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    Crews at Site of Bridge Collapse Work on Removing First Piece of Debris

    The governor of Maryland said that the search for missing victims would resume when the conditions for divers improve.Crews in Baltimore on Saturday were working on pulling the first piece of wreckage out of the water after the collapse of the Francis Scott Key Bridge, a tangible sign of progress in the daunting effort to reopen the busy waterway.Rear Adm. Shannon Gilreath of the U.S. Coast Guard said at a news conference that his crew was aiming to lift the first segment of the bridge “just north of that deep draft shipping channel.” He added, “Much like when you run a marathon, you’ve got to take the first few steps.”The bridge was a critical transportation link to one of the largest ports in the United States, and the collapse is costing the region and the country millions of dollars the longer it is out of operation. More than 8,000 workers on the docks have been directly affected, Gov. Wes Moore of Maryland said.Mr. Moore said cutting up and removing the north sections of the bridge “will eventually allow us to open up a temporary restricted channel that will help us to get more vessels in the water around the site of the collapse.”Officials overseeing the cleanup added on Saturday that salvage teams will use gas-powered cutters to systematically separate sections of the steel bridge, which will then be taken to a disposal site.The work was occurring less than a week after a giant container ship known as the Dali suffered a complete blackout and struck the bridge, killing six construction workers and bringing the bridge down into the Patapsco River.We are having trouble retrieving the article content.Please enable JavaScript in your browser settings.Thank you for your patience while we verify access. If you are in Reader mode please exit and log into your Times account, or subscribe for all of The Times.Thank you for your patience while we verify access.Already a subscriber? Log in.Want all of The Times? Subscribe. More

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    La lección más importante de la victoria de Javier Milei

    La elección como presidente de Argentina de Javier Milei —un personaje peculiar, fanfarrón de cabello indomable, con cinco mastines clonados y una costumbre de comunión psíquica con la difunta mascota que les dio origen— ha suscitado un gran debate sobre la verdadera naturaleza del populismo de derecha en nuestra era de descontento general.En Milei hay muchas manifestaciones de una política trumpiana: la energía extravagante y poco convencional, la crítica a las élites corruptas, los ataques a la izquierda, el apoyo de los conservadores sociales y religiosos. Al mismo tiempo, en política económica es mucho más un libertario doctrinario que un mercantilista o populista al estilo Trump, es una versión más extrema de Barry Goldwater y Paul Ryan que un defensor del gasto público y los aranceles. Mientras que el movimiento al que derrotó, la formación peronista que gobernó Argentina durante la mayor parte del siglo XXI, es de hecho más nacionalista y populista en lo económico, pues llegó al poder tras la crisis financiera de 2001 que puso fin al experimento más notable de Argentina con la economía neoliberal.La divergencia entre Trump y Milei puede interpretarse de varias maneras. Una lectura es que el estilo del populismo de derecha es la esencia del asunto, que su sustancia política es negociable siempre que presente figuras que prometan el renacimiento nacional y encarnen algún tipo de rebelión bufonesca, por lo general masculina, contra las normas del progresismo cultural.Otra lectura es que, sí, la política es bastante negociable, pero en realidad hay profundas afinidades ideológicas entre el nacionalismo económico de derecha y lo que podría llamarse paleolibertarismo, a pesar de que no coinciden en cuestiones específicas. En términos estadounidenses, esto significa que el trumpismo lo anticiparon de diferentes maneras Ross Perot y Ron Paul; en términos globales, significa que cabe esperar que los partidos de la derecha populista se muevan constantemente entre tendencias de regulación y libertarias, dependiendo del contexto económico y de los vaivenes políticos.He aquí una tercera interpretación: mientras que el descontento popular debilitó el consenso neoliberal de las décadas de 1990 y 2000 en todo el mundo desarrollado, la era del populismo está creando alineamientos muy distintos en la periferia latinoamericana que en el núcleo euro-estadounidense.En Europa Occidental y Estados Unidos, ahora se ve de manera sistemática a un partido de centroizquierda de las clases profesionales enfrentarse a una coalición populista y de la clase trabajadora de derecha. Los partidos de centroizquierda se han vuelto más progresistas en política económica en comparación con la era de Bill Clinton y Tony Blair, pero se han movido mucho más a la izquierda en cuestiones culturales, sin perder su liderazgo influyente y meritocrático, su sabor neoliberal. Y, en su mayoría, han sido capaces de contener, derrotar o cooptar a aspirantes de izquierda más radicales: Joe Biden al superar a Bernie Sanders en las elecciones primarias demócratas de 2020, Keir Starmer al marginar al corbynismo en el Partido Laborista británico y Emmanuel Macron al forzar a los izquierdistas franceses a votar a su favor en la segunda vuelta contra Marine Le Pen con la estrategia del menor de los males.Por su parte, la derecha populista ha conseguido muchas veces moderar sus impulsos libertarios para apartar a los votantes de clase baja de la coalición progresista, dando lugar a una política de centroderecha que suele favorecer ciertos tipos de proteccionismo y redistribución. Eso podría significar una defensa trumpiana de los programas de prestaciones sociales, los tibios intentos de los conservadores de Boris Johnson de invertir en el desatendido norte de Inglaterra o el gasto en prestaciones familiares de Viktor Orbán en Hungría, así como la recién desbancada coalición populista en Polonia.Te puedes imaginar que el abismo entre estas dos coaliciones mantendrá a Occidente en un estado de crisis latente, en especial teniendo en cuenta la personalidad de Trump, tan propensa a las crisis. Pero también es posible imaginar un futuro en el que este orden se estabilice y normalice un poco y la gente deje de hablar de un terremoto cada vez que un populista asciende al poder o de que la democracia se salva cada vez que un partido del establishment gana unas elecciones.La situación es muy distinta en América Latina. Allí el consenso neoliberal siempre fue más endeble, el centro más frágil, y por ende la era de la rebelión populista ha creado una polarización más clara entre quien esté más a la izquierda y más a la derecha (con la izquierda culturalmente progresista, pero por lo general más expresamente socialista que Biden, Starmer o Macron y la derecha culturalmente tradicional, pero por lo general más libertaria que Trump, Orbán o Le Pen).La nueva alineación en Argentina, con su libertario revolucionario que supera a una izquierda populista-nacionalista, es un ejemplo de este patrón; la contienda entre Luiz Inácio Lula da Silva y Jair Bolsonaro en Brasil el año pasado fue otro. Pero los recientes vaivenes de la política chilena son de especial interés. A principios de la década de 2010, Chile parecía tener un entorno político más o menos estable, con un partido de centroizquierda que gobernaba a través de una Constitución favorable al mercado y una oposición de centroderecha que luchaba por distanciarse de la dictadura de Pinochet. Entonces, las protestas populares echaron por tierra este orden y crearon un giro abrupto hacia la izquierda, además de un intento de imponer una nueva Constitución de izquierda que, a su vez, provocó una reacción adversa, que dejó al país dividido entre un impopular gobierno de izquierda encabezado por un antiguo activista estudiantil y una oposición de derecha en ascenso temporal liderada por un apologista de Pinochet.En cada caso, en relación con las divisiones de Francia y Estados Unidos, se observa un centro más débil y una polarización más profunda entre extremos populistas rivales. Y ahora, si la cuestión para América Latina es qué tan estable será la propia democracia en condiciones tan polarizadas, la cuestión para Europa y Estados Unidos es si la situación argentina o chilena es un presagio de su propio futuro. Tal vez no de inmediato, pero sí después de una nueva ronda de rebeliones populistas, que podría aguardar más allá de alguna crisis o catástrofe o simplemente al otro lado del cambio demográfico.En tal futuro, figuras como Biden, Starmer y Macron ya no podrían gestionar coaliciones de gobierno y la iniciativa en la izquierda pasaría a partidos más radicales como Podemos en España o los Verdes en Alemania, a los progresistas al estilo de Alexandria Ocasio-Cortez en el Congreso de Estados Unidos, a cualquier tipo de política que surja del encuentro entre la izquierda europea y las crecientes poblaciones árabes y musulmanas del continente. Esto daría a la derecha populista la oportunidad de prometer estabilidad y reclamar el centro, pero también crearía incentivos para que la derecha se radicalice aún más, lo que produciría mayores oscilaciones ideológicas cada vez que perdiera una coalición en el poder.Esta es, en cierto modo, la lección más clara de la victoria aplastante de Milei: si no se puede alcanzar la estabilidad tras una ronda de convulsiones populistas, no hay límites inherentes a lo desenfrenado que puede llegar a ser el siguiente ciclo de rebelión.Ross Douthat es columnista de opinión del Times desde 2009. Es autor, más recientemente, de The Deep Places: A Memoir of Illness and Discovery. @DouthatNYT • Facebook More

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    Has Latin America Found Its Trump in Javier Milei?

    The election of Javier Milei, a wild-haired showboating weirdo with five cloned mastiffs and a habit of psychic communion with their departed pet of origin, as president of Argentina has inspired a lot of discussion about the true nature of right-wing populism in our age of general discontent.Milei has many of the signifiers of a Trumpian politics: the gonzo energy, the criticism of corrupt elites and the rants against the left, the support from social and religious conservatives. At the same time, on economic policy he is much more of a doctrinaire libertarian than a Trump-style mercantilist or populist, a more extreme version of Barry Goldwater and Paul Ryan rather than a defender of entitlement spending and tariffs. Whereas the party that he defeated, the Peronist formation that has governed Argentina for most of the 21st century, is actually more economically nationalist and populist, having ascended in the aftermath of the 2001 financial crisis that ended Argentina’s most notable experiment with neoliberal economics.You can interpret the Trump-Milei divergence in several ways. One reading is that the style of right-wing populism is the essence of the thing, that its policy substance is negotiable so long as it puts forward figures who promise national rebirth and embody some kind of clownish, usually masculine rebellion against the norms of cultural progressivism.Another reading is that, yes, the policy is somewhat negotiable but there are actually deep ideological affinities between right-wing economic nationalism and what might be called paleolibertarianism, despite their disagreement on specific issues. In American terms, this means that Trumpism was anticipated in different ways by Ross Perot and Ron Paul; in global terms, it means that we should expect the parties of the populist right to move back and forth between dirigiste and libertarian tendencies, depending on the economic context and political winds.Here is a third interpretation: While popular discontents have undermined the neoliberal consensus of the 1990s and 2000s all across the developed world, the age of populism is creating very different alignments in the Latin American periphery than in the Euro-American core.In Western Europe and the United States, you now consistently see a center-left party of the professional classes facing off against a populist and working-class coalition on the right. The center-left parties have become more progressive on economic policy relative to the era of Bill Clinton and Tony Blair, but they have moved much more sharply left on cultural issues while retaining their mandarin and meritocratic leadership, their neoliberal flavor. And they have mostly been able to contain, defeat or co-opt more radical left-wing challengers — Joe Biden by overcoming Bernie Sanders in the 2020 Democratic primaries, Keir Starmer by marginalizing Corbynism in Britain’s Labour Party, Emmanuel Macron by forcing French leftists to cast a lesser-of-two-evils ballot in his favor in his runoffs against Marine Le Pen.The populist right, meanwhile, has often found success by moderating its libertarian impulses in order to woo downscale voters away from the progressive coalition, yielding a right-of-center politics that usually favors certain kinds of protectionism and redistribution. That could mean a Trumpian defense of entitlement programs, the halfhearted attempts by Boris Johnson’s Tories to invest in the neglected north of England or the spending on family benefits that you see from Viktor Orban in Hungary and the recently unseated populist coalition in Poland.You can imagine the gulf between these two coalitions keeping the West in a state of simmering near crisis — especially with Trump’s crisis-courting personality in the mix. But you can also imagine a future in which this order stabilizes and normalizes somewhat and people stop talking about an earthquake every time a populist wins power or democracy being saved every time an establishment party wins an election.The situation is quite different in Latin America. There the neoliberal consensus was always weaker, the center more fragile, and so the age of populist rebellion has created a clearer polarization between further left and further right — with the left culturally progressive but usually more avowedly socialist than Biden, Starmer or Macron and the right culturally traditional but usually more libertarian than Trump, Orban or Le Pen.The new alignment in Argentina, with its libertarian revolutionary overcoming a populist-nationalist left, is one example of this pattern; the contest between Luiz Inácio Lula da Silva and Jair Bolsonaro in Brazil last year was another. But the recent swings in Chilean politics are especially instructive. In the early 2010s Chile seemed to have a relatively stable political environment, with a center-left party governing through a market-friendly Constitution and a center-right opposition at pains to distance itself from the Pinochet dictatorship. Then popular rebellions cast this order down, creating a wild yaw leftward and an attempt to impose a new left-wing Constitution that yielded backlash in its turn — leaving the country divided between an unpopular left-wing government headed by a former student activist and a temporarily ascendant right-wing opposition led by a Pinochet apologist.In each case, relative to the divides of France and the United States, you see a weaker center and a deeper polarization between competing populist extremes. And if the question for Latin America now is how stable democracy itself will be under such polarized conditions, the question for Europe and America is whether the Argentine or Chilean situation is a harbinger of their own futures. Perhaps not immediately but after a further round of populist rebellions, which could await beyond some crisis or disaster or simply on the far side of demographic change.In such a future, figures like Biden and Starmer and Macron would no longer be able to manage governing coalitions, and the initiative on the left would pass to more radical parties like Podemos in Spain or the Greens in Germany, to Alexandria Ocasio-Cortezan progressives in the U.S. Congress, to whatever kind of politics emerges from the encounter between the European left and the continent’s growing Arab and Muslim populations. This would give the populist right an opportunity to promise stability and claim the center — but it would also create incentives for the right to radicalize further, yielding bigger ideological swings every time an incumbent coalition lost.Which is, in a way, the clearest lesson of Milei’s thumping victory: If you can’t reach stability after one round of populist convulsion, there’s no inherent limit on how wild the next cycle of rebellion might get.The Times is committed to publishing a diversity of letters to the editor. We’d like to hear what you think about this or any of our articles. Here are some tips. And here’s our email: letters@nytimes.com.Follow The New York Times Opinion section on Facebook, Twitter (@NYTOpinion) and Instagram. More

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    Maduro podría perder las elecciones de Venezuela en 2024

    Nicolás Maduro lleva 10 años en el poder en Venezuela. En esa década, ha supervisado un periodo de colapso económico, corrupción, un aumento importante de la pobreza, la destrucción medioambiental y la represión estatal de los disidentes y la prensa. Esto ha provocado un éxodo de más de 7 millones de venezolanos.Ahora Venezuela se encuentra en una encrucijada que definirá su próxima década y tendrá consecuencias cruciales para el mundo. Venezuela celebrará sus elecciones presidenciales en 2024, unas elecciones que Maduro podría perder, siempre que la oposición participe unida, la comunidad internacional siga implicada y los ciudadanos se sientan inspirados para movilizarse.Recientemente, dos acontecimientos importantes revelaron una oportunidad única de cara a las elecciones: primero, la participación masiva en las primarias de la oposición del 22 de octubre, que otorgaron a María Corina Machado, exdiputada de Venezuela, un sólido primer lugar como la candidata unitaria. Segundo, el régimen no impidió judicialmente ni con violencia que se celebraran estas elecciones. Fue una de las concesiones que hizo en un acuerdo con Washington y la oposición a cambio de que Estados Unidos suavizara las sanciones impuestas durante el mandato de Trump a las industrias del petróleo y el gas.El éxito de las primarias de la oposición podría haber sorprendido a Maduro, y estamos siendo testigos de un mayor hostigamiento contra los organizadores de las elecciones y declaraciones de funcionarios que niegan la posibilidad de levantar la inhabilitación impuesta a varios líderes políticos de la oposición, incluida Machado, de presentarse a las elecciones del próximo año.A pesar de la alentadora participación en las primarias y los avances en las negociaciones, hay una narrativa pesimista —tanto en el extranjero como en Venezuela— de que Maduro se aferrará inevitablemente al poder. He visto y he experimentado lo equivocado que es ese punto de vista. En realidad, las elecciones presidenciales del próximo año brindan la mejor oportunidad hasta la fecha para derrotar al chavismo —el movimiento de inspiración socialista iniciado por Hugo Chávez en el que milita Maduro— desde que llegó al poder hace más de dos décadas.Llevo desde 2013 trabajando como organizador comunitario en los barrios en sectores populares de Venezuela, antes bastiones del chavismo. He trabajado con líderes de la comunidad, la mayoría de los cuales eran chavistas cuando empezamos. He visto con mis propios ojos que, en lugares donde Chávez obtenía antes el 90 por ciento de los votos en las elecciones nacionales, ahora la inmensa mayoría desea un cambio. Hace poco, una exintegrante de la estructura política del partido gobernante, cuyo nombre no desea revelar por temor a las repercusiones, me dijo que Maduro y sus secuaces ya no son una opción para muchos venezolanos: “Ya no quiero nada con ellos ni la comunidad tampoco”. Añadió que “mientras ellos comen como unos reyes”, en los barrios comían muy mal.Para aprovechar esta oportunidad inusual, tienen que ocurrir tres elementos. El primero es que la oposición debe mantenerse unida en las urnas y en defender los votos. El segundo es que la comunidad internacional debe seguir presionando por mejores condiciones electorales y exigir respeto a los derechos humanos en Venezuela. También deben contribuir a bajar los costos de una posible salida de Maduro y su estructura. Y la tercera es que los políticos y los líderes de toda Venezuela deben volver a centrar el discurso en un mensaje lleno de esperanza, en vez de ceder a la tentación de alimentar aún más la polarización.El régimen de Maduro es consciente del riesgo que corre en las elecciones presidenciales del próximo año. Su objetivo es convencer a la gente de que el cambio es imposible, y de que a los venezolanos les irá mejor si se quedan en casa en lugar de ir a votar. La oposición de Venezuela debe contrarrestar esas tácticas con un firme llamado a la participación.También debe enfrentarse a un dilema más fundamental que es común a todos los sistemas electorales autoritarios: participar en unas elecciones que no serán libres y limpias, o boicotearlas.En las últimas elecciones presidenciales, en 2018, parte de la oposición, incluida Machado, boicoteó las elecciones. Como miembro de un partido político de la oposición —Primero Justicia—, yo también decidí no votar. Pero, ahora, tras casi seis años más de consolidación autoritaria, creo que nuestra estrategia fue errada. Pedirle a la gente que se quede en casa en lugar de movilizarse es caer en la trampa de Maduro.Para ser claros, las elecciones presidenciales de 2024 no serán un momento de celebración de la democracia; aún no se dan las condiciones para unas elecciones libres y limpias, y, francamente, puede que nunca se den. No obstante, si la oposición participa y los venezolanos votan en masa, Maduro puede perder.Algunos se preguntan si el régimen permitirá siquiera que se cuenten los votos el año que viene. Mi respuesta es que Maduro necesita hacerlo. Enfrentada a una monumental crisis social y económica, la élite chavista tiene que ofrecerles a los venezolanos un relato que les otorgue legitimidad interna, y eso, en Venezuela, solo puede venir de unas elecciones. Al igual que otros regímenes autoritarios del mundo, su mayor gancho publicitario es afirmar que cuentan con el respaldo del pueblo. Pero lo cierto es que su base sigue menguando drásticamente: hoy, el índice de aprobación de Maduro es del 29 por ciento, según una investigación de Consultores 21, con sede en Caracas.Una victoria arrolladora de la oposición es la mejor protección contra las trampas. Hay un ejemplo reciente de ello en Venezuela. Hace un año, en unas elecciones regionales en Barinas, el estado en el que nació Chávez, el partido gobernante perdió con un margen considerable, a pesar de utilizar toda su artillería de trampas. Aunque se trató de unas elecciones regionales y no estaba en juego el poder presidencial, la experiencia en el estado, unida a los acontecimientos del 22 de octubre, dan una lección sobre lo que debemos hacer para recuperar la democracia en 2024.El punto de partida es que la oposición debe adoptar una estrategia realista, que sea consciente de la desigualdad de condiciones en un sistema autoritario, y que ponga en primer plano la participación del pueblo venezolano. En Barinas, el partido en el poder intentó empujar a la oposición a boicotear las elecciones invalidando ilegalmente los resultados y prohibiendo a varios candidatos que se presentaran. Sin embargo, la oposición permaneció unida y mantuvo su compromiso de participar, a pesar de las injusticias.Para reforzar la unidad ahora, los partidos de la oposición deben priorizar el desarrollo de un mecanismo para tomar decisiones en conjunto que permita alcanzar consensos en una coalición diversa. Los dos pilares de esa unidad deberían ser la lucha por los derechos políticos de todos los líderes —sobre todo los de Machado tras su victoria— y el compromiso firme de participar en las elecciones del año que viene. En el mejor escenario, el gobierno de Maduro levantaría todas las inhabilitaciones antes de las elecciones como parte de las negociaciones. Pero, aunque eso no sucediera, participar y lograr una victoria aplastante en unas elecciones viciadas es el mejor camino que tenemos para avanzar en la democratización.La oposición también necesita un compromiso más firme de otros países latinoamericanos, de Estados Unidos y de Europa con las negociaciones. El régimen de Maduro ha demostrado que hará concesiones en materia de elecciones y derechos humanos si recibe los incentivos adecuados. Necesitamos líderes demócratas con disposición a asumir riesgos y a predicar con el ejemplo en su defensa de la democracia, que exijan la libertad de todos los presos políticos, y mejoras en las condiciones para las elecciones del año que viene. Además, necesitamos que la comunidad internacional acelere la entrega de las ayudas que tanto necesitan los más vulnerables de la sociedad. La oposición y el partido en el poder llegaron a un acuerdo hace un año para que los fondos públicos congelados en el extranjero a causa de las sanciones se transfieran a la ONU con fines humanitarios. Hasta la fecha, esos fondos no han sido implementados.Por último, la oposición tiene que ofrecer una verdadera alternativa a la división promovida por el establishment de Maduro. Inspirar a la gente a participar requiere unir al país en torno a un nuevo relato. El mensaje tradicional de la oposición, entre la polarización con el chavismo y la nostalgia de un pasado que no volverá, está condenado al fracaso.Un nuevo relato para Venezuela debería inspirar a los jóvenes, centrarse en ayudar a las personas en sus dificultades diarias (con servicios públicos, educación y acceso a anticonceptivos) y desarrollar una economía más diversificada que genere empleos bien remunerados para reducir la desigualdad. El nuevo mensaje debería aspirar también a sanar una de nuestras heridas más profundas: la separación de las familias debido a la migración masiva. La reunificación de nuestro país puede convertirse en una motivación personal y emocional para que cada venezolano participe y obre el cambio. Reunir a la familia venezolana es algo por lo que vale la pena luchar.Roberto Patiño, activista venezolano y antiguo dirigente del movimiento estudiantil, es fundador de Alimenta la Solidaridad y Mi Convive, que trabajan en las comunidades vulnerables de Venezuela, y miembro de la junta directiva del partido político Primero Justicia. More

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    I’ve Seen It: Maduro Could Lose Venezuela’s Presidential Election

    Nicolás Maduro has been in power for 10 years in Venezuela. In that decade, he has overseen a period of economic collapse, corruption, a sharp increase in poverty, environmental devastation and state repression of dissidents and the press. This has led to an exodus of more than seven million Venezuelans.Now Venezuela stands at a crossroads, and its choices will define the next decade and carry significant consequences for the world. Venezuela will hold its presidential election in 2024 — one that Mr. Maduro can lose, as long as the opposition stays united in participating, the international community remains involved and citizens are inspired to mobilize.Recently, two significant events opened a unique window ahead of the election. First, a massive turnout for the opposition’s primary on Oct. 22 gave María Corina Machado, a former member of Venezuela’s legislature, a strong mandate as the unity candidate. Second, the regime didn’t block this election from happening — one of the concessions that it made in a deal with Washington and the opposition in exchange for U.S. relaxation of Trump-era sanctions on the oil and gas industries.The success of the opposition primary might have surprised Mr. Maduro; we are now seeing increased harassment against the election organizers and statements by officials denying the lifting of the ban on several opposition political leaders — including Ms. Machado — from running in next year’s elections.Despite encouraging participation in the primaries and advancements in negotiations, there is a pervasive narrative — both abroad and in Venezuela — that Mr. Maduro will inevitably hang on to power. I have seen and experienced how flawed that perspective is. In fact, the presidential election next year offers the best opportunity yet to defeat Chavismo, the socialist-inspired movement begun by Hugo Chávez that Mr. Maduro embraces, since it came to power over two decades ago.Since 2013, I have worked as a community organizer in marginalized neighborhoods, known as barrios in Venezuela, which used to be Chavismo’s strongholds. I worked with community leaders, most of whom were Chavistas when we started. I have seen firsthand how places where Mr. Chávez used to get 90 percent of the votes in national elections now overwhelmingly support the opposition. Recently, a former ranking member of the ruling party’s political structure, who didn’t want to be named for fear of repercussions, told me that Mr. Maduro and his cronies are no longer an option for many Venezuelans: “I don’t want anything to do with them, and neither does the community.” She added, “While they dine like royalty, we eat garbage because of inflation.”To seize this rare opportunity, three things need to happen. First, the opposition must stay united in the ballot and defend the vote. Second, the international community must continue to push for freer elections and human rights in Venezuela while lowering the stakes for Mr. Maduro’s exit from power. And third, politicians and leaders throughout Venezuela must refocus the narrative to a hope-filled message, rather than give in to the temptation to further feed crippling polarization.The Maduro regime is aware of the risk it faces in the presidential election next year. Its objective is to convince people that change is impossible and that Venezuelans are better off staying home rather than casting a vote. Venezuela’s opposition must counter those tactics with a strong call for participation.It also must face the more fundamental dilemma that common to many electoral authoritarian systems: whether to participate in an election that will not be free and fair, or to boycott it.In the last presidential election, in 2018, part of the opposition, including Ms. Machado, boycotted the vote. As a member of an opposition political party — Primero Justicia — I, too, decided not to cast a vote. But now, after nearly six more years of authoritarian consolidation, I believe that strategy was a mistake. Asking the people to stay at home is falling into Mr. Maduro’s trap.To be clear, the presidential election in 2024 will not be a celebratory moment of democracy: The conditions for free and fair elections are not there yet and, frankly, may never be. Nonetheless, if the opposition participates and Venezuelans cast their votes in large numbers, Mr. Maduro can lose.Some question whether the regime will allow votes to even be counted next year. But facing a monumental social and economic crisis, the Chavista elite will need to offer Venezuelans a story that can grant them internal legitimacy, and that can come only from elections. As with other authoritarians in the world, their biggest selling point is to claim that they have the people’s support. But the truth is that their base continues to shrink dramatically: Today Mr. Maduro’s approval rating is 29 percent, according to research from Consultores 21, a Caracas-based consulting firm.A landslide victory for the opposition is the best protection against cheating. There is a recent example of this in Venezuela. A year ago, in a regional election in Barinas, the birthplace of Mr. Chávez, the ruling party lost by a considerable margin, despite using everything in its artillery of chicanery. Even though it was a regional election and presidential power was not at stake, the experience in the state, combined with the events of the past month, offer a path to win back democracy in 2024.The starting point is that the opposition must embrace a realistic strategy that puts front and center the participation of the Venezuelan people. In Barinas, the ruling party tried to push the opposition to boycott the elections by illegally invalidating the results and barring several candidates from running. However, the opposition stuck together and maintained its commitment to participate, despite injustices.To strengthen their unity now, opposition parties must prioritize creating a mechanism for consensus building in the diverse coalition. The two building blocks of that unity should be to fight for all leaders’ political rights — especially Ms. Machado’s after her victory — and to commit to participate in next year’s elections. In the best scenario, Mr. Maduro’s government would lift all bans before the elections as part of negotiations; even if that doesn’t happen, participating in and winning flawed elections is the best path we have to advance democratization.The opposition also needs a stronger commitment from other Latin American countries, the United States and Europe to help. The Maduro regime has proved it will make electoral and human rights concessions — if it receives the right incentives. We need courageous democratic leaders willing to demand the release of all political prisoners and achieve better conditions for elections next year. We also need the international community to expedite the delivery of much-needed support to society’s most vulnerable. The opposition and the ruling party reached an agreement a year ago that public funds frozen abroad because of sanctions would be transferred to the U.N. for humanitarian purposes. To date, those funds have not been deployed.Finally, the opposition needs to offer a true alternative to the divisiveness promoted by Mr. Maduro’s establishment. Inspiring the people to participate requires unifying the country around a new narrative. The traditional opposition message, trapped in polarization with Chavismo and with a nostalgic message of a past that will not return, is doomed to fail.A new narrative for Venezuela should aim to inspire the youth, focus on helping people with their daily challenges — with public services, education and access to contraception — and build a more diversified economy that generates well-paying jobs to reduce inequality. The new message should also aspire to heal one of our most profound wounds: family separation due to mass migration. Our country’s reunification can become a personal and emotional motivator for every Venezuelan to participate and to effect change. Reuniting the Venezuelan family is something worth fighting for.Roberto Patiño, a Venezuelan social activist and former leader of the student movement, is the founder of Alimenta la Solidaridad and Mi Convive, which work in vulnerable communities in Venezuela, and a board member of Primero Justicia, a political party.Source photographs by Ariana Cubillos/Associated Press and Miguel Gutierrez/EPA, via Shutterstock.The Times is committed to publishing a diversity of letters to the editor. We’d like to hear what you think about this or any of our articles. Here are some tips. And here’s our email: letters@nytimes.com.Follow The New York Times Opinion section on Facebook, Twitter (@NYTopinion) and Instagram. More

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    Elecciones en Ecuador y Guatemala en 4 conclusiones

    A los “outsiders” les fue mejor de lo esperado, lo que subraya la volatilidad de la política latinoamericana. A los candidatos que llamaron a emular las medidas enérgicas contra el crimen de El Salvador no les fue bien.El domingo, Ecuador y Guatemala celebraron elecciones que dejaron en evidencia algunas tendencias cruciales en América Latina como los esfuerzos anticorrupción, la creciente importancia de los votantes jóvenes y los llamados a emular las medidas enérgicas contra el crimen de El Salvador.En Ecuador, donde el asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio este mes ensombreció la campaña, una política de la izquierda tradicional, Luisa González, se enfrentará en una segunda vuelta a Daniel Noboa, el heredero de una familia adinerada conocida por su imperio bananero.Y en Guatemala, el activista progresista y anticorrupción Bernardo Arévalo ganó la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de manera aplastante contra una ex primera dama, Sandra Torres, asestando así un golpe al establishment político conservador del país.Debido a las preocupaciones latentes sobre la erosión del Estado de derecho y la influencia cada vez mayor de las bandas narcotraficantes en diferentes partes de América Latina, la votación fue observada de cerca en busca de señales de lo que podrían significar los resultados.A continuación, presentamos algunas conclusiones clave.El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ha tomado medidas enérgicas contra la violencia de las pandillas mediante arrestos masivos que perjudicaron a miles de personas inocentes.Brittainy Newman para The New York TimesLa delincuencia no fue el único tema en la mente de los votantesEcuador y Guatemala enfrentan una variedad de retos diferentes, y aunque las dificultades para gobernar de manera efectiva en ambos países son bien conocidas, los nuevos líderes tendrán que lidiar con tener bajo control el crimen organizado y crear oportunidades económicas para mantener a sus ciudadanos en casa y evitar que emigren.La estrella del momento en la escena política de América Latina es el presidente populista conservador de El Salvador, Nayib Bukele, debido a su éxito en el uso de tácticas de línea dura para sofocar la violencia de las pandillas, incluidos arrestos masivos que afectaron a miles de personas inocentes y erosionaron las libertades civiles. Pero las expectativas de que los entusiastas de las tácticas de Bukele sobre el crimen tendrían un camino fácil hacia la victoria se desvanecieron tanto en Ecuador como en Guatemala.“Es notable que en ninguno de los dos casos les haya ido bien a los admiradores descarados de las políticas severas de Nayib Bukele contra las bandas criminales en El Salvador”, dijo Michael Shifter, miembro principal de Diálogo Intermericano, una organización de investigación con sede en Washington.A pesar de la conmoción generada por el asesinato de Villavicencio, los candidatos explícitamente anticrimen en Ecuador dividieron su porción de los votos. A Jan Topic, quien se alineó estrechamente con Bukele, le fue mal a pesar de haber subido en las encuestas tras el asesinato.“Hizo una campaña de un solo tema que, en su mayoría, se enfocó en la seguridad”, dijo Risa Grais-Targow, directora para América Latina de Eurasia Group, sobre Topic. “Pero los votantes tienen otras preocupaciones, como las relacionadas con la economía”.De manera similar, en Guatemala —donde crecían los temores de un descenso hacia el autoritarismo— la promesa de Torres de implementar políticas al estilo de Bukele no logró ganar mucho impulso. En cambio, su rival la puso a la defensiva debido a que había pasado un tiempo bajo arresto domiciliario en relación con cargos de financiamiento ilícito de campañas.También influyeron en el resultado las maniobras de la autoridad electoral de Guatemala para simplemente descalificar a los candidatos que se consideraron amenazas al orden establecido.Uno de los candidatos expulsados de la contienda antes de la primera vuelta en junio fue Carlos Pineda, un outsider que buscaba replicar las medidas enérgicas contra el crimen de Bukele. La descalificación de Pineda y otros le abrió un camino a Arévalo, otro candidato independiente cuyas propuestas para combatir el delito son más matizadas.Los candidatos guatemaltecos intentaron capitalizar el apoyo de los jóvenes.Daniele Volpe para The New York TimesLos votantes jóvenes influyen en las eleccionesEn un grado notable, los resultados electorales en Ecuador y Guatemala dependieron de las decisiones de los votantes jóvenes. En Ecuador, Noboa, un empresario de 35 años, neófito de la política, estaba en los últimos lugares de las encuestas hasta hace apenas unas semanas.Pero aprovechando el apoyo de los jóvenes mientras se presentaba como un candidato independiente, Noboa se abrió camino inesperadamente hacia la segunda vuelta con cerca del 24 por ciento de los votos. (El reconocimiento de su apellido también podría haber ayudado; su padre, Álvaro Noboa, uno de los hombres más ricos de Ecuador, se postuló a la presidencia en cinco oportunidades).En Guatemala, el país más poblado de América Central, Arévalo, de 64 años, también se benefició del apoyo de los jóvenes, especialmente en las ciudades, quienes se sintieron atraídos por sus llamados a poner fin a la persecución política de activistas de derechos humanos, ambientalistas, periodistas, fiscales y jueces.Arévalo también mostró una postura más moderada sobre temas sociales. Aunque dijo que no buscaría legalizar el aborto o el matrimonio igualitario, dejó claro que su gobierno no permitiría la discriminación contra las personas por su orientación sexual.Esa postura, algo novedosa en Guatemala, contrastó en gran manera con la de Torres, quien seleccionó a un pastor evangélico como su compañero de fórmula y empleó un insulto contra personas homosexuales en la campaña electoral para referirse a los simpatizantes de Arévalo.Luisa González enfrentará a Daniel Noboa en la segunda vuelta de las elecciones en Ecuador.Johanna Alarcón para The New York TimesLa izquierda va en diferentes direccionesGuatemala y Ecuador ofrecieron visiones contrastantes de la izquierda en América Latina.Dentro del panorama político tradicionalmente conservador de Guatemala, Arévalo, quien critica gobiernos de izquierda como el de Nicaragua, a menudo es descrito como un progresista. En ese sentido se parece más a Gabriel Boric, el presidente joven y moderado de Chile, que a los agitadores de otras zonas de la región.El partido de Arévalo, Movimiento Semilla, el cual se formó tras las protestas anticorrupción en 2015, también es diferente a cualquier otro movimiento surgido en Guatemala durante las últimas décadas. Semilla llamó la atención por realizar una campaña austera y de principios, dejando claras sus fuentes de financiamiento, a diferencia del financiamiento opaco que prevalece en otros partidos. Otra fuente de inspiración para Semilla es el Frente Amplio de Uruguay, un partido de centro izquierda moderado y democrático.“Arévalo es un demócrata de pies a cabeza”, aseveró Will Freeman, miembro de estudios latinoamericanos del Consejo de Relaciones Exteriores.González, en contraste, proviene de un sector diferente de la izquierda latinoamericana, caracterizado en el caso de Ecuador por poner a prueba los controles y equilibrios democráticos, dijo Freeman. Es partidaria de Rafael Correa, un expresidente ecuatoriano que sigue siendo una fuerza dominante en la política del país a pesar de tener seis años fuera del poder.Correa, quien vive en Bélgica tras huir de una sentencia de prisión de ocho años por violaciones en el financiamiento de campañas, conserva una base sólida que oscila entre el 20 y el 30 por ciento del electorado.En gran medida, ese apoyo es resultado de la “nostalgia de ese momento de bienestar que hubo durante la era de Correa”, dijo Caroline Ávila, analista política en Ecuador.Arévalo obtuvo más votos que cualquier otro candidato en Guatemala desde que se restableció la democracia en el país en 1985.Daniele Volpe para The New York TimesLa imprevisibilidad marcó las contiendasLas elecciones tanto en Ecuador como en Guatemala destacaron una tendencia regional más general: la incertidumbre y volatilidad de la política latinoamericana.En ambos países, las encuestas fallaron en captar desarrollos cruciales. En Ecuador, donde Topic capitalizó las consecuencias del asesinato de Villavicencio, Noboa se abrió camino para pasar a la segunda vuelta.Y en Guatemala, Arévalo, un candidato académico que a veces lee sus discursos y carece de las habilidades oratorias de sus rivales, no fue visto como una amenaza por el establishment hasta que logró pasar a la segunda vuelta.Hoy, con su aplastante victoria, Arévalo obtuvo más votos que cualquier otro candidato desde que se restauró la democracia en Guatemala en 1985.Ese es un escenario que incluso muchos miembros del propio partido de Arévalo no vieron venir.Simon Romero More

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    Elections in Ecuador and Guatemala: Four Takeaways

    Outsiders overperformed, underscoring the volatility of Latin American politics. Candidates calling to emulate El Salvador’s crackdown on crime did not do well.Ecuador and Guatemala held elections on Sunday that shed light on crucial trends throughout Latin America, including anticorruption drives, the growing importance of young voters and calls to emulate El Salvador’s crackdown on crime.In Ecuador, where the assassination this month of the presidential candidate Fernando Villavicencio cast a pall over campaigning, an establishment leftist, Luisa González, will head into a runoff against Daniel Noboa, the scion of a well-heeled family known for its banana empire.And in Guatemala, the progressive anti-graft crusader Bernardo Arévalo won in a landslide over a former first lady, Sandra Torres, dealing a blow to the country’s conservative political establishment.As concerns simmer over the erosion of the rule of law and the expanding sway of drug gangs in different parts of Latin America, the voting was watched closely for signs of what the outcomes could mean.Here are key takeaways.President Nayib Bukele of El Salvador has cracked down on gang violence, using mass arrests that swept up thousands of innocent people. Brittainy Newman for The New York TimesCrime wasn’t the only issue on voters’ minds.Ecuador and Guatemala each face an array of different challenges, and while it is hard to overstate the difficulty of governing effectively in both countries, new leaders will grapple with getting organized crime under control and creating economic opportunities to keep their citizens at home instead of emigrating.The star of the moment in Latin America’s political scene is El Salvador’s conservative populist president, Nayib Bukele, for his success in using hard-line tactics to quell gang violence, including mass arrests that swept up thousands of innocent people and the erosion of civil liberties. But expectations that enthusiasts for the Bukele gospel on crime would sail to victory fizzled in Ecuador and Guatemala.“It is notable that in neither case did unabashed admirers of Nayib Bukele’s hard-line policies against criminal gangs in El Salvador fare well,” said Michael Shifter, a senior fellow at the Inter-American Dialogue, a Washington-based research organization.Despite the shock over the assassination of Mr. Villavicencio, explicitly anti-crime candidates in Ecuador split their share of the votes. Jan Topic, who aligned himself closely with Mr. Bukele, fared poorly despite climbing in the polls after the assassination.“He did run a single-issue campaign that was very much focused around security,” Risa Grais-Targow, the Latin America director for Eurasia Group, said of Mr. Topic. “But voters have other concerns, including on the economy.”Similarly, in Guatemala — where fears were growing of a slide toward authoritarian rule — Ms. Torres’s pledge to put in place Bukele-style policies failed to gain much traction. Instead, the former first lady was put on the defensive by her rival because she had spent time under house arrest in connection to charges of illicit campaign financing.Also influencing the outcome: moves by Guatemala’s electoral authority to simply disqualify candidates who were viewed as threatening the established order.One of the candidates pushed out of the race ahead of the first round in June was Carlos Pineda, an outsider seeking to replicate Mr. Bukele’s crackdown on crime. When Mr. Pineda and others were disqualified, that provided an opening for Mr. Arévalo, another outsider, even though his proposals to fight crime are more nuanced.Guatemalan candidates tried to capitalize on the support of young people.Daniele Volpe for The New York TimesYoung voters shape elections.To a notable degree, the electoral outcomes in Ecuador and Guatemala hinged on the choices of young voters. In Ecuador, Mr. Noboa, 35, a businessman and newcomer to politics, was polling in the doldrums just a few weeks ago.But seizing on youth support while casting himself as an outsider, Mr. Noboa unexpectedly surged into the runoff with about 24 percent of the vote. (Name recognition may also have helped; his father, Álvaro Noboa, one of Ecuador’s richest men, ran unsuccessfully for president five times.)In Guatemala, Central America’s most populous country, Mr. Arévalo, 64, also capitalized on the support of young people, especially in cities, who were drawn to his calls to end the political persecution of human rights activists, environmentalists, journalists, prosecutors and judges.Mr. Arévalo also offered a more moderate stance on social issues. While saying he would not seek to legalize abortion or gay marriage, he made it clear that his government would not permit discrimination against people because of their sexual orientation.That position, which is somewhat novel in Guatemala, stood in sharp contrast to that of Ms. Torres, who drafted an evangelical pastor as her running mate and used an anti-gay slur on the campaign trail to refer to Mr. Arévalo’s supporters.Luisa González will head into a runoff against Daniel Noboa in Ecuador.Johanna Alarcón for The New York TimesThe left is going in different directions.Guatemala and Ecuador offered sharply contrasting visions for the left in Latin America.Indeed, within Guatemala’s traditionally conservative political landscape, Mr. Arévalo, who criticizes leftist governments like Nicaragua’s, is often described as a progressive. In that sense, he is more like Gabriel Boric, Chile’s moderate young president, than firebrands elsewhere in the region.Mr. Arévalo’s party, Movimiento Semilla (Seed Movement), which coalesced after anticorruption protests in 2015, is also unlike any other party in Guatemala in recent decades. Semilla gained attention for running a principled and austere campaign, making its funding sources clear, in contrast to the opaque financing prevailing in other parties. Another source of inspiration for Semilla is Uruguay’s Frente Amplio (Broad Front), a moderate, democratic left-of-center party.“Arévalo is a democrat through and through,” said Will Freeman, a fellow in Latin America studies at the Council on Foreign Relations.Ms. González, by contrast, hails from a different part of the Latin American left, characterized in Ecuador’s case by testing democratic checks and balances, Mr. Freeman said. She is a supporter of Rafael Correa, a former Ecuadorean president who remains a dominant force in the country’s politics despite being out of power for six years.Mr. Correa, who lives in Belgium after fleeing an eight-year prison sentence for campaign-finance violations, retains a strong base that oscillates between 20 percent and 30 percent of the electorate.That support is largely a result of the “nostalgia for that moment of well-being that existed during the Correa era,” said Caroline Ávila, a political analyst in Ecuador.Mr. Arévalo got more votes than any other candidate in Guatemala since democracy was restored in the country in 1985.Daniele Volpe for The New York TimesUnpredictability underlined the races.The races in both Ecuador and Guatemala highlighted a wider regional trend: the uncertainty and volatility of Latin America’s politics.Polls in both countries failed to capture crucial developments. In Ecuador, where Mr. Topic was seen capitalizing on the aftermath of the Villavicencio assassination, Mr. Noboa swooped in to make it to the runoff.And in Guatemala, Mr. Arévalo, a professorial candidate who sometimes reads his speeches and lacks the oratory skills of his rivals, was viewed as nonthreatening by the establishment — until he squeaked into the runoff.Now, with his landslide win, Mr. Arévalo got more votes than any other candidate since democracy was restored in Guatemala in 1985.That’s a scenario that even many within Mr. Arévalo’s own party did not see coming.Simon Romero More

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    Ecuador’s Election: What to Know

    With the country’s attention riveted on violence perpetrated by gangs and drug cartels, the security issue is paramount — and may be decisive.Presidential elections will be held in Ecuador on Sunday at a tumultuous moment for the country. President Guillermo Lasso called snap elections in May amid impeachment proceedings against him over accusations of embezzlement. This month, the presidential candidate Fernando Villavicencio was assassinated on the campaign trail.All this has unfolded as foreign drug mafias have joined forces with local prison and street gangs to unleash a wave of violence unlike anything in the country’s recent history, sending homicide rates to record levels and making security the leading issue for most voters.Here’s what you need to know about the upcoming vote.Why are there early elections?Mr. Lasso disbanded the country’s opposition-led legislature in May, using, for the first time, a constitutional measure that allows the president to rule by decree until new presidential and congressional elections can be held. The impeachment proceedings were permanently halted once Mr. Lasso dissolved congress.The move came amid a moment of extraordinary political turbulence for Ecuador, a country of 18 million on South America’s western edge. But it provided temporary stability by allowing the president to bypass the deadlocked legislature and appease voters hungry for new leadership and action against the rise in street crime and drug and gang violence.Candidates can win outright by taking 50 percent of the total vote or 40 percent along with a 10 percentage point lead over the runner-up. Failing that, the top two candidates will compete in a runoff election on Oct. 15.The new president will hold office until May 2025.The votes will be cast and counted using blockchain technology to avoid voter fraud, according to the Ecuadorean electoral council, a first in Latin America.A campaign poster for Fernando Villavicencio held by supporters on the day after his assassination this month.Johanna Alarcón for The New York TimesWho is Fernando Villavicencio and why was he assassinated?The campaign for Sunday’s elections was convulsed on Aug. 9, when Mr. Villavicencio was fatally shot at a campaign event. Six Colombians have been arrested in connection with the brazen killing, but it remains unclear who, if anyone, hired them.Mr. Villavicencio was a legislator, former investigative journalist and anti-corruption activist. While he was not a top contender, polling near the middle of an eight-person race, he had a long history in Ecuadorean public affairs, largely as an antagonist to those in power.He played a crucial role in exposing a bribery scandal that eventually led to the conviction of a former president, Rafael Correa. Some of his work led to death threats.He had been outspoken about the link between organized crime and the political establishment, which earned him enemies. The attack in broad daylight was a traumatizing event for an election that has been dominated by concerns over drug-related violence.A supporter of the presidential candidate Luisa González this month in Quito. She had been considered a front-runner, but polls suggest she may be losing some ground.Johanna Alarcon for The New York TimesWho are the main candidates?The candidate leading in the polls is Luisa González, backed by the powerful party of the former president, Mr. Correa, who governed from 2007 to 2017. During his presidency, a commodities boom helped lift millions out of poverty, but Mr. Correa’s authoritarian style and accusations of corruption deeply divided the country.“We’re seeing a lot of voter nostalgia for the security situation and the economic situation while he was in power, which seems to be propelling her candidacy,” said Risa Grais-Targow, the Latin America director for Eurasia Group. “The rest of the field is in a really tight battle for second place.”That would include Otto Sonnenholzner, a former vice president, and an Indigenous activist, Yaku Pérez, who has been campaigning on environmental issues.“Otto is trying to position himself as a more kind of centrist newcomer,” said Ms. Grais-Targow, but to many voters he represents “policy continuity from Lasso.”As for Mr. Pérez, his focus on the environment and corruptions are not the main voter concerns, she said.Christian Zurita, Mr. Villavicencio’s longtime investigative partner and close friend, has replaced him as his party’s pick, but he is regarded as a long shot.Yaku Pérez, an Indigenous activist who has been campaigning on environmental issues, riding a bamboo bicycle during a campaign event. Johanna Alarcon for The New York TimesHow has the assassination changed the election dynamic?While security was always going to be a top issue, now “this election will be largely about the issue of safety,” said Paolo Moncagatta, a political analyst based in Quito, the capital.Experts predict that this could elevate the fortunes of a previously obscure candidate, Jan Topic, a 40-year-old businessman and former soldier in the French Foreign Legion who is emphasizing a tough stance on crime.He has echoed the promises of El Salvador’s president, Nayib Bukele, whose hard-line approach to gangs has significantly reduced violence rates, though his aggressive tactics have raised concerns from human rights watchdogs.Polls in Ecuador tend to be unreliable, but the latest numbers suggest that Ms. González’s lead is shrinking, and a recent surge by Mr. Topic has him neck and neck with Mr. Sonnenholzner for second place.Germán Martínez, a coroner who works at the morgue where Mr. Villavicencio’s body lay last week, said that after the killing he had decided to switch his vote to Mr. Topic.“This can’t keep happening here in the country,’’ he said. “We are looking for someone who will confront all this with an iron fist.”Many of Mr. Villavicencio’s supporters blame his killing on his political enemy, Mr. Correa. There is no evidence that Mr. Correa or his party, Citizen Revolution Movement, was involved in the assassination, but experts say the fallout could nevertheless hurt Ms. González in the elections.Analysts caution that rather than driving voters to the polls, increased safety concerns could just as easily persuade them to stay home, despite a mandatory voting law that imposes fines for absenteeism.“Voting is scary,” said Ana Vera, 44, a housekeeper in Quito.Worries over security deepened in the past week when shootings were reported near appearances by candidates. In one case on Thursday, a shooting occurred in Durán, near where Daniel Noboa, a presidential candidate, was holding an event. The authorities said he was not a target.And on Saturday a shooting occurred outside a restaurant in Guayaquil, where Mr. Sonnenholzner was eating, though, the authorities said that in this case, too, he was not a target.The presidential candidate Otto Sonnenholzner, a former vice president, this month in Quito.Johanna Alarcon for The New York TimesWhat is at stake in this election?Ecuador was once a tranquil haven compared with its neighbor Colombia, for decades torn by violence among armed guerrilla and paramilitary groups and drug cartels. That all changed in the past few years as Colombia forged a peace deal, and Ecuador became dominated by an increasingly powerful narco-trafficking industry.Amid news reports regularly featuring beheadings, car bombs, police assassinations, young men hanging from bridges and children gunned down outside their homes or schools, Ecuadoreans are hoping for new leadership that can restore the peaceful existence they once took for granted.Jenny Goya, 29, was in taxicab in downtown Guayaquil, the country’s largest city, recently when the driver suddenly took a detour. Two armed men got into the vehicle, stole her belongings and emptied her bank accounts. After holding her for two hours, they left her on the street.“I had always felt quite safe on the street despite the crime, but now I avoid going out as much as possible,” said Ms. Goya, a university administrator. “I also started to feel unsafe in enclosed spaces.”“I started to feel that no space was safe,” she added.Thalíe Ponce contributed reporting. More