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    Bolsonaro supera los pronósticos y va a segunda vuelta con Lula

    Dos titanes políticos se enfrentarán a finales de este mes en unas elecciones que se consideran una prueba importante para una de las mayores democracias del mundo.RÍO DE JANEIRO —Durante meses, encuestadores y analistas habían dicho que el presidente Jair Bolsonaro estaba destinado al fracaso. Se enfrentaba a una desventaja amplia e inquebrantable en la contienda presidencial de Brasil, y en las últimas semanas, las encuestas habían sugerido que incluso podría perder en la primera ronda, con lo que habría concluido su presidencia después de solo un mandato.En cambio, era Bolsonaro quien estaba celebrando. Aunque el contendiente, Luiz Inácio Lula da Silva, un expresidente de izquierda, terminó la noche con más votos, Bolsonaro superó con creces los pronósticos y envió la contienda a una segunda vuelta.Da Silva recibió el 48,4 por ciento de los votos el domingo, frente al 43,23 por ciento de Bolsonaro, con el 99,87 por ciento de los votos contados, según la agencia electoral de Brasil. Da Silva necesitaba superar el 50 por ciento para ser elegido presidente en la primera vuelta.Se enfrentarán el 30 de octubre en la que se considera la votación más importante en décadas para el país más grande de América Latina.Esto se debe en parte a las visiones dramáticamente distintas que los dos candidatos plantean para este país de 217 millones de habitantes, y también a que Brasil enfrenta una serie de desafíos en los años por venir, entre ellos las amenazas ambientales, el aumento del hambre, una economía inestable y una población profundamente polarizada.El expresidente Luiz Inácio Lula da Silva da un mensaje tras el anuncio de los resultados electorales el domingo. Da Silva y el presidente Jair Bolsonaro se enfrentarán en una segunda vuelta a finales de este mes.Victor Moriyama para The New York TimesPero la elección también ha llamado la atención en Brasil y en el extranjero porque ha supuesto una gran prueba para una de las mayores democracias del mundo. Bolsonaro ha criticado las máquinas de votar del país, ha dicho que están plagadas de fraude —a pesar de que no haya pruebas de ello— y había insinuado que la única forma en la que perdería era si la elección resultaba amañada.Bolsonaro le dijo a los periodistas el domingo por la noche que había “superado las mentiras” de las encuestas y que sentía que ahora tenía una ventaja en la segunda vuelta. Incluso con los resultados favorables, también sugirió que podría haber habido fraude y advirtió que esperaría a que los militares verificaran los resultados.“Nuestro sistema no está blindado al 100 por ciento”, dijo. “Siempre existe la posibilidad de que suceda algo anormal en un sistema completamente computarizado”.Durante meses, Bolsonaro había dicho que las encuestas estaban subestimando su apoyo y como evidencia apuntaba a sus enormes mítines. Sin embargo, todas las encuestas confiables lo mostraban en desventaja. El domingo quedó claro que tenía razón. Con la mayoría de los votos contados, se desempeñó mejor en los 27 estados de Brasil de lo que Ipec, una de las encuestadoras más prestigiosas de Brasil, había pronosticado un día antes de las elecciones, al exceder las proyecciones por al menos ocho puntos porcentuales en 10 estados.Parece que los encuestadores estimaron mal la fuerza de los candidatos conservadores en todo el país. Los gobernadores y legisladores respaldados por Bolsonaro también superaron las expectativas de las encuestas y ganaron muchas de sus contiendas el domingo.Cláudio Castro, gobernador del estado de Río de Janeiro, fue reelecto de forma contundente, con el 58 por ciento de los votos, 11 puntos porcentuales por encima de lo previsto por el Ipec. Al menos siete exministros de Bolsonaro también fueron elegidos para el Congreso, entre ellos su exministro de Medioambiente, quien supervisó la deforestación vertiginosa en la Amazonía, y su exministro de Salud, quien fue criticado de manera generalizada por la demora de Brasil al comprar vacunas durante la pandemia.Antonio Lavareda, el presidente de Ipespe, otra gran encuestadora, defendió la investigación de su empresa al indicar que había predicho que Da Silva terminaría con 49 por ciento, frente al 48 por ciento que obtuvo.Sin embargo, Ipespe también anticipaba que Bolsonaro recibiría el 35 por ciento del voto, más de 8 puntos porcentuales abajo del apoyo que en realidad recibió. El margen de error de la encuesta era de 3 puntos porcentuales. (Dicha tendencia se notó en todas las encuestas: fueron casi exactas en lo referente al apoyo a Da Silva, pero muy desacertadas sobre Bolsonaro).Lavareda especuló que muchos votantes que dijeron que votarían por candidatos menos populares al final se inclinaron por Bolsonaro, o que habían mentido en las encuestas.Afuera de la casa de Bolsonaro, en un barrio acomodado junto a la playa en Río de Janeiro, sus seguidores se reunieron para celebrar, bailar y beber cerveza. Muchos llevaban la camiseta verde amarela de la selección nacional de fútbol de Brasil, que se ha convertido en una especie de uniforme para muchos de los seguidores de Bolsonaro. (El presidente usó una para votar, sobre lo que parecía ser un chaleco antibalas o un chaleco protector).“Esperábamos que tuviera una ventaja del 70 por ciento” de los votos, dijo Silvana Maria Lenzir, de 65 años, una mujer jubilada que llevaba calcomanías del rostro de Bolsonaro que cubrían su pecho. “Las encuestas no reflejan la realidad”.El presidente Jair Bolsonaro en un mitin en Campinas, estado de Sao Paulo, el mes pasadoVictor Moriyama para The New York TimesAún así, durante las próximas cuatro semanas, Bolsonaro tendrá que recuperar terreno frente a Da Silva, quien obtuvo más votos el domingo. El presidente de derecha está tratando de evitar convertirse en el primer presidente en funciones que pierde la reelección desde el inicio de la democracia moderna en Brasil, en 1988.Al mismo tiempo, Da Silva intenta completar un sorprendente resurgimiento político que hace años parecía impensable.Aunque terminó la noche como el candidato más votado, el discurso que pronunció ante sus seguidores tomó un tono sombrío. Pero dijo que agradecía la oportunidad de debatir ahora con Bolsonaro frente a frente.“Podemos comparar el Brasil que él construyó y el Brasil que construimos nosotros”, dijo. “Mañana comienza la campaña”.Antiguo obrero metalúrgico y líder sindical que estudió hasta quinto grado, Da Silva dirigió Brasil durante su auge en la primera década del siglo. Luego fue condenado por cargos de corrupción después de dejar el cargo y pasó 580 días en prisión. El año pasado, el Supremo Tribunal Federal anuló esas condenas, al dictaminar que el juez de sus casos era parcial, y los votantes apoyaron al hombre conocido simplemente como Lula.Los dos hombres son los políticos más prominentes —y polarizantes— del país. La izquierda brasileña ve a Bolsonaro como una amenaza peligrosa para la democracia del país y su posición en la escena mundial, mientras que los conservadores del país ven a Da Silva como un exconvicto que fue parte central de un vasto esquema de corrupción que ayudó a corromper las instituciones de Brasil.Da Silva, de 76 años, propone a los votantes un plan para aumentar los impuestos a los ricos a fin de ampliar los servicios para los pobres, incluido un aumento al salario mínimo y alimento y vivienda para más personas.Simpatizantes del Partido de los Trabajadores de Da Silva reaccionando a los resultados electorales en Brasilia, el domingo.Dado Galdieri para The New York TimesDa Silva ha hecho su campaña con promesas amplias para un futuro mejor, que incluye el compromiso de que los brasileños disfruten de tres comidas al día. Sus mítines se han apoyado mucho en su imagen de hombre común, con bastantes referencias a la cerveza, la cachaza y la picaña, el corte de carne más famoso de Brasil.Bolsonaro, de 67 años, ha basado su campaña en proteger las tradiciones conservadoras de Brasil de lo que califica como amenazas de las élites de izquierda. Su lema de campaña fue “Dios, familia, patria y libertad”, y prometió luchar contra cosas como la legalización de las drogas, el aborto legalizado, los derechos de las personas transgénero y las restricciones a la libertad de religión y de expresión.Además, Bolsonaro quiere aumentar aún más el acceso a las armas de fuego, repitiendo en su discurso de campaña que “las personas armadas nunca serán esclavizadas”. Uno de sus principales logros durante su primer mandato fue el aumento vertiginoso de la posesión de armas.Para enfrentar la amplia brecha que mostraban las encuestas, Bolsonaro amplió recientemente los programas de bienestar social para las familias pobres y se comprometió a continuar con esas políticas durante su segundo mandato.Bolsonaro también ha dicho que quiere vender la compañía petrolera estatal de Brasil, facilitar la explotación minera en la selva amazónica y seguir reduciendo las regulaciones de la industria. Muchas empresas han acogido con agrado el enfoque de libre mercado de Bolsonaro, pero ha provocado un aumento de la destrucción medioambiental.Simpatizantes del presidente Jair Bolsonaro festejando en Brasilia, el domingo.Dado Galdieri para The New York TimesLa elección podría tener importantes consecuencias para la mayor selva tropical del mundo. Aunque Bolsonaro ha dicho que tomará medidas enérgicas contra las violaciones al medio ambiente, ha recortado los fondos y el personal de los organismos encargados de hacer cumplir las leyes medioambientales, al tiempo que ha puesto en duda las estadísticas que muestran la destrucción de la selva durante su primer mandato.Da Silva hizo campaña con la promesa de erradicar la minería y la tala ilegales, y dijo que presionaría a los agricultores para que utilizaran las zonas de la selva que ya habían sido taladas.La elección de Da Silva ampliaría una serie de victorias de la izquierda en toda América Latina, alimentada por una ola de reacción contra los gobernantes en el poder. Si es elegido, seis de los siete países más grandes de la región habrán escogido líderes de izquierda desde 2018.El primer mandato de Bolsonaro ha estado marcado por la agitación, incluidos enfrentamientos con los tribunales, escándalos de corrupción y una pandemia que mató a más personas que en cualquier otro lugar, excepto Estados Unidos. Pero lo que ha alarmado a muchos brasileños y a la comunidad internacional han sido sus insinuaciones de que no abandonará el poder si no gana.El año pasado, Bolsonaro dijo a sus partidarios que había tres resultados en las elecciones: gana, lo matan o lo arrestan. Luego añadió: “Díganle a los bastardos que nunca seré apresado”.Bolsonaro lleva años poniendo en duda la seguridad del sistema de votación electrónica de Brasil, a pesar de que no ha habido pruebas de un fraude generalizado en el sistema desde que Brasil empezó a usarlo a finales de los años noventa.Cuatro días antes de la votación del domingo, su partido político publicó un documento de dos páginas en el que afirmaba, sin pruebas, que algunos trabajadores y contratistas del gobierno tenían el “poder absoluto de manipular los resultados electorales sin dejar huella”. Los funcionarios electorales respondieron que las afirmaciones “son falsas y deshonestas” y “un claro intento de obstaculizar y trastocar” las elecciones.Un día después, en el debate final antes de la votación del domingo, se le preguntó a Bolsonaro si aceptaría los resultados de las elecciones. No respondió.Inspección, prueba y sellado de máquinas de votación electrónicas en São Paulo, el mes pasado.Victor Moriyama para The New York TimesFlávia Milhorance More

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    Bolsonaro Outperforms Polls and Forces Runoff Against Lula in Brazil’s Presidential Election

    The two political titans will face off again later this month in a race widely seen as a major test for one of the world’s largest democracies.RIO DE JANEIRO — For months, pollsters and analysts had said that President Jair Bolsonaro was doomed. He faced a wide and unwavering deficit in Brazil’s high-stakes presidential race, and in recent weeks, the polls had suggested he could even lose in the first round, ending his presidency after just one term.Instead, it was Mr. Bolsonaro who was celebrating. While the challenger, Luiz Inácio Lula da Silva, a former leftist president, finished the night ahead, Mr. Bolsonaro far outperformed forecasts and sent the race to a runoff.Mr. da Silva received 48.4 percent of the votes, and Mr. Bolsonaro 43.23 percent, with 99.87 percent of the ballots counted, according to Brazil’s elections agency. Mr. da Silva needed to exceed 50 percent to be elected president in the first round.They will face off on Oct. 30 in what is widely regarded as the most important vote in decades for Latin America’s largest nation.That is partly because of the starkly different visions the two men set forth for this country of 217 million people, and partly because Brazil faces a host of challenges, including environmental threats, rising hunger, a sputtering economy and a deeply polarized population.The former president, Luiz Inácio Lula da Silva, speaking after election results were announced on Sunday. Mr. da Silva and President Jair Bolsonaro will face each other in a runoff later this month.Victor Moriyama for The New York TimesBut the election will also be widely watched in Brazil and abroad because it is seen as a major test for one of the world’s largest democracies. For months, Mr. Bolsonaro has criticized the nation’s electronic voting machines as rife with fraud — without any evidence — and has suggested that the only way he would lose is if the election is rigged.Mr. Bolsonaro told reporters late Sunday that he “overcame the lies” in the polls and that he felt he now had an advantage in the second round. Even with the positive results, he also suggested there could have been fraud, saying he would wait for the military to check the results. “Our system is not 100 percent ironclad,” he said. “There’s always the possibility of something abnormal happening in a fully computerized system.”Mr. Bolsonaro had claimed for months that the polls were underestimating his support, using his enormous rallies as evidence. Yet, virtually every poll showed him behind. On Sunday, it was clear that he was right. He performed better in all of Brazil’s 27 states than what Ipec, one of Brazil’s biggest polling firms, had predicted a day before the election, exceeding the projections by at least 8 percentage points in 10 states.Pollsters appeared to misjudge the strength of conservative candidates across the country. Governors and lawmakers supported by Mr. Bolsonaro also outperformed polls, winning many of their races on Sunday.Cláudio Castro, the right-wing governor of Rio de Janeiro state, was re-elected in a landslide, with 58 percent of votes, 11 percentage points more than Ipec’s projection. At least seven of Mr. Bolsonaro’s former ministers were also elected to Congress, including his former environment minister, who oversaw skyrocketing deforestation in the Amazon, and his former health minister, who was widely criticized for Brazil’s delay in buying vaccines during the pandemic.Antonio Lavareda, the president of Ipespe, another top polling company, defended his firm’s research, pointing out that it had predicted Mr. da Silva would finish with 49 percent, versus the 48 percent he received. Yet Ipespe also predicted Mr. Bolsonaro would receive 35 percent of the vote, more than 8 percentage points below his actual support. The poll’s margin of error was 3 percentage points. (That trend played out across the polls; they were nearly accurate on Mr. da Silva’s support, but far off on Mr. Bolsonaro’s.)Mr. Lavareda speculated that many voters who had said they would vote for less popular candidates had switched to Mr. Bolsonaro — or that they had lied to the pollsters.Outside Mr. Bolsonaro’s home in a rich, beachside neighborhood in Rio de Janeiro, his supporters gathered to celebrate, dancing and drinking out of plastic cups of beer. Many were wearing the bright yellow jerseys of Brazil’s national soccer team, which has become a sort of uniform for many of Mr. Bolsonaro’s supporters. (The president wore one to vote, over what appeared to be a flak jacket or protective vest.)“We expected he would have an advantage of 70 percent” of the votes, said Silvana Maria Lenzir, 65, a retiree with stickers of Mr. Bolsonaro’s face covering her chest. “Polls do not reflect reality.”President Jair Bolsonaro at a rally in Campinas, São Paulo state, last month.Victor Moriyama for The New York TimesStill, over the next four weeks, Mr. Bolsonaro will have to make up ground on Mr. da Silva, who held the top spot on Sunday. The right-wing president is trying to avoid becoming the first incumbent to lose his re-election bid since the start of Brazil’s modern democracy in 1988.At the same time, Mr. da Silva is trying to complete a stunning political revival that years ago had seemed unthinkable.While Mr. da Silva ended the night as the front-runner, his speech to supporters took on a somber tone. But he said he welcomed the chance to now debate Mr. Bolsonaro one-on-one.“We can compare the Brazil he built and the Brazil we built,” he said. “Tomorrow the campaign starts.”A former metalworker and union leader with a fifth-grade education, Mr. da Silva led Brazil during its boom in the first decade of the century. He was then convicted on corruption charges after he left office and spent 580 days in prison. Last year, the Supreme Court threw out those charges, ruling the judge in his cases was biased, and voters have since rallied behind the man known simply as Lula.The two men are the country’s most prominent — and polarizing — politicians. The left in Brazil views Mr. Bolsonaro as a dangerous threat to the nation’s democracy and its standing on the world stage, while the country’s conservatives see Mr. da Silva as an ex-convict who was a central part of a vast corruption scheme that helped rot Brazil’s institutions. Mr. da Silva, 76, is pitching voters on a plan to raise taxes on the rich to expand services for the poor, including widening the social safety net, increasing the minimum wage and feeding and housing more people.Supporters of Mr. da Silva’s Workers’ Party reacting to election results in Brasília, on Sunday.Dado Galdieri for The New York TimesMr. da Silva has built his campaign around broad promises for a better future, including a pledge that all Brazilians should be able to enjoy three meals a day. His rallies have also heavily leaned on his Everyman image, with plenty of references to beer, cachaça and picanha, Brazil’s most famous cut of meat.Mr. Bolsonaro, 67, has made his campaign about protecting Brazil’s conservative traditions from what he says are threats from leftist elites. He has made his campaign slogan “God, family, homeland and liberty,” and he has vowed to fight against things like legalized drugs, legalized abortion, transgender rights and restrictions on freedom of religion and free speech. Mr. Bolsonaro wants to further increase access to firearms, repeating in his stump speech that “armed people will never be enslaved.” One of his main accomplishments during his first term was soaring gun ownership.Facing a wide gap in polls, Mr. Bolsonaro recently expanded social welfare for poor families, and he has pledged to continue those policies during his second term.Mr. Bolsonaro has also said he wants to sell Brazil’s state-owned oil company, make it easier to mine in the Amazon rainforest and continue to reduce regulations on industry. Many businesses have welcomed Mr. Bolsonaro’s free-market approach, but it has led to soaring environmental destruction.Supporters of President Jair Bolsonaro cheering in Brasília, on Sunday.Dado Galdieri for The New York TimesThe election could be consequential for the world’s largest rainforest. While Mr. Bolsonaro has said he would crack down on environmental violations, he has cut funding and staffing for the agencies tasked with enforcing environmental laws, while casting doubt on statistics that show the destruction of the forest during his first term.Mr. da Silva campaigned on a promise to eradicate illegal mining and logging, and said he would push farmers to use areas of the forest that had already been cleared.Mr. da Silva’s election would extend a string of leftist victories across Latin America, fueled by a wave of anti-incumbent backlash. If elected, six of the region’s seven largest countries will have chosen leftist leaders since 2018.Mr. Bolsonaro’s first term has been marked by turmoil, including clashes with the courts, corruption scandals and a pandemic that killed more people than anywhere other than the United States. But it has been his suggestions that he won’t relinquish power if he is voted that has alarmed many Brazilians and the international community.Last year, Mr. Bolsonaro told his supporters there were three outcomes to the election: He wins, he is killed or he is arrested. He then added, “Tell the bastards I’ll never be arrested.”Mr. Bolsonaro has questioned Brazil’s electronic voting machines for years, despite the fact that there has been no evidence of widespread fraud in the system since Brazil began using it in the late 1990s.Four days before Sunday’s vote, his political party released a two-page document that claimed, without evidence, that some government employees and contractors had the “absolute power to manipulate election results without leaving a trace.” Election officials called those claims “false and dishonest” and “a clear attempt to hinder and disrupt” the election.A day later, at the final debate before Sunday’s vote, Mr. Bolsonaro was asked directly if he would accept the election’s results. He did not answer.Inspecting, testing and sealing electronic voting machines in São Paulo, last month.Victor Moriyama for The New York TimesFlávia Milhorance More

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    Lula versus Bolsonaro: lo que hay que saber sobre las elecciones de Brasil

    Jair Bolsonaro ha puesto en duda la integridad de las elecciones del domingo y en los sondeos va por detrás de Luis Inácio Lula da Silva, quien estuvo en prisión por un escándalo de corrupción.Los brasileños irán a las urnas el domingo en una votación que ha polarizado al país y que se espera tenga como consecuencia un nuevo presidente. El elegido estará obligado a lidiar con una crisis económica, el aumento en la deforestación de la Amazonía y las dudas persistentes por la salud de la mayor democracia latinoamericana.La elección sucede en un momento clave para Brasil, en el que el aumento en los precios de alimento y combustible, así como una dolorosa desaceleración económica han dificultado la vida de muchos brasileños. En el país de 217 millones de habitantes, unas 33 millones de personas pasan hambre y la pobreza extrema ha aumentado, dando marcha atrás a décadas de avances sociales y económicos.También hay grandes preocupaciones ambientales y del clima. La deforestación en la Amazonía está en niveles que no se habían visto en 15 años y el titular de ultraderecha, Jair Bolsonaro, quien considera que la selva debe abrirse a la minería, la agricultura y la ganadería y quien ha debilitado las protecciones ambientales. La destrucción amazónica —y sus efectos en los esfuerzos para evitar una crisis climática— han convertido a Brasil en un paria mundial.¿Quiénes son los candidatos?La elección es un duelo entre Bolsonaro y Luiz Inácio Lula da Silva, un expresidente de izquierda que gobernó de 2003 a 2010. Da Silva fue encarcelado en 2018 por cargos de corrupción, pero su condena fue posteriormente anulada después de que el Supremo Tribunal Federal dictaminara que el juez del caso era parcial.Los votantes buscan dilucidar cómo es que los dos principales candidatos planean abordar distintos desafíos y devolver a Brasil al camino del crecimiento.Otros nueve candidatos, entre ellos Ciro Gomes, un exgobernador y una senadora, Simone Tebet, también participan en la contienda, pero todos cuentan con menos del 10 por ciento de apoyo. El domingo, los brasileños también votarán para elegir gobernadores, senadores y representantes en las legislaturas estatales y federal.¿Qué propone Bolsonaro?Bolsonaro ha prometido a las familias necesitadas que les dará 113 dólares mensuales en efectivo, ampliando así una política temporal que se creó inicialmente para mitigar las penurias de la pandemia.La continuación del programa, que replanteó y remplazó un programa similar pero menos generoso implementado en el gobierno de Da Silva, se supone que es para “reducir la pobreza y contribuir al crecimiento económico sostenible”, según el plan oficial de Bolsonaro.El titular de extrema derecha también promete crear empleos a través de la eliminación de restricciones burocráticas, los recortes fiscales y la inversión en tecnología. En un gesto dirigido a los inversores, que lo apoyaron masivamente en 2018, Bolsonaro promete mantener su enfoque de libre mercado y mantener la deuda pública a raya. Bolsonaro ha gastado considerablemente en prestaciones sociales y apoyos para el combustible previo a las elecciones luego de impulsar la eliminación temporal de límites al gasto público.El presidente Jair Bolsonaro durante un mitin la semana pasada en São PauloVictor Moriyama para The New York TimesBolsonaro, haciendo eco de la retórica de línea dura que le ganó el apoyo de los ultraconservadores y votantes evangélicos hace cuatro años, también promete defender a “la familia” al oponerse al aborto legal y la educación en materia de género en las escuelas.Como defensor de la privatización, planea reducir “el papel del Estado en la economía” y vender las empresas estatales como Petrobras, la empresa de energía.Pero Bolsonaro también defiende la expansión a gran escala de la minería y la agricultura, si bien indica que el crecimiento debe considerar “la sustentabilidad económica, social y ambiental”.Promete combatir con mayor agresividad los crímenes ambientales, pero cuestiona los datos que muestran un aumento agudo de la deforestación durante su presidencia y sostiene que Brasil tiene derecho al “uso sustentable de sus recursos naturales”.Bolsonaro también ha dicho que ampliará las políticas de mano dura contra el crimen y promete extender aún más el acceso a las armas de fuego, una medida a la que atribuye la disminución los crímenes violentos en el país. “La legítima defensa es un derecho fundamental”, dice el candidato.¿En qué consiste la plataforma de Da Silva?Da Silva presidió una época dorada de crecimiento en sus dos periodos. En ese entonces, un auge de las materias primas convirtió a Brasil en una historia de éxito a nivel mundial. Promete devolver al país a esos días de gloria.El candidato de izquierda promete aumentar los impuestos a los ricos e impulsar el gasto público, “poniendo al pueblo en el presupuesto”. Sus planes incluyen una serie de programas sociales, como un vale mensual de 113 dólares que compite con el propuesto por Bolsonaro. Las familias pobres con niños recibirán otros 28 dólares mensuales por cada niño menor de 6 años.Da Silva también ha prometido ajustar el salario mínimo mensual de Brasil según la inflación y revivir un plan de vivienda para los pobres y al mismo tiempo garantizar la seguridad alimentaria para las personas que pasan hambre.El expresidente de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva aventaja a Bolsonaro en las encuestas.Victor Moriyama para The New York TimesComo exlíder sindical, Da Silva planea revitalizar el crecimiento y “crear trabajo y oportunidades de empleo” al gastar en infraestructura, un guiño a su estrategia anterior. Pero también planea invertir en una “economía verde”, al advertir que Brasil debe adoptar sistemas energéticos y alimentarios más sostenibles.En respuesta a las afirmaciones sin fundamento de Bolsonaro de un posible fraude con las máquinas de votación, Da Silva dice que va a “defender a la democracia” y el sistema electoral brasileño.Sobre la Amazonía, el candidato de izquierda ha insinuado que se enfrentará a los crímenes ambientales perpetrados por milicias, invasores de tierras, leñadores y otros. “Nuestro compromiso es luchar sin descanso contra la deforestación ilegal y promover la deforestación cero”, ha dicho.¿Cómo funciona el sistema electoral?Los brasileños emitirán su voto en máquinas electrónicas, un sistema que opera hace más de 20 años y que ha sido protagonista de las afirmaciones de Bolsonaro de que existe el riesgo de que se amañe la elección.En julio, llamó a los diplomáticos extranjeros al palacio presidencial para mostrar sus pruebas, que resultaron ser noticias de hace años sobre un hackeo que no puso en riesgo las máquinas de votación. También ha reclutado a los militares de Brasil en su batalla contra las autoridades electorales, lo que suscitó temores de que las fuerzas armadas pudieran apoyar cualquier esfuerzo de aferrarse al poder.El miércoles por la noche, el partido político de Bolsonaro emitió un documento que aseguraba, sin aportar pruebas, que un grupo de empleados de gobierno y contratistas tenían el “poder absoluto de manipular los resultados electorales sin dejar huella”.Inspectores del Tribunal Superior Electoral realizan las pruebas finales de las máquinas de votación electrónica en São Paulo.Victor Moriyama para The New York TimesEse fue uno de los ataques más significativos contra el sistema electoral de Brasil hasta el momento. El partido dijo que había llegado a esa conclusión tras una auditoría del sistema electoral que había encargado en julio y que emitía ahora la información debido a que los funcionarios electorales no habían tomado medidas suficientes.La autoridad electoral de Brasil respondió de inmediato el miércoles. Las conclusiones del documento son “falsas y deshonestas y no tienen respaldo en la realidad” y constituyen “un intento claro de obstaculizar y trastornar el curso natural del proceso electoral”, indicó la agencia en un comunicado. El Tribunal Superior dijo que ahora investiga al partido del presidente por haber difundido el documento.Votar es obligatorio en Brasil y, en 2018, la participación en la primera ronda de las elecciones fue casi del 80 por ciento.El domingo, la autoridad electoral empezará a emitir resultados al cerrar las casillas a las 5 p.m., hora de Brasilia, y el conteo final se anuncia unas horas después.Si ningún candidato supera el 50 por ciento de los votos el domingo, se llevará a cabo una segunda vuelta el 30 de octubre. Una vez elegido, el nuevo presidente asumirá el poder el 1 de enero. More

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    Lula vs. Bolsonaro: What to Know About Brazil’s Election

    Jair Bolsonaro has questioned the integrity of Sunday’s election and trails in polls to Luiz Inácio Lula da Silva, a leftist and former president, who was imprisoned amid a corruption scandal.Brazilians are heading to the polls Sunday in a polarizing national vote poised to usher in a new president, who will be forced to grapple with an economic crisis, surging Amazon deforestation and lingering questions over the health of Latin America’s largest democracy.The election comes at a crucial moment for Brazil, where surging food and fuel prices, coupled with a painful economic slowdown, have made life harder for many Brazilians. Some 33 million people in the country of 217 million people are experiencing hunger and extreme poverty has surged, reversing decades of social and economic advances.Environmental and climate worries also loom large. Deforestation in the Amazon has hit 15-year highs under the far-right incumbent, Jair Bolsonaro, who believes the rainforest should be opened up to mining, ranching and agriculture and who has weakened environmental protections. The Amazon’ destruction — and its effects on the efforts to avert a climate crisis — have turned Brazil into a global pariah.Who are the candidates?The election is a duel between Mr. Bolsonaro and a former leftist president, Luiz Inácio Lula da Silva, who served from 2003 until 2010. Voters are seeking answers on how the two leading candidates plan to tackle a variety of challenges and put Brazil back on the path to growth.Another nine candidates, including a former governor, Ciro Gomes, and a senator, Simone Tebet, are also in the presidential race, but all are drawing support in the single digits. Brazilians will also elect new governors, senators and representatives in the federal and state legislatures on Sunday.What does Mr. Bolsonaro propose?Mr. Bolsonaro has promised to hand out cash payments of about $113 a month to needy families, extending a temporary policy originally created to ease the pandemic’s painful blow.Continuing the program, which rebranded and replaced a similar but less generous program introduced under Mr. da Silva, is meant to “reduce poverty and contribute to sustainable economic growth,” according to Mr. Bolsonaro’s official policy plan.The far-right incumbent also vows to create jobs by eliminating bureaucratic red tape, slashing taxes and investing in technology. In a further nod to investors, who backed him en masse in 2018, Mr. Bolsonaro vows to maintain a free market approach, keeping public debt in check. Mr. Bolsonaro has spent heavily on welfare and fuel aid ahead of elections, after pushing to temporarily lift limits on public spending.President Jair Bolsonaro during a rally last week in São Paulo.Victor Moriyama for The New York TimesEchoing the hard-line rhetoric that won him support from ultra conservative and evangelical voters four years ago, Mr. Bolsonaro also promises to defend “the family,” opposing legal abortion and transgender education in schools.A longtime proponent of privatization, he plans to reduce “the state’s role in the economy,” selling state-owned companies like Petrobras, an energy company.But Mr. Bolsonaro also defends large-scale expansion of mining and agriculture, although he says growth must bear in mind “economic, social and environmental sustainability.”He vows to more aggressively fight environmental crimes, but casts doubt on data showing a steep rise in deforestation during his presidency and maintains that Brazil has a right to the “sustainable use of its natural resources.”Mr. Bolsonaro also promises to expand tough-on-crime policies, pledging to further expand access to firearms, a policy he credits for a drop in violent crime across Brazil. “Legitimate defense is a fundamental right,” the candidate says.What is Mr. da Silva’s platform?Mr. da Silva oversaw a golden era of growth during his two terms in office, when a commodity-fueled boom turned Brazil into a global success story. He promises to return the country to those glory days.The leftist candidate vows to raise taxes on the rich and boost public spending, “putting the people in the budget.” His plans include a slew of social programs, such as a $113 monthly cash voucher rivaling the one proposed by Mr. Bolsonaro. Poor families with children will also receive another $28 per month for each child under 6.Mr. da Silva has also promised to adjust Brazil’s minimum wage in step with inflation and revive a housing plan for the poor, while guaranteeing food security for people facing hunger.The former leftist president Luiz Inácio Lula da Silva leads Mr. Bolsonaro in the polls.Victor Moriyama for The New York TimesA former trade unionist, Mr. da Silva plans to kick start growth and “create work and employment opportunities” by spending on infrastructure, a nod to his past strategy. But he also plans to invest in a “green economy,” warning that Brazil must shift to more sustainable energy and food systems.In response to Mr. Bolsonaro’s unfounded claims of voting machine fraud, Mr. da Silva says he will “defend democracy” and Brazil’s electoral system.On the Amazon, the leftist candidate has signaled that he will crack down on environmental crimes by militias, land grabbers, loggers and others. “Our commitment is to the relentless fight against illegal deforestation and the promotion of zero net deforestation,” he has said.How does the electoral system work?Brazilians will cast their ballots through electronic voting machines, a system that has been in place for over two decades and that has been the focus of Mr. Bolsonaro’s claims about the risk of election rigging.In July, he called foreign diplomats to the presidential palace to lay out his evidence, which turned out to be years-old news about a hack that did not threaten the voting machines. He has also enlisted Brazil’s military in his fight with election officials, raising fears that the armed forces could support any effort to hold onto power.And late Wednesday, Mr. Bolsonaro’s political party issued a document that claimed, without evidence, that a group of government employees and contractors had the “absolute power to manipulate election results without leaving a trace.”Electoral Court inspectors carry out final tests on electronic voting machines in São Paulo.Victor Moriyama for The New York TimesIt was among the most significant attacks yet against Brazil’s election system. The party said that it reached its conclusion based on an audit of the election system it commissioned in July, and that it was releasing the information now because election officials had not sufficiently responded.Brazil’s electoral authority immediately responded on Wednesday. The document’s conclusions “are false and dishonest, with no backing in reality” and are “a clear attempt to hinder and disrupt the natural course of the electoral process,” the agency said in a statement. The Supreme Court said it was now investigating the president’s party for releasing the document.Voting in Brazil is compulsory and, in 2018, turnout for the first round of elections was close to 80 percent.On Sunday, the electoral authority starts releasing results when polls close at 4 p.m. E.S.T. and the final tally is announced a few hours later.If no candidate succeeds in drawing at least 50 percent of the vote on Sunday, a runoff election between the top two candidates will be held on Oct. 30. Once elected, the new president will be sworn in on Jan. 1. More

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    As Latin America Shifts Left, Leaders Face a Bleak Reality.

    All six of the region’s largest economies could soon be run by presidents elected on leftist platforms. Their challenge? Inflation, war in Europe and growing poverty at home.BOGOTÁ, Colombia — In Chile, a tattooed former student activist won the presidency with a pledge to oversee the most profound transformation of Chilean society in decades, widening the social safety net and shifting the tax burden to the wealthy.In Peru, the son of poor farmers was propelled to victory on a vow to prioritize struggling families, feed the hungry and correct longstanding disparities in access to health care and education.In Colombia, a former rebel and longtime legislator was elected the country’s first leftist president, promising to champion the rights of Indigenous, Black and poor Colombians, while building an economy that works for everyone.“A new story for Colombia, for Latin America, for the world,” he said in his victory speech, to thunderous applause.After years of tilting rightward, Latin America is hurtling to the left, a watershed moment that began in 2018 with the election of Andrés Manuel López Obrador in Mexico and could culminate with a victory later this year by a leftist candidate in Brazil, leaving the region’s six largest economies run by leaders elected on leftist platforms.A combination of forces have thrust this new group into power, including an anti-incumbent fervor driven by anger over chronic poverty and inequality, which have only been exacerbated by the pandemic and have deepened frustration among voters who have taken out their indignation on establishment candidates.During the height of a coronavirus wave in Peru last year, people waited to refill oxygen tanks for loved ones on the outskirts of Lima. Marco Garro for The New York TimesBut just as new leaders settle into office, their campaign pledges have collided with a bleak reality, including a European war that has sent the cost of everyday goods, from fuel to food, soaring, making life more painful for already suffering constituents and evaporating much of the good will presidents once enjoyed.Chile’s Gabriel Boric, Peru’s Pedro Castillo and Colombia’s Gustavo Petro are among the leaders who rode to victory promising to help the poor and disenfranchised, but who find themselves facing enormous challenges in trying to meet the high expectations of voters.Unlike today, the last significant leftist shift in Latin America, in the first decade of the millennium, was propelled by a commodities boom that allowed leaders to expand social programs and move an extraordinary number of people into the middle class, raising expectations for millions of families.Now that middle class is sliding backward, and instead of a boom, governments face pandemic-battered budgets, galloping inflation fed by the war in Ukraine, rising migration and increasingly dire economic and social consequences of climate change.In Argentina, where the leftist Alberto Fernández took the reins from a right-wing president in late 2019, protesters have taken to the streets amid rising prices. Even larger protests erupted recently in Ecuador, threatening the government of one of the region’s few newly elected right-wing presidents, Guillermo Lasso.“I don’t want to be apocalyptic about it,” said Cynthia Arnson, a distinguished fellow at the Woodrow Wilson International Center for Scholars. “But there are times when you look at this that it feels like the perfect storm, the number of things hitting the region at once.”Protesters in Santiago, Chile, in 2019, demanding economic changes to address systemic inequality. The country’s new president, elected last year, has become deeply unpopular among Chileans angry over rising prices.Tomas Munita for The New York TimesThe rise of social media, with the potential to supercharge discontent and drive major protest movements, including in Chile and Colombia, has shown people the power of the streets.Beginning in August, when Mr. Petro takes over from his conservative predecessor, five of the six largest economies in the region will be run by leaders who campaigned from the left.The sixth, Brazil, the largest country in Latin America, could swing that way in a national election in October. Polls show that former president Luiz Inácio Lula da Silva, a fiery leftist, has a wide lead on the right-wing incumbent, President Jair Bolsonaro.New leaders in Colombia and Chile are far more socially progressive than leftists in the past, calling for a shift away from fossil fuels and advocating for abortion rights at a time when the United States Supreme Court is moving the country in the opposite direction.But taken together, this group is extremely mixed, differing on everything from economic policy to their commitment to democratic principles.Mr. Petro and Mr. Boric have vowed to vastly expand social programs for the poor, for example, while Mr. López Obrador, who is focused on austerity, is reducing spending.What does link these leaders, however, are promises for sweeping change that in many instances are running headlong into difficult and growing challenges.Gustavo Petro and his running mate, Francia Márquez, celebrated their victory in June in Colombia’s national election. They will lead a country where 40 percent of the people lives on less than half of the monthly minimum wage.Federico Rios for The New York TimesIn Chile late last year, Mr. Boric beat José Antonio Kast, a right-wing establishment politician associated with Chile’s former dictator, Augusto Pinochet, by pledging to jettison the neoliberal economic policies of the past.But just months into his term, with an inexperienced cabinet, divided Congress, rising consumer prices and unrest in the country’s south, Mr. Boric’s approval ratings have plummeted.Ninety percent of poll respondents told the polling firm Cadem this month that they believed the country’s economy was stuck or going backward.Like many neighbors in the region, Chile’s yearly inflation rate is the highest it has been in more than a generation, at 11.5 percent, spurring a cost-of-living crisis.In southern Chile, a land struggle between the Mapuche, the country’s largest Indigenous group, and the state has entered its deadliest phase in 20 years, leading Mr. Boric to reverse course on one of his campaign pledges and redeploy troops in the area.Catalina Becerra, 37, a human resources manager from Antofagasta, in northern Chile, said that “like many people of my generation” she voted for Mr. Boric because Mr. Kast “didn’t represent me in the slightest.”Students taking part in an anti-government protest in June in Santiago.Javier Torres/Agence France-Presse, via Getty Images“But I wasn’t convinced by what he could do for the country,’’ Ms. Becerra added. “He has not achieved what he said he would.”In September, Chileans will vote on a remarkably progressive constitution that enshrines gender equality, environmental protections and Indigenous rights and that is meant to replace a Pinochet-era document.The president has bound his success to the referendum, putting himself in a precarious position should the draft be rejected, which polls show is for now the more likely outcome.In neighboring Peru, Mr. Castillo rose last year from virtual anonymity to beat Keiko Fujimori, a right-wing career politician whose father, former President Alberto Fujimori, governed with an iron fist and introduced neoliberal policies similar to those rejected by Chilean voters.While some Peruvians supported Mr. Castillo solely as a rejection of Ms. Fujimori, he also represented real hopes for many, especially poor and rural voters.As a candidate, Mr. Castillo promised to empower farmers with more subsidies, access to credit and technical assistance.But today, he is barely managing to survive politically. He has governed erratically, pulled between his far-left party and the far-right opposition, reflecting the fractious politics that helped him win the presidency.Supporters of Peru’s leftist presidential candidate Pedro Castillo during a protest against his rival’s effort to annul votes in 2021. Mr. Castillo won the election but is barely managing to survive politically. Marco Garro for The New York TimesMr. Castillo — whose approval rating has sunk to 19 percent, according to the Institute of Peruvian Studies — is now subject to five criminal probes, has already faced two impeachment attempts and cycled through seven interior ministers.The agrarian reform he pledged has yet to translate into any concrete policies. Instead, price spikes for food, fuel and fertilizer are hitting his base the hardest.Farmers are struggling through one of the worst crises in decades, facing the biggest planting season of the year without widespread access to synthetic fertilizer. They normally get most of it from Russia, but it is difficult to obtain because of global supply disruptions related to the war.Eduardo Zegarra, an investigator at GRADE, a research institute, called the situation “unprecedented.”“I think this is going to unfold very dramatically, and usher in a lot of instability,” he said.In a poor, hillside neighborhood in Lima, the capital, many parents are skipping meals so their children have more to eat.“We voted for Castillo because we had the hope that his government would be different,” said Ruth Canchari, 29, a stay-at-home mother of three children. “But he’s not taking action.”In Colombia, Mr. Petro will take office facing many of the same headwinds.President Gabriel Boric of Chile flashed a victory sign after his swearing-in ceremony at Congress in Valparaiso in March.Esteban Felix/Associated PressPoverty has risen — 40 percent of households now live on less than $100 a month, less than half of the monthly minimum wage — while inflation has hit nearly 10 percent.Still, despite widespread financial anxiety, Mr. Petro’s actions as he prepares to assume office seem to have earned him some support.He has made repeated calls for national consensus, met with his biggest political foe, the right-wing former president Álvaro Uribe, and appointed a widely respected, relatively conservative and Yale-educated finance minister.The moves may allow Mr. Petro to govern more successfully than, say, Mr. Boric, said Daniel García-Peña, a political scientist, and have calmed down some fears about how he will try to revive the economy.But given how quickly the honeymoon period ended for others, Mr. Petro will have precious little time to start delivering relief.“Petro must come through for his voters,” said Hernan Morantes, 30, a Petro supporter and environmental activist. “Social movements must be ready, so that when the government does not come through, or does not want to come through, we’re ready.”Julie Turkewitz More

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    ¿Qué prometió Gustavo Petro?

    Durante su campaña, el candiato de izquierda Gustavo Petro propuso importantes reformas. Después de ganar las elecciones del domingo tendrá que demostrar que es capaz de implementar esos cambios.BOGOTÁ — En un estadio repleto de Bogotá, en medio de una explosión de confeti y debajo de un cartel que decía “Colombia ganó”, Gustavo Petro celebró el domingo su victoria como el primer presidente de izquierda que ha sido elegido en Colombia.“Llegó el gobierno de la esperanza”, dijo el exguerrillero y veterano senador, en medio de una cascada de aplausos y vítores.Durante décadas, Colombia ha sido uno de los países más conservadores de América Latina, donde la izquierda se ha asociado con una insurgencia violenta y algunos candidatos presidenciales de izquierda anteriores fueron asesinados durante sus campañas electorales.En ese contexto, la victoria de Petro fue histórica, una señal de la frustración de los votantes con el establecimiento político de derecha que, según muchos, no logró atender los problemas de generaciones que vivieron en condiciones de pobreza y desigualdad que solo empeoraron durante la pandemia.El hecho de que Petro eligiera como compañera de fórmula a Francia Márquez, una activista ambiental que será la primera vicepresidenta negra del país, hizo que la victoria fuese aún más excepcional. Algunas de las tasas de participación electoral más altas se registraron en varias zonas de las regiones más pobres y abandonadas del país, lo que sugiere que muchas personas se identificaron con los llamados repetidos de Márquez a la inclusión, la justicia social y la protección del medioambiente.Como candidato, Petro prometió cambiar algunos de los sectores más importantes de la sociedad colombiana en una nación que se encuentra entre las más desiguales de América Latina.Pero ahora que ocupará el palacio presidencial, pronto tendrá que convertir esas promesas, algunas de las cuales los críticos califican como radicales, en acciones.“Hay un programa de transformaciones muy profundas”, dijo Yann Basset, profesor de ciencias políticas en la Universidad del Rosario en Bogotá. “En todos esos temas va a necesitar de un apoyo importante del Congreso, lo que promete ser bastante difícil”.Simpatizantes de Petro en Bucaramanga, Colombia, el domingo.Nathalia Angarita para The New York TimesPetro ha prometido ampliar los programas sociales, proporcionar un subsidio significativo para las madres solteras, garantizar trabajo y un ingreso para las personas desempleadas, reforzar el acceso a la educación superior, aumentar la ayuda alimentaria, cambiar el país a un sistema de salud controlado públicamente y rehacer el sistema de pensiones.Dice que los fondos para esos cambios, en parte, se obtendrán de aumentar los impuestos a las 4000 familias más ricas del país, eliminando algunos beneficios fiscales corporativos, aumentando algunos aranceles de importación y atacando a los evasores de impuestos.Una parte central de su plataforma es un plan para pasar de lo que él define como la “vieja economía extractivista” de Colombia, basada en el petróleo y el carbón, a una enfocada en otras industrias, en parte para luchar contra el cambio climático.Algunas de las políticas de Petro podrían causar tensión con Estados Unidos que ha invertido durante las últimas dos décadas miles de millones de dólares en Colombia para ayudar a sus gobiernos a detener la producción y exportación de cocaína, con poco éxito. Petro ha prometido rehacer la estrategia del país contra las drogas, alejándose de la erradicación de los cultivos de coca, el producto base de la cocaína, para enfatizar el desarrollo rural.Washington ya ha comenzado a moverse en la dirección de priorizar el desarrollo, pero Petro podría chocar con los funcionarios estadounidenses por su visión precisa sobre ese tema.Petro también se ha comprometido a implementar por completo el acuerdo de paz de 2016 con el grupo rebelde más grande del país, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC, y a frenar la destrucción de la Amazonía colombiana, donde la deforestación ha alcanzado nuevos máximos en los últimos años.Uno de los mayores desafíos de Petro será financiar su ambiciosa agenda, especialmente encontrar nuevos ingresos para compensar la pérdida de dinero del petróleo y el carbón mientras se expanden los programas sociales.Recientemente, otros dos políticos de izquierda, Gabriel Boric en Chile y Pedro Castillo en Perú, asumieron la presidencia con promesas de extender los programas sociales, pero su popularidad se desplomó, entre otros factores, en medio de la creciente inflación.Colombia recauda menos impuestos en proporción de su producto interno bruto en comparación con casi todos los demás países de la región.El país ya tiene un déficit elevado, y el año pasado, cuando el presidente actual, Iván Duque, intentó impulsar un plan fiscal para ayudar a bajarlo, cientos de miles de personas salieron a las calles a protestar.“Las cifras presupuestarias simplemente no cuadran”, escribió James Bosworth, fundador de Hxagon, una firma de consultoría de riesgo político en Bogotá, en un boletín enviado el lunes. “Es probable que los costos de los programas sociales propuestos por Petro consuman el presupuesto y dejen un déficit que crecerá con rapidez”.“Para el segundo o tercer año de su gobierno”, continuó Bosworth, “tendrá que tomar decisiones difíciles debido a las restricciones financieras y eso terminará molestando a una parte de la coalición que lo eligió”.Mauricio Cárdenas, exministro de Hacienda, dijo que el primer paso que debe dar Petro es anunciar un ministro de Hacienda con experiencia que pueda sosegar los temores del mercado y de los inversionistas al asegurarle a la gente que no incentivará un gasto descontrolado o una intervención gubernamental excesiva.Otro reto importante podría ser trabajar con el Congreso. La coalición de Petro, Pacto Histórico, tiene la mayor cantidad de integrantes en la legislatura. Pero no tiene una mayoría, que necesitará para impulsar su agenda. Ya se ha acercado a líderes políticos fuera de su coalición, pero no está claro cuánto apoyo obtendrá y si la formación de nuevas alianzas lo obligará a renunciar a algunas de sus propuestas.“Yo creo que tendrá que abandonar ciertas partes de este programa”, dijo Basset. “De todos modos, yo creo que no tiene una mayoría para implementar todo lo que ha prometido”.Petro también heredará una sociedad profundamente polarizada, dividida por clase, raza, región y etnicidad y marcada por años de violencia y conflicto.Durante décadas, el gobierno de Colombia luchó contra las FARC, y el conflicto armado se convirtió en un enfrentamiento intrincado entre grupos guerrilleros de izquierda, paramilitares de derecha y militares, todos los cuales han sido acusados de abusos contra los derechos humanos.A pesar del acuerdo de paz de 2016 con las FARC, muchas de las líneas divisorias del conflicto continúan, y han sido amplificadas por las redes sociales, que permitieron que los rumores y la desinformación circularan.Las encuestas previas a las elecciones mostraban una desconfianza en aumento en casi todas las instituciones importantes.“En mi opinión, esta elección es, por mucho, la más polarizada que hemos visto en Colombia en muchos años”, dijo Arlene B. Tickner, politóloga de la Universidad de Rosario. “Creo que será un desafío clave el solo hecho de calmar las aguas y hablarle en particular a los votantes y sectores de la sociedad colombiana que no votaron por él y que tienen temores considerables sobre la presidencia de Petro”.Una de las tareas más difíciles de Petro podría ser abordar la violencia en el campo.A pesar del acuerdo de paz, los grupos armados han seguido creciendo, especialmente en áreas rurales, alimentándose del narcotráfico, la industria ganadera, el tráfico de personas y otras actividades.Los homicidios, las masacres y los asesinatos de líderes sociales aumentaron en los últimos años, y el desplazamiento interno sigue siendo alto: 147.000 personas fueron obligadas a huir de sus hogares el año pasado, según datos del gobierno.Muchas personas afectadas por esta violencia votaron por Petro y Márquez, quien nació en el Cauca, una de las zonas más afectadas de Colombia.El plan de Petro para enfrentar la violencia incluye una reforma agraria que desalentaría con impuestos la propiedad de grandes parcelas de tierra y otorgaría títulos de propiedad a los pobres, cuya falta de recursos a menudo los obliga a unirse a grupos armados.Pero, presidencia tras presidencia, los intentos de emprender una reforma agraria han sido obstaculizados, y Petro admitió en una entrevista de este año que puede ser “lo más duro” de cumplir de sus promesas de campaña.“Es alrededor del tema en el que en Colombia se han hecho las guerras”, dijo.Megan Janetsky More

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    Las democracias no siempre se comportan de manera democrática

    Cuando los líderes políticos se enfrentan a una crisis constitucional, como la del 6 de enero en EE. UU., el proceso de decidir colectivamente cómo responder puede ser desordenado, arbitrario y, a veces, cambiar la naturaleza del propio sistema.Cuando buscamos casos similares en el mundo al momento del año pasado en el que el entonces vicepresidente Mike Pence se negó a ceder ante la presión del presidente Donald Trump para ayudarlo a revertir su derrota electoral, algo queda claro casi de inmediato.Este tipo de crisis, en las que el destino de la democracia queda en manos de un puñado de funcionarios, rara vez se resuelven únicamente sobre la base de principios legales o constitucionales, aunque luego sean citados como justificación.En su lugar, por lo general la resolución está determinada por las élites políticas que logran formar rápidamente una masa crítica a favor de un resultado. Y esos funcionarios pueden seguir cualquier motivación —principios, antipatía partidista, interés propio— que los movilice.En conjunto, la historia de las crisis constitucionales modernas destaca algunas duras verdades sobre la democracia. Las normas supuestamente fundamentales, como elecciones libres o el Estado de derecho, aunque se presenten como si estuvieran cimentadas de manera irreversible en las bases de la nación, en realidad solo son tan sólidas como el compromiso de quienes estén en el poder. Y si bien una crisis puede ser una oportunidad para que los líderes refuercen las normas democráticas, también puede ser una oportunidad para revisarlas o revocarlas por completo.Por ejemplo, en medio de las elecciones de Yugoslavia de 2000, la oposición declaró que había obtenido suficientes votos para destronar al presidente Slobodan Milosevic, cuyo gobierno aseguró falsamente que la oposición se había quedado corta.Ambas partes apelaron a los principios constitucionales, los procedimientos legales y, con furiosas protestas, a la voluntad del pueblo. Al final, una masa crítica de funcionarios del gobierno y de la policía, incluidos algunos en puestos necesarios para certificar el resultado, señalaron que, por razones que variaban de persona a persona, tratarían a Milosevic como el perdedor de las elecciones. Posteriormente, el nuevo gobierno lo extraditó para enfrentar cargos por crímenes de guerra en La Haya, en los Países Bajos.Slobodan Milosevic, expresidente de Yugoslavia, aplaudiendo durante una ceremonia en la academia militar de Belgrado, en 2000. Milosevic fue declarado perdedor de unas disputadas elecciones y posteriormente extraditado para ser acusado de crímenes de guerra en La Haya.Agence France-PresseLos estadounidenses parecieran tener más cosas en común con Perú. Allí, en 1992, el entonces presidente Alberto Fujimori disolvió el Congreso controlado por la oposición, que estaba haciendo gestiones para destituirlo. Los legisladores de todo el espectro votaron rápidamente para remplazar a Fujimori con su propio vicepresidente, quien se había opuesto al abuso de poder presidencial.Ambos bandos aseveraron estar defendiendo la democracia de la amenaza que representaba el otro. Ambos apelaron a las fuerzas militares de Perú, que tradicionalmente había desempeñado un rol de árbitro final, de forma casi similar al de una corte suprema. El pueblo, profundamente polarizado, se dividió. Los militares también se dividieron en dos bandos.En el momento más crítico, una cantidad suficiente de élites políticas y militares indicó su apoyo a Fujimori y logró que prevaleciera. Se juntaron de manera informal, cada uno reaccionando a los eventos de manera individual. Muchos apelaron a diferentes fines, como la agenda económica de Fujimori, la sensación de estabilidad o la posibilidad de que su partido prevaleciera bajo el nuevo orden.Perú cayó en un cuasi-autoritarismo, con derechos políticos restringidos y elecciones celebradas, pero bajo términos que favorecían a Fujimori, hasta que fue destituido de su cargo en 2000 por acusaciones de corrupción. El año pasado, su hija se postuló para la presidencia como una populista de derecha y perdió por menos de 50.000 votos.La América Latina moderna ha enfrentado repetidamente este tipo de crisis. Esto, según muchos académicos, no se debe tanto a rasgos culturales compartidos, sino más a una historia de intromisión de Guerra Fría que debilitó las normas democráticas. También surge de sistemas presidenciales de estilo estadounidense y de la profunda polarización social que allana el camino para el combate político extremo.Las democracias presidenciales, al dividir el poder entre ramas en competencia, crean más oportunidades para que cargos rivales se enfrenten, incluso hasta el punto de usurparse unos a otros los poderes. Dichos sistemas también enturbian las preguntas sobre quién está al mando, lo que obliga a sus ramas o poderes a resolver disputas de manera informal, sobre la marcha y, en ocasiones, por la fuerza.Venezuela, que solía ser la democracia más antigua de la región, sufrió una serie de crisis constitucionales cuando el entonces presidente Hugo Chávez se enfrentó con jueces y otros órganos gubernamentales que bloquearon su agenda. Cada vez, Chávez —y luego su sucesor, Nicolás Maduro— apeló a los principios legales y democráticos para justificar el debilitamiento de esas instituciones hasta que, con el tiempo, las acciones de los líderes, en apariencia para salvar la democracia, prácticamente las destriparon.Hugo Chávez, expresidente de Venezuela, llegando a la Asamblea Nacional para su discurso anual sobre el estado de la nación en Caracas, en 2012. Él y su sucesor apelaron a los principios legales y democráticos para justificar su debilitamiento de las instituciones democráticas.Ariana Cubillos/Associated PressLas presidencias no son comunes en las democracias occidentales. Una de las pocas, en Francia, experimentó su propia crisis constitucional en 1958, año en el que se evitó un intento de golpe militar cuando el líder Charles de Gaulle se otorgó poderes de emergencia para establecer un gobierno de unidad que satisficiera a los líderes civiles y militares.Si bien otros tipos de sistemas pueden caer en grandes crisis, a menudo se debe a que, al igual que en una democracia presidencial, los centros de poder en rivalidad chocan hasta el punto de intentar invadir al otro.Aun así, algunos académicos argumentan que los estadounidenses que esperan comprender la trayectoria de su país no deberían mirar a Europa, sino a América Latina.Ecuador estuvo cerca del precipicio en 2018 debido al esfuerzo del entonces presidente Rafael Correa de extender sus propios límites de mandato. Pero cuando los votantes y la élite política se opusieron, Correa dejó el cargo de manera voluntaria.En 2019, Bolivia se sumió en el caos en medio de una elección disputada. Aunque la opinión pública estuvo dividida, las élites políticas y militares señalaron que creían que el líder de izquierda en funciones en aquel momento, Evo Morales, debía dejar el cargo y prácticamente lo obligaron a hacerlo.Sin embargo, cuando el remplazo de derecha de Morales no pudo evitar meses de inestabilidad y turbulencia y luego se dispuso a posponer las elecciones, muchas de esas mismas élites presionaron para que estas se realizaran rápidamente, lo que benefició al sucesor elegido por Morales.Evo Morales, expresidente de Bolivia, hablando con la prensa el día de las elecciones en La Paz, en octubre de 2019. El país se sumió en el caos tras las elecciones, que fueron objeto de controversia.Martin Alipaz/EPA vía ShutterstockLa frase “élites políticas” puede evocar imágenes de poderosos que fuman puros y se reúnen en secreto para mover los hilos de la sociedad. En realidad, los académicos usan el término para describir a legisladores, jueces, burócratas, autoridades policiales y militares, funcionarios locales, líderes empresariales y figuras culturales, la mayoría de los cuales nunca coordinarían directamente, muchos menos acordarían qué es lo mejor para el país.Aun así, son esas élites las que, en colectivo, preservan la democracia día a día. Del mismo modo en que el papel moneda solo tiene valor porque todos lo tratamos como valioso, las elecciones y las leyes solo tienen poder porque las élites se despiertan cada mañana y las consideran primordiales. Es una especie de pacto, en el que los poderosos se vinculan voluntariamente a un sistema que también los restringe.“Una democracia organizada y en buen funcionamiento no nos exige pensar activamente en qué la sostiene”, me dijo Tom Pepinsky, politólogo de la Universidad Cornell, poco después de los disturbios en el Capitolio, el 6 de enero de 2021. “Es un equilibrio; todos están motivados a participar como si continuara”.Pero en una enorme crisis constitucional, cuando las normas y reglas destinadas a guiar la democracia se ponen en duda o se dejan de lado por completo, esas élites, súbitamente, se enfrentan a la pregunta de cómo —o si se debe— mantener su pacto democrático.No siempre estarán de acuerdo sobre cuál es el mejor camino para la democracia, para el país o para ellos mismos. En ocasiones, el impacto de ver la vulnerabilidad de la democracia los llevará a redoblar su compromiso con ella. En otras, a deshacerse de ese sistema en parte o en su totalidad.El resultado, a menudo, es una lucha de élites que se presionan entre sí directamente, como lo hicieron muchos republicanos de alto rango y asesores de la Casa Blanca durante el 6 de enero, o mediante declaraciones públicas dirigidas a los miles de funcionarios que operan la maquinaria del gobierno.Los académicos denominan esto como un “juego de coordinación”, en el que todos esos actores intentan comprender o influir en la manera en que otros responderán, hasta que surja un consenso mínimamente viable. Puede no parecerse tanto a una trama bien definida, sino más bien a una manada de animales asustados, por lo que el resultado puede ser difícil de predecir.Antes del 6 de enero, no había muchas razones para cuestionar el compromiso de los legisladores con la democracia. “No se había cuestionado si apoyaban o no la democracia en un sentido interno real; eso nunca había estado en juego”, afirmó Pepinsky.Ahora, una crisis los había obligado a decidir si anular las elecciones, y eso demostró que no todos esos legisladores, de tener esa opción, votarían para defender la democracia. “Me ha sorprendido demasiado cuánto de esto en realidad depende de 535 personas”, confesó Pepinsky, refiriéndose a la cantidad de legisladores en el Congreso.Max Fisher es reportero y columnista de temas internacionales con sede en Nueva York. Ha reportado sobre conflictos, diplomacia y cambio social desde cinco continentes. Es autor de The Interpreter, una columna que explora las ideas y el contexto detrás de los principales eventos mundiales de actualidad. @Max_Fisher • Facebook More

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    He Promised to Transform Colombia as President. Can He Fulfill That Vow?

    During his campaign, Gustavo Petro proposed major reforms if he was elected. After winning Sunday’s presidential election, he’ll now have to prove he can carry out those changes.BOGOTÁ, Colombia — In a packed arena in Bogotá on Sunday, amid a burst of confetti and below a sign that read “Colombia won,” Gustavo Petro celebrated his victory as the first leftist ever elected president of Colombia.“The government of hope has arrived,” said the former rebel and longtime legislator, to a cascade of cheers.For decades, Colombia has been one of the most conservative countries in Latin America, where the left has long been associated with a violent insurgency and past leftist presidential candidates have been assassinated on the campaign trail.Against that backdrop, Mr. Petro’s win was historic, signaling voters’ frustration with a right-wing establishment that many said had failed to address generations of poverty and inequality that have only worsened during the pandemic.Mr. Petro’s choice for running mate, Francia Márquez, an environmental activist who will be the country’s first Black vice president, made the victory all the more exceptional. Some of the highest voter turnout rates were recorded in some of the poorest and most neglected parts of the country, suggesting that many people identified with her prominent and repeated calls for inclusion, social justice and environmental protection.As a candidate, Mr. Petro promised to reshape some of the most important sectors of Colombian society in a nation that is among the most unequal in Latin America.But now that he will occupy the presidential palace, he will soon have to turn those pledges — some of which critics call radical — into action.“This is a program of very deep transformations,” said Yann Basset, a political science professor at Rosario University in Bogotá. “On all these issues he is going to need significant support from Congress, which promises to be quite difficult.”Supporters of Mr. Petro on Sunday in Bucaramanga, Colombia.Nathalia Angarita for The New York TimesMr. Petro has vowed to vastly expand social programs, providing a significant subsidy to single mothers, guaranteeing work and a wage to unemployed people, bolstering access to higher education, increasing food aid, shifting the country to a publicly controlled health care system and remaking the pension system.He will pay for this, in part, he says, by raising taxes on the 4,000 wealthiest families, removing some corporate tax benefits, raising some import tariffs and targeting tax evaders.A core part of his platform is a plan to shift from what he calls Colombia’s “old extractive economy,” based on oil and coal, to one focused on other industries, in part to fight climate change.Some of Mr. Petro’s policies could cause tension with the United States, which has poured billions of dollars into Colombia in the last two decades to help its governments halt the production and export of cocaine, to little effect. Mr. Petro has promised to remake the country’s strategy on drugs, shifting away from the eradication of the coca crop, the base product in cocaine, to emphasizing rural development.Washington has already begun moving in the direction of prioritizing development, but Mr. Petro could clash with U.S. officials on precisely what this looks like.Mr. Petro has also pledged to fully implement the 2016 peace deal with the country’s largest rebel group, the Revolutionary Armed Forces of Colombia, or FARC, and to slow the destruction of the Colombian Amazon, where deforestation has risen to new highs in recent years.One of Mr. Petro’s biggest challenges will be paying for his ambitious agenda, in particular finding new revenue to compensate for lost oil and coal money while expanding social programs.Two other leftists, Gabriel Boric in Chile and Pedro Castillo in Peru, have taken office recently with ambitious promises to expand social programs, only to have their popularity plummet amid rising inflation, among other issues.Colombia collects less in taxes as a proportion of its gross domestic product compared with almost every other country in the region.The country already has a high deficit, and last year, when the current president, Iván Duque, attempted to pursue a tax plan to help lower it, hundreds of thousands of people took to the street in protest.“The budget numbers just don’t add up,” James Bosworth, the founder of Hxagon, a political risk consulting firm in Bogotá, wrote in a newsletter on Monday. “The costs on Petro’s proposed social programs are likely to burn through the budget and leave a rapidly widening deficit.”“By year two or three of his administration,” Mr. Bosworth continued, “he’s going to have to make tough choices due to financial restrictions and that will end up angering some portion of the coalition that elected him.”Mauricio Cárdenas, a former finance minister, said that the first step Mr. Petro should take is to announce an experienced finance minister who can calm market and investor fears by assuring the public that he will not be engaging in runaway spending or excessive government intervention.Another major challenge could be working with Congress. Mr. Petro’s coalition, called the Historic Pact, has the largest number of lawmakers in the legislature. But he does not have a majority, which he will need to push through his agenda. He has already reached out to political leaders outside his coalition, but it’s unclear how much support he will gain — and whether forming new alliances will force him to give up some of his proposals. “I think he is going to have to abandon certain parts of this program,” Mr. Basset said. “In any case, I believe that he does not have a majority to implement everything he has promised.”Mr. Petro will also inherit a deeply polarized society, divided by class, race, region and ethnicity and scarred by years of violence and war.For decades, Colombia’s government fought the FARC, and the war grew into a complex battle among left-wing guerrilla groups, right-wing paramilitaries and the military, all of which have been accused of human rights abuses.Despite the 2016 peace accord with the FARC, many of the fault lines of the conflict remain, which has been supercharged by social media, allowing rumor and misinformation to fly.Polls before the election showed growing distrust in almost all major institutions.“This election in my mind is by far the most polarized that we’ve seen in Colombia in many years,” said Arlene B. Tickner, a political scientist at Rosario University. “So simply calming the waters and speaking to in particular those voters and those sectors of Colombian society that did not choose him, and that have significant fears about a Petro presidency, I think is going to be a key challenge.”One of Mr. Petro’s most difficult tasks could be addressing violence in the countryside.Despite the peace deal, armed groups have continued to flourish, mostly in rural areas, feeding off the drug trade, the cattle industry, human trafficking and other activities.Homicides, massacres and the killings of social leaders are all up in recent years, and internal displacement remains high, with 147,000 people forced to flee their homes last year, according to government data.Many people affected by this violence voted for Mr. Petro and Ms. Márquez, who was born in Cauca, one of the hardest hit parts of Colombia.Mr. Petro’s plan to address the violence includes a land reform that would discourage the ownership of large land parcels through taxation and give land titles to poor people whose lack of resources often indentures them to armed groups.But land reform has stymied president after president, and Mr. Petro admitted in an interview this year that it may be “the hardest” part of his campaign pledges to fulfill.“Because it’s this topic that has caused Colombia’s wars,” he said.Megan Janetsky contributed reporting. 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