía más plena.No solo eso. La crisis política que vivimos tiene relación con una profunda insatisfacción con las instituciones políticas y autoridades, escándalos de corrupción y con la debilidad de los partidos políticos que participan en elecciones. La irresponsabilidad de los políticos en los últimos cinco años y la distancia con la ciudadanía al momento de tomar decisiones tiene parte de su origen en esta combinación de condiciones.Con el mito claramente superado, ahora podemos ver su peor resultado: un país donde las elecciones nos dejan en la encrucijada de tener que elegir entre dos males, con posibles presidentes que han mostrado señales autoritarias, conflictos institucionales, insatisfacción ciudadana y dificultades para lidiar una profunda crisis sanitaria y económica.Por todo lo visto, sería desastroso que en esta segunda vuelta el Perú no reconociera que tanto Castillo como Keiko son sumamente peligros en términos políticos: no garantizan plenamente ni la estabilidad ni la democracia. Si nos llegáramos a enfocar únicamente en la dimensión económica que los separa, repetiremos el mismo guion que nos ha traído a esta tragedia en primer lugar.Los riesgos económicos de la continuidad de Keiko y el cambio de Castillo no deberían subestimarse. Pero no nos quedemos en esto.En vez de dar tumbos alrededor del mito viene siendo tiempo de invertir su fórmula: a nuestra democracia le podría ir bien con diferentes modelos económicos, pero jamás le irá bien de espaldas a la institucionalidad y la ciudadanía. Debemos exigir a los candidatos que ofrezcan respuestas que garanticen que entienden mínimamente ese problema.Además de decirnos por qué su programa económico es supuestamente mejor que el de su rival, tendrían que hablar de sus estrategias para evitar vacancias y disoluciones, coaliciones que no supongan repartijas, compromiso con el Estado de derecho, no atrincherarse al poder y respeto de los derechos políticos de sus rivales y libertades civiles de la población. Recordemos que el desprecio por la política genera una política despreciable.Daniel Encinas (@danencinasz) es politólogo y candidato a doctor en Ciencia Política por la Universidad de Northwestern. More

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    Los expresidentes de América Latina tienen demasiado poder

    Es hora de bajarlos de sus pedestales.El domingo, los votantes de Ecuador eligieron a Guillermo Lasso, un exbanquero que está a favor de las políticas de libre mercado, como presidente. Votaron por él en lugar de por Andrés Arauz, un populista de izquierda. Algunos analistas lamentan el fin del progresismo, pero lo que realmente vimos fue un bienvenido golpe a una extraña forma de política del hombre fuerte: el fenómeno de expresidentes que buscan extender su control e influencia eligiendo y respaldando a sus “delfines” en elecciones nacionales.Arauz fue designado personalmente por el expresidente Rafael Correa, un economista semiautoritario que gobernó Ecuador de 2007 a 2017. La elección no fue solo un referendo sobre el papel del Estado en la economía, sino de manera más fundamental sobre la siguiente pregunta: ¿Qué papel deben desempeñar los expresidentes en la política, si es que acaso deben desempeñar alguno?En América Latina se ha vuelto normal que exmandatarios impulsen a candidatos sustitutos. Se trata de una forma extraña de caudillismo, o política del hombre fuerte, combinada con continuismo, o continuidad de linaje, pensada para mantener a los rivales al margen.Los expresidentes son los nuevos caudillos: pretenden extender su mandato a través de los herederos que escogen, algo llamado delfinismo, de “delfín”, el título dado al príncipe heredero al trono de Francia entre los siglos XIV y XIX.En la última década, al menos siete presidentes elegidos democráticamente en Latinoamérica fueron escogidos por su predecesor. El más reciente, Luis Arce, llegó al poder en Bolivia en 2020, patrocinado por el exmandatario Evo Morales. Estos candidatos sustitutos le deben mucho de su victoria a la bendición de su jefe, la cual tiene un precio: se espera que el nuevo presidente se mantenga leal a los deseos de su patrocinador.Esta práctica ata con esposas de oro a aquellos recién electos y socava la democracia en el proceso. Más que pasar la estafeta, los expresidentes emiten una especie de contrato de no competencia. En Argentina, una expresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, contendió como compañera de fórmula de su candidato presidencial escogido, Alberto Fernández.Después de ser la primera dama de Argentina y luego convertirse en presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, a la derecha, se convirtió en vicepresidenta de su candidato elegido, Alberto Fernández, a la izquierda.Foto de consorcio de Natacha PisarenkoEste estilo actual de política caudillista es la actualización de una actualización. En la versión clásica de la política del hombre fuerte —que dominó la política latinoamericana tras las guerras de independencia del siglo XIX y hasta la década de los setenta— muchos caudillos buscaban mantener su poder al prohibir o amañar las elecciones una vez que llegaban a la presidencia, una maniobra que usó famosamente el dictador mexicano Porfirio Díaz, o simulando golpes de Estado si no podían ganar, una estrategia empleada por el dictador cubano Fulgencio Batista en 1952.Este modelo clásico de continuismo era traumático. En México y en Cuba, incitó ni más ni menos que dos revoluciones históricas que resonaron en el mundo entero.Latinoamérica actualizó este modelo de caudillismo. Los golpes de Estado y las prohibiciones de elecciones se volvieron obsoletos en la década de 1980 y, en lugar de abolir la democracia, se volvió usual que los líderes comenzaran a reescribir las constituciones y a manipular las instituciones para permitir la reelección. Comenzó el auge de las reelecciones. Desde Joaquín Balaguer en la República Dominicana en 1986 hasta Sebastián Piñera en Chile en 2017, Latinoamérica tuvo a 15 expresidentes que volvieron a la presidencia.No obstante, el modelo del continuismo a través de la reelección ha enfrentado obstáculos de manera reciente debido a que varios expresidentes se han visto envueltos en problemas legales.Tan solo en Centroamérica, 21 de 42 expresidentes han tenido problemas legales. En Perú, seis expresidentes de los últimos 30 años han enfrentado cargos de corrupción. En Ecuador, Correa fue sentenciado por recibir financiamiento para su campaña a cambio de contratos estatales. Él afirma que es una víctima de persecución política. Su respuesta fue usar la campaña de Arauz como boleto para recuperar su influencia. En cierto momento de la campaña, el candidato promovió la idea de que un voto por él era un voto por Correa.Durante la campaña presidencial de Ecuador, el candidato Andrés Arauz promovió la idea de que un voto por él era un voto por el expresidente Rafael Correa.Dolores Ochoa/Associated PressEstas complicaciones legales alientan a los expresidentes a tratar de respaldar a sustitutos que, como mínimo, podrían darles un indulto si resultan electos.Los expresidentes parecen pensar que la versión más reciente del caudillismo libera al país del trauma. El presidente Alberto Fernández aseguró que cuando su jefa, la expresidenta Fernández de Kirchner, lo eligió como su candidato porque, argumentó, el país no necesitaba a alguien como ella, “que divido”, sino a alguien como él, “que suma”. A su vez, Fernández de Kirchner fue elegida heredera por su difunto esposo, el expresidente Néstor Kirchner.No obstante, esta subrogación política difícilmente resuelve el trauma asociado con su continuismo inherente. De hecho, lo hace más tóxico. Con excepción de los simpatizantes del expresidente, el país ve el truco como lo que es: una tentativa evidente de restauración.Los problemas del delfinismo van más allá de intensificar la polarización al exacerbar el fanatismo político y puede conducir a consecuencias aún más graves. En el México de antes del año 2000, en el que los presidentes prácticamente escogían personalmente a sus sucesores, los exmandatarios solían seguir la norma de retirarse de la política, por lo que concedían suficiente autonomía al sucesor.Sin embargo, en la versión más reciente del delfinismo, los sucesores no son tan afortunados. Los expresidentes que los patrocinaron siguen entrometiéndose. Esta interferencia produce tensiones para gobernar. El mandatario en funciones pierde su relevancia de manera prematura, con todos los ojos puestos en las opiniones del presidente anterior, o en algún momento busca romper con su jefe. La separación puede detonar guerras civiles terribles.Estas rupturas a menudo son inevitables. Los delfines electos enfrentan nuevas realidades con las que sus impulsores nunca lidiaron. Además, con frecuencia tienen que arreglar el desastre que dejaron sus jefes.Lenín Moreno, el actual presidente de Ecuador, quien fue seleccionado por Correa, tuvo desacuerdos con él respecto a una serie de políticas autoritarias de izquierda impulsadas por revelaciones de corrupción. El resultado fue una lucha de poderes que dividió a la coalición gobernante y entorpeció la capacidad del gobierno de lidiar con la crisis económica y luego con la pandemia de la COVID-19.Una lucha similar ocurrió en Colombia cuando el entonces presidente Juan Manuel Santos, escogido por Álvaro Uribe, decidió llegar a un acuerdo de paz con las guerrillas, con lo que desafío la postura de Uribe. El resultado fue una especie de guerra civil entre ambos hombres que rivalizó en intensidad con la guerra contra las guerrillas a la que el gobierno intentaba poner fin.No hay una solución sencilla a este tipo de continuismo. Los partidos deben dejar de poner a sus expresidentes en un pedestal. Necesitan reformar las precandidaturas para asegurarse de que otros líderes, no solo los exmandatarios, tengan los medios para competir de manera interna. Los países latinoamericanos han hecho mucho para garantizar que haya una fuerte competencia entre partidos, pero mucho menos para garantizar la competencia dentro de los partidos.Nada huele más a oligarquía y corrupción que un expresidente que intenta mantenerse vigente a través de candidatos sustitutos. Y Ecuador ha demostrado que esta manipulación política puede acabar por empoderar precisamente a las mismas ideologías políticas que los expresidentes pretendían contener.Javier Corrales (@jcorrales2011) es escritor y profesor de Ciencias Políticas en Amherst College. Su obra más reciente es Fixing Democracy: Why Constitutional Change Often Fails to Enhance Democracy in Latin America. More

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    Latin America’s Former Presidents Have Way Too Much Power

    It’s time to take them down from their pedestals.On Sunday, voters elected Guillermo Lasso, a former banker and a supporter of free-market policies, as president of Ecuador over Andrés Arauz, a left-wing populist. Some analysts are decrying the end of progressivism, but what we are really seeing is a welcome setback for a strange form of strongman politics: the phenomenon of former presidents seeking to extend their control and influence by choosing and backing their protégés in national elections.Mr. Arauz was handpicked by former President Rafael Correa, a semiauthoritarian economist who governed Ecuador from 2007 to 2017. The election was a referendum not just on the role of the state in the economy but also more fundamentally on the question, “What, if any, role should former presidents play in politics?”In Latin America, it has become normal for former presidents to promote surrogate candidates. This is a bizarre form of caudillismo, or strongman politics, combined with continuismo, or lineage continuity, intended to keep rivals at bay.Today, former presidents are the new caudillos, and they are hoping to extend their rule through their chosen heirs — in what is called delfinismo, from “dauphin,” the title given to the heir apparent to the French throne in the 14th through 19th centuries.In the last decade, at least seven democratically elected presidents in Latin America were handpicked by a predecessor. The most recent, Luis Arce, came to power in Bolivia in 2020, sponsored by former strongman Evo Morales. These surrogate candidates owe much of their victory to their patron’s blessing, which comes with a price. The new presidents are expected to stay loyal to their patron’s wishes.The practice binds those newly elected in golden handcuffs, undermining democracy in the process. More than passing the torch, former presidents issue a sort of noncompete contract. In Argentina, a former president, Cristina Fernández de Kirchner, ran as vice president with her chosen candidate, Alberto Fernández.After serving as Argentina’s first lady and then president, Cristina Fernández de Kirchner, right, became vice president under her chosen candidate, Alberto Fernández, left.Pool photo by Natacha PisarenkoThis current style of strongman politics is an update of an update. In the classic version of the strongman politics, which dominated Latin American politics after the wars of independence during the 19th century until the 1970s, many caudillos sought to stay in office by banning or rigging elections, a tactic famously utilized by the Mexican dictator Porfirio Díaz, or by staging coups if they couldn’t win office, a tradition employed by the Cuban dictator Fulgencio Batista in 1952.This classic model of continuismo was intensely traumatic. In Mexico and Cuba, the model incited nothing less than two world-historic revolutions.Latin America updated this model of caudillismo. Coups and election bans became unfashionable by the 1980s, and so rather than abolish democracy, it became more common for leaders to rewrite constitutions and manipulate institutions to permit re-election. A re-election boom followed. From Joaquín Balaguer in the Dominican Republic in 1986 to Sebastián Piñera in Chile in 2017, Latin America saw 15 former presidents return to the presidency.But lately, the model of continuismo through re-election has run into trouble after a number of former presidents found themselves entangled in legal troubles.In Central America alone, 21 of 42 former presidents have had brushes with the law. In Peru, six ex-presidents from the past 30 years have faced corruption charges. In Ecuador, Mr. Correa was convicted of trading campaign finance contributions for state contracts. He claimed he was a victim of political persecution. His response was to use Mr. Arauz’s campaign as the ticket back to influence. At some point during the campaign, the candidate even promoted the idea that a vote for him was a vote for Mr. Correa.During Ecuador’s presidential campaign, the candidate Andrés Arauz promoted the idea that a vote for him was a vote for former President Rafael Correa.Dolores Ochoa/Associated PressThese legal complications encourage former presidents to promote surrogates who might, at the very least, pardon them if elected.Former presidents seem to think that this latest update of caudillismo liberates the country from trauma. President Alberto Fernández claimed that when her sponsor, former president Fernández de Kirchner, chose him as her candidate, she justified her decision by arguing that the country didn’t need someone like her, “who divides,” but someone like him, who can “draw people together.” Ms. Fernández de Kirchner was herself chosen as an heir by her late husband, former president Néstor Kirchner.But this political surrogacy hardly solves the trauma associated with its inherent continuismo. In fact, that makes it more toxic. Except for the former president’s followers, the country sees the gimmick for what it is: an obvious effort at restoration.The problems with delfinismo go beyond intensified polarization by exacerbating political fanaticism and can lead to even greater problems. In Mexico until the 1990s, where presidents essentially handpicked their successors, former presidents typically observed the norm of retiring from politics, granting the successor sufficient autonomy.But in the most recent version of delfinismo, successors are not that lucky. The sponsoring former presidents keep meddling. This interference produces governance travails. The sitting presidents either become premature lame ducks, with all eyes turned to the former presidents’ views, or eventually seek a break from their patrons. Splits can unleash nasty civil wars.Such breaks are often inevitable. Elected delfines face new realities that sponsors never confronted. Frequently they have to clean up messes their sponsors left behind.Lenín Moreno, the current president of Ecuador, who was selected by Mr. Correa, broke with him on a number of leftist-authoritarian policies, prompted by revelations of corruption. The result was a power struggle that splintered the ruling coalition and hindered the government’s ability to cope with the economic crisis and then the Covid-19 pandemic.A similar battle occurred in Colombia when President Juan Manuel Santos, chosen by the then president Álvaro Uribe, decided to make peace with guerrillas, defying Mr. Uribe’s preference. The result was a near civil war between those men that rivaled in intensity the war against guerrillas that the government was trying to settle.There is no easy solution to this type of continuismo. Parties need to stop placing their former presidents on a pedestal. They need to reform primaries to ensure leaders other than former presidents have the means to compete internally. Latin American countries have done a lot to ensure strong competition among parties, but less so within parties.Nothing screams oligarchy and corruption like a former president trying to stay alive through surrogate candidates. And Ecuador has demonstrated that this political maneuver may end up also empowering rather than weakening the very same political ideologies the former presidents were trying to contain.Javier Corrales is a professor and the chair of the political science department at Amherst College.The Times is committed to publishing a diversity of letters to the editor. We’d like to hear what you think about this or any of our articles. Here are some tips. And here’s our email: letters@nytimes.com.Follow The New York Times Opinion section on Facebook, Twitter (@NYTopinion) and Instagram. More

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    Peru Election for the 5th President in 5 Years Goes to Runoff

    Pedro Castillo, a far-left former union activist and teacher, is leading, according to election officials.LIMA, Peru — Peru’s presidential election is headed for a runoff, with Pedro Castillo, a far-left former union activist and teacher, in the lead, according to data released Monday by the country’s electoral body.He will likely face a right-wing candidate in a second round of voting in June.Mr. Castillo, a social conservative, was one of 18 candidates, and tapped into a wave of anti-establishment sentiment in an election characterized by widespread frustration with the political system.He is likely headed into a runoff with Keiko Fujimori, the daughter of the jailed former authoritarian leader Alberto Fujimori, according to a survey of electoral tallies by the firm Ipsos for a local television channel. Trailing behind Ms. Fujimori is an ultraconservative, Rafael López Aliaga.Either pairing would set the stage for a highly polarized second-round election, the results of which could steer the country in radically different directions.“This is the vote of a country tired, depressed, frustrated, and also fed up,” Fernando Tuesta, a Peruvian political analyst, said in a statement on Monday. The election comes at a low point for Peru. Over the last five years, the country cycled through four presidents and two Congresses and witnessed repeated clashes between the legislative and executive branches.Keiko Fujimori speaking at her party’s headquarters in Lima, Peru, on Sunday.John Reyes/EPA, via ShutterstockThree former presidents have spent time in jail during bribery investigations, including one candidate in this year’s election; a fourth killed himself to avoid arrest; and a fifth, Martín Vizcarra, one of the most popular recent leaders, was impeached in November.His replacement, who lasted less than a week in office, is under investigation in connection with the fatal shootings of two young men at protests, which led to his resignation.With 84 percent of the votes tallied, Mr. Castillo was leading with 18.5 percent of the vote on Monday afternoon, more than five points ahead of his closest rival.Mr. Castillo, 51, wants to nationalize the country’s natural resources to help pay for investments in health care and education; promises to have a top court elected by popular mandate; and is proposing a new constitution to favor ordinary Peruvians and not business interests.In the run-up to the election, Mr. Castillo drew large crowds in rural towns, but did not receive broad coverage in national media until polls showed him surging to around 6 percent a week before the election.He celebrated his surprise victory from the poverty-stricken highland region of Cajamarca, where as a youth he was part of the peasant security patrol that enforces local laws and customs.“The blindfold has just been taken off the eyes of the Peruvian people,” Mr. Castillo told throngs of supporters in Cajamarca on Sunday night, wearing the wide-brimmed hat of farmers in the region.“We’re often told that only political scientists, constitutionalists, erudite politicians, those with grand degrees can govern a country,” he said. “They’ve had time enough.”A polling place in Recuay, Peru, on Sunday. A record 18 candidates participated in the presidential race, which is headed to a runoff.Ricardo Moreira/Getty ImagesMs. Fujimori, who is making her third bid for president, has been jailed three times in recent years in connection with an ongoing money laundering probe. In this election, she vowed to stop pandemic lockdowns and crack down on crime.On Sunday, Marianela Linares, 43, a Castillo supporter, said he represented “the big change” voters have been looking for but have thus far failed to find in traditional politicians.“We’ve always been deceived by high-level people who always said they’d help us get ahead but have lied to us,” said Ms. Linares, a public-school teacher in the Amazonian town of Puerto Maldonado. “He knows what need is. He knows what hunger is, and what it means to live in misery.” More

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    In Peru’s Presidential Election, the Most Popular Choice Is No One

    Peruvians head to the polls at a moment that many are calling one of the lowest points in the country’s young democracy, and many plan to cast empty ballots.LIMA, Peru — Vicenta Escobar, 62, sells fruit from a stand on the streets in Peru’s capital, Lima. In every presidential election over the last four decades, she has chosen a candidate she believed in, in the hope that he or she would deliver change.Not this time, though. This Sunday, she plans to arrive at her polling station to vote — as is required by Peruvian law. But she will cast her ballot without making a single mark.“I’m planning on leaving it blank,” she said on Thursday afternoon. She was fed up, she said, with “all the lies and robberies.”Peruvians are voting on Sunday at a moment many are calling one of the lowest points in the country’s young democracy. Eighteen candidates are on the ballot, but about 15 percent of voters are expected to cast a blank vote, according to several recent polls, and no candidate has been able to garner much more than 10 percent support. The leading two candidates will advance to a runoff if no one captures more than half the vote.The election follows a tumultuous five-year period in which the country cycled through four presidents and two Congresses, and it comes amid growing frustration over corruption, the pandemic and a political system that many say has served the interests of corporations and officials — but not of regular people.Whoever is sworn in later this year is likely to have the weakest mandate of any elected president in recent history, and will be forced to deal with dual economic and health crises likely to shape the country for years to come.Peru has one of the highest coronavirus death rates in the world, and daily deaths climbed to new highs this month as the Brazilian variant of the virus spread through the country. Many Covid patients have died amid lack of access to oxygen or ventilators, working-class families are struggling to secure enough food, and school closures have pushed children into the labor force.The economy shrank 12 percent last year in the country’s worst recession in three decades — the second-worst downturn in Latin America, after Venezuela’s.Voters interviewed this month in Lima, the capital, appeared to coalesce around their shared frustration with the system.“We used to trust our leaders somewhat. But now no one believes any of them,” said Teresa Vásquez, 49, a housekeeper.Ms. Vásquez had supported one of the recent presidents, Martín Vizcarra, even as legislators impeached him amid corruption charges.Then she learned he had been secretly vaccinated last year with extra doses from a clinical trial in Peru that researchers distributed among political elites.This year, she had narrowed her options to two candidates who seemed clean. But with less than a week to go before the election, was still struggling to decide.“It’s the same with my whole family,” she said. “No one knows who to trust.”Opinion polls released before Sunday’s vote showed that any two of half a dozen candidates might move on to a likely June runoff.Among the candidates pulling in about 10 percent of the vote in recent polls are Pedro Castillo, a socially conservative union activist who has surged in the last week on promises to invest heavily in health care and education, and Keiko Fujimori, a right-wing opposition leader and the daughter of the former authoritarian president Alberto Fujimori, who has said she would end Covid lockdowns and crack down on crime with an “iron fist.”Residents of the Villa El Salvador neighborhood in Lima observed a campaign rally last week.Sebastian Castaneda/ReutersThis year’s election coincides with the 200th anniversary of Peru’s independence. But instead of celebrating, many Peruvians are questioning the validity of their democracy and their free-market economic model.Even before the pandemic threw the country into disarray, support for democracy in Peru had slipped to one of the lowest levels in the region, according to a 2018-2019 survey by the Latin American Public Opinion Project, with the military seen as the most trustworthy institution.Since the last general election produced a divided government five years ago, Peru has seen constant clashes between the legislative and executive branches, as opposition lawmakers have sought to impeach two presidents and Mr. Vizcarra dissolved Congress, calling new legislative elections to push through reforms.Three former presidents have spent time in jail during bribery investigations, including one candidate in this year’s election; a fourth killed himself to avoid arrest; and a fifth, Mr. Vizcarra, one of the most popular recent leaders, was impeached in November.His replacement, who lasted less than a week in office, is under investigation in connection with the fatal shootings of two young men at protests, which led to his resignation.One reason for the country’s endemic corruption is that political parties often barter their loyalties to presidential candidates in back-room deals, and are often captive to special interests.A soldier stands guard near voting booths in Lima, Peru on Saturday.Sebastian Castaneda/Reuters“Political parties are no longer a vehicle for representation of the citizenry,” said Adriana Urrutia, a political scientist who leads the pro-democracy organization Transparencia.“There are parties in the current Parliament that represent the interests of private universities facing penalties for failing to fulfill minimum requirements,” she added. “There are parties that represent the interests of illegal economies, like illegal logging and illegal mining.”Some candidates are tailoring their messages to appeal to the growing skepticism about democracy.Mr. Castillo, the union activist, has promised to replace the Constitutional Tribunal with a court elected “by popular mandate,” and said he would dissolve Congress if it blocked a proposal to replace the Constitution. Rafael López Aliaga, a businessman and a member of the ultraconservative Catholic group Opus Dei, has said Peru must stop a leftist “dictatorship” from consolidating power and has promised to jail corrupt officials for life.Ms. Fujimori has abandoned efforts to moderate her platform in her third presidential bid. She has promised to pardon her father, who is serving a sentence for human rights abuses and graft.The constant political turmoil has analysts worried for the country’s future.“I think the scenario that’s coming is really frightening,” said Patricia Zárate, the lead researcher for the Institute of Peruvian Studies, a polling organization. “Congress knows they can impeach the president easily and it’s also easy for the president to close Congress. Now it will be easier to do again. It’s dispiriting.”Reporting was contributed by More

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    Elecciones en Perú: los votantes van a las urnas sin candidato favorito

    Los peruanos votarán en lo que muchos califican como el peor momento de su joven democracia. Numerosos electores se inclinan por el voto en blanco.LIMA, Perú — Vicenta Escobar, de 62 años, vende fruta en un puesto de las calles de Lima, la capital de Perú. En todas las elecciones presidenciales de las últimas cuatro décadas, ella ha votado a un candidato en el que creía, con la esperanza de que esa persona fuera a cambiar las cosas.Pero no en esta ocasión. Este domingo, piensa llegar a la casilla para votar, como lo exige la ley peruana. Pero dejará la boleta sin poner una sola marca.“Esta vez pienso marcar blanco”, comentó el jueves por la tarde. Dijo que estaba harta de “todos los engaños, los robos”.Los peruanos votan este domingo en un momento que muchos consideran uno de los peores en su joven democracia. En la boleta hay 18 candidatos, pero se calcula que el 15 por ciento de los electores anularán su voto, según diversas encuestas recientes; además, ningún candidato ha logrado reunir un apoyo de más del 10 por ciento. Los dos candidatos con más votos pasarán a una segunda vuelta si ninguno obtiene más de la mitad de los votos.Las elecciones se dan tras cinco años tumultuosos en los que el país pasó por cuatro presidentes y dos congresos, y en medio de una frustración creciente debido a la corrupción, la pandemia y un sistema político que muchos afirman que ha estado al servicio de los funcionarios y las corporaciones, pero no del pueblo.Es probable que cualquiera que asuma el cargo este año tenga el mandato más débil que ningún otro presidente electo en la historia reciente, y tendrá que lidiar con crisis en materia de salud y economía que muy probablemente afectarán al país en los años venideros.Perú tiene una de las tasas de muerte por coronavirus más altas del mundo, y las muertes diarias alcanzaron nuevos máximos este mes a medida que la variante brasileña del virus se extendía por el país. Muchos pacientes de COVID-19 han muerto por falta de acceso a oxígeno o respiradores, las familias de clase trabajadora luchan por conseguir alimentos y el cierre de escuelas ha provocado que los niños tengan que trabajar.El año pasado la economía se contrajo un 12 por ciento en la peor recesión del país en tres décadas, la segunda peor contracción en América Latina después de la de Venezuela.Los votantes a los que se entrevistó este mes en Lima, la capital del país, parecían coincidir en su frustración con el sistema.“Antes confiábamos algo en nuestros líderes, pero ya nadie confía en nadie”, expresó Teresa Vásquez, de 49 años, un ama de casa.Vásquez había apoyado a uno de los últimos presidentes, a Martín Vizcarra, incluso cuando los legisladores emprendían un juicio político contra él bajo cargos de corrupción.Pero se enteró de que el entonces presidente se había vacunado en secreto el año pasado con dosis extras de un ensayo clínico realizado en Perú, las cuales los investigadores distribuyeron entre las élites políticas.Este año, ya redujo sus opciones a dos candidatos que parecen impolutos, pero seguía teniendo dificultades para decidirse a menos de una semana de las elecciones.“Toda la familia está igual”, continuó. “Nadie sabe a quién creer”.Las encuestas de opinión publicadas antes de la votación del domingo mostraban que había seis candidatos con posibilidad de pasar a una probable segunda vuelta en junio.Entre los candidatos que obtienen alrededor del 10 por ciento de los votos en los últimos sondeos se encuentran Pedro Castillo, un activista sindical socialmente conservador que ha repuntado en la última semana gracias a sus promesas de invertir grandes cantidades de dinero en sanidad y educación, y Keiko Fujimori, una líder de la oposición de derecha e hija del antiguo líder autoritario Alberto Fujimori, la cual ha dicho que pondría fin a los confinamientos por la COVID-19 y reprimiría la delincuencia con “mano dura”.Vecinos de Villa el Salvador, un barrio de Lima, observaban un mitin electoral la semana pasada. Sebastián Castañeda/ReutersLa votación de este año cae en el 200.º aniversario de la independencia de Perú. Pero, en lugar de celebrar, muchos peruanos están cuestionando la validez de su democracia y su modelo económico de libre mercado.Incluso antes de que la pandemia sumiera al país en el caos, el apoyo a la democracia en Perú había caído a uno de los niveles más bajos de la región, según una encuesta de 2018-2019 realizada por el Proyecto de Opinión Pública de América Latina; los militares se consideraban la institución más confiable.Desde que la última elección general hace cinco años produjo un gobierno dividido, Perú ha tenido enfrentamientos constantes entre la rama legislativa y el poder ejecutivo, pues los legisladores de la oposición han intentado someter a juicio político a dos presidentes; asimismo, Vizcarra disolvió el Congreso y convocó nuevas elecciones legislativas para llevar a cabo reformas.Tres expresidentes han estado en la cárcel debido a investigaciones de cohecho en su contra, incluido uno que postula para las elecciones de este año; un cuarto se suicidó para evitar ser detenido; un quinto, Vizcarra, uno de los líderes más populares de los últimos años, fue destituido en noviembre.Su remplazo, que estuvo menos de una semana en el cargo, se encuentra bajo investigación debido a la muerte de dos jóvenes durante unas protestas, por lo cual tuvo que dimitir.Una de las razones que explica la corrupción endémica del país es que los partidos políticos suelen alquilar su apoyo a los candidatos presidenciales en acuerdos a puerta cerrada, y a menudo son presa de intereses particulares.Un soldado resguardaba las casetas de votación en Lima, la capital peruana el sábado.Sebastián Castañeda/Reuters“Los partidos políticos han dejado de ser un vehículo de representación ciudadana”, sostuvo Adriana Urrutia, politóloga que está a cargo de la organización prodemocrática Transparencia.“Hay partidos en el actual parlamento que representan intereses de las universidades privadas que están siendo sancionadas por no cumplir con los requisitos mínimos”, añadió. También “hay partidos que representan los intereses de las economías ilegales, como la tala ilegal o minería ilegal”.Algunos candidatos están apelando con sus mensajes al creciente escepticismo hacia la democracia.Castillo, el activista sindical, ha prometido remplazar el Tribunal Constitucional por un tribunal elegido “por mandato popular”, y ha dicho que disolverá el Congreso si este bloquea una propuesta para cambiar de Constitución. Rafael López Aliaga, empresario y miembro del grupo católico ultraconservador Opus Dei, ha dicho que Perú debe impedir que una “dictadura” de izquierda se consolide en el poder y ha prometido encarcelar de por vida a los funcionarios corruptos.Fujimori ha dejado de lado todo esfuerzo por moderar su plataforma en su tercera candidatura presidencial y ha prometido indultar a su padre, que cumple una condena por violaciones de los derechos humanos y corrupción.La turbulencia política incesante tiene a los analistas preocupados por el futuro del país.“El escenario que se nos viene es de verdad de terror”, dijo Patricia Zárate, investigadora principal de la organización de encuestas Instituto de Estudios Peruanos. “El Congreso sabe que puede vacar al presidente y es muy fácil y también es muy fácil cerrar el Congreso. Entonces ya vieron que se puede hacer y no hay problema”, añadió. “Es desesperanzador”.Julie Turkewitz More

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    ¿Qué es alta política? Vacunar a todos

    Las vacunaciones en América Latina han sido un desastre, producto de problemas de infraestructura y una dirigencia demasiado ocupada en su subsistencia. ¿Pedimos demasiado si reclamamos hacer lo correcto?Hace unos días escuché conversar a dos mujeres en Barcelona mientras esperaban por su vacuna contra la covid. Una se quejaba del manejo de la pandemia con una amargura ecuménica: no importa si eres catalanista o estás a favor del gobierno central, decía, necesitas dar señales claras. Debe haber un mando único, aseguraba. La amiga asentía y al final soltó la perla: “Así debe ser, pero no puedes derramar vino de un cazo vacío”.Europa aun tienen dificultades para probar que la vacunación puede ser veloz cuando poco más del 4 por ciento de la población continental ha recibido un pinchazo en el brazo. Pensaba en eso —y en las señoras del cazo vacío— cuando revisaba las cifras de vacunación en América Latina. Excluido Chile —donde aproximadamente el 20 por ciento de la población está vacunada y se anuncia inmunidad de rebaño tan temprano como en junio—, el resto de la región no ha inyectado, en promedio, ni al uno por ciento de sus ciudadanos.América Latina no ha sido inmune a la degradación creciente de la política, con dirigencias obsesivamente ocupadas en la próxima elección —o en la perpetuidad— y en peleas menores entre gobiernos y oposiciones mientras pobreza, corrupción, atraso y, ahora, miles de muertes parecen suceder en un universo paralelo. Es ciertamente enervante que la escala de prioridades parezca al revés o, peor, inexistente.Estos son momentos de alta política, y alta política ahora es vacunar pronto a todo el mundo. Los míos, los tuyos, los ajenos. Ricos, pobres. Tener que escribir esto es increíble, porque es evidente, pero vamos: no hay mejor política de Estado que superar la facción y trabajar para todos. Cuando se trata de salud pública en una pandemia, la ideología es una: socializas beneficios.Y, sin embargo, muchos mandatarios y gobiernos parecen más preocupados en ganar las próximas elecciones. El ciclo electoral inició en 2021 con Ecuador y en los últimos meses votaron El Salvador y Bolivia. Este año habrá presidenciales en Perú, Nicaragua, Chile, Honduras, legislativas en México y Argentina y municipales en Paraguay. Toda la región parece en campaña electoral y la pandemia ha resultado una magnífica oportunidad propagandística. Pero las contiendas y las disputas políticas debieran ser secundarias cuando es preciso detener las muertes actuales y evitar la expansión del virus con vacunas. Pronto, sin improvisar y sin opacidad.Es imperdonable que los políticos privilegien sus disputas por encima de las necesidades de las mayorías. Y no es que no deban defender sus intereses sino que la escala de prioridades no admite discusión: la demanda de la facción no puede moralmente anteponerse a la necesidad general. No puede ser votos o muertos.Los problemas son mayores. En toda la región, el déficit de insumos y equipamiento ha sido democráticamente lamentable. Y las imágenes son desastrosas: hospitales desbordados de Perú y Ecuador, falta de información y hasta represión en Nicaragua y Venezuela, un colapso anunciado en Brasil y México es el tercer país con mayor número de muertes del mundo.A los errores de la gestión de la pandemia, se suman décadas de mala gobernanza. Mientras los gobiernos de Corea, Taiwán y Japón implementaron un rastreo minucioso de casos; en muchas ciudades principales de América Latina no hay siquiera padrones digitalizados de la ciudadanía ni bases de datos centralizadas. Unos 34 millones de latinoamericanos no tienen documentos de identificación, lo que significa que ni siquiera figuran en un registro civil. El sistema tiene ineficiencias que preceden a casi todos los gobiernos actuales. Por eso cuando llega una crisis, encuentras enfermeras malpagadas y agotadas atendiendo enfermos envueltas en bolsas de basura pues carecen de equipos. Y observas que algunos gobiernos no se agenciaron suficientes vacunas por incapacidades burocráticas e imprevisión administrativa.De acuerdo, todo esto podría ser achacable al desguace estructural de la salud pública, pero estamos en otro juego cuando episodios de abuso y amiguismo o las agendas políticas de quienes ahora están al mando se interponen entre la vida y la muerte de la población. Si nuestros dirigentes se emplean más en sus guerritas de baja intensidad para acumular poder mientras sus ciudadanos mueren, son miserables.La inversión de prioridades sucede en casi toda la región. Jair Bolsonaro —que cambió cuatro veces de ministro de Salud— entiende la pandemia como un problema personal: entorpeció su deseo de manejar Brasil a placer. Andrés Manuel López Obrador pasa más tiempo empeñado en defender la Cuarta Transformación rumbo a las elecciones legislativas que podrían darle una mayoría absoluta en el Congreso que creando planes de rescate económico a los habitantes de México. En Argentina, el proceso de vacunación está sembrado de dudas: ¿sería tan veloz si el gobierno de Alberto Fernández no tuviera una elección intermedia por ganar? Tampoco en El Salvador, Nicaragua o Venezuela ha habido la integridad de separar el rol funcionarial de la propaganda.En el fondo, la manera en que vacunamos habla de lo que creemos y somos capaces. En Argentina, por ejemplo, una líder opositora sugirió que debiera permitirse a los privados vender dosis y enviar a quien no tiene dinero a la seguridad social o a pedir subsidios. La idea es un absurdo cuando la mayoría de los procesos exitosos de vacunación —y de gestión de la pandemia en las fases críticas— son públicos y centralizados. La evidencia sugiere que una campaña veloz y masiva requiere del Estado a cargo con apoyo de voluntarios de la sociedad civil.El Estado es un elefante —fofo o hambreado— y precisa gimnasia. Por eso es relevante el factor humano para moverlo. Esto es, aun cuando hay infraestructura y enfrentas una crisis de salud pública, la inteligencia de gestión y la capacidad burocrática son capitales. Pero si quienes dirigen lanzan señales equívocas o son cínicos incapaces de hacer alta política, los resultados no pueden ser más que letales. América Latina es ya la región del mundo con más muertos por habitante.Si la opinión pública sabe que las infraestructuras son buenas y sus dirigentes dan el ejemplo, no tendrá una repentina crisis de desconfianza. Las infraestructuras deben soportar; los funcionarios, funcionar.¿Hay sustancia, entonces, o deberemos convencernos de que pedimos vino a una clase política que es un cazo vacío?Diego Fonseca (@DiegoFonsecaDF) es colaborador regular de The New York Times y director del Seminario Iberoamericano de Periodismo Emprendedor en CIDE-México y del Institute for Socratic Dialogue de Barcelona. Voyeur es su último libro. More

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    Discrimina y vencerás… en las elecciones peruanas

    AdvertisementContinue reading the main storyOpiniónSupported byContinue reading the main storyComentarioDiscrimina y vencerás… en las elecciones peruanasPerú celebrará elecciones presidenciales en medio de inestabilidad política y una crisis de salud por la pandemia. En un país confinado y donde solo el 40 por ciento de la población tiene acceso a internet, las campañas virtuales son una posibilidad y un dilema.La bandera del Perú durante una marcha posterior a la toma de posesión del presidente interino Francisco Sagasti.Credit…Sebastian Castaneda/ReutersEs periodista y escritora peruana.2 de febrero de 2021 a las 12:13 ETAl menos un par de candidatos a la presidencia del Perú y otros tantos expertos han sugerido que la campaña electoral del Perú se traslade al mundo virtual y las redes sociales.Keiko Fujimori y Julio Guzmán (él contagiado recientemente con la COVID-19), dos de los aspirantes que tienen mayor intención de voto —junto con George Forsyth, Verónika Mendoza y Yonhy Lescano—, han hablado de hacer una campaña al menos parcialmente digital por el incremento de los contagios de la segunda ola de la pandemia.Parece un argumento sensato. Perú es el país con más muertos por la COVID-19 por millón de habitantes en Sudamérica. En Lima y Callao, por ejemplo, ya no hay disponible una sola cama en la unidad de cuidados intensivos. En ese delicado contexto la propuesta de los presidenciables podría interpretarse como un gesto de responsabilidad social si no fuera porque aproximadamente el 60 por ciento de la población en el país no tiene acceso a internet en casa.El presidente, Francisco Sagasti, anunció de manera reciente la cuarentena total en la mayoría de ciudades del país al menos para los próximos días, en los que los candidatos no podrán movilizarse por el territorio, salvo las pocas zonas que no están bajo alarma extrema. Y no es seguro que puedan volver a recorrerlo con sus propuestas, lo que de facto nos pondría en la perspectiva de una campaña en gran parte virtual. Es algo que podría favorecer a los candidatos con reconocimiento de nombre y recursos pero a costa de que relegará, inevitablemente, a una enorme porción de la sociedad del juego democrático.La pandemia no solo ha dejado en evidencia que en el Perú no existe un sistema de salud capaz de hacer frente a esta crisis, también ha revelado las enormes falencias de su sistema político. A solo tres meses de las elecciones este sistema no puede garantizar que la mayoría de las personas pueda ejercer un voto informado debido a la abismal brecha digital. A la discriminación económica, sanitaria y laboral, se suma la que limita la participación democrática.La nuestra es una sociedad aún escindida y discriminadora en la que la privatización de los servicios públicos expone a miles a la enfermedad. Venden el oxígeno, suben el precio del paracetamol y es posible que hasta quieran vender la vacuna. En el Perú mueren los más pobres pero no por coronavirus, sino por falta de camas. Y es esa la misma población que tiene poco o ningún acceso a internet.Familiares de un hombre que falleció por la COVID-19 llevan su ataúd en un cementero limeño el 27 de enero de este año.Credit…ReutersSiempre hemos sabido que la peruana es una democracia endeble, casi un espejismo, pero al menos se ficcionaban las decisiones colectivas y parecían respetarse los mecanismos de participación. Pero la crisis pandémica quizás le ha dado una excusa a quienes han dominado la política peruana para encontrar maneras de limitar todavía más el voto. Solo una opinión vertida desde el privilegio puede demostrar tanta ignorancia acerca de nuestras realidades.El discurso concienzudo a favor de la virtualidad de las elecciones solo se lo pueden permitir candidatos que, como Keiko Fujimori, cuentan ya con una red de apoyo de medios de comunicación, leales a su proyecto político desde la década en que gobernaba su padre, o que tienen gran influencia y una buena base de seguidores.La propia Keiko, quien ha disputado ya dos veces las elecciones a la presidencia, se encuentra ahora mismo en régimen de arresto domiciliario con varias investigaciones abiertas por corrupción pero ha prometido un gobierno de “mano dura” contra el coronavirus y la crisis política, en la que lleva meses sumido el Perú precisamente por las maniobras en el Congreso de su partido y sus aliados.Una campaña exclusivamente virtual se la pueden permitir también los candidatos como Guzmán y Forsyth, cercanos al poder y a los círculos empresariales que podrían contar con grandes recursos para invertir en las pautas de internet y redes, además de contar con respaldo mediático.En esas condiciones, quizás la única candidata de izquierda que parte con posibilidades, Verónika Mendoza, de Juntos por el Perú, no solo está en desventaja, sino que sus oportunidades de competir se reducen. Sin un nombre tan reconocible como Fujimori (cuya familia ha dominado la política peruana durante buena parte de los últimos treinta años) o sin el respaldo de las élites empresariales (como Forsyth y Guzmán), su campaña necesita de la calle y del arrastre popular. Por ahora Mendoza no ha hecho grandes eventos de campaña pero sí se está moviendo respetando los protocolos de seguridad. Aún así algunas encuestas la colocan ya en segundo lugar.Perú no es Francia o Estados Unidos, donde también se llevaron a cabo elecciones municipales y presidenciales en plena pandemia, y donde ha funcionado el voto en ausencia y otros protocolos pandémicos. En el Perú eso es imposible. Para emitir su voto, que sigue siendo obligatorio, mucha gente suele desplazarse largas horas desde sus comunidades hasta los centros de votación. Si la campaña pasa a ser solo virtual, ese alto porcentaje de personas no podrá ser parte del proceso previo de los comicios, ni tomar contacto y escuchar las alternativas sobre la mesa para forjarse una opinión. Y eso se llama exclusión.Hace unos días algunos hablaban de postergar las elecciones. Pero pese al nuevo confinamiento y toques de queda recién decretados —que poca gente puede acatar, pues el 70 por ciento de los trabajadores peruanos son informales—, la idea de postergar las elecciones por unos meses no solo no resolvería la brecha digital. También daría más margen a la polarización que se vive todos los días en las calles entre bandos políticos, entre negacionistas de la pandemia, activistas por la reactivación económica a toda costa y defensores de la cuarentena y los protocolos sanitarios.Es necesario emprender un proceso electoral limpio y sin más demora para poner en marcha una nueva etapa tras un año políticamente convulso. Ese debe ser el inicio para que el país entre en la senda de la reconstrucción en el año en que se proyecta celebrar el bicentenario de su independencia. En cuanto se reabra progresivamente la circulación en algunas semanas, las autoridades deberían seguir permitiendo a los partidos difundir su mensaje en igualdad de condiciones y estos esforzarse por hacer un trabajo pedagógico y cívico de cuidados mientras se garantiza la democracia participativa.Eso sí, no olvidemos a la hora de votar que esta disyuntiva sobre la campaña digital ha revelado también algo que es tan obvio como estremecedor: lo alejados que pueden estar de la vida de la gente muchos de los que quieren ser presidentes del Perú. Tal parece que siguen su propia máxima: discrimina y vencerás.Gabriela Wiener es escritora, periodista y colaboradora regular de The New York Times. Es autora de los libros Sexografías, Nueve lunas, Llamada perdida y Dicen de mí.AdvertisementContinue reading the main story More