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    Elecciones en Perú: un modelo económico en disputa

    En la segunda vuelta por la presidencia, la izquierda postula a un exmaestro sin experiencia de gobierno y la derecha a la hija de un exmandatario encarcelado.LIMA, Perú — En el papel, los candidatos en la boleta presidencial en Perú el domingo son un exmaestro de escuela de izquierda sin experiencia de gobierno y la hija de derecha de un expresidente encarcelado que dirigió el país con mano de hierro.Sin embargo, los votantes de Perú se enfrentan a una elección aún más elemental: seguir o no con el modelo económico neoliberal que ha dominado el país durante las últimas tres décadas, con algunos éxitos anteriores, pero que en última instancia, según los críticos, no ha proporcionado un apoyo significativo a millones de peruanos durante la pandemia.“El modelo ha fallado a un montón de gente”, dijo Cesia Caballero, de 24 años, una productora de video. La pandemia, dijo, “ha sido la gotita que rebosó el vaso”.Perú ha tenido la peor contracción económica de la región durante la pandemia, empujando a casi el diez por ciento de su población a la pobreza. El lunes, el país anunció que el número de muertos por el virus era casi el triple de lo que se había informado anteriormente, lo que elevó repentinamente su tasa de mortalidad per cápita a la más alta del mundo. Millones de personas se quedaron sin trabajo y muchas otras sin hogar.El candidato de izquierda, Pedro Castillo, de 51 años, activista sindical, promete modificar el sistema político y económico para hacer frente a la pobreza y la desigualdad, al sustituir la actual constitución por otra que otorgue al Estado un mayor papel en la economía.Su contrincante, Keiko Fujimori, de 46 años, promete mantener el modelo de libre mercado construido por su padre, Alberto Fujimori, a quien se le atribuyó inicialmente el mérito de haber hecho retroceder a las violentas insurgencias izquierdistas en la década de 1990, pero que ahora es despreciado por muchos como un autócrata corrupto.Keiko Fujimori y Pedro Castillo al final del debate la semana pasada en Arequipa.Sebastian Castaneda/ReutersLas encuestas muestran que los candidatos están casi empatados. Pero muchos votantes están frustrados por sus opciones.Castillo, quien nunca ha ocupado un cargo, se asoció con un exgobernador radical condenado por corrupción para lanzar su candidatura. Fujimori ha sido encarcelada tres veces en una investigación de lavado de dinero y se enfrenta a 30 años de prisión, acusada de dirigir una organización criminal que traficaba con donaciones ilegales de campaña durante una anterior candidatura presidencial. Ella niega los cargos.“Estamos entre el precipicio y el abismo”, dijo Augusto Chávez, de 60 años, un joyero artesanal de Lima que se inclina por votar nulo, una manera de protesta. El voto en Perú es obligatorio. “Los extremos hacen daño al país. Y son dos extremos”.Castillo y Fujimori obtuvieron cada uno menos del 20 por ciento de los votos en una saturada primera vuelta en abril que forzó la segunda vuelta del domingo.La elección sigue a un periodo de cinco años en el que el país ha pasado por cuatro presidentes y dos congresos. Y se produce en un momento en que la pandemia ha llevado el descontento de los votantes a nuevos niveles, poniendo de manifiesto la ira por la desigualdad en el acceso a los servicios públicos y la creciente frustración con los políticos señalados de escándalos de corrupción que parecen interminables y ajustes de cuentas políticos.El sistema hospitalario se ha visto tan afectado por la pandemia que muchas personas han muerto por falta de oxígeno, mientras que otras han pagado a los médicos para conseguir un lugar en las unidades de cuidados intensivos, solo para ser rechazadas en agonía.Cilindros de oxígeno vacíos en las afueras de Lima. El sistema hospitalario se ha visto tan afectado por la pandemia que muchos pacientes han muerto por falta de oxígeno.Marco Garro para The New York TimesGane quien gane el domingo, dijo la socióloga peruana Lucía Dammert, “el futuro del Perú es un futuro muy turbulento”.“Se han despertado las profundas inequidades y las profundas frustraciones de la población, y no hay una organización o un actor, llamémoslo empresa privada, Estado, sindicatos, alguien que puede darle voz a eso”.Cuando el padre de Fujimori llegó al poder en 1990 como un populista al margen de la política tradicional, no tardó en incumplir su promesa de no imponer las políticas de “choque” del libre mercado propuestas por su rival y economistas occidentales.Las medidas que aplicó —desregulación, recortes del gasto público, privatización de la industria— contribuyeron a poner fin a años de hiperinflación y recesión. La Constitución que promulgó en 1993 limitaba la capacidad del Estado para participar en actividades empresariales y acabar con los monopolios, reforzaba la autonomía del banco central y protegía las inversiones extranjeras.Los gobiernos posteriores firmaron más de una docena de acuerdos de libre comercio, y las políticas proempresariales de Perú fueron declaradas un éxito, y se les atribuyó la reducción récord de la pobreza en el país durante el auge de las materias primas de este siglo.Pero poco se hizo para solucionar la dependencia de Perú de las exportaciones de materias primas y las antiguas desigualdades sociales, o para garantizar la atención a la salud, la educación y los servicios públicos para su población.La pandemia expuso la debilidad burocrática de Perú. El país solo tenía una pequeña fracción de las camas de las unidades de cuidados intensivos que tenían sus pares, y el gobierno era lento e inconsistente a la hora de proporcionar incluso una pequeña ayuda en efectivo a los necesitados. Los trabajadores informales se quedaron sin red de seguridad, lo que llevó a muchos a recurrir a préstamos con altos intereses de bancos privados.Personas hacen fila frente a un banco en Lima. Perú ha sufrido la peor contracción económica en la región durante la pandemia, lo que ha llevado a casi el 10 por ciento de su población a la pobreza.Angela Ponce para The New York Times“La pandemia ha mostrado que el problema de fondo fue el orden de prioridades”, dijo David Rivera, economista y politólogo peruano. “Supuestamente habíamos ahorrado mucho tiempo para poder usarlo cuando hubiese crisis, y lo que hemos visto en el manejo de la pandemia… es que la prioridad seguía en lo macroeconómico y no en evitar que la gente muera y pase hambre”.Keiko Fujimori ha culpado de los problemas del país no a su modelo económico, sino a la forma en que los anteriores presidentes y otros líderes lo han utilizado. Aun así, asegura, se necesitan algunos ajustes, como aumentar el salario mínimo y los pagos de pensión para los pobres.Enmarcó su campaña contra Castillo como una batalla entre la democracia y el comunismo, y usó a veces como ejemplo al gobierno de Venezuela, de inspiración socialista, un país ahora inmerso en una crisis. Castillo, quien es de la sierra norte de Perú, se ganó el reconocimiento nacional al liderar una huelga sindical de maestros en 2017. Hace campaña con el sombrero de ala ancha de los campesinos andinos, y ha aparecido montando a caballo y bailando con sus partidarios.Keiko Fujimori en un acto de campaña. La candidata enfrenta 30 años de prisión por cargos de corrupción.John Reyes/EPA vía Shutterstock“Para nosotros que vivimos en el campo, queremos alguien que sabe lo que es trabajar en la chacra”, dijo Demóstenes Reátegui.Cuando comenzó la pandemia, Reátegui, de 29 años, fue uno de los miles de peruanos que caminaron y pidieron aventón desde Lima hasta la casa de su familia en el campo, después de que un confinamiento ordenado por el gobierno expulsó de sus puestos de trabajo a los trabajadores migrantes como él.Le llevó 28 días.Castillo ha revelado poco sobre cómo cumplir con las vagas promesas de garantizar que los recursos de cobre, oro y gas natural del país beneficien a los peruanos en general. Ha prometido no embargar los activos de las empresas, sino renegociar los contratos.Ha dicho que quiere detener las importaciones de productos agrícolas para apoyar a los agricultores locales, una política que los economistas han advertido que llevaría a un aumento de los precios de los alimentos.Pedro Castillo se dirige a sus seguidores en su último evento de campaña el jueves en Lima, Perú.Liz Tasa/ReutersSi gana, será el más claro repudio a la élite política del país desde que Alberto Fujimori asumió el poder en 1990.“¿Por qué tanta desigualdad? ¿No les indigna?”, dijo Castillo en un mitin celebrado hace poco en el sur de Perú, refiriéndose a las élites del país.“No nos pueden engañar más. El pueblo se ha despertado”, dijo. “¡Podemos recuperar el país!”.Julie Turkewitz es jefa del buró de los Andes, que cubre Colombia, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú, Surinam y Guyana. Antes de mudarse a América del Sur, fue corresponsal de temas nacionales y cubrió el oeste de Estados Unidos. @julieturkewitz More

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    Elecciones en México y Perú: qué está en juego

    El TimesElecciones del 6 de junio: México y Perú van a las urnasLabores previas a la elección del 6 de junio en el Instituto Estatal Electoral de Chihuahua en Ciudad Juárez, MéxicoJose Luis Gonzalez/ReutersLas dos jornadas electorales han sido percibidas como referendos sobre el manejo de la pandemia y un modelo económico que parece incapaz de mitigar la desigualdad.Las elecciones de hoy, domingo 6 de junio, serán cruciales para millones de latinoamericanos que acudirán a las urnas en México y Perú. América Latina es una de las regiones más afectadas por la pandemia de COVID-19: alrededor de una tercera parte de las muertes causadas por el virus en el mundo se han registrado en países latinoamericanos, a pesar de que solo el 8 por ciento de la población mundial vive ahí. El impacto regional del virus al sur del río Bravo es notable si se considera que, mientras Estados Unidos se prepara para volver a la normalidad pospandémica, países como Argentina, Colombia, Costa Rica y Uruguay atraviesan su peor brote.Mexicanos y peruanos no son los únicos que han votado desde que inició la pandemia. En total, entre 2020 y 2022, se celebran 9 comicios presidenciales a lo largo de 25 meses en América Latina.Ecuador eligió en abril a un exbanquero conservador como su presidente después de una campaña que fue crucial para el movimiento indígena. En noviembre, Honduras y Nicaragua tendrán elecciones presidenciales.Además, este año, los chilenos aprobaron en un plebiscito reescribir su Constitución y Argentina irá a las urnas en octubre para las legislativas de medio término.¿Qué está en juego en las elecciones de hoy? Aquí tenemos las claves. México a elecciones de medio términoLa votación será una prueba de la popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien busca consolidar la mayoría que hoy tiene su partido en el Congreso para avanzar en su proyecto político en los tres años restantes de su sexenio. Para alcanzar una supermayoría en la Cámara baja (334 escaños) el partido de López Obrador, Morena, ha formado coaliciones con el Partido Verde y el Partido del Trabajo.La jornada del domingo será el ejercicio electoral más grande de la historia: 93 millones de mexicanos están convocados a las urnas para decidir sobre unos 20.000 cargos, entre ellos los 500 asientos de la Cámara de Diputados, 15 gubernaturas y miles de puestos locales.López Obrador, quien gobierna el país desde 2018, ha emprendido lo que llama “la cuarta transformación” del país con la promesa de combatir la corrupción y la violencia y redistribuir la riqueza entre los más vulnerables. La austeridad es parte clave de su mandato.Los críticos del presidente han señalado que hasta ahora no ha cumplido con sus promesas electorales y señalan que, en materia de migración, cedió a las demandas del expresidente Donald Trump. Sin embargo, López Obrador llega la mitad de su mandato con altos índices de popularidad.México ha sufrido los embates del coronavirus sin cerrar fronteras ni suspender actividades como muchos de sus vecinos con un manejo muy cuestionado de la emergencia sanitaria. El brote ha infectado a 2,3 millones de mexicanos y ha cobrado la vida de más de 221.695 personas.Los resultados comenzarán a darse a conocer la tarde del domingo y el Instituto Nacional Electoral hará un anuncio hacia las 11 p. m., hora del centro de México, en cadena nacional. Perú en segunda vueltaLos peruanos elegirán a su próximo presidente en un balotaje entre Pedro Castillo, un exmaestro rural y dirigente sindical que postula con un partido de extrema izquierda, y Keiko Fujimori, heredera del legado del exmandatario encarcelado Alberto Fujimori y ella misma acusada por crimen organizado. Ninguno de los dos era el favorito en primera vuelta, cuando se presentaron 18 candidatos.La votación en segunda vuelta se ha convertido en una suerte de referéndum sobre el modelo económico del país, que en los últimos 20 años ha logrado un crecimiento ejemplar en la región pero no ha conseguido eliminar la desigualdad. El Congreso, definido en la primera vuelta, estará dominado por Perú Libre (37 escaños de 130), el partido de Castillo; Fuerza Popular, el partido de Fujimori, tendrá 24 congresistas en la nueva legislatura.Perú ha tenido cuatro presidentes en el último quinquenio: Pedro Pablo Kuczynski, el último mandatario electo en contienda regular, renunció en 2018 después de varios intentos del Congreso por destituirlo; su vicepresidente y sucesor, Martín Vizcarra, quien gozaba de aprobación incluso en los primeros meses de la pandemia, tuvo el mismo destino. La turbulencia política del último quinquenio ha estado marcada por escándalos de corrupción y un creciente descontento popular con la clase gobernante. Tres expresidentes de Perú han estado investigados por casos de corrupción y uno más, Alan García, se suicidó cuando las autoridades estaban a punto de arrestarlo. A pesar de las rápidas medidas para contener el avance del coronavirus, el país ha sido uno de los más afectados por la pandemia a nivel mundial. Recientemente las autoridades sanitarias reconocieron que la cantidad de fallecimientos por COVID-19 era de más de 180.764, casi el triple de lo reflejado en el registro oficial.Los resultados empezarán a darse a conocer en el sitio del Jurado Nacional de Elecciones conforme vayan cerrando las mesas de votación la tarde del domingo. More

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    Left and Right Clash in Peru Election, With an Economic Model at Stake

    A leftist former schoolteacher with no governing experience and the right-wing daughter of a jailed ex-president face off for president on Sunday.LIMA, Peru — On paper, the candidates on the presidential ballot in Peru on Sunday are a leftist former schoolteacher with no governing experience and the right-wing daughter of a jailed ex-president who ran the country with an iron fist.Yet voters in Peru face an even more elemental choice: whether to stick with the neoliberal economic model that has dominated the country for the past three decades, delivering some earlier successes but ultimately failing, critics say, to provide meaningful support to millions of Peruvians during the pandemic.“The model has failed a lot of people,” said Cesia Caballero, 24, a video producer. The virus, she said, “has been the last drop that tipped the glass.”Peru has endured the worst economic contraction in the region during the pandemic, pushing nearly 10 percent of its population back into poverty. On Monday, the country announced that its virus death toll was nearly triple what had been previously reported, suddenly raising its per capita mortality rate to the highest in the world. Millions have been left jobless, and many others evicted.The leftist candidate, Pedro Castillo, 51, a union activist, has promised to overhaul the political and economic system to address poverty and inequality, replacing the current constitution with one that will grant the state a larger role in the economy.His opponent, Keiko Fujimori, 46, has vowed to uphold the free-market model built by her father, Alberto Fujimori, who was initially credited with beating back violent leftist insurgencies in the 1990s, but who is now scorned by many as a corrupt autocrat.Keiko Fujimori and Pedro Castillo at the end of a debate last week in Arequipa.Sebastian Castaneda/ReutersPolls show the candidates in a near tie. But many voters are frustrated by their options.Mr. Castillo, who has never held office before, partnered with a radical former governor convicted of corruption to launch his bid. Ms. Fujimori has been jailed three times in a money laundering investigation and faces 30 years in prison, accused of running a criminal organization that trafficked in illegal campaign donations during a previous presidential bid. She denies the charges.“We’re between a precipice and the abyss,” said Augusto Chávez, 60, an artisanal jeweler in Lima who said he might cast a defaced ballot as a form of protest. Voting is mandatory in Peru. “I think extremes are bad for a country. And they represent two extremes.”Mr. Castillo and Ms. Fujimori each won less than 20 percent of votes in a crowded first-round race in April that forced Sunday’s runoff election.The election follows a rocky five-year period in which the country cycled through four presidents and two Congresses. And it comes as the pandemic has pushed voter discontent to new levels, fueling anger over unequal access to public services and growing frustration with politicians ensnared in seemingly endless corruption scandals and political score settling.The hospital system has been so strained by the pandemic that many have died from lack of oxygen, while others have paid off doctors for spots in intensive care units — only to be turned away in agony.Empty oxygen cylinders on the outskirts of Lima. The hospital system has been so strained by the pandemic that many patients have died from lack of oxygen.Marco Garro for The New York TimesWhoever wins on Sunday, said Peruvian sociologist Lucía Dammert, “the future of Peru is a very turbulent future.”“The deep inequities and profound frustrations of the people have stirred, and there’s no organization or actor, whether private companies, the state, unions, to give voice to that.”When Ms. Fujimori’s father swept to power in 1990 as a populist outsider, he quickly reneged on a campaign promise not to impose free-market “shock” policies pushed by his rival and Western economists.The measures he used — deregulation, government spending cuts, privatization of industry — helped end years of hyperinflation and recession. The constitution he ushered through in 1993 limited the state’s ability to take part in business activities and break up monopolies, strengthened the autonomy of the central bank and protected foreign investments.Subsequent centrist and right-wing governments signed more than a dozen free trade agreements, and Peru’s pro-business policies were declared a success, credited with Peru’s record poverty reduction during the commodities boom of this century.But little was done to address Peru’s reliance on commodity exports and longstanding social inequalities, or to ensure health care, education and public services for its people.The pandemic exposed the weakness of Peru’s bureaucracy and the underfunding of its public health system. The country had just a small fraction of the intensive care unit beds its peers had, and the government was slow and inconsistent in providing even small cash assistance to the needy. Informal workers were left with no safety net, leading many to turn to high-interest loans from private banks.People lining up outside a bank in Lima. Peru has endured the worst economic contraction in the region during the pandemic, pushing nearly 10 percent of its population back into poverty.Angela Ponce for The New York Times“The pandemic showed that the underlying problem was the order of priorities,” said David Rivera, a Peruvian economist and political scientist. “Supposedly we’d been saving money for so long to use in a crisis, and what we saw during the pandemic was that the priority continued to be macroeconomic stability, and not keeping people from dying and going hungry.”Ms. Fujimori has blamed the country’s problems not on its economic model, but on the way past presidents and other leaders have used it. Even so, she says, some adjustments are needed, like raising the minimum wage and pension payments for the poor.She framed her campaign against Mr. Castillo as a battle between democracy and communism, sometimes using Venezuela’s socialist-inspired government, now mired in crisis, as a foil. Mr. Castillo, who is from Peru’s northern highlands, gained national recognition by leading a teachers union strike in 2017. He campaigns wearing the wide-brimmed hat of Andean farmers, and has appeared on horseback and dancing with supporters.Keiko Fujimori at a campaign event. She faces 30 years in prison on corruption charges.John Reyes/EPA, via Shutterstock“For us in the countryside, we want someone who knows what it’s like to work the fields,” said Demóstenes Reátegui.When the pandemic began, Mr. Reátegui, 29, was one of thousands of Peruvians who trekked and hitchhiked his way from Lima to his rural family home after a government lockdown pushed migrant workers like him out of their jobs.It took him 28 days.Mr. Castillo has revealed little about how to make good on vague promises to ensure the country’s copper, gold and natural gas resources benefit Peruvians more broadly. He has promised not to seize companies’ assets, but to renegotiate contracts instead.He has said he wants to restrict imports of agricultural products to support local farmers, a policy that economists have warned would lead to higher food prices.Pedro Castillo addressing supporters at a final campaign event on Thursday in Lima, Peru. Liz Tasa/ReutersIf he wins, it will be the clearest repudiation of the country’s political elite since Mr. Fujimori took office in 1990.“Why do we have so much inequality? Does it not outrage them?” Mr. Castillo said at a rally in southern Peru recently, referring to the country’s elites.“They can’t lie to us anymore. The people have woken up,” he said. “We can take this country back!” More

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    La economía de mercado irá a las urnas en Perú

    LIMA — El domingo 6 de junio los peruanos iremos nuevamente a las urnas para elegir entre Pedro Castillo, un profesor de escuela rural y dirigente sindical que postuló con Perú Libre —un partido de extrema izquierda—, y Keiko Fujimori por Fuerza Popular, la hija del expresidente autoritario Alberto Fujimori, cuyo gobierno y principal legado, la Constitución de 1993, ha reivindicado en su campaña.Las últimas encuestas publicadas muestran un virtual empate entre ambos candidatos. La elección del domingo es también una suerte de referéndum en torno a la continuidad del modelo económico neoliberal que ha reinado en Perú en las últimas tres décadas, pero que llega agotado y golpeado por la pandemia a este proceso.No es la primera elección que pone en el banquillo a las políticas de libre mercado que se adoptaron en los años noventa, pero esta vez la posibilidad de que Perú gire drásticamente hacia la izquierda es concreta, y pondría fin a un periodo de bonanza y continuo crecimiento económico que, si bien tuvo límites, alcanzó logros muy notorios que vale destacar y defender.Lo que entendemos como modelo económico neoliberal nunca fue antagónico al Estado, pero el establecimiento ortodoxo fue dogmático y miope frente a la realidad, y ahora se juega la vida en esta elección. El triunfo de Castillo implicaría un retorno a políticas estatistas y anacrónicas que han encontrado eco entre un sector amplio de la población que no ha gozado los frutos del crecimiento económico y la globalización.La disyuntiva no es nueva. En 2006, en el contexto de la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, un Ollanta Humala en la órbita chavista hizo campaña prometiendo cambio constitucional, políticas nacionalistas y un mayor rol del Estado en la economía. De haber triunfado, Perú habría sido parte del giro a la izquierda que fue casi hegemónico en América Latina en ese momento. Cinco años después, un Humala moderado y más próximo al Brasil de Luiz Inácio Lula da Silva que a la Venezuela de Hugo Chávez, terminó alcanzando la presidencia. Salvo un mayor énfasis en políticas sociales, poco del modelo se vio alterado.Tras un respiro en 2016, donde dos candidaturas de derecha pasaron a segunda vuelta, las encuestas de esta elección no advirtieron hasta la última semana la arremetida final de Castillo, quien pasó en primer lugar a la segunda vuelta pero con menos del 20 por ciento de los votos válidos.Si bien tras críticas de diversos sectores, Castillo presentó una nueva versión de su plan de gobierno (el original era un ideario firmado por el fundador de Perú Libre, Vladimir Cerrón, médico formado en Cuba, que reivindica el carácter marxista del partido), sus propuestas insisten en devolverle un rol protagónico al Estado e incluyen sacrilegios a la ortodoxia económica reinante como la revisión de los tratados de libre comercio y la prohibición de importaciones, entre otras medidas populistas y obsoletas.Aunque las vías para implementar sus políticas, que incluyen convocar a una Asamblea Constituyente dirigida a reemplazar a la vigente, no están libres de obstáculos (Perú Libre tiene solo 37 congresistas de 130 en el parlamento), lo cierto es que en la segunda vuelta Castillo abandonó algunas de sus promesas más extremas, como la pena de muerte para los corruptos y el desmantelamiento de la Defensoría del Pueblo, y se comprometió a respetar el Estado de derecho, pero solo ha matizado su discurso y sus propuestas económicas.Y, a pesar de su negativa a buscar el centro, el apoyo a Castillo se ha mantenido en las encuestas, que ha liderado prácticamente hasta este fin de semana. Una encuesta de principios de mayo de IPSOS revelaba que un 54 por ciento de peruanos quiere cambios moderados al modelo económico, y un 32 por ciento, cambios radicales. Solo el 11 por ciento apuesta por la continuidad.Las elecciones de 2006 y 2011 eran indicios de un sentimiento similar, pero sin duda la pandemia catalizó la crisis del modelo económico.Un afiche de Pedro Castillo, en Puna, promete una nueva Constitución.Martin Mejia/Associated PressAunque las reformas de mercado que se adoptaron en el gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000) han tenido éxito en términos de estabilidad macroeconómica y prosperidad, la pandemia provocó un retroceso de diez años en la lucha contra la pobreza, merced a la cual más de 3 millones de personas cayeron nuevamente en ella.Hasta poco antes de la pandemia, el progreso económico era tangible, aunque venía perdiendo ímpetu. Entre 2002 y 2013, Perú fue uno de los países que más creció en América Latina, a un promedio de 6,1 por ciento anual. El ritmo decreció a 3 por ciento entre 2014 y 2019, pero igual contribuyó a que la pobreza bajará de 52,2 por ciento en 2005 hasta el 20,2 por ciento en 2019, y que la extrema pobreza rural se redujera hasta menos del 10 por ciento en el mismo periodo.El crecimiento económico y la reducción de la pobreza coincidieron con un superciclo de materias primas, el cual Perú, como uno de los principales exportadores de minerales en el mundo, supo aprovechar muy bien gracias a una economía ordenada y abierta al mercado. Esa estrategia incluyó también una agresiva promoción de agroexportaciones que permitió al país convertir su desértica franja costera en una de las principales fuentes de uvas, espárragos, arándanos y otros cultivos a nivel global.Esta historia de éxito, no obstante, contrasta con la suerte de un amplio sector de la población que quedó relegada. Como en otras partes del mundo, la globalización dividió a la sociedad en ganadores y perdedores. Los ganadores de esas reformas han defendido y sostenido el modelo año tras año y en cada elección. El impacto de la pandemia debilitó ese bastión de defensa y facilitó el ascenso de un candidato radical como Castillo.La pandemia también acentuó la desigualdad. En el mismo periodo que 3 millones de peruanos caían debajo de la línea de la pobreza, cuatro nuevos peruanos se convirtieron en multimillonarios, y entre los seis identificados por Forbes acumulan una fortuna estimada en más de 11,4 trillones de dólares.La estrategia del modelo económico peruano ha sido positiva, como lo muestran los números, pero deficiente: 3 de cada 4 trabajadores son informales en Perú, y bajo el eufemismo de clase media vulnerable escondimos muy bajos niveles de ingresos que se evaporaron con un shock externo como la pandemia.Para evitar que el modelo se agote, como ha sucedido en Chile, se tiene que adaptar. Lamentablemente, ante intentos desde el Estado de extender la receta agroexportadora a otros sectores, la respuesta fue vehemente en defensa de la llamada “mano invisible” del mercado, cuando fue muy visible a la hora de elegir ganadores entre los agricultores costeros, con rotundo éxito.Si el modelo sobrevive al 6 de junio, requerirá de una actualización urgente. No se puede soslayar el malestar y las demandas de cambio, ni justificarlas por los estragos únicos de la pandemia. Hace dos décadas que sabemos esto pero la complacencia y la ideología nos ganó.Es necesario que el Estado acompañe la expansión del modelo, con inversión en capital humano e impulso a la productividad, por nombrar dos medidas, para que más peruanos sean parte de sectores ganadores y no vean atractivas ideas y políticas probadamente fallidas en el Perú y en la región.Omar Awapara es politólogo y director de ciencias políticas en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), Lima. More

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    Perú y la desolación final

    La idea de una supuesta batalla final entre la izquierda y la derecha, ¿realmente ayuda a los peruanos a discernir y a decidir mejor por quién votarán el próximo 6 de junio?El escenario político del Perú, de cara a la segunda vuelta electoral, parece un libreto tan perfecto como aterrador. Si a un avezado guionista de televisión le hubieran encargado el diseño de un drama sin salidas posibles, tal vez no hubiera imaginado un relato tan desolador. La realidad no supera a la ficción: la sustituye. Después de la profunda crisis política que ha vivido el país —con cuatro presidentes en los últimos cinco años—, tener ahora que elegir entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori parece una pesadilla inimaginable, el peor remake de la industria de la polarización latinoamericana.¿Acaso tiene sentido seguir tratando de analizar lo que ocurre en la región como si fuera, tan solo, parte de un único y casi mecánico enfrentamiento entre el capitalismo y el comunismo? Esta propuesta esquemática —donde convergen algunos escritores reconocidos y analistas internacionales— parece cada vez más inútil. No logra explicar la realidad. Tampoco ha logrado modificarla.Pensar que ahora, nuevamente, en el Perú, se produce un choque entre las fuerzas universales de la izquierda y la derecha; insistir en la idea de que nuestra historia reciente solo puede entenderse como una sucesión de conspiraciones entre supuestos socialistas y supuestos liberales, ya no aporta nada y, por el contrario, obvia o elude la complejidad de nuestras sociedades y del proceso que está viviendo el continente. Parecen simples fórmulas de postergación. Tras los múltiples incendios de la polarización, la tragedia de las grandes mayorías sigue igual, intacta.¿La idea de una supuesta batalla final entre la izquierda y la derecha, realmente ayuda a los peruanos a discernir y a decidir mejor por quién votarán el próximo 6 de junio?La consigna de Pedro Castillo, supuestamente en el extremo a la izquierda, no es nueva: “Solo el pueblo salvará al pueblo”. Forma parte de una retórica ambigua pero eficaz. Recita textos de uno de los intelectuales de la izquierda latinoamericana por antonomasia, Eduardo Galeano, y convoca al país rural, abandonado y muchas veces despreciado. Convierte el melodrama en una acción política. Sin ofrecer demasiadas claridades con respecto a su programa de gobierno, capitaliza las legítimas ansias de cambio de la gente, apelando emocionalmente a la pobreza. Como era de esperarse, y como se ha repetido ya en las elecciones en otros países, el fantasma de Hugo Chávez sobrevuela la contienda. Castillo se ha visto obligado a aclarar que no es comunista, que no es chavista. Hace pocos días, en un programa de radio, le mandó un mensaje directo a Nicolás Maduro, pidiéndole que —antes de opinar sobre el Perú— resolviera sus problemas en internos en Venezuela. Y añadió una frase que revela más bien un pensamiento conservador y xenófobo: “Que venga y se lleve a sus compatriotas que han venido, por ejemplo, acá a delinquir”.La supuesta derecha, con Keiko Fujimori, más que representar el pasado, lo encarna. Literalmente. Ha anunciado que, de ganar las elecciones, indultará a su padre. Ante la desventaja en las encuestas, su estrategia de distribución de miedos se ha incrementado. Tratando de alimentar las sospechas sobre su rival, sostiene que Castillo es “un clon real de Hugo Chávez”. Esta confrontación, que parece un círculo ruidoso donde ambos contrincantes solo se dedican a acusarse mutuamente, podrá verse hoy en un debate público de los dos candidatos.Angela Ponce/ReutersLos candidatos presidenciales del Perú, Pedro Castillo y Keiko FujimoriPaolo Aguilar/EPA vía ShutterstockLa invitación de Mario Vargas Llosa a votar por Keiko, argumentando que representa “el mal menor” para el país, es otro síntoma de las limitaciones de la polarización. A diferencia del Vargas Llosa novelista —capaz de abordar y narrar con complejidad el gobierno y derrocamiento de Jacobo Árbenz, por ejemplo—, el Vargas Llosa opinador parece estar continuamente obligado a entrar en el esquema polarizante, a optar y defender cualquier propuesta que se diga o se proclame liberal, en contra de cualquier propuesta que parezca de izquierda. De esta manera, lo mejor —el mal menor— puede ser el regreso a lo peor. Es una lógica que deja en entredicho el sentido y la utilidad de la democracia: un sistema donde el poder del pueblo consiste en resignarse ante una minoría corrupta y autoritaria.Suponer que Keiko Fujimori simboliza la última oportunidad de libertad y que Castillo significa la llegada intempestiva del comunismo implica, entre otras cosas, reducir la historia y la vida social a un nivel de simplicidad enorme. Casi pareciera que, en los últimos diez años, los peruanos no hubieron visto pasar por la presidencia del país a Ollanta Humala, a Pedro Pablo Kuczynski, a Martín Vizcarra, a Manuel Merino, a Francisco Sagasti. Como si no hubieran escuchado y vivido distintas propuestas, ideologías, nexos con la geopolítica regional. La condición apocalíptica de la polarización propone que la actualidad siempre es diferente y definitiva. Somete a los ciudadanos a hacerse responsables —de manera urgente— de las miserias de los actores políticos, así como a vivir postergando de forma permanente las genuinas ansias de cambio de su realidad.En la década de 1950, Williams S. Burroughs realizó un viaje desde Panamá al Perú, buscando tener experiencias con la ayahuasca. Durante el periplo, mantuvo una suerte de diario viajes, en forma de correspondencia con el poeta Allen Ginsberg, cuyo resultado fue un libro extraordinario, titulado Las cartas del Yagé. Al final de su periplo, ya en el Perú, el novelista estadounidense escribe lo siguiente: “Todas las mañanas, se oye el clamor de los chicos que venden Luckies por la calle: ‘A ver, Luckies’. ¿Seguirán gritando ‘A ver, Luckies’ de aquí a cien años? Miedo de pesadilla del estancamiento. Horror de quedarme finalmente clavado en este lugar. Ese miedo me ha perseguido por toda América del Sur. Una sensación horrible y enfermiza de desolación final”.Frente a esta realidad permanente, signada por la desigualdad, la pobreza y la impunidad, la polarización parece un juego pirotécnico, un libreto estridente que se repite sin gracia. El espectáculo que pretende convertir un fracaso conocido en una nueva esperanza.Alberto Barrera Tyszka (@Barreratyszka) es escritor venezolano. Su libro más reciente es la novela Mujeres que matan. More

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    Perú atrapado entre dos males

    Pedro Castillo y Keiko Fujimori competirán en la segunda vuelta electoral por la presidencia. Ambos son conservadores y con credenciales democráticas dudosas. ¿Qué soluciones hay ante este panorama desolador?Los resultados de la primera vuelta electoral en el Perú muestran un panorama desolador.Luego de una campaña marcada por lo que podríamos denominar una fragmentación sin emoción, se ha confirmado que el izquierdista Pedro Castillo (Perú Libre) y la derechista Keiko Fujimori (Fuerza Popular) competirán en la segunda vuelta electoral del 6 de junio. Ambos son extremistas, de perfil conservador y sus credenciales democráticas son dudosas. A este país acostumbrado a votar por el “mal menor” parece haberle llegado el momento de elegir entre dos males a secas.Castillo, por su parte, tiene propuestas como desactivar el Tribunal Constitucional y reemplazarlo por “los verdaderos tribunos del pueblo” o cerrar el Congreso si el pueblo se lo pide. Mientras tanto, Fujimori es hija y heredera política del expresidente autoritario Alberto Fujimori y una de las principales responsables de la crisis política de 2016 en adelante.Sin importar quién gane, las tendencias autoritarias no son la única problemática que se avecina. El Congreso estará compuesto por varios partidos y se prevé más precariedad institucional. Viene a la mente el último quinquenio: un interminable conflicto entre poderes del Estado que tuvo como saldo que contáramos con cuatro presidentes y dos congresos. En este contexto, se tendrán que buscar salidas a la que ha sido una de las peores gestiones de la pandemia a nivel mundial.Tal situación es el punto culminante de dos décadas en donde se ha priorizado la continuidad del modelo económico neoliberal y se ha descuidado el fortalecimiento institucional y la satisfacción ciudadana.Las élites de empresariales, tecnocráticas, políticas y mediáticas responsables de esta continuidad terminaron abrazando una suerte de mito alrededor del modelo. Se creyeron que este modelo debía permanecer a toda costa, mientras que la política podía ser relegada o incluso desterrada de la toma de decisiones. Este mito ya es insostenible y debemos crear, pronto, una mirada más realista que recupere la importancia de tener una política saludable para la democracia.Pero ni Castillo ni Fujimori parecen ser aptos para reimaginar una democracia en donde las instituciones y la ciudadanía tengan un rol primordial y que deje de atrás el drama constante de cambios de presidentes, disoluciones del Congreso y tendencias autoritarias.Para superar el mito alrededor del modelo económico, debemos empezar por reconocer su lado positivo.El neoliberalismo ha sido uno de los proyectos políticos más estable de nuestra historia. En la víspera del bicentenario de la Independencia, haríamos mal en no reconocer que nuestro pasado remoto y reciente se parece, a ratos, a un homenaje al filósofo Heráclito: lo único constante era el cambio. Todos los proyectos políticos que emprendimos antes se descalabraron. En cambio, el neoliberalismo llegó y se atrincheró en la vida nacional, incluso mientras muchos países de América Latina giraban hacia diferentes tipos de modelos de izquierda.Los logros económicos del neoliberalismo son innegables. Cuando uno contrasta la debacle económica que se vivía hacia 1989, no cabe duda de que las cosas mejoraron. Particularmente, en la democracia del nuevo milenio, entramos en un periodo de crecimiento acelerado del PBI que, a su vez, resultó en que los índices oficiales de pobreza se redujeran sustancialmente. Todo esto bajo una macroeconomía muy bien manejada.Pero, detrás del triunfalismo económico, había muchas problemáticas que seguían sin ser resueltas. Deberíamos empezar por notar las deficiencias de nuestro modelo, principalmente en lo referido al aparato productivo, como ha escrito el economista Piero Ghezzi en un reciente libro. Como ha evidenciado la pandemia, dice Ghezzi, este modelo no cuenta con las condiciones para sostener un desarrollo a largo plazo. Entonces, la continuidad que plantea cierta derecha podría ser tan peligrosa como los cambios que se proponen desde cierta izquierda.A esto habría que añadir todo aquello que ha sido descuidado como consecuencia del énfasis en la continuidad del modelo económico. Primero, la ciudadanía ha brindado importantes contingentes de votos y hasta ha elegido candidaturas que prometieron cambiar, en diferente medida, el modelo económico (Alan García en 2006 y Ollanta Humala en 2011). Es decir, a pesar de las mejoras económicas, la población no tiene el mismo fervor que las élites por la continuidad del modelo.En segundo lugar, tenemos uno de los Estados más débiles de América Latina. Esta característica no solo está detrás de la incapacidad para responder adecuadamente a la pandemia. También se manifiesta en la persistente conflictividad social alrededor de proyectos mineros y la expansión de economías ilegales. Y está presente en las elecciones. Es posible que gran parte de los votos para Castillo y Keiko sea resultado de una población que viene exiguiendo, elección tras elección, tener una ciudadanía más plena.No solo eso. La crisis política que vivimos tiene relación con una profunda insatisfacción con las instituciones políticas y autoridades, escándalos de corrupción y con la debilidad de los partidos políticos que participan en elecciones. La irresponsabilidad de los políticos en los últimos cinco años y la distancia con la ciudadanía al momento de tomar decisiones tiene parte de su origen en esta combinación de condiciones.Con el mito claramente superado, ahora podemos ver su peor resultado: un país donde las elecciones nos dejan en la encrucijada de tener que elegir entre dos males, con posibles presidentes que han mostrado señales autoritarias, conflictos institucionales, insatisfacción ciudadana y dificultades para lidiar una profunda crisis sanitaria y económica.Por todo lo visto, sería desastroso que en esta segunda vuelta el Perú no reconociera que tanto Castillo como Keiko son sumamente peligros en términos políticos: no garantizan plenamente ni la estabilidad ni la democracia. Si nos llegáramos a enfocar únicamente en la dimensión económica que los separa, repetiremos el mismo guion que nos ha traído a esta tragedia en primer lugar.Los riesgos económicos de la continuidad de Keiko y el cambio de Castillo no deberían subestimarse. Pero no nos quedemos en esto.En vez de dar tumbos alrededor del mito viene siendo tiempo de invertir su fórmula: a nuestra democracia le podría ir bien con diferentes modelos económicos, pero jamás le irá bien de espaldas a la institucionalidad y la ciudadanía. Debemos exigir a los candidatos que ofrezcan respuestas que garanticen que entienden mínimamente ese problema.Además de decirnos por qué su programa económico es supuestamente mejor que el de su rival, tendrían que hablar de sus estrategias para evitar vacancias y disoluciones, coaliciones que no supongan repartijas, compromiso con el Estado de derecho, no atrincherarse al poder y respeto de los derechos políticos de sus rivales y libertades civiles de la población. Recordemos que el desprecio por la política genera una política despreciable.Daniel Encinas (@danencinasz) es politólogo y candidato a doctor en Ciencia Política por la Universidad de Northwestern. More

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    Los expresidentes de América Latina tienen demasiado poder

    Es hora de bajarlos de sus pedestales.El domingo, los votantes de Ecuador eligieron a Guillermo Lasso, un exbanquero que está a favor de las políticas de libre mercado, como presidente. Votaron por él en lugar de por Andrés Arauz, un populista de izquierda. Algunos analistas lamentan el fin del progresismo, pero lo que realmente vimos fue un bienvenido golpe a una extraña forma de política del hombre fuerte: el fenómeno de expresidentes que buscan extender su control e influencia eligiendo y respaldando a sus “delfines” en elecciones nacionales.Arauz fue designado personalmente por el expresidente Rafael Correa, un economista semiautoritario que gobernó Ecuador de 2007 a 2017. La elección no fue solo un referendo sobre el papel del Estado en la economía, sino de manera más fundamental sobre la siguiente pregunta: ¿Qué papel deben desempeñar los expresidentes en la política, si es que acaso deben desempeñar alguno?En América Latina se ha vuelto normal que exmandatarios impulsen a candidatos sustitutos. Se trata de una forma extraña de caudillismo, o política del hombre fuerte, combinada con continuismo, o continuidad de linaje, pensada para mantener a los rivales al margen.Los expresidentes son los nuevos caudillos: pretenden extender su mandato a través de los herederos que escogen, algo llamado delfinismo, de “delfín”, el título dado al príncipe heredero al trono de Francia entre los siglos XIV y XIX.En la última década, al menos siete presidentes elegidos democráticamente en Latinoamérica fueron escogidos por su predecesor. El más reciente, Luis Arce, llegó al poder en Bolivia en 2020, patrocinado por el exmandatario Evo Morales. Estos candidatos sustitutos le deben mucho de su victoria a la bendición de su jefe, la cual tiene un precio: se espera que el nuevo presidente se mantenga leal a los deseos de su patrocinador.Esta práctica ata con esposas de oro a aquellos recién electos y socava la democracia en el proceso. Más que pasar la estafeta, los expresidentes emiten una especie de contrato de no competencia. En Argentina, una expresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, contendió como compañera de fórmula de su candidato presidencial escogido, Alberto Fernández.Después de ser la primera dama de Argentina y luego convertirse en presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, a la derecha, se convirtió en vicepresidenta de su candidato elegido, Alberto Fernández, a la izquierda.Foto de consorcio de Natacha PisarenkoEste estilo actual de política caudillista es la actualización de una actualización. En la versión clásica de la política del hombre fuerte —que dominó la política latinoamericana tras las guerras de independencia del siglo XIX y hasta la década de los setenta— muchos caudillos buscaban mantener su poder al prohibir o amañar las elecciones una vez que llegaban a la presidencia, una maniobra que usó famosamente el dictador mexicano Porfirio Díaz, o simulando golpes de Estado si no podían ganar, una estrategia empleada por el dictador cubano Fulgencio Batista en 1952.Este modelo clásico de continuismo era traumático. En México y en Cuba, incitó ni más ni menos que dos revoluciones históricas que resonaron en el mundo entero.Latinoamérica actualizó este modelo de caudillismo. Los golpes de Estado y las prohibiciones de elecciones se volvieron obsoletos en la década de 1980 y, en lugar de abolir la democracia, se volvió usual que los líderes comenzaran a reescribir las constituciones y a manipular las instituciones para permitir la reelección. Comenzó el auge de las reelecciones. Desde Joaquín Balaguer en la República Dominicana en 1986 hasta Sebastián Piñera en Chile en 2017, Latinoamérica tuvo a 15 expresidentes que volvieron a la presidencia.No obstante, el modelo del continuismo a través de la reelección ha enfrentado obstáculos de manera reciente debido a que varios expresidentes se han visto envueltos en problemas legales.Tan solo en Centroamérica, 21 de 42 expresidentes han tenido problemas legales. En Perú, seis expresidentes de los últimos 30 años han enfrentado cargos de corrupción. En Ecuador, Correa fue sentenciado por recibir financiamiento para su campaña a cambio de contratos estatales. Él afirma que es una víctima de persecución política. Su respuesta fue usar la campaña de Arauz como boleto para recuperar su influencia. En cierto momento de la campaña, el candidato promovió la idea de que un voto por él era un voto por Correa.Durante la campaña presidencial de Ecuador, el candidato Andrés Arauz promovió la idea de que un voto por él era un voto por el expresidente Rafael Correa.Dolores Ochoa/Associated PressEstas complicaciones legales alientan a los expresidentes a tratar de respaldar a sustitutos que, como mínimo, podrían darles un indulto si resultan electos.Los expresidentes parecen pensar que la versión más reciente del caudillismo libera al país del trauma. El presidente Alberto Fernández aseguró que cuando su jefa, la expresidenta Fernández de Kirchner, lo eligió como su candidato porque, argumentó, el país no necesitaba a alguien como ella, “que divido”, sino a alguien como él, “que suma”. A su vez, Fernández de Kirchner fue elegida heredera por su difunto esposo, el expresidente Néstor Kirchner.No obstante, esta subrogación política difícilmente resuelve el trauma asociado con su continuismo inherente. De hecho, lo hace más tóxico. Con excepción de los simpatizantes del expresidente, el país ve el truco como lo que es: una tentativa evidente de restauración.Los problemas del delfinismo van más allá de intensificar la polarización al exacerbar el fanatismo político y puede conducir a consecuencias aún más graves. En el México de antes del año 2000, en el que los presidentes prácticamente escogían personalmente a sus sucesores, los exmandatarios solían seguir la norma de retirarse de la política, por lo que concedían suficiente autonomía al sucesor.Sin embargo, en la versión más reciente del delfinismo, los sucesores no son tan afortunados. Los expresidentes que los patrocinaron siguen entrometiéndose. Esta interferencia produce tensiones para gobernar. El mandatario en funciones pierde su relevancia de manera prematura, con todos los ojos puestos en las opiniones del presidente anterior, o en algún momento busca romper con su jefe. La separación puede detonar guerras civiles terribles.Estas rupturas a menudo son inevitables. Los delfines electos enfrentan nuevas realidades con las que sus impulsores nunca lidiaron. Además, con frecuencia tienen que arreglar el desastre que dejaron sus jefes.Lenín Moreno, el actual presidente de Ecuador, quien fue seleccionado por Correa, tuvo desacuerdos con él respecto a una serie de políticas autoritarias de izquierda impulsadas por revelaciones de corrupción. El resultado fue una lucha de poderes que dividió a la coalición gobernante y entorpeció la capacidad del gobierno de lidiar con la crisis económica y luego con la pandemia de la COVID-19.Una lucha similar ocurrió en Colombia cuando el entonces presidente Juan Manuel Santos, escogido por Álvaro Uribe, decidió llegar a un acuerdo de paz con las guerrillas, con lo que desafío la postura de Uribe. El resultado fue una especie de guerra civil entre ambos hombres que rivalizó en intensidad con la guerra contra las guerrillas a la que el gobierno intentaba poner fin.No hay una solución sencilla a este tipo de continuismo. Los partidos deben dejar de poner a sus expresidentes en un pedestal. Necesitan reformar las precandidaturas para asegurarse de que otros líderes, no solo los exmandatarios, tengan los medios para competir de manera interna. Los países latinoamericanos han hecho mucho para garantizar que haya una fuerte competencia entre partidos, pero mucho menos para garantizar la competencia dentro de los partidos.Nada huele más a oligarquía y corrupción que un expresidente que intenta mantenerse vigente a través de candidatos sustitutos. Y Ecuador ha demostrado que esta manipulación política puede acabar por empoderar precisamente a las mismas ideologías políticas que los expresidentes pretendían contener.Javier Corrales (@jcorrales2011) es escritor y profesor de Ciencias Políticas en Amherst College. Su obra más reciente es Fixing Democracy: Why Constitutional Change Often Fails to Enhance Democracy in Latin America. More

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    Latin America’s Former Presidents Have Way Too Much Power

    It’s time to take them down from their pedestals.On Sunday, voters elected Guillermo Lasso, a former banker and a supporter of free-market policies, as president of Ecuador over Andrés Arauz, a left-wing populist. Some analysts are decrying the end of progressivism, but what we are really seeing is a welcome setback for a strange form of strongman politics: the phenomenon of former presidents seeking to extend their control and influence by choosing and backing their protégés in national elections.Mr. Arauz was handpicked by former President Rafael Correa, a semiauthoritarian economist who governed Ecuador from 2007 to 2017. The election was a referendum not just on the role of the state in the economy but also more fundamentally on the question, “What, if any, role should former presidents play in politics?”In Latin America, it has become normal for former presidents to promote surrogate candidates. This is a bizarre form of caudillismo, or strongman politics, combined with continuismo, or lineage continuity, intended to keep rivals at bay.Today, former presidents are the new caudillos, and they are hoping to extend their rule through their chosen heirs — in what is called delfinismo, from “dauphin,” the title given to the heir apparent to the French throne in the 14th through 19th centuries.In the last decade, at least seven democratically elected presidents in Latin America were handpicked by a predecessor. The most recent, Luis Arce, came to power in Bolivia in 2020, sponsored by former strongman Evo Morales. These surrogate candidates owe much of their victory to their patron’s blessing, which comes with a price. The new presidents are expected to stay loyal to their patron’s wishes.The practice binds those newly elected in golden handcuffs, undermining democracy in the process. More than passing the torch, former presidents issue a sort of noncompete contract. In Argentina, a former president, Cristina Fernández de Kirchner, ran as vice president with her chosen candidate, Alberto Fernández.After serving as Argentina’s first lady and then president, Cristina Fernández de Kirchner, right, became vice president under her chosen candidate, Alberto Fernández, left.Pool photo by Natacha PisarenkoThis current style of strongman politics is an update of an update. In the classic version of the strongman politics, which dominated Latin American politics after the wars of independence during the 19th century until the 1970s, many caudillos sought to stay in office by banning or rigging elections, a tactic famously utilized by the Mexican dictator Porfirio Díaz, or by staging coups if they couldn’t win office, a tradition employed by the Cuban dictator Fulgencio Batista in 1952.This classic model of continuismo was intensely traumatic. In Mexico and Cuba, the model incited nothing less than two world-historic revolutions.Latin America updated this model of caudillismo. Coups and election bans became unfashionable by the 1980s, and so rather than abolish democracy, it became more common for leaders to rewrite constitutions and manipulate institutions to permit re-election. A re-election boom followed. From Joaquín Balaguer in the Dominican Republic in 1986 to Sebastián Piñera in Chile in 2017, Latin America saw 15 former presidents return to the presidency.But lately, the model of continuismo through re-election has run into trouble after a number of former presidents found themselves entangled in legal troubles.In Central America alone, 21 of 42 former presidents have had brushes with the law. In Peru, six ex-presidents from the past 30 years have faced corruption charges. In Ecuador, Mr. Correa was convicted of trading campaign finance contributions for state contracts. He claimed he was a victim of political persecution. His response was to use Mr. Arauz’s campaign as the ticket back to influence. At some point during the campaign, the candidate even promoted the idea that a vote for him was a vote for Mr. Correa.During Ecuador’s presidential campaign, the candidate Andrés Arauz promoted the idea that a vote for him was a vote for former President Rafael Correa.Dolores Ochoa/Associated PressThese legal complications encourage former presidents to promote surrogates who might, at the very least, pardon them if elected.Former presidents seem to think that this latest update of caudillismo liberates the country from trauma. President Alberto Fernández claimed that when her sponsor, former president Fernández de Kirchner, chose him as her candidate, she justified her decision by arguing that the country didn’t need someone like her, “who divides,” but someone like him, who can “draw people together.” Ms. Fernández de Kirchner was herself chosen as an heir by her late husband, former president Néstor Kirchner.But this political surrogacy hardly solves the trauma associated with its inherent continuismo. In fact, that makes it more toxic. Except for the former president’s followers, the country sees the gimmick for what it is: an obvious effort at restoration.The problems with delfinismo go beyond intensified polarization by exacerbating political fanaticism and can lead to even greater problems. In Mexico until the 1990s, where presidents essentially handpicked their successors, former presidents typically observed the norm of retiring from politics, granting the successor sufficient autonomy.But in the most recent version of delfinismo, successors are not that lucky. The sponsoring former presidents keep meddling. This interference produces governance travails. The sitting presidents either become premature lame ducks, with all eyes turned to the former presidents’ views, or eventually seek a break from their patrons. Splits can unleash nasty civil wars.Such breaks are often inevitable. Elected delfines face new realities that sponsors never confronted. Frequently they have to clean up messes their sponsors left behind.Lenín Moreno, the current president of Ecuador, who was selected by Mr. Correa, broke with him on a number of leftist-authoritarian policies, prompted by revelations of corruption. The result was a power struggle that splintered the ruling coalition and hindered the government’s ability to cope with the economic crisis and then the Covid-19 pandemic.A similar battle occurred in Colombia when President Juan Manuel Santos, chosen by the then president Álvaro Uribe, decided to make peace with guerrillas, defying Mr. Uribe’s preference. The result was a near civil war between those men that rivaled in intensity the war against guerrillas that the government was trying to settle.There is no easy solution to this type of continuismo. Parties need to stop placing their former presidents on a pedestal. They need to reform primaries to ensure leaders other than former presidents have the means to compete internally. Latin American countries have done a lot to ensure strong competition among parties, but less so within parties.Nothing screams oligarchy and corruption like a former president trying to stay alive through surrogate candidates. And Ecuador has demonstrated that this political maneuver may end up also empowering rather than weakening the very same political ideologies the former presidents were trying to contain.Javier Corrales is a professor and the chair of the political science department at Amherst College.The Times is committed to publishing a diversity of letters to the editor. We’d like to hear what you think about this or any of our articles. Here are some tips. And here’s our email: letters@nytimes.com.Follow The New York Times Opinion section on Facebook, Twitter (@NYTopinion) and Instagram. More